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Capítulo 17.

Mujeres.

Al despertar Ian seguía recostado junto a mi.
Durante la noche solamente habíamos conversado de su mundo y yo le había contado del mío. Al principio me sobresaltó su forma tan tranquila de ser conmigo, me hizo ponerme a la defensiva pero luego me dejé llevar y todo se sintió natural.

Miré mi teléfono y solo eran las cinco de la madrugada. Ian se encontraba sin camiseta ni pantalones, solo en ropa interior en dirección a mi. Su cabeza reposaba sobre la almohada blanca, su semblante relajado y su boca semi abierta.

Su barbilla se había cubierto de una capa de bellos.
No era tan ligera, era un poco más gruesa, como si hubieran pasado cinco días.

Me giré a observarlo.

"No puedes romantizar al Diablo" me recordaba a mi misma. "Fue malo, lo es y siempre lo será".

Suspiré.
—¿Qué haces? —escuché su voz, sus ojos se encontraban muy abiertos. Como si no se hubiera dormido.

—Y-Yo solo... —tartamudeé por la sorpresa—. Te observaba.

—No, me refería a tu aliento. ¿Por qué me suspiras de frente? —preguntó cubriendo su nariz y arrugando la frente.

—Me hiciste sentir súper mal, Ian —confesé.

—Te quedaste con la cara —respondió y me apuntó con risas.

—¿A qué te refieres con la cara?

Los humanos tienen esta explicación: cuando te sucede algo, cuando te quedas en tu momento más humilde pones una cara muy especial. La ponen todos los humano —explicó y río más fuerte—. ¡No pensé verla, hasta ahora! Gracias Edith.

—Déjame tranquila.

—¡Aún la tienes, mírate! —siguió burlándose.

Ugh... —gruñí y me cubrí.
Ian río y me tomó de los brazos.
Me subió a su cuerpo y se sentó pegado completamente a la cabecera de la cama.

—Estoy bromeando, Edith —habló y puso mis manos detrás de su cuello, estaban juntas. Le quedaban como collar—. ¿No me vas a mirar?

Negué con la cabeza.

—Perfecto.

Sentí que llevó sus manos al cuello de mi camiseta y lo rompió. La tela se desgarró hasta abrir cada manga. La camiseta no bajó más allá de mis costillas, mis pechos estaban expuestos.
Abrí los ojos e Ian me los cerró con un movimiento de dedos. Alcance a ver cómo sus uñas eran garras, con ellas había desgarrado mi prenda como si hubiera cortado mantequilla.

Sus manos se posaron en mi cintura y me subió un poquito. Acto seguido, su boca se estaba devorando mis pechos. Yo abrazaba su cabeza. Mordí mi labio y mis manos jalaron su cabello por la nuca.
Jadeé sin parar mientras Ian agarraba mi cuerpo a su antojo.

Mi cuerpo se movió involuntario.
Ian apretó mis caderas incrustando sus uñas y me dejó inmovilizada.

Estos momentos eran los que hacía que el tiempo se detuviera. Nada importaba más. Mis pendientes se iban a la basura, solo éramos él y yo.

Gemí.
Me quería quitar la camiseta rota pero sabía que vería mis cicatrices y eso lo arruinaría todo.

El demonio liberó mis pechos y fue subiendo lentamente por mi pecho hasta mi cuello dejando mordidas.

Llegó al borde de mi barbilla y se detuvo, mi teléfono nos sacó del extasía. Sus manos apretaban mi espalda y sus uñas dentro de mi carne hacían que más deseosa me sintiera. Mis pliegues estaban mojados y a la espera de su miembro.

Ignoramos el teléfono, Ian siguió besando mi rostro; subió a mi mejilla y llegó a mi oreja.
Ay... Edith, me pones tan jodidamente cachondo —susurró. No era necesario que me lo dijera, podía sentirlo debajo de mi.
Lamió mi lóbulo y lo mordió.

