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4

—¿Qué te sucede? Exclamó el hombre; una nota de dolor coloreaba su voz.

—¿Disculpa?

—¡Te pregunté qué te sucede! Vestía una camisa color hueso, el cuello manchado de un tono carmesí que fluía libremente desde su alargada nariz; pantalones de vestir grises y un saco de color también gris que lo hacían parecer una persona muy aburrida

—¿Por qué?

—Mira, Sara. no sé quién te crees, pero no puedes simplemente golpear a un profesor y pretender que no pasó nada, te lo preguntaré por sexta y última vez. ¿Qué. te. sucede?

Sara fue muy inocente durante los primeros cinco años (A él le gustaban las fechas, ¿Qué se le iba a hacer?). Varias veces pensó que la respetaría, que iba a dejarla en paz porque su vida era igual de entretenida que la de un pollo en una caja, pero no paraba de jugarle bromas pesadas, desde golpear a la gente hasta hacer... cosas indecentes. No podía evitarlo, lo peor de todo era que, cada vez que lograba algo, lo grababa con fuego en su memoria para asegurar el mayor sufrimiento.

Nunca supo por qué no salió del colegio, supuso que el defecto no se lo permitía.

El escenario estaba en un lado de una sala de estar bastante grande, Ella estaba casi desnuda y un hombre la observaba. Paró de bailar.

—What's wrong, Kitty? [¿Qué sucede, gatita?] dijo el hombre poniéndose de pie, con un tono que no le agradó, un tono que usaría alguien que está esperando a que te quites toda la ropa. Sara se molestó, sorprendida de que el defecto le permitiera unos momentos de libertad. Bajó del escenario de un salto y le propinó al hombre una patada en la entrepierna, lo cual lo redujo en instantes a un asqueroso ovillo lloriqueante y apestoso a testosterona, enroscado alrededor de su miembro herido en el suelo. No le costó trabajo encontrar su ropa y un pequeño bolso de mano azul dentro del cuan encontró una billetera con una identificación que la certificaba como Sara Reyna Moreno, de 27 años registrada tres años antes, dos tarjetas de crédito y diez dólares; un brillo de labios y un smartphone, pero el defecto la llevaba sin previo aviso a una situación aún más comprometedora. Salió a la calle envuelta en un abrigo trench de lana que cubría sus reveladoras prendas para encontrarse en una callejuela pobremente iluminada de una ciudad que desconocía, avanzó hacia donde su instinto le indicaba, pues no tenía otra opción (el defecto controlaba sus piernas de nuevo, ¿Qué se le iba a hacer?) para ir a parar a un edificio de no tan mala pinta en una calle más activa de la ciudad.

Se descubrió siendo capaz de hablar el inglés fluidamente y en la ciudad de Portland, Oregón. Lejos de su patria. El defecto le ahorró vergüenzas (lo cual debió alertarla, pero no lo hizo) Subiendo directamente al elevador. Al salir del mismo, sus vellos no se erizaron como debieron haberlo hecho al extraer la desconocida llave en forma de credencial de su bolsillo izquierdo e introducirla en la ranura de la puerta de la habitación, la tenía completamente atrapada, engañada. Al entrar en el cuarto, las luces estaban apagadas, pero la estancia estaba ligeramente alumbrada por unas cuantas velas que formaban un camino hacia una mesita que se encontraba cerca del centro de la habitación, puesta para dos con queso, pan y vino y una bandeja del color de la plata cuyo contenido se hallaba oculto debajo de una ornamentada tapa a juego. Sara se alarmó y quiso salir, escapar de aquella situación que se volvía más incómoda a cada segundo que pasaba. Pero en lugar de retroceder, su cuerpo (que comenzaba a sentirse ajeno a medida que el defecto iba tomando control) sonrió de manera seductora mientras avanzaba balanceando las caderas a lo largo del camino trazado por un desconocido.

Un hombre alto, con el cabello más rojo que Sara había visto jamás, ojos del color de la miel recientemente cristalizada y la piel más pálida que la de Sara misma, la cual se notaba a kilómetros de distancia que llevaba un buen rato sin ver la luz del sol.

