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Capítulo 11.

Incubo.
+18
(Desde aquí en adelante contiene lenguaje blasfemo)

—Eres un incubo, ¿verdad? —pregunté.
Esto era algo sacado de una película, algo fuera de la realidad y no podía seguir guardándolo. Ya mis cicatrices eran algo fuera de lo común. Cualquier pregunta y respuesta no debería ser extraña.

Además, ignoré su saludo. Como si fuésemos amigos de toda la vida me estaba tratando, como amigos que se juntan solo para tirar.

—Ustedes los seres humanos y su mala costumbre de hacer acusaciones sin tener la información asegurada —respondió parándose derecho—. No me llames incubo porque no soy injuto, ni estoy lleno de pelo ni tengo el pene frío —explicó.

—Pero hay incubos que se adaptan a las necesidades de la mujer que desean poseer.

—Pero los íncubos tienen relaciones sexuales con mujeres dormidas, por favor, no me compares con esa especie asquerosa e inferior —pidió con una risa irónica—. Ya te dije, no me llames incubo, soy el Demonio. Tuviste sexo con el mismo al que todos invocan por deseos banales, al que todos acuden en sus momentos de desesperación y le piden tratos los cuales saben que yo siempre salgo ganando —confesó su secreto, seguido de una sonrisa—. Un gusto.

Me eché para atrás y me cubrí lentamente los pechos con las manos recordando lo que había sucedido horas atrás. Estaba petrificada. ¿Cómo pude permitir que eso sucediera? Era muy lógico.

—Puedo ver a través de tu ropa, no hay necesidad querida —dijo haciendo un gesto con la mano para que me quitara las manos de ahí.

—¿Por qué me buscaste?

—No cariño, tú me buscaste a mí y yo acudí a tus necesidades —me dijo con la mirada sería—. Además, no te hice nada que tú no quisieras, te hice todo lo que estaba en tu cabeza y eso que me faltó saciar tu placer.

Sentí mi cara arder.
—Y no te sientas avergonzada que yo puedo leer lo que piensas, no olvides quien soy... —recordó—. Y me llamo Ian aquí en la tierra porque a ti te gusta el nombre.

Me quedé pensando.
Claro, al decir eso me hizo entender que me había investigado y sabía todo lo que me gustaba. Era el tipo de hombre que me gustaba, tenía todo físicamente.

—No, ¿sabes? —moví la cabeza a ambos lados—. No sé porque vine aquí si no tengo nada que decirte, más que te alejes de mi y no vuelvas a meterte en mi casa —dije apuntándolo con el dedo en tono de amenaza.

—Mientes.

—Deja de decir lo que realmente siento —advertí—. Quizás tengas razón pero estoy diciendo lo que es mejor para mí.

—No, tú no sabes lo que es mejor para ti.

—Basta, mierda... —dije con los dientes apretados.

—Eso, enójate y dime lo que sientes.

—No, tú solo estas buscando que te grite y me llene de malos pensamientos, de veneno porque eres la maldad en persona. Pero te diré algo que nadie te ha dicho y quizás no te duela ni te haga cosquillas —dije decidida sin saber porque estaba reaccionando tan pasivamente—. Me alegro que Dios te haya desterrado del cielo y se quedara con todo lo que amabas, me alegro que lo quieran más a él que a ti. Tú simplemente eres una leyenda que nadie cree en estos tiempos.

—Cariño, yo hice que ustedes pensaran que el Diablo es un mito y así conseguir que hicieran cosas malas para traerme de vuelta. dios es un niño que prohíbe todo lo divertido, un niño mimado. ¿Tú crees que a dios le gustó que nos aparearamos como animales? Claro que no, él sólo aprueba el apareamiento para procrear, deberías darme las gracias porque yo cree el preservativo.

Di una risa nasal levantando los brazos como si fuese imposible. Era obvio, era el Diablo, no lo vencería con nada.

Caminé a él y me acerqué más a su rostro, le dije:
—Púdrete.
Ian no dijo nada, asintió solamente.
Me miró de los ojos y luego hacia abajo buscando que decir.

—Linda camiseta, ciervo de dios —comentó ignorando mi palabra. Su expresión me daba a entender que le había dolido lo que le había dicho. Curioso. Una palabra tan pequeña—. Sé muy bien porque te pusiste esa camiseta; quieres ser mi Sugar Baby tanto como yo quiero ser tu Sugar Daddy. Si, conozco esos términos por si te sientes impresionada. Estas tierras son mías, a diferencia de tu dios que no baja ni por si acaso.

