Capítulo 18.
«Hechizo»
Carraspeé y todo en la habitación se volvió a mover otra vez.
"La señora puso la cara" pensé esperando que Ian escuchara. "Si, puso la cara" respondió.
Esa química me había hecho sentir un tanto feliz y, por supuesto, querida y respetada porque al no tener el valor de poner en su lugar a estas mujeres, él lo había hecho. Después de esto no volverían a molestarme.
—¿Y? ¿Me va a contar la historia? —preguntó insistente llevándose un trozo de carne a la boca sin dejar de mirarla.
—Qué Edith te la cuente después, no querrás perder tiempo en una historia vieja y usada ¿o no? —le respondió alzando las cejas llevándose un bocado a la boca también. Agarró su copa y la levantó—. Hagamos un brindis por la cumpleañera, por favor —pidió refiriéndose a ella.
Levantamos la copa y la señora hizo el brindis.
Escuché un "esto será buenísimo" por parte de Ian en un susurro. Estaba descontrolado y eso le gustaba, le excitaba el provocar a la gente. En casa no me molestaría, un poco más y se corría aquí mismo.
—Un brindis por esta mujer. Por esta señora madura que roba más miradas que una joven como Edith. Que no necesita un hombre cuando puede tenerlos a todos, incluso más jóvenes y guapos. Por esta mujer que tuvo tres hijas con el nombre finalizado en "sh" porque le gustaba como su hombre le tapaba la boca y le decía "shhh" mientras hacían el amor. ¡Ahí tienes la historia! ¡salud! —finalizó y se bebió el contenido de la copa de un solo trago.
Dijo el brindis y esta vez nosotras nos echamos para atrás, o, bueno... al menos yo. Ian ni se inmutó. Era una pelea por quién se desubicaba más. No sabía porque seguía sorprendiéndome. Y claro, porque mi madre no decía nada siendo que era su casa.
Comimos tranquilamente mientras la forma en la que mi tía había contado la historia seguía escuchándola en mi cabeza. Para mi suerte —o desgracia— duró veinte minutos:
—...Y la chica fue a la oficina —Tatesha habló con la boca llena—. ¡Es tan lame botas que le chupo tanto la polla hasta dejarlo seco!
Las demás rieron. Cenar con ellas era solamente para que hablaran de hombres y de sexo como si esto fuese "Sexo En La Ciudad".
—Hija, no es manera de hablar así en la mesa —mi madre comentó completamente seria limpiándose los labios con la servilleta.
—Lo siento, tía.
A mi madre era la única a la que respetaban.
Mi tía se había quedado en silencio después del brindis e ignoraba todo comentario de ese índole. Le había dolido. Se había dado cuenta que ella no siempre podía ser el centro de atención, aún cuando fuese su cumpleaños.
Por mi parte, comía en silencio y sonreía o respondía en los momentos en que me dejaban el espacio abierto. Ian hablaba con ellas y posaba su mano en mi muslo cada cierto tiempo sacándome de mi trance, recordándome que estaba ahí con ellos.
Pasaron dos horas, el almuerzo había acabado y mi tía me había encerrado con ella en la habitación queriendo hablar de Ian. Él era el centro de atención. Ian, Ian, Ian. Le había hecho daño y aún así quería hablar sobre él. Que mujer masoquista.
—¿Qué te puedo decir? —pregunté ya fastidiada—. Ian es especial y eso quedó claro.
—Oh, pero éste si que te dura toda la noche, quiero detalles, ¿tienen rondas o lo hacen como conejos sin descanso?
—Él es... un buen amante —fue lo único que mi cabeza pensó. "Es el Diablo, por supuesto es el mejor en todo lo que hace... y lo que me hace".
—Mira —llamó mi atención, se puso derecha y tomó mis manos mirándome fijamente—. Para que lo tengas en tu poder, aprieta la vagina mientras follan y gira las caderas, te prometo que con eso no querrá dejarte.
¡Ay, por favor!
—Gracias por el consejo, lo recordaré esta noche.