—Ian... p-puede ser im-m-portante —jadeé girando mi rostro al suyo, miré su boca y tragué saliva. Él me ignoró y me besó callándome.
Una de sus manos fue a parar a mi nuca intensificando aún más el beso. Mis manos pararon en su pecho y en vez de empujarlo simplemente apretaron su piel y mis muslos se apretaron en sus caderas.

El teléfono sonó nuevamente y ya no me importaba, mi única atención la tenía la lengua de Ian. Un escalofrío recorría mi cuerpo, seguido de otro y luego de otro... no se detenían.

Comencé a mover mis caderas haciendo fricción entre nosotros. Ian dio un gemido en mi boca y eso me hizo querer seguir moviéndome. Lo hice.
Al moverme hacia adelante y que mis caderas chocaran contra las suyas repetidas veces era cuando Ian gemía.
Una de sus manos fue a parar a mi cintura en la parte de atrás y la otra seguía sujetando mi cuello.
Le quité la mano de mi cuello e hice que las dos sujetaran mi trasero. Lo miré a los ojos, su rostro estaba muy excitado. Sus ojos ya casi se cerraban y sus dientes mordían su labio inferior.

Separó sus labios y tomó aire, en ese momento el teléfono volvió a sonar por tercera vez descolocándonos en el mejor momento. Rodé los ojos y él con un gruñido tomó el aparado con una de sus manos. Lo acercó y sin más lo quiso lanzar lejos.
Observé como éste volaba y como un perro en busca de la rama que tira su amo me lancé fuera de la cama de cabeza.
Con desesperación por contestar, toqué el botón de aceptar la llamada y sentí como mi cuerpo chocaba en el piso. Todo en cámara lenta. No sabía de dónde había sacado esas habilidades.
—¿Hola? —contesté y me di cuenta de cómo había caído. Mis rodillas estaban apoyadas en el piso, mis piernas estaban abiertas y mi otro brazo estaba torcido. Digna de una postal. Con bragas y una camiseta rota que solo descansaba desde mis costillas hasta mis caderas.

—¡Hola, Edith!
La voz de una de mis tías.
Suspiré sin saber que hacer, Ian tenía razón en no contestar. Yo y mi forma tan necia de ser.

Escuché la risa de Ian desde la cama y uno de sus típicos comentarios inapropiados:
—No se que clase de caída sea esa pero... mierda, te quiero follar más ahora.

Suspiré otra vez y choqué mi cabeza contra el suelo apretando el puño. "Si me quedo en silencio cortará la llamada" pensé.
Pero nada más fuera de la realidad, la señora se comenzó a reír y añadió:
—No sabía que te estaba cortando el rollo, necesitamos señales para eso, querida.

Me senté en el piso sintiendo adoloridos mis pechos por el golpe seco y sobándome le respondí mejor la llamada.
—Hola, ¿cómo estás? —le pregunté.
La confianza de tutearnos siempre había estado en la familia, todas lo hacíamos sin importar la edad. Estaba segura que eso a Ian le agradaría.
—No hay problema, solo es... un amigo que le gusta hacer bromas —respondí y miré de mala manera a Ian. Éste se mordió el labio y apretó su miembro a través del bóxer, no podía ser más falta de respeto.

"Soy tu tío" susurró recordando la vez que le dije a Arthur que él lo era.

"...la poca costumbre de escuchar a Edith llamarme tío. Soy más bien como su padre, tenemos una relación muy cercana. Ella me dice papi", sus palabras las escuchaba muy vividas en mi cabeza.

Me giré nuevamente moviendo la cabeza a ambos lados para sacar ese pensamiento y seguí charlando con la señora.
Te llamaba porque con tu mamá queremos hacer una junta familiar, ya sabes que hoy es mi cumpleaños. Queríamos que todas estuvieran reunidas —comentó. No tenía idea de que era su cumpleaños. Y si, en la familia éramos solo mujeres, mi padre murió hace unos años. Mi madre solo me tuvo a mí y esa señora tuvo tres hijas, luego el hombre desapareció. Como si estuviéramos malditas.

Inmediatamente un pensamiento llegó a mi cabeza y en el incluía a Arthur. Todos los momentos con él volvieron a mi cabeza como si hubieran estado bloqueados.