—Sara!
—Gabriel!
En el interior, estaba confundida y asustada, la pequeña parte de su cerebro que era ella tenía mucho miedo de lo que pudiera pasar.

Conversaron, rieron y comieron. Al final de la velada, el hombre que el defecto había presentado como "Gabriel" (Que resultó ser su pareja estable hacía dos años) se puso de pie y tomó la charola con tapa (A la cual le había restado importancia a lo largo de la noche) y la colocó en sus piernas, hizo un truco barato de magia "sacando" un pañuelo de algodón negro de su oreja y ató el mismo alrededor de su cabeza, pasándolo suavemente por encima de sus ojos y bloqueando su visión y comenzó a hablar en español (con un fuerte acento estadounidense).
— Sara. Quiero que me escuches muy bien. Los últimos dos años de mi vida los he pasado contigo, y tú los has pasado conmigo. Aprendimos el uno del otro y nos enseñamos a ser perfectos, me has enseñado a ser el hombre perfecto para ti y te he enseñado a ser la mujer perfecta para mí. Siendo así, vivamos el uno para el otro nuestra perfección que sólo nosotros entendemos, despertemos cada mañana siendo lo primero que veamos el rostro del amor. Sara: ¿Te casarías conmigo?
Hasta ese momento, había estado dando vueltas alrededor del cuarto sin alejarse lo suficiente para distorsionar su voz. Ahora estaba sentado frente a ella y le quitó el pañuelo de los ojos, revelándose a sí mismo acomodándole el cabello detrás de la oreja y luego devolviendo su mano a la de Sara, en donde reposaba una pequeña reproducción de la cabina telefónica azul que tanta esperanza le traía y comenzó a levantar lo que habría sido el techo de la miniatura. Se abrió, dando paso a un diminuto armazón que contenía una base acolchada para un anillo de diamantes y plata. Dirigió una mirada transparente a los ojos grises de ella.
La liberó.
Y no pudo evitar soltarse en llanto.

—Gabriel... Yo... —Las palabras no salían de su boca, un completo extraño acababa de proponerle matrimonio pero sentía conocerlo muy bien, comenzó a amarlo con locura, lo amó tanto que aquel puente, antes desvencijado y ahora embellecido por el odio, se estableció ante sus ojos. Sus cuerdas plateadas brillaban a la luz de las velas y los peldaños de madera blanquecina, translúcidos, reflejaban atisbos de memoria con los que el defecto le "agradecía" cada adquisición. Las chispas eléctricas comenzaron a salir, bajaron lentamente por sus hombros mientras le causaban ese horrible cosquilleo en la piel. Los observó deslizarse a una velocidad casi burlona, como restregándole en la cara que no podía hacer nada para detenerlas.
Pero sí podía.
Solamente sería muy doloroso.
"Cómo te odio" pensó para sus adentros.
"Me halagas."
"Por favor"
"Elige rápido, pequeña. tu tiempo se agota."

Las chispas estaban en sus muñecas, faltaba poco para que entraran en contacto con los dedos de su amado y lo condenaran para siempre.
No tenía otra opción.

—¡No! — gritó, su llanto se redobló y se soltó del agarre de Gabriel, destrozando el puente y haciendo que varias estacas se clavaran el en corazón de él, y varias más en el de ella —¡No puedo casarme contigo, eso es lo que Él quiere! Eso es lo que yo quiero... y por eso no puedo siquiera pensarlo ¡Si lo hago, Él gana! Si lo hago, ambos perdemos. Comprende Gabriel, aléjate de mí, no des razón a mis desvaríos, mi única decisión es ¡No!
Sweetie... ¿De qué hablas? ¡Quién gana! ¿Acaso hay otro hombre en tu vida?
Su tono dolido la lastimó aún más. El defecto disfrutaba tanto de esto que ni siquiera intentó dominarla.
Él. Una lesión en mi cerebro. El defecto. Me obliga a actuar con descaro, me obliga a amar para despué lastimarme, ¡Todo esto es su culpa! No. Todo esto es MI culpa— enfatizó la palabra "mi" para recordarse que, en realidad, todo lo había comenzado ella. —Si yo nunca hubiera entrado al estúpido quirófano, nada de esto hubiera sucedido. Mi memoria es pésima. pero no es mala memoria ¡Es Él! Él es quien manipula mi mente para hacerme olvidar. Al menos no me permitirá olvidarme de tí...