En ese momento mi madre entró en la habitación con un vaso de agua. Me lo entregó recordando que siempre me gustaba estar hidratada.
—No puedes hablar de esos temas tan ligeramente, no seas guarra —le dijo a mi tía antes de salir. Ella le tiró una almohada, la cual, fue a parar a la puerta cerrada.
—Como te decía... —carcajeó—. Antes de hacer lo anterior, debes hacerle una mamada.
—Vale.
—Para hacerle la mejor mamada del mundo, solo tienes que succionar, pero tienes que asegurarte de que tus mejillas hagan esto —me mostró un pico de pato—. Créeme que te rogará de rodillas por más, pero si fuera tú, aprovecharía que él ya esté de rodillas para que te regrese el favor.
—Entendido.
Este consejo si lo tomaría, no le contaría a Ian.
Pero conociéndolo, arrancaría todo de mi mente apenas nos viéramos.
—Bueno, yo... tengo que salir, muchas gracias por los consejos, en serio —añadí con una falsa sonrisa amplia que achicaba mis ojos, impulsándome con las manos para ponerme de pie.
Inmediatamente agarró mi muñeca obligándome a mirarla.
—¿Cómo lo conociste? Vamos, charlemos un poco más.
Suspiré y me volví a quedar en mi posición.
—En una aplicación de citas, se consiguen buenos prospectos. Ahí dejo el consejo —respondí moviendo mi dedo de arriba a abajo entrecerrando los ojos. Desde que era niña le hacía ese gesto y ella caía. Esperaba que se descargara la aplicación y se encontrara con algún psicópata o algo por el estilo, así dejaba de molestar a los demás.
¿Edith, que acabas de pensar? No.
Tú no eres así.
—Tinder, por cierto —añadí—. Lo descargas ahora y te pones a mirar los perfiles que te aparezcan. No es muy difícil.
—Eso no fue lo que te pregunté.
—Mira —hablé queriendo dejar esto por finalizado—. Hicimos match en la aplicación y fue él quien me habló primero. Llevamos pocos días, no te puedo asegurar que esto sea para siempre. Pero estamos pasando buenos momentos juntos y eso es lo importante —expliqué y rápidamente las cicatrices comenzaron a picar. Ah, no... ¡llevaba mucho tiempo sin sentirlas!
Llevé mi mano a mi cintura y me rasqué sin que lo notara. Era una comezón odiosa, como cuando te pica la garganta y quieres toser pero no puedes porque ya lo has hecho muchas veces y a la gente comienza a fastidiarle. ¡Maldita sea!
—¿Le hablarás bien de mi cuando ustedes terminen?
Asentí con la cabeza y le dije: "seguro". En cierto modo, me daba lastima y sobre todo empatía. No sabía su historia completamente, pero para que tuviera esa actitud podía deducir que no la había pasado muy bien con los hombres y su mecanismo de defensa, o de atracción, se basaba en ser liberal sin considerar que se podía tomar como vulgar. Había una línea muy delgada entre ambos aspectos y ella, por lo visto, no lo notaba.
Me levanté de la cama sin que ella volviese a agarrar mi muñeca otra vez y salí dejándola sola. Del otro lado de la puerta me apoyé y con los ojos cerrados suspiré. Era triste. También pasaba por mi cabeza algún tipo de abuso que ella hubiera vivido, que la hubiera dejado de esa manera.
—¿Todo bien? —preguntó Ian.
Abrí los ojos y ahí se encontraba él apoyado en la pared de enfrente, con las piernas cruzadas y una galleta en sus dedos. Su mirada era de interrogación. Al pasar los segundos sin ninguna respuesta, él mordió la galleta mirándome todavía y arqueando las cejas.
—Si.
—¿Segura? —volvió a preguntar apuntándome con la galleta mordida que dejaba migajas en el suelo. Masticaba lentamente. Asentí con la cabeza otra vez y me acerqué a su cuerpo, me apoyé en él con ambas manos en su pecho y mi rostro a la altura de su cuello.