—Solo mujeres, que delicia.
Ian comentó desde la cama sacándome de mi trance, no me giré a mirarlo.

—Claro, ahí estaré en una horas —respondí.

Si quieres ir con el hombre que tienes en estos momentos en tu cama, será bienvenido —comentó como si estuviera mirándonos y se carcajeó—. ¡Nos vemos!

Nos vemos allá —respondí sin ninguna expresión y colgué antes de que ella lo hiciera. En ese momento pegué el teléfono a mis labios y me quedé con la mirada perdida. El silencio nos invadió—. ¿Cuántas veces debo decirte que dejes de leer mis pensamientos? —pregunté y me giré. Ian estaba de pie detrás de mí, me sobresaltó.

Me tomó en brazos levantándome del piso y me sentó en la cama.
—Es difícil Edith, es como si te compraras un teléfono y no lo usaras —se justificó mirando el teléfono en mi mano.

—Mira, hagamos algo —pedí—. Mientras estemos trabajando puedes leer todo lo que quieras de mi mente, incluso mis peores traumas si eso te hace feliz, pero en el tiempo libre no. Por favor.

—Trato.

—De acuerdo, ahora ve a tomar una ducha y arréglate porque tenemos que salir.

—No quiero ir a casa de tu madre.

—¡Debiste haberlo pensado cuando me tiraste ese comentario inapropiado! —exclamé—. Y ya habíamos hablado de eso ayer, ¿no te acuerdas?

Ian se me quedó mirando.
Agarré su muñeca y mirándolo fijamente a los ojos pensé en ese momento.

Los dos trabajitos tendrán que ser pesados si quieres descansar dos días. Y los otros dos días de descanso me darás dopamina.
—Hecho. Pero también tendremos pasatiempos de humanos.
—¿Cómo que?
—Ir a ver a mi familia.
—Pan comido.

Pestañeé dos veces sintiéndome extraña.
¿Realmente se lo había mostrado? Cada cosa nueva me descolocaba. Solté a Ian y éste entornó los ojos como era su costumbre.

—Descuida, no te presentaré como mi novio —añadí. Él levantó una ceja y puso su mano en mi muñeca esta vez mirándome fijamente.

—No creas que esto es oficial, no te presentaré como mi novio.
—Cambiarás de opinión, ya verás.
—Te tienes tanta confianza.
—¡Soy el Diablo, bebé!

Reí.
Por la boca muere el pez dicen por ahí.
No tenía otra opción que presentarlo como mi novio, aquella tía nos había oído y además quería que lo llevara a la cena.
—Te llevaré a casa con mamá.

Me puse de pie y empujé a Ian al baño.
Éste se metió ahí y se desvistió delante de mí, rápidamente le llevé una toalla para que se pusiera en el cuerpo a la hora de salir.
Me volví a sentar en la posición en la que me encontraba y esperé a que tomara su ducha. Podía ver el vapor salir por la ducha y llegar hasta la cama.
No se estaba duchando con agua caliente así que debí suponer que el vapor era de su cuerpo. El pensamiento de que posiblemente ese fuese su castigo por subir a la tierra apareció en mi cabeza... ¿pero que castigo estaría pagando? ¿un castigo que él mismo se había impuesto? ¿o simplemente le gustaba el agua fría porque abajo era muy caluroso?

Este demonio me tiene con preguntas todo el día.

Lo miré al igual que un gato en silencio a los pies de la cama. En eso, mi cabeza me volvió a recordar a Arthur y lo mal que me sentía por haberle hecho daño.
Lo mal que me sentía por no poder llevarlo a casa de mi madre en vez de a Ian.

Una situación imaginaria pasó por mi cabeza de lo bien que se hubiera llevado con mi madre, de lo divertido que hubiera sido con mis primas y de lo picaresco que hubiera sido con mi tía. El hombre perfecto. El hombre que me amaba. El hombre que hizo todo lo posible para que los dos pudiésemos tocarnos.

Dudaba constantemente si Ian realmente lo hacía o solo me usaba para sus trabajos sucios. O quizás, solo se quería divertir conmigo. Me tenía en constante incertidumbre.

