Cariño, te entregué mi alma en una copa de vino y al día siguiente la habías convertido en veneno.

¿Qué clase de santa eres, dulce amanecer de mis cielos, que causas esa suerte de milagros en mí?

Me elevas al cielo y después me desciendes con tu frialdad. Me encierras en el infierno de tus muslos y después me dejas morir en el pozo de los pecadores.

Deja de jugar conmigo, susurro de noche oscura. Deja de pretender que deje de amarte para que después te conviertas en mi única visión. Deja de tapar el sol con un dedo y tratar de convencerme que no hay mayor estrella o mayor fuego que el que se forma cuando estamos juntos.

Déjame probar de tu copa de veneno para morir en tus brazos y después entierra mi cuerpo seis pies debajo de tu hogar.

Déjame ser la copa de veneno que te lleve al éxtasis y te deje muerto a mi lado después.

Seamos veneno juntos...