Noche de retrato.
Y ahí estaba yo, en un momento de descanso a mi alma, escuchando voces antiguas que me llevaban a lugares que mis pies nunca han pisado pero mi imaginación había recorrido como viajera errante.
Frente a mí había un ser de girasoles. Dadora de mis raíces y de mis sueños, guardiana de las letras que fluían por mi sangre desde el tiempo en el que recostaba mi cuerpo en su vientre, protegida por la calidez de su cuerpo. Con ingenio salvaje como las pinceladas de un Girasol de Van Gogh.
A mi lado, un frasquito de perfecta belleza, contenedora de bellos recuerdos de viejos senderos. Su cabello de oro tenía con plata de luna el cuadro de sucesos frente a mí, y en medio de ambas personajes había una luna. Una luna con plumas de cuervo oscuro. Un poema de miedos de antaño.
Y ahí estaba yo: intentando con pinceladas de tinta retratar un mundo ajeno a mí del que me impregnada como el mar se impregna de vida por la noche. Noche en la que yo observaba y escuchaba con atención.
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