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Capítulo 13.

(RECOMENDACIÓN: mira el video y entiende la canción antes de leer el capítulo a continuación. En algún punto del capítulo lo necesitarás)

La tristeza del Diablo.

¿Qué?
¿Había dicho eso?
¡Ian es increíble! Y no en el buen sentido.
Tosí. Eso me había tomado por sorpresa y me había ahogado con mi propia saliva.
Hubiera pasado desapercibido si hubiera dicho eso con un tono más normal, ¡no sensual de la manera en que lo hizo!

—Tío Ian, tú... ¿no estabas revisando algunos papeles? —pregunté mirándolo.

—En seguida voy cariño, aún no me has presentado a tu amigo —respondió extendiendo la mano. Arthur se acercó y se la estrechó diciéndole su nombre. Ian asintió—. Si quieren toman asiento y charlan mientras yo reviso algunos papeles —repitió lo que yo había dicho pero con una pésima actitud escondida.

—Gracias —dijo Arthur.
Me miró y yo le hice un movimiento de cabeza para que nos acercáramos al sofá que hace poco nos habíamos estado comiendo Ian y yo.
Nos sentamos, yo dándole la espalda a Ian y mi amigo presente al otro lado. Nos giramos para quedar frente a frente y Arthur acarició mi rodilla suspirando, sentí lo tranquillo que se encontraba en este momento. Sentí incluso como latía su corazón, lo triste era que yo... ya no sentía lo mismo.
—¿Cómo has estado? —preguntó.

—Bien, si, he estado estresada pero nada que no pueda solucionarse —confesé haciendo una mueca seguido de una sonrisa—. ¿Qué hay de ti? ¿Cómo te fue con Melody? —pregunté de vuelta para que no se enfocara en mi.

—Aquella noche conversamos bastante —respondió—. Es una chica muy simpática, cariñosa y con un buen sentido del humor.

"Simpática, cariñosa... buen sentido del humor"
Esa descripción la recordaba muy bien.

—Me alegro muchísimo que lo hayas hecho —sonreí—. Serás el amigo que tanto necesita esa chica.

—De hecho, me invitó a salir —contó con asombro. Reí y acaricié su mano en mi rodilla—. Pero le pediré que vayamos lento, porque de verdad que no estoy interesado en conocer a alguien en estos momentos... —me miró a los ojos. Yo sabía lo que eso significaba. Le sonreí de lado desviando la mirada. Si hubiera sido la Edith de hace unos días en que se le aceleraba el corazón por absolutamente todo lo que él hacía estaría fascinada por su respuesta, lástima que ésta no es una historia de amor entre dos seres humanos.

—Siempre has sido el hombre perfecto que toda mujer debería tener en su vida —le dije como respuesta para cambiar el tema—. Me alegra que estés en la mía.

—Eres tan dulce cuando te lo propones —rió. Le di un pequeño empujón con la pierna en que los dos teníamos nuestra mano—. A todo esto, ¿que has sabido de tu mejor amiga?

—Oh, ¿te conté lo que había sucedido cierto? —pregunté mirando hacia arriba para recordar—. ¿Que se había enfadado conmigo?

—Si.

—Bueno, hoy fui a buscarla a su casa... no estaba así que rompí una ventana para poder entrar.

—¡Edith! —me reprochó.

—¿Qué? Ella no contestaba mis llamadas, ni mis mensajes, me tocaba tener que entrar a la fuerza. Y créeme que fue lo correcto porque en la mesa de la sala se encontraba una nota diciendo que se había marchado sin avisarle a nadie pero que me quería y que no me preocupara. ¿Sabes lo extraño que es eso?

Arthur lo pensó.
—Bueno, espero que no te molestes que te lo diga así, pero... ¿no es ella de esa manera? Digo, ¿algo no sale como quiere y desaparece culpando al mundo? —preguntó arrugando el entrecejo.

—Mm... —hice un sonido con los labios y miré un punto fijo de la casa pensando. Tenía razón—. Pero entonces, aclárame algo, ¿por qué cuando Jacko llamó a la casa de los padres de Anna ella contestó y le permitió ir a verla?