—...Yo no me lo permitiré.
—¿What? [¿Qué?]
Lo había hecho de nuevo.
MIró a su alrededor. estaba tendida de espaldas en una gran área verde con árboles y diversa vida vegetal. Su cabeza reposaba en sus brazos y el cielo era de un azul precioso. Había una chica de unos veintitrés años aproximadamente, por lo cual asumió que ella también tenía esa edad
"No sabía que pudieras hacer eso"
"Debo confundirte, es parte del juego."
"Dime que eso también lo diré en ese momento, sólo dime eso"
"Spoilers"

¿Era su imaginación o el defecto estaba adquiriendo características de su personalidad? ¿Acaso se estaba volviendo... Whovian?

Al parecer ya se encontraba en Portland. Siguió conversando en inglés con esa chica de cara simpática.

—Nada... estaba pensando en voz alta. No me hagas caso.
—¿En qué pensabas?
—En... cosas.
—Bueno ¿Y...?
No. Definitivamente habían vuelto a la normalidad. No hubo ninguna pista útil para que supiera de qué había estado hablando con esta persona que parecía ser su amiga.
—¿Puedes repetir la pregunta por favor?
—Claro ¿Cómo imaginas tu boda?
"Hijo de..."
"Perdona ¿Te herí?"
—Pues... no lo sé, la verdad nunca lo había pensado.
—¿De verdad? A mí Jamie me prometió la boda de mis sueños, así que tengo que pensarlo muy rápido.— Sara no pudo evitar notar el anillo que destelló en el dedo de su amiga, un cuerpo plateado cuyas puntas, sin  tocarse, exhibían un zafiro brillante dentro de cada una. Era tan bello que una punzada de culpa y nostalgia la alcanzó.
Aurora continuó admirando su anillo, y Sara no se extrañó del inesperado acto de buena voluntad del defecto de revelarle el nombre de su amiga.
—Sí, ¿Cuándo se casan?
—En seis meses
—Bueno, tienes un poco de tiempo para pensarlo
—Sí, eso es cierto.
Sara se dio cuenta de lo bien que la pasaba con Aurora y una sensación de familiaridad la inundó, sintió que confiaba ciegamente en ella, aunque no estaba segura de si debía confiar en el defecto.
—Y tú ¿Ya le echaste el ojo a algún bombón de casualidad?
Un Gabriel mucho más joven y sonriente de lo que lo conocía apareció en su mente, al parecer el defecto estaba de buen humor.
—Pues está este chico, Gabriel. Me pone los pelos de punta, ¡Es que es guapísimo!
—Vaya, no sabía que te gustaran pelirrojos. ¿Qué no has oído que no tienen alma?
—Para de decir tonterías, él es muy dulce, es atento, inteligente y además, siempre me saca una carcajada
—Bueno, pues parece que es el indicado
—Vaya, eso desearía... — Una lágrima recorrió su mejilla, el dolor realmente era insoportable ¿Cómo podía vivir la gente con ese tipo de cosas?
—Hey, Sara ¿Por qué lloras?
—No es nada, se me metió una basurilla al ojo
—Sí, claro. Y yo estoy sudando porque me metí hielos en la camisa. ¿Esperas que me crea eso cuando estás llorando un mar? — No se había dado cuenta de que, en efecto, sus lágrimas habían decidido salir y caer libremente por su cara.
—De verdad, Rory. No me sucede nada.
Se puso de pie, se alisó la falda escocesa y se decidió a buscar los baños.

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¡Hola!
Sé que esta actualización tardó HORRORES ¡Pero ya está aquí!
Espero que disfruten tanto de leerlo como yo disfruté escruibirlo.
CHAN CHAN CHAAAANNN...

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