Me cubrí con la chaqueta.
No le dije nada más y me di la vuelta, caminé a la salida. Lo único que sabía era atacar.

Caminé a pasos apresurados hasta llegar de vuelta a casa, me despojé de mi ropa con todo el calor y el coraje que traía, me puse el pijama y me acosté.
En mi cabeza daba vueltas una y otra vez lo que había dicho. No me lo podía sacar de la cabeza, su cuerpo y todo de él seguía grabado en mi memoria.
Lo tenía tan vivido como la escena de una película.

—¡Déjame tranquila! —exclamé tapando mis ojos con ambas manos. Él tenía razón en todo, me encontraba deseosa e incontrolable.
Pero también... me di cuenta que él me estaba plantando esos recuerdos en la memoria—. ¡Sal de mi cabeza!

Me cubrí con las mantas hasta la cabeza y me repetí mentalmente una y otra vez que saliera de mi cabeza. No funcionaba, entre más lo decía más imágenes de ese momento aparecían como flashback.

De repente, su risa se escuchó en la habitación. Me quedé congelada, cubierta por las mantas como si fuesen a salvarme de los monstruos. Me quedé callada, respirando por la boca, asustada.
Escuché la voz de él decir en inglés: «Liar, liar, pants on fire» cómo un mantra.

Me levanté de un salto y caminé al baño totalmente frustrada. Mi cuerpo estaba en llamas, por más que mojara mis manos y las pasara por mi cuerpo éstas seguían ardiendo. Era una pesadilla. Y más aún al sentir que cada vez se acercaba más.

—¡Despierta, despierta, despierta! —grité con la cabeza hundida en el lavamanos. Otra vez me sentía como la vez que descubrí las cicatrices, todo este nuevo sentimiento y miedo. Me tiré agua en la cara sin importar que todo lo demás se mojara, debajo de mis pies había hecho una posa nuevamente. Ese momento se repetía y no podía impedirlo.

Levanté la cabeza y miré mi reflejo en el espejo. Ahí se encontraba Ian, detrás de mí, sonriendome como la vez que lo vi en la entrada de la casa. Me guiñó un ojo.

—¡Ya lárgate! —grité al espejo y con el vaso donde dejaba mi cepillo dental rompí el espejo en un acto desesperado. Sabía que así no me liberaría de él pero al menos lo dejaría de ver.

Los cristales rotos cayeron sobre el lavamanos y parte del suelo. Respiré angustiada, miré a todos lados en busca de Ian pero seguía estando sola, estaba jugando con mi cabeza. ¡Por qué me tenía que pasar esto a mi!

Me dejé caer al suelo de rodillas sobre los cristales, me jalé del cabello con tanta fuerza que ya no me dolía. Mi frustración y mi ansiedad eran más grande.
Me quedé en silencio mirando el piso y con el rabillo del ojo izquierdo miré como unas botas militares de hombre caminaban en mi dirección. No hice nada. Se detuvo junto a mi y a los segundos se agachó a mi altura.

—Deja de negarlo Edith, entre más tiempo lo hagas, más vas a sufrir.

—¿Es real? ¿Estás aquí? —pregunté en susurro porque la voz no me daba para más. Ian agarró mi cabello y me hizo mirarlo, juntó sus labios con los míos. Su lengua se movía por mí boca desesperada como si una serpiente estuviera buscando la salida de algo desconocido.

Me soltó despacio y se quedó un par de segundos más con mi labio inferior. Mis ojos se mantuvieron cerrados esperando que todo acabara.

—Me deseas —dijo después de soltarme.
Abrí los ojos de golpe y en un acto reflejo le di un golpe con mi cabeza en toda la nariz.
No se quejó. Es más, gruñó.
Se paró, me dejó delante del lavamanos con las manos pegadas en el y se posicionó detrás de mí haciendo que sintiera su masculinidad.

El espejo estaba arreglado y más limpio de lo que yo lo tenía. De repente, de mi nariz se deslizó un líquido rojo hasta llegar a mis labios, al instante no pensé de que se trataba pero luego recordé que yo sangraba. Sentía como el líquido bajaba y a su vez como mi ropa interior se mojaba, no sabía si se trataba de sus efectos al ser el Diablo o de los míos por el cambio "hormonal" de las cicatrices.