—A veces una mujer necesita el apoyo de su pareja a diferencia de su mejor amiga o amigo.

—¡Bah! —exclamé—. No justifiques lo injustificable. ¡Lleva más años de amistad conmigo que el tiempo en pareja con Jacko! No puede sobreponer su calentura ante nuestra hermandad.

—Estas son las instancias en que debes pensar con claridad Edith y replantearte la dependencia emocional que tienes hacia ella. Si de verdad quieres seguir con eso o mejorar como persona y depender únicamente de ti, de nadie más que de ti.

Bajé la mirada.
No me gustaba que me hablara así pero era la única verdad. Arthur siempre me decía la verdad sin esconderla en palabras bonitas.

—No te sientas mal... —dijo moviendo su pulgar encima de mi rodilla con cariño—. Todos hemos pasado por alguna dependencia emocional a lo largo de nuestras vidas, duele, claro que duele soltar. Pero a la larga te das cuenta que vale la pena.

—No, lo siento, pero seguiré pensando que Jacko tiene que ver en todo esto. Algo le hizo él para que ella esté así ahora —renegué—. Ella jamás dejaba de hablarme de un día para el otro como si nunca nos hubiéramos conocido. Jacko le tuvo que haber hecho algo porque cuando me dijo que él me llevaría a verla sentí su tono de voz diferente, como posesivo.

—Entonces tranquila, apenas él se comunique contigo otra vez, iremos juntos, ¿te parece? Yo te acompaño y hago lo mismo que estoy haciendo ahora, conteniéndote.

—Está bien —asentí—. Te darás cuenta que estás equivocado.

Arthur rió suave y acercó su cabeza a la mía, dejó un beso encima de mi cabello con mucho cariño. Como si fuese una niña pequeña.
—¿Cuáles son los planes para hoy? —pregunté aún en esa posición.

—No lo sé, ¿quieres ir por un café? —preguntó de vuelta. Me alejé un poco de su cabeza.

—Me gustaría, pero... ¿tú no trabajas? Desde el día que fuimos a la Ópera que no te he escuchado hablar sobre el trabajo.

—He encontrado un trabajo mejor, en lo que estudié.

—¿Ah, si? Señor arquitecto, ¿usted encontró trabajo en eso? —pregunté con un poco de burla. Arthur asintió con la cara llena de risa—. Me alegro muchísimo por eso, Arthur. ¡Es que eres una persona tan genial! —dije efusiva.

—No es para tanto, Edith —respondió—. Quiero pasar tiempo contigo, ¿cuánto crees que demores aquí? —preguntó cambiando de tema.

—No lo sé, yo... —respondí vagamente.
Giré mi cabeza y miré a Ian ordenando papeles en su escritorio y firmando unos cuantos con un bolígrafo rojo—. Tenemos muchos temas que ver, él... llegó hace poco y pues... el tema con mi familia es tabú... tenemos que mejorar eso —divagué. ¿No podía ser más obvia?

—No creo que tarden más de media hora, ¿o si?

—No, supongo que no... —mentí. Ugh, no puedo dejar de mentir.

—¿Te espero?

—No, Arthur... de verdad, gracias por la preocupación pero en estos momentos las cosas están complicadas y prefiero no meterte en este problema.

—Edith, tú jamás serás un problema para mi —dijo agarrando mi barbilla y acercando su rostro—. Entiéndelo.

Me sentía muy incómoda.
Tanto porque él no se merecía eso y porque tenía algo tan fuerte con Ian que ya no podía escapar y no quería hacerlo.
Debía buscar la manera de decirle a Arthur que lo nuestro ya no va hacia ningún lado. Pero no podía decirle: "Estoy enamorada del Demonio, me cogí al puto Demonio a mi antojo y ahora solo deseo estar con él". No, se alejaría de mi y me tomaría por loca. O peor aún, él se volvería loco...

Escuché a Ian suspirar y sentí sus pisadas venir hacia nosotros.