Ian llevó su mano derecha a mi cintura por debajo de la chaqueta y me agarró de ahí. Lo sentía masticar todavía. Ninguno de los dos dijo nada. Nos quedamos en esa posición hasta que él se limpió las manos, metió una en su bolsillo, sacó un objeto y a los segundos llevó su mano a mi boca, su pulgar separó mis labios lentamente mientras los demás dedos apretaban mi barbilla. Abrí la boca un poco y sin más, Ian metió ese objeto en mi boca mojándose el pulgar con mi saliva al sacarlo. Era dulce. No me inmuté, seguía con la mirada perdida. Reconocía el sabor así que solo mastiqué hasta que me tranquilicé. Era su goma de mascar.
—Estas galletas te dejan con la boca seca... más seca que vagina de monja —susurró y sentí como se chupaba el pulgar. Cerré los ojos y todo dentro de mi se detuvo, hasta la comezón. Suspiré con los ojos cerrados y una sonrisa.
—¿Te has metido con una monja?
—¿Por qué crees que te lo digo? —me respondió con otra pregunta—. En cambio, tú... —ronroneó y acercó su pulgar de nuevo a mi boca—. Tú te mojas porque si y porque no.
Agarré su dedo en mi boca, lo chupé de la forma en que me había dicho la tía y en la punta le pegué la goma de mascar. Ian sacó el dedo y se lo llevó a la boca.
—Eres muy sucia, nena.
Me separé de su pecho y me quedé frente a él mirándolo. Ian masticaba sin dejar de mirarme, seguido de un guiño. Iba a perder la cordura igual que la tía cualquier día.
Se acercó a mi oído y me susurró: "mierda, tu tía me agrada, ella si que sabe lo que le gusta a un hombre" se separó un poco con una sonrisa, humedeció su labio inferior y lo mordió sin dejar de mirarme, sabiendo que mi mirada se perdería en su boca.
Le di un golpecito en el pecho y sonreí.
—A ti te gusta todo lo kinky.
Ian acercó su mano a mi rostro y al igual que hace un rato, agarró mi barbilla con sus dedos y con el pulgar acarició mi labio inferior. Sus manos... sus manos, joder.
Ese gesto solo fortalecía su dominio en mi.
Ambos lo sabíamos.
Se acercó un poco a mi rostro y con media sonrisa me dijo: —Vamos a ver a tu madre.
Sonreí de igual manera alternando mi mirada de sus ojos a sus labios lentamente.
Agarró mi mano y me jaló por el pasillo hasta la cocina. Ahí se encontraba ella terminando lavar los trastes.
—¿Te ayudo con la sala? —le pregunté al ver que solo ella estaba limpiando.
—No, cariño, no te preocupes.
Bufé al igual que un caballo en un tono bajo, entornando los ojos. La señora había programado la fiesta en casa de mi madre y no era capaz de ayudar. Que mezcla de sentimientos estaba teniendo.
—Por favor, quiero ayudar.
—No, mira... —respondió rápidamente y corrió una silla para que Ian se sentara, corrió otra más para mí y luego de eso, ella se sentó igualmente—. Cuéntame como va tu vida, cuáles son tus planes a futuro... en qué andas —insistió y agarró mi mano. Nos encontrábamos sentadas frente a frente e Ian en la cabecera.
Mordí mi labio.
Era la primera vez después de mucho tiempo en el que volvía a hablar con mi madre. Ella sabía que a veces prefería evitar las conversaciones serias y hacer como si nada. Como si nunca hubiera estado desaparecida. Como si nunca hubiera estado ausente con las llamadas y los mensajes.
Por eso encontró esta oportunidad para charlar, porque tampoco podía evadirla, ya que, me encontraba con Ian presente. Que difícil.
—Y-Yo... —tartamudeé mirando mi mano unos segundos y luego de vuelta a ella y a Ian.
«¡Tía, llegó visita!»
Escuché la voz de Aisha gritar desde la sala.
El oxígeno volvió a mi cuerpo, me había salvado el timbre.
Mi madre soltó mi mano, no sin antes darle una sobada más y se puso de pie disculpándose.
Sentí la respiración agitada de Ian.
No lo entendía.