—Estoy listo —dijo al estar parado de pie junto a mi. Parpadeé y mis ojos miraban su toalla—. Sal de mi vista ahora mismo —ordenó y con dos de sus dedos apretó uno de mis pezones, tirándolo un poquito. Éste reaccionó inmediatamente.

Le pegué en la mano con una risa coqueta y me metí al baño con una toalla. Abrí la ducha en lo más caliente que se pudiera y me bañé despejando mis pensamientos.
Al salir, vi a Ian sentado en mi lugar, ya vestido y listo para la ocasión.

Hice lo mismo.
Pero tomé mi ropa y me vestí en el baño.
Me puse un vestido negro, pantimedias del mismo color casi transparentes, unas botas y una chaqueta de mezclilla. Mi cabello lo dejé suelto.
Salí nuevamente e Ian me sonrío un poquito.
—¿Nos vamos? —preguntó.

—Vamos a tener que poner algunas reglas.

—¿Reglas?

—Si, mi familia es... ¡hay una razón por la que no las veo y las evito, Ian! así que éstas son las reglas —lo mire con seriedad, yo misma me interrumpía—. No puedes ser coqueto con nadie, no puedes amenazar a nadie, no puedes manosearme y definitivamente no puedes asesinar a nadie... —enumeré—. Bueno, quizás a mi prima Aisha, pero a nadie más —lo señalé.

—No puedo prometer nada cuando se trata de tu madre, siento que es tan incrédula como tú —levantó los hombros—. Sin ofender. Me refiero a que es una mujer muy linda e inocente. Y la mujer que te llamó suena realmente agradable —finalizó con una sonrisa.

—¿Y si te dejo encerrado en el baño diciendo que tienes un problema al estómago? Te dejo agua y comida.

—¡Oye, no soy un cachorro! 

—Pero podrías, si quisieras.

Él simplemente levantó una ceja.
"Ay Edith lo hubieras amenazado con exorcizarlo y así te evitaba todo esto que tú misma provocaste"

—No puedes y lo sabes —me miró con burla.

—No me provoques. Puede que no sirva pero te mantendrá lejos hasta que termine la visita.

Se puso de pie, lo detuve y lo volví a sentar.
Agarré su rostro en ambas manos y cerré los ojos, me lo idealicé sin barba y con el cabello más corto. Al abrir los ojos se veía como lo deseaba.
—Ahora si, vamos.

Me dio la mano y salimos de casa.
Durante el camino todo fue silencioso, mi ansiedad estaba a tope, toda la situación me estaba sobrepasando y realmente quería escapar de la situación.

—Edith, ya llegamos —dio un apretón en mi muslo.

Asentí y salimos del auto, ni siquiera pude llegar a la puerta cuando mi atolondrada tía ya me tenía entre sus brazos desesperada por saber todo lo que estaba sucediendo en mi vida.

—Hasta que te dejas ver —dijo al separarse de mi—. ¿Cómo va tu vida sexual?

—¡Tia! —la mire con reproche.
Al parecer estaba ahogada por saberlo.

Uy... yo creo que te va muy bien —miro a Ian detrás de mi—. Hola, cariño.

—Hola, dulce —le guiñó el ojo en respuesta.
Faltaba más.

Por suerte. La señora se puso nerviosa, su rostro se puso rojo y yo reí.

—Bueno, bueno, entremos antes de que te lo robe y me lo folle frente a los vecinos —comentó como si fuese lo más normal de la vida y me arrastró con ella.

Escuché la risa de Ian.
El día iba a ser realmente largo.

Di unos pasos dentro de la casa, mi tía gritó el nombre de mi madre y ella apareció al encuentro. Sus ojos brillaron, me dio un abrazo muy fuerte y no me soltó luego de varios segundos sin dejar de decir lo hermosa que me encontraba.