—Muy bien hijo, hora de irte a tu casa —habló mientras caminaba a nosotros, no tan lejos.
Llegó a mi lado, lo miré y éste me tomó de la mano separándome de Arthur suavemente hasta ponerme detrás de su cuerpo.

—¿Que? —preguntó parpadeando un par de veces sin creerlo—. ¿Edith? —preguntó otra vez mirándome, esperando a que yo dijera lo contrario.

—Yo, lo... lo lamento Arthur —murmuré y pegué mi frente al brazo de Ian. Me sentía estúpida, era la salida más cobarde que había hecho en toda mi aburrida vida.

—No me voy a ir —dijo y se puso de pie—. Edith, tú y yo tenemos cosas de que hablar todavía...

—Tu te vas ahora o te destripo para que comprendas que eres un intruso —amenazó Ian. La culpa me carcomía, quería llorar, quería frenar todo esto pero mi cuerpo no se movía. ¡Maldita cobarde!

Froté mi frente en el brazo de Ian buscando consuelo, buscando la solución, esperando que todo estuviera como antes. Pero lo único que eso hizo fue que el aroma de Ian se metiera en mi nariz y recorriera todo mi cuerpo con un efecto embriagante, excitante.

Me quedé con los ojos cerrados, esperando que todo pasara. Escuché las pisadas de Arthur alejarse de nosotros y a Ian darse vuelta en dirección a mi.
—¿Estás bien? —preguntó agarrando mi cabeza a ambos lados. Comencé a ver borroso, quería llorar.

—No, recurrí a la manera más baja de alejar a una persona que me quiere, ¡después de todo no soy mejor que Anna! —exclamé.

—Edith, basta.

—¡Tengo que salir a hablar con él, lo quiero demasiado como para perderlo de esta manera tan baja! —grité y solté sus manos con brusquedad. Miré a Ian mientras me alejaba de él. Su mirada era indescifrable.

Llegué a la puerta, Arthur no iba muy lejos.
—¡Arthur! —grité. Él se giró a mi y esperó a que yo le dijera algo, su mirada me lo demostraba—. ¡Lo siento!

—¿Lo sientes por qué? —preguntó acercándose—. ¿Por haberme dejado como un idiota ahí, dos contra uno? ¿O por haber elegido a un tipo que claramente no es tu familia?

—Y-Yo... —tartamudeé.

—Edith, ese hombre tiene casi la misma edad que yo... ¿como pudiste creer que yo te lo creería? —preguntó pasando una mano por su rostro. Suspiró—. No me molesta que te estés acostando con él, no me molesta que hayas recurrido a él ante algo que yo no podía darte. No te culpo, ni siquiera por eso te puedo llegar a odiar... —explicó mirándome a los ojos de cerca—. Lo que me molesta y me hace llegar a odiarte es el hecho de que no hayas esperado siquiera un día para hacerlo o por el simple hecho de que estés sintiendo cosas por él en tan poco tiempo. Si, eso es lo que realmente me molesta y me hace odiarte de una manera terrible —dijo apretando los dientes, observé sus ojos cristalizados—. Que el sexo sea tan importante para ti que puedes olvidarme en cuestión de segundos.

—No es así Arthur, no es así... —sollocé, quería contarle todo—. ¡Si tan solo no te hubieras ido esa noche, si tan solo te hubieras quedado a dormir conmigo y lo hubiéramos intentado como debíamos!

—Ya no podemos seguir viviendo de los "hubiéramos", Edith —dijo en respuesta—. Porque no lo decidimos así y no podemos dar marcha atrás en el tiempo.

—No, por desgracia no podemos —limpié mi mejilla con mi mano tirando esas lagrimas al piso como se lo merecían.

Arthur levantó la mano con ganas de querer seguir hablando pero no lo hizo y a su vez, usó aquella mano para limpiar su mejilla también. Se dio media vuelta y se alejó. Lo miré y luego volví a entrar a casa cerrando detrás de mi, Ian me miraba de la misma manera que antes.