Observé cada paso de mi madre hasta la puerta, abrió como si el tiempo estuviese en cámara lenta y del otro lado pude ver a Arthur.
Inconscientemente me puse de pie mirándolo fijamente. Hipnotizada mejor dicho.
Él le sonrió a mi madre besando su mejilla, compartió un par de palabras con ella y su mirada, como si fuese un imán, dio con la mía. Mi corazón dio un vuelco.
En sus manos cargaba una botella de vino.
"Y así es como me imaginaba que él llegaría a presentarse como mi novio frente a mi madre"... si. Debo admitir que antes de que fuésemos amigos, la primera vez que lo vi me gustó a pesar de nuestra diferencia notoria de edad.
Mi madre se giró a mi dándome una mirada para que fuese. Me quedé mirándola por unos segundos esperando que entendiera mi señal, se volvió a girar, tomó el vino y se acercó a mi. No sin antes decirle a Arthur que se pusiera cómodo.
—¿Todo bien? —preguntó entregándome la botella—. ¿Lo conoces? Te pusiste pálida.
—Si, solíamos trabajar juntos. ¿Quién lo invitó?
—Yo no hija, sabes que tu vida es un misterio para mí todavía.
Seguí mirando a Arthur, quien me daba pequeñas miradas mientras conversaba con las tres hermanas que lo tenían rodeado.
Me giré a Ian quien seguía sentado, mirándome con unos ojos asesinos. Claramente no había sido él.
—Probablemente tu tía.
—Iré a preguntarle —dije rápidamente alejándome por el pasillo. Para mi suerte, ella venía por ahí mismo—. Tía, ha llegado un hombre, ¿lo invitaste tú? —pregunté haciéndome la desinteresada. Si sabía que Arthur y yo nos conocíamos quizás qué diría. Ya me había insultado por estar con un hombre —Ian—mucho mayor que yo.
Ella miró por encima de mí hombro y con una sonrisa mordió su labio.
—Si, lo vi una vez trabajando contigo, ustedes se veían muy cercanos... le dije que lo invitaba a mi cumpleaños para que viniera contigo. Luego olvidé que tú venías con alguien más, lo siento —me dio un golpecito en el brazo con una sonrisa como si dijese "oops... I did it again"—. Pero descuida, de él me encargo yo.
—No, no, yo iré a hablar con él —le respondí sabiendo inmediatamente a qué se refería con "de él me encargo yo".
—Ni se te ocurra decirle que se vaya —ordenó agarrándome del brazo como hace un rato en la habitación.
—No lo haré, solo hablaré con él —respondí mirándola a los ojos, intentando hacer que confiara en mí.
Me soltó luego de unos minutos y me dejó acercarme a Arthur. Él se encontraba sentado en el sofá con las tres muchachas rodeándolo.
—Disculpen —dije haciendo que dejaran de hablar. Miré a Arthur quien ya me estaba mirando—. ¿Podemos hablar?
El castaño asintió con la cabeza y se puso de pie.
Le hice un gesto para que me siguiera, lo llevé hasta la misma habitación que había estado anteriormente. Por suerte, aún tenía el chicle en la boca así que la ansiedad que me podría estar carcomiendo en esos momentos no se encontraba. Gracias Ian.
Hice que pasara a la habitación y cerré detrás de él quedándome apoyada en la puerta.
Pasaron cinco segundos... los cinco segundos más largos de mi vida, cuando Arthur se acercó a mí y tomó mi rostro con ambas manos, acercando sus labios a los míos, robándome un beso que al principio no supe cómo reaccionar.
Cuando me di cuenta mis manos se posaron en sus caderas y me dejé llevar. Sabía que no era lo correcto y que en cualquier momento Ian leería mi mente y nos mataría a los dos.
Sentía su amor, sentía su necesidad y lo estúpido que se estaba sintiendo por volver a caer conmigo. Un sabor muy agridulce.
—Uhmm... hola... —susurré cuando se detuvo pegando su frente junto a la mía con los ojos cerrados. Tragué saliva esperando su reacción.