Al soltarme miró a Ian y no tuve la necesidad de presentarlos, ella se acercó, agarró su rostro con ambas manos y le hizo unos cumplidos como si ya fuese de la familia. Debo admitir que los ojos de Ian también brillaron, como una mascota, literal. Estaba embelesado. 
Ellos hablaban pero yo solo los miraba.
Y pensaba en Arthur, maldita sea.
Todo hubiera sido diferente, quizás... incluso no tendría miedos de que fuese a decir algo inapropiado.
Debería sentir odio por Ian por hacer que me olvidara de Arthur y los sentimientos que cargaba mucho tiempo por él, pero no lo tengo. Solo culpa.

—Diste en el blanco, Edith —comentó mi madre—.  Es un amor.

En ese momento Ian me miró con una sonrisa triunfante. Como si realmente fuese un hombre y no un espécimen del bajo mundo.

—Eso mismo pensaba yo —añadió mi tía mientras mi madre se acercaba y ambas desaparecían por el pasillo hasta la cocina. Las seguí.

Ahí estaban mis tres primas charlando en la cocina.
Una encima de la isla y las otras dos de pie a ella riéndose de lo que la mayor les estaba contando.
Me acerqué e Ian se quedó parado en la entrada.
Al darse cuenta de mi presencia, la mayor chilló y se acercó a abrazarme. Rápidamente la siguieron las otras dos bordeándome con abrazos, ¿qué estaba pasando?

Ay, Edith... por fin traes un hombre a casa —me susurró en el oído—. Ya estábamos dudando de tu sexualidad.

—¿Disculpa? —pregunté corriéndolas un poco. Aisha, por supuesto.

—Edith, no te lo tomes personal —respondió otra dándome un pequeño empujón. Era la hermana del medio, Tatesha; era la más consciente, sabía cuando evitar rivalidades. Pero cuando quería ser una perra lo conseguía en su totalidad.

Y la última, pero no menos importante, se llamaba Sasha. No era de hablar, ella hacía comentarios o respondía en los momentos adecuados y solamente cuando se lo pedían. Pero no se dejen engañar, siempre dicen que las calladitas son las peores.

¿Cómo no me lo voy a tomar personal? Si me lo dijo a mí. Si hubiera sido un comentario al aire finjo que no lo he escuchado —le dije mirándola a ella. Luego miré a Aisha nuevamente.

—Tú sabes que no es sutil para decir las cosas —insistió—, déjala, necesita atención.

—¡Tatesha! —exclamó mirándola con súplica.

—Bueno, da igual —pasé una mano por mi frente y con la otra las alejé de mí—. Les presento a Ian, él será parte de la cena de esta noche.

Las tres chillaron al unísono.
Miré a mi madre junto a mi tía y se les quedaron mirando, a lo que mi tía les gritó:
—¡Muchachas, tomen lo que hay en la isla y llévenlo a la mesa, hagan algo en vez de estar chismeando ahí!

Hicieron caso.
Cuando desaparecieron por el pasillo me acerqué a Ian, le puse un dedo en frente mirándolo fijamente a los ojos y le dije mentalmente:
Ni te atrevas a coquetear con estas tres, porque ellas no lo dudan y se lanzan. No, no, puedes hacer lo que quieras con ellas fuera de la casa, siempre y cuando les borres la memoria después.

Ian tomó mi dedo y con una mirada lasciva me respondió:
¿Por qué crees que yo querría las manzanas que se cayeron del árbol cuando puedo estirar el brazo y arrancar una yo mismo? Arrancar la más roja y apetitosa, apretarla con mis dedos, hacer que su jugo se derrame por mi mano y beber hasta la última gota.
Pasó su lengua por su labio inferior y luego lo mordió a la misma vez que me jalaba del dedo más cerca de su cuerpo.
Maldita sea, mis piernas temblaron.

A lo lejos se escuchó un plato romperse.
Me giré y ahí estaba mi tía mirándonos mientras mi madre la reprochaba.
Reaccionó a los segundos, dando una explicación poco creíble ante los actos que Ian había realizado.
Fui por la escoba, Ian la tomó y limpió.

—¡Este hombre se merece el cielo! —exclamó Aisha entrando en la cocina de nuevo justo en el momento que Ian hacía su buena acción del día.
¡Ahí vamos otra vez, joder!