—Lo perdí Ian, lo perdí —dije con una sonrisa falsa abriendo los brazos en resignación. Al instante lloré tapándome la boca, Ian corrió a mi y me cargó en brazos como siempre. Me aferré a su cuello y sollocé. Él sobaba mi espalda con una mano y con la otra sujetaba una de mis piernas.

—Lo... Lo lamento.

—No, no es tu culpa... —susurré—. Tú solo... notaste lo incómoda que me encontraba y quisiste ayudar, pero tus métodos no son los mejores. No puedo culparte por ello. Me culpo a mi misma por no haber respetado sus sentimientos... por haberlo cambiado de un día al otro. Él tenía razón... soy la peor —me sinceré—. No soy mejor que Anna.

—Deja a Anna fuera de todo esto, no puedes compararte con una mujer como ella. Tú eres completamente diferente, escúchame bien —dijo alejándome un poco de su cuerpo—. No hay margen de comparación, tú eres única, tienes un corazón que no había escuchado latir ni sentir desde hace más de doscientos años. Eres muy especial y no lo digo yo, lo dice tu alma.

Limpié mis mejillas mirándolo a los ojos.
—De acuerdo, tengo una historia que contarte... —dijo caminando hasta el sofá donde nos encontrábamos al llegar a casa. Se sentó y tomó mis manos, las posicionó en su pecho, exactamente en la parte donde debería tener un corazón. Con la otra mano levantó mi barbilla para que lo mirara a los ojos. Lo hice y él asintió—. Pero te la puedo cantar, ¿quieres escucharme cantar? —preguntó bajando las cejas como perrito triste, sintiendo empatía por mi. Asentí—. «Soy la luz que trae la sombra... el hijo de la Aurora detrás de las noches oscuras... guardián de los misterios, estrella de la mañana, rey de los Querubines. Yo soy Lucifer —cantó. Tenía una voz preciosa, me sorprendí—. ¡A quien le importa la tristeza del diablo! No, yo no soy... el que les hacen creer»... ¿te gusta? —preguntó acariciando mis manos.

—¿Quién... —carraspeé—. Quién te la enseñó?

—Una señorita francesa, hace un par de años atrás... la había hecho para mi, me la dedicó y hasta el día de hoy no la he olvidado —explicó.

—¿Me cantas un poco más? —pedí. Ian asintió.

«Yo soy el arte y el saber... soy el día y la oscuridad... protector y tentador... el que hace latir tu corazón —cantó y una de sus manos tocó mi corazón. Sonreí—... Les hablé de amor, ustedes solo oyeron «seducción». Les mostré lo hermoso y se volvió su única obsesión. Yo quería simplemente dar un sentido a sus vidas y a pesar de sus premoniciones por ustedes desobedecí. Como castigo... me llaman... Satanás. Satanás. —hizo una pausa—. ¡A quien le importa la tristeza del diablo! No, yo no soy... el que les hacen creer —cerró los ojos—. ¡A quien le importa la tristeza del diablo! No, yo no soy... el que les hacen creer».

Se quedó callado, ahí entendí que la canción había acabado. Sonreí, las lagrimas se habían secado y la pena en mi corazón había cesado. Ian volvió a mirarme. Agarré su rostro con ambas manos y lo besé. Lo besé de la misma manera que lo había hecho cuando nos sentamos aquí por primera vez. Sus labios suaves y su lengua caliente seguían los movimientos de los míos.
Metió sus manos por debajo de mi camiseta para así poder acariciar mejor mi espalda. Mi piel se erizó.
Por primera vez nos estábamos entendiendo. Me había mostrado al menos un poco de empatía al calmar mi tristeza.

Me mostraste lo hermoso y se volvió mi única obsesión... —le susurré en los labios. Ian sonrió dándome esa mirada intensa que sabía muy bien lo que significaba. Deseaba que este momento nunca acabara, por más falso —debido al poder que él tiene sobre los seres humanos— que éste fuera. Se sentía ran verdadero y correspondido.

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