A través del espejo me miró, lamió la punta de sus dedos y llevó su mano a mi parte íntima, hizo a un lado mi ropa interior. Gemí mirando como mis ojos se desorbitaban por el espejo. «Mmm» mi garganta hizo un sonido y mis manos apretaron el lavamanos por lo que su mano me estaba haciendo. Ian me susurró al oído: —¿Quién es tu papi?

No respondí.
Ian movió más rápido sus dedos y mi respiración cambió. A pesar de hacerlo rápido no era brusco ni me estaba haciendo daño, sabía lo que hacía muy bien. Muy bien.
—No escuché —dijo de nuevo.

—¡No eres real! —grité con lo poco que pude—. ¡Padre celestial, tú eres mi Dios, mi creador... Eres la fuente de la que bebe mi alma, eres mi proveedor perfecto y eterno... —susurré con diferentes tonos agudos por la sensación de sus dedos en mis pliegues.

—¡¿Qué?! —exclamó Ian parando el movimiento de sus dedos.

Continué agitada.
Eres mi principio, eres mi fin, tú me liberas de la ilusión y permites que yo...

Ian desapareció.
Respiré agitada.
Miré todo mi entorno, corrí lejos del baño y ya no se encontraba, ni en la habitación ni en ningún escondite como debajo de la cama o el armario.

Me senté a los pies de la cama y suspiré nuevamente. Necesitaba recuperar el aliento.
—Se fue —dije en el silencio de la habitación y una sonrisa se formó en mis labios. No lo entendía, hace nada estaba asusta y a su vez excitada.

Volví a recorrer la casa para estar segura, dejé encendida todas las luces. No estaba.
Ni un rastro de su esencia quedaba en la casa, su olor característico me había abandonado.
El alivio me bajó por el cuerpo.

Agarré el teléfono y le marqué a Anna sin pensarlo dos veces, debía contarle lo sucedido. El teléfono sonó muchas veces y el miedo había vuelto a mi, es más, con solo pensar que le iba a contar mis ojos derramaron lágrimas. Estaba llorando fuerte y el teléfono me mandó a buzón de voz.
No le quise dejar un mensaje así que corté y pensé en Arthur, no podía contarle lo que me había pasado. ¿Qué le iba a decir? Estaba tan excitada por nuestro momento en la Ópera que decidí buscar un ligue en Tinder y resultó ser el Diablo en persona. ¡No, no podía! Pero tampoco quería estar sola después de ese momento paranormal... y sexual.

Me tiré sobre la cama, me cubrí con las mantas hasta la cabeza y me quedé mirando la nada. Ahora no sentía nada, no sentía pena, no sentía miedo, no sentía absolutamente nada. De hecho, ni las cicatrices estaban ardiendo, estaban frías como el mismo polo norte.
Estaba segura que el Diablo volvería a venir por mi, algo dentro de mi me lo decía porque no se quedaba con los brazos cruzados, así que estaría preparada.








Ocho de la mañana y ya estaba despierta, nuevamente mirando la nada. Las luces de la casa seguían encendidas aún cuando afuera hubiera luz natural. No me preocupaba el consumo de electricidad, ya nada podía ser peor.
Estaba desempleada, con muchos gastos encima y sin saber que hacer. Lo único en que pensaba era en que no quería salir de la cama por varios días hasta que todo se calmara.
Saqué el teléfono debajo de la almohada y le marqué a Anna tocando el botón de altavoz.
Buzón de voz, buzón de voz, buzón de voz.

Esto ya me preocupaba, Anna no desaparecía por tanto, ella jamás soltaba el teléfono por más de media hora. Por último dejaba un mensaje para que me calmara. Pero nada.
Me di vuelta en la cama quedando de frente.
Suspiré y me destapé la cabeza un poco, hasta la mitad de la nariz.

En el preciso momento en que suspiraba, la puerta fue tocada. Aquello que siempre me subía y me bajaba por el miedo, recorrió mi cuerpo.
Ignoré el primer golpe pensando que se iría el que estuviera del otro lado, como aquellos religiosos que pasaban casa por casa tocando la puerta para hablarte de la palabra de Dios y al no abrir la puerta estos se iban. Pensé que eso funcionaría.
Quedé varios minutos en silencio, pero nuevamente ese golpeteo.