—Hola... —susurró de vuelta y acaricio mis mejillas con sus suaves manos—. Me siento como si no nos hubiéramos visto en años. Ni siquiera hemos tenido algo, pero... siento como si te hubiera arrancado de mi vida cuando lo nuestro aún tenía arreglo.
—Lo tenía, Arthur —respondí empujando mi nariz con la suya para que abriera los ojos.
Al hacerlo, vi como brillaban sus ojos claros.
—Pude evitar muchas cosas, pero un simple miedo me hizo cometer atrocidades.
—¿Miedo a que?
—Miedo a que no pudiésemos estar juntos, tú no podías acercarte a mí si no te cubrías bien las manos porque mis cicatrices te quemaban. Quise buscar por otro lado satisfacer mis necesidades porque pensé que si lo hacía contigo te mataría —confesé quitándome un enorme peso de encima—. Ambos habíamos quedado en que lo nuestro nunca funcionaría. Tú lo aceptaste.
—Lo hice, pero no sabes lo difícil que es —respondió arqueando las cejas en una expresión que le dolía—. Por eso estoy acá, porque no puedo sacarte de mi vida... y no quiero hacerlo.
—Yo... no quiero hacerte daño y de verdad que el traerte acá era para charlar pero no tenía idea de lo que te diría.
Nos miramos y reímos.
Volvió a acercar su rostro y me susurró:
—Déjame hacerlo por última vez.
Mis ojos se fueron cerrando, con los labios ligeramente separados le asentí con la cabeza.
Sentí como sus labios se juntaron con los míos y el roce de su lengua en mi boca hizo que se me erizara la piel. Apreté sus caderas con mis uñas e instintivamente Arthur me pegó a la pared con su cuerpo. Mis cicatrices ardían, como si me estuvieran quemando con un fierro caliente para marcarme igual que a los caballos.
Jadeé bajito en su boca y la necesidad de querer más de él me hacía subir más el rostro a medida que se alejaba. Como si provocara a las cicatrices. No lo solté y mordí su labio trayéndolo a mi. Arthur sonrió.
Nunca más volvería a pasar.
Lo solté cuando sentí que le costaba respirar y ahí me di cuenta que no era inmortal como Ian que me dejaba pasar los límites y sacar todas las necesidades que mi cuerpo tenía.
—Te amo —pronunció.
Auch.
—Y no es necesario que digas lo mismo, solo necesito que lo sepas, porque estaré para ti cada vez que necesites. No me iré nunca.
¿Será que esto era uno de los efectos por estar saliendo con el Diablo? ¿Será que ahora todo lo que deseaba caía a mis pies? Me sentía aturdida y sobretodo me sentía mal por lo que él estaba haciendo. Yo no me lo merecía. Un hombre que podría tener a cualquiera y que en estos momentos pareciera como si estuviera bajo un hechizo que acabaría con él.
Tampoco quería salir de la habitación porque Ian lo sabría todo y esperaría a que yo le dijera lo que estaba sintiendo para decirme que él tenía razón, que yo era débil o cualquier cosa digna de un Demonio para hacerme sentir mal.
Cambié el agarre en sus caderas y lo abracé por la cintura intentando que me cubriera, que me protegiera. Arthur me abrazó por los hombros y acarició mi cabello.
Estaba completamente jodida.
—Necesito contarte toda la verdad y estoy segura que no me lo creerás.
—¿Que verdad, Edith?
—Estoy saliendo con el Diablo.
Agarré sus manos y lo llevé hasta la cama, nos sentamos y no lo solté.
—¿Qué?
—Si, estoy saliendo con el Diablo. El Diablo que todos conocen de la biblia.
—¿Estás bien? ¿Segura que no consumiste o inhalaste algo? —preguntó preocupado poniendo su mano en mi mejilla otra vez.
—Arthur, cuando comencé a conocer a los chicos de Tinder te dije que aparecían cuando deslizaba a la derecha en la aplicación, te lo demostré y te diste cuenta. Cuando te hablé de mis cicatrices también te lo demostré y lo irreal que es, también me creíste... por favor, créeme cuando te digo esto.