—¿Cierto? Es un pan de Dios —le secundó mi tía aún mirándolo. Mi madre solo me miraba con una risita. Se la devolví encogiéndome de hombros.
Y eso que él no ha dicho ni una sola palabra.

Salieron de la cocina, fingí que debía sacar algo del refrigerador y antes de que mi madre saliera, la intercepté.
—Mamá, ¿qué es todo esto? —le pregunté agarrándola del brazo preocupada—. ¿Tú aceptaste que la cena fuese acá o ella llegó y se adueñó como siempre? olvídalo... la pregunta fue obvia.

—Cariño, ella ofreció una cena, lo vi como un lindo gesto... pero no creí que fuese acá —excusó con una risita avergonzada—. Yo te iba a llamar, no pensé que ella lo haría primero.

Suspiré.
—No es tú culpa, tú no tienes la culpa de nada. Solo... por favor, por favor, ayúdame a evitar que ella cuente la historia del porqué sus tres hijas tienen la terminación de «sh» en sus nombres.

—Lo intentaremos juntas —agarró mis manos mirándome a los ojos. Ian tenía razón, era tan linda e inocente... ¿sería que yo me veía igual que ella y así era como él me veía? ¿Y le gustaba?

Asentí con la cabeza y ambas salimos de ahí como si nada hubiera pasado. Tomamos asiento en los lugares que habían quedado vacíos; mi madre quedó a la cabecera y yo a su lado junto a Ian. Él apretó mi muslo. Lo miré y me sonrió. Eso confirmaba lo que pensaba y me gustaba.

Miré al frente nuevamente y las mujeres en la mesa se servían en sus platos los manjares que habían frente a ellas. Las miré como reían, comían y bebían.
Miré a mi madre más tranquila.

—A todo esto, acabo de caer en cuenta —habló Ian sirviendo mi copa de vino y la suya—. Las tres muchachas se llaman: Aisha, Tatesha y Sasha... ¿a Que se debe el gusto por la terminación «sh»? ¿Algo en particular o simplemente casualidad? —preguntó mirando con una sonrisa a cada una.
Mi cabeza giró muy veloz a mi madre, ella se encogió de hombros otra vez. No habíamos contado con que Ian preguntaría lo tan temido, dando así, el pie para que la tía sin pelos en la lengua se entusiasmara.

Ella cortó la carne de su plato dando una fuerte risotada.
—Tía, por favor... no creo que sea el momento para contar esa historia —hablé yo con una pequeña risa escondiendo mi incomodidad y llevando la copa a mis labios—. Es tu momento, enfoquémonos en eso y no lo arruinemos con una historia sin sentido. ¿Se puede?

—Por favor, Edith... solo es una historia, nada pasará —me respondió Aisha. Siempre hacía eso.

—Mira... ¿cómo te llamas, guapo? —preguntó la señora.

—Ian —respondió él—, Ian Bohen.

—¿Y tu edad?

—Cuarenta y cuatro.

Ay, estás para mi —respondió llevando sus manos a su pecho—. Yo tengo cuarenta. ¿Qué haces con Edith si es tan joven?

Las hermanas carcajearon.
En sus miradas vi el pensamiento:
"Porque es más joven, se tiene más diversión con las jovencitas". Me mordí la lengua. Esta era una pesadilla que había bloqueado hace muchos años.

Ian carraspeó mirando su copa con humor, soltó una risita pequeña y sonrió. Se venía una de sus respuestas, se venía, se venía. Lo miré expectante.
—¿Estoy para ti? Cariño, jamás lo estaría porque sencillamente no sabrías como manejarme —la miró a los ojos—. Además, no perdería mi tiempo en algo viejo y usado; mi nena aquí, es joven como bien lo dijiste y lo más importante, esa inocencia se refleja en los lindos ojos de ciervo asustado.

La habitación se quedó en silencio.
Todas miraban a Ian con la boca abierta y la señora se echó hacia atrás.
Miré a mi madre, ella moduló con su boca un: "este si me gusta, la dejó callada". Era la segunda vez que Ian abría la boca y hacía un desmadre.

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