Me levanté de la cama, a pasos lentos caminé fuera de la habitación, pasé a la cocina por un cuchillo, me lo escondí detrás de la espalda y fui a la puerta. Con la mano temblorosa giré la manilla y abrí lentamente solo asomando mi cabeza.
El alma me volvió al cuerpo, era Arthur.
Me sonreía.
Lo dejé pasar mientras volvía a la cocina y dejaba el cuchillo ahí. Al salir e ir a la sala Arthur ya no me sonreía, le pregunté que sucedía pero él solo se acercó a mi y tomó mi rostro en ambas manos. Sus ojos se cristalizaron.

—¿Tan mal me veo? —pregunté, mi voz sonaba muy ronca y seca. Si, eso estaba muy mal.

—Tienes ojeras y tú camiseta está quemada en todas partes. ¿Qué sucedió anoche, Edith? —preguntó preocupado. Pero yo... no tenía miedo, no sentía absolutamente nada.

—Las cicatrices me trajeron problemas como el primer día que las obtuve... —mentí. El Diablo deberá estar contento porque estaba recurriendo a las mentiras, algo que él amaba—. No me dejaron dormir.

—Ay, Edith —dijo con un tono de preocupación pero a la vez empatía, como si entendiera el sentimiento. Me abrazó por el cuello, mis manos lo abrazaron por la cintura pero ya no era lo mismo. Ya no sentía aquello tan fuerte por él. Me había poseído el Diablo, literalmente, me había hecho suya y eso había cambiado todo dentro de mi.

Todo por andar de cachonda cuando fácilmente podía haberle dicho a Arthur que se quedara por la noche. Mi maldita empatía de mujer al querer que se acercara a Melody.

—Estoy bien —dije alejando su cuerpo de mi. Carraspeé—. ¿Cómo te fue anoche con Melody?

—Bien, bien... conversamos bastante —respondió y se sentó en el sofá—. Es una chica muy simpática, cariñosa y con un buen sentido del humor.

—Eso es bueno —dije sentándome a su lado. De reojo miré mi camiseta, tenía quemada la camiseta como si fuesen arañazos.

—Ahora se quedó cuidando a Vedder, de hecho —comentó con una sonrisa de lado. Me miró y yo lo miré, ambos sabíamos lo que sucedía.
Me acerqué a su cuerpo, recosté mi cabeza en sus piernas mirando hacia el frente. Arthur procedió a acariciar mi cabello lentamente, yo solo lo miraba sin expresión en mi rostro. Cerré los ojos—. ¿Te sangró la nariz?

—¿Mm? —pregunté con un sonido sin abrir los ojos. Sentí sus dedos tocar el borde de mi nariz y limpiar un poco—. Eso parece... —respondí vagamente, ya me quedaba dormida.

—Debes tener más cuidado.

A los minutos me cargó en sus caderas, sus manos sujetaron mis glúteos evitando mis cicatrices para no ser quemado y caminó por el pasillo. Me agarré de su cuello y miré todo lo que dejábamos atrás.
Sonreí, ya estaba más tranquila.

Me recostó en la cama y él se acostó detrás de mi.
Me cubrió con las mantas hasta los hombros, a los segundos su pecho se pegó a mi espalda y su mano a mi cintura.
Pegué mi cuerpo más al suyo y sujeté su brazo, con mis dedos le di caricias.

Mi corazón dio un vuelco.
Y mis ojos se abrieron grandes.
Mi corazón latía a tanta prisa.
Sin esperar más me giré, me subí sobre su cuerpo y con mis manos agarré su cuello.

—Chica astuta —fue lo primero que dijo. Ya no estaba Arthur frente a mi, estaba el Diablo.

—Arthur no volvió a agarrarme de la cintura desde la ultima noche, en la que se puso una chaqueta de bombero —dije. Él carcajeó como si el agarre de mis manos en su cuello no fuese nada.

—El príncipe encantador —se burló. Lo miré solamente, no quería seguir tirando mierda porque no llegaríamos a nada. Lo miré... y lo miré... y lo miré. Mi corazón se aceleró, era lo único que sabía hacer todo el tiempo y era lo único que siempre decía.