Suspiré y agarré su mano mirando sus ojos, se veía en su cara que quería hacer una pregunta.
No se quedó con la duda:
—¿El Diablo te alejó de mí?
—S-Si... —confesé—. Yo... lo encontré en Tinder esa misma noche que tú y yo nos despedimos aceptando que lo nuestro no iba a funcionar. Le coqueteé un poco y al rato se encontraba afuera de mi casa queriendo entrar como un vampiro esperando la invitación —añadí, no le ocultaría nada en este punto—. Se suponía que debía tenerle miedo pero... no lo tuve y lo invité a pasar. Me hizo todo lo que mi mente anhelaba y luego se marchó.
Arthur se quedó en silencio.
Me sentía un poco avergonzada.
—Lo fui a buscar porque no estaba segura de lo que estaba sucediendo y cuando me aclaró todo entré en pánico... me comenzó a asechar, a jugar con mi mente, lo mandé al infierno una vez pero volvió aquí y... una cosa llevó a la otra... y ahora no puedo alejarlo de mi vida porque sin él yo... yo no sé... yo... pierdo el norte, me deja un vacío enorme —expliqué llevando las manos a mi pecho mirándolo a los ojos con una expresión de que quería que me comprendiera—. Él... se volvió en una persona tan importante en mi vida que no concilio verme sin él. Me ha ayudado de tantas maneras. Es mi apoyo. Es mi roca, en cortas palabras.
—Edith, es el Diablo, temo que pueda romperte el corazón porque esa es su reputación.
—Lo hará sí o sí, eso yo lo tengo más que claro... —suspiré—. Posiblemente tenga el Síndrome de Estocolmo.
Arthur pasó una mano por su cabello.
Me creía pero le preocupaba que yo sufriera, sentía su temor en el aire.
—Bueno... —aceptó—. ¿Cuál es la misión de él aquí arriba? ¿Qué anda buscando?
—Al principio no lo entendía, me dijo que fui yo quien lo invocó, él vino porque yo lo necesitaba...
—Como tu ángel guardián —dijo con un poco de gracia—. Edith, ten cuidado.
—Él no me hará daño, Arthur, lo he comprobado.
—Estamos hablando del mismo Diablo, ¿verdad? —preguntó mirándome fijamente—. ¿Y por qué se ve como un hombre normal?
—Él se adaptó a mis gustos y su nombre, Ian, es porque a mí me gusta. Él está a mi merced.
Arthur se quedó en silencio mirándome sin poder conformarse con mis respuestas.
—No te voy a dejar sola.
—Tengo dos días libres cada dos que paso trabajando con Ian, le dije que en esos días podríamos hacer cosas humanas pero si tú y yo hemos conversado de nuevo... podría pasarlos contigo.
—No estoy entendiendo, ¿qué trabajo tienes con él?
—Me salté una parte, Ian comenzó a tener diferencias con La Muerte, él ha estado matando gente innecesariamente, entonces... con Ian hemos estado impidiendo muertes. Todos los días le dejan en su escritorio el documento de la muerte próxima para así evitarla. Si, suena loco y lo puedo ver en tu mirada —dije rápidamente lo último apuntándolo con el dedo, noté que quería hablar pero lo impedí—. Le dije que cada dos días evitando muertes tendríamos dos días de descanso. Hoy es uno de esos días.
—¿No te escuchas a veces? Digo, esto me hace sentir como si estuvieras tomándome el pelo. Como justificando que estás con otro sujeto porque no quieres estar conmigo.
—Arthur, no es así... —susurré cerrando los ojos—. Por favor, créeme, necesito que me creas.
—Yo te creo, te creeré toda la vida. Solo... mírame a los ojos y dímelo —insistió suplicante agarrándome por los brazos.
—Estoy con el Diablo porque él me encontró justo en el momento en que tú y yo podíamos tener algo. Te sigo amando pero lo que siento por él va mucho más allá de los sentimientos humanos —confesé mirándolo a los ojos—. Todo lo que te he dicho es verdad —enfaticé la última palabra.
Se creó un silencio.
—Te creo.
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