Apreté más mi agarre a su cuello y me agaché a besar sus labios. Él sacó mis manos de su cuello y las puso en su cabello, sus manos pasaron a mi espalda donde me acarició completamente.
Bajé mis besos a su oreja izquierda, mordí su lóbulo y seguí dejando besos mojados a su cuello, de un extremo al otro. Se me hacía agua la boca como aquella vez en el baño con Ronnie, no podría controlarlo. Esto era más fuerte que yo y lo único que deseaba era que me poseyera.

Con mi mano le fui rompiendo la camiseta a medida que iba dejando besos por todo su pecho. Él por su parte, me quitó lo que tenía de las caderas hacia abajo.
Subí a su rostro otra vez y le susurré en los labios:
—Eres mi papi.

Él sonrió.








Ya era mediodía.
El Diablo seguía aquí, recostado en mi sofá con las manos cruzadas mirando el techo al igual que yo lo hacía todas las noches en mi habitación. Las luces seguían encendidas.
—Dime, ¿por qué has decidido molestarme a mi entre tanta gente? —pregunté acercándome a la puerta, apagué las luces de la sala y me quedé parada delante de él con los brazos cruzados.

—Ya te dije, tú recurriste a mi en Tinder y yo decidí saciar tu deseo.

—Ya, fingiré que te creo, ¿por qué aún me molestas si solo querías eso?

—Está mañana solo quería probarte, si me rechazabas me iba para siempre pero para suerte de los dos... tomaste la iniciativa. Eres traviesa —respondió y al final rió. Sentí vergüenza—. Ahora me quedaré contigo.

—¿Y cuál es el propósito? —pregunté otra vez.

—Oye, mucha pregunta tú —respondió algo cabreado—. Agradéceme por llegar a tu vida, ahora tienes una razón para seguir avanzando.

—¿Ah, si? ¿Y como piensas ayudarme?

El Diablo levantó su cabeza y me miró.

—Primero llámame Ian, que por algo te lo dije —ordenó—. Y segundo, si que eres tonta. Estás hablando con el mismísimo amo del mundo, puedes tener todo lo que quieras.

—Oh, así que eres mi hada madrina.

Más respeto niña —se quejó—. Y van a cambiar muchas cositas de ahora en adelante. No vuelvas a hacerme desaparecer como lo hiciste en la madrugada con tu patética oración hacia dios, ¡mira que es bastante difícil volver del infierno donde me mandaste! —exclamó. Pude ver como las venas en su cuello crecían. Reí fuerte, eso había sido divertido—. Me mandas de vuelta al infierno, luego tengo que firmar varias formas para salir otra vez, puedo ser el dueño del infierno pero mis protocolos también son aplicados a mi.

—Ya, cuéntame más —pedí y me senté en el sofá al otro lado.

—Cada vez que cambien tus gustos, cuando te imaginas a tu hombre perfecto, en mi aparecerán esas cosas. Por ejemplo, los tatuajes en el cuello o el corte de cabello pueden cambiar, puedo envejecer o ser más joven. Todo depende de tu caprichoso cerebro.

—Uh, eso me gusta —dije cruzándome de piernas y apuntando con el dedo—. Me será muy útil, por ese lado te tengo dominado. Creo que podríamos llegar a un acuerdo.

—No abuses.

—Sígueme contando —ignoré su comentario hablando más fuerte. Escuché un susurro de su parte diciendo: "niña falta de respeto, donde se ha visto que puede venir a hablarme así". Reí.

—Siempre que estes en apuros apareceré, sea el momento que sea. A su vez, cada vez que yo necesite de ti tendrás que estar a mi merced y no me refiero sexualmente. Te necesitaré para ciertos trabajitos.

—Pero si puedes cambiar de forma, ¿para que me necesitarías?

—Tienes una esencia especial que ni con mis miles transformaciones pueden reemplazarte.

—Tan lindo —dije enternecida.

—No boba, porque eres humana y tienes la esencia que se necesita con los otros de tu especie. Yo como el Diablo hago que los sentidos de ustedes noten mi carencia de... humanidad —dijo lo último haciendo un movimiento con las manos—. Aunque contigo fue muy sencillo.

—Ya cállate —refunfuñé. Ian rió estrepitosamente—. Así que... tengo una larga vida contigo, ¿verdad?

—Sip.

—¿Algo que pueda hacer para evitarlo?

—Nop.

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