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Prefacio (CORREGIDO)

Buenas tardes. Me he decidido a traeros el prefacio ya, porque sé que hay mucha gente que está impaciente por leerla.

Sólo una aclaración, el día de subida de esta historia será los domingos.

Y ahora sí, disfruten de esta primera parte. Espero que les guste. Si hay algo que no entiendan, por favor, no duden en preguntar :)

***Actualizo 06/05/21 (Sólo he cambiado algunos detalles)

PREFACIO

El cielo acechaba con tormenta, los truenos resonaban en aquella tarde gris, en aquel lugar en el que rara vez las precipitaciones no eran el orden del día.

Entre las montañas de Solap, en la gran plaza de la Azneugrev, el pueblo gritaba, mujeres, en su gran mayoría, mientras los hombres de su majestad hacían acto de presencia, levantando un alto muro de protección, para que nadie pudiese impedir lo que estaba escrito en el libro de los Dioses.

Una larga hilera de ancianas, atadas de pies y manos, con un feo corte en forma de triángulo en sus rostros, caminaban para postrarse frente a los tres grandes dioses de la luna, en aquella alta tarima.

Los reyes ya se encontraban en sus atrios, más que listos para presenciar tal barbarie, necesaria para mantener a raya a las mujeres de la ciudad. Ninguna de ellas tendría nunca derechos, tan sólo eran meros instrumentos que los varones podían usar para su causa. Dar a luz hijos varones era considerado un alto honor para la familia, no queráis si quiera imaginar lo que les hacían a las mujeres que traían al mundo a otra mujer.

El rey Racso se puso en pie, calmando a la ansiosa multitud, mientras las ancianas mostraban el terror en sus ojos, lo cual no pasó desapercibido a una bonita joven, de tan sólo 15 años de edad, con el cabello moreno, y un bonito vestido de gasa azul, que le llegaba por los tobillos. Junto a su hermano mayor, el cual mantenía una pose imparcial, sin tan siquiera fingir preocupación por lo que iba a acontecer.

Detrás de ellos, los dos guardianes de la princesa, pasivos, como si no estuviesen a punto de presenciar la muerte injusta de aquellas 6 mujeres.

- Pueblo de Solap – llamó el Rey, mirando hacia el resto de reyes, y a sus respectivas familias, sin posar la vista en las mujeres, con una gran sonrisa – el sacrificio de las Esclavas de la Luna va a tener lugar – con las manos levantadas, hizo una señal a los tres dioses, y estos asintieron – como es tradición entre nuestras gentes, cada 10 años, 6 de las 16 esclavas que forman el séquito de los dioses, deben ser entregadas a sacrificio, como fue pactado, para poder seguir disfrutando de estos días de paz.

El redoble de los tambores indicó a los presentes que el primer sacrificio estaba a punto de tener lugar. El Dios Otepser, un anciano con una larga barba trenzada, cabello canoso con unas entradas tan pronunciadas que apenas podía verse pelo en la coronilla, con una alarga túnica azulada y una sonrisa maliciosa reflejada en su rostro, levantó la mano, lanzando su magia contra una mujer de piel clara y ojos grises que canturreaba un viejo cántico, para no pensar en lo que sucedería a continuación.

- Ayana de Solap – llamó el hombre, con una voz carrasposa, atrayendo a la mujer en el aire hacia el punto rojo que había dibujado en el suelo, dejándola caer sobre él, sin poner mucho empeño en que cayese de pie. La anciana se levantó, con dificultad, lanzándole una mirada de súplica al que había considerado como un hijo antes de que la obligasen a ser encerrada en el templo, durante el resto de su vida, pero este ni siquiera la miró – tu ciclo en nuestro mundo ha llegado a su fin – aseguró, levantando las manos de aquella mujer, comenzando el ritual que acabaría con su vida, lanzando aquel cántico, haciendo que los demonios llegasen hasta ella, miles de sombras oscuras a su alrededor, acechándola, haciendo que la mujer empezase a suplicar por su existencia, mientras aquellos seres entraban en su interior.

Giros macabros de sus propias articulaciones, crujidos de huesos al partirse y la forma en la que el rostro de aquella mujer pedía ayuda sin voz, eran las características de aquel espectáculo.

- Tranquila – susurró Nacrol al ver el rostro demacrado de su hermana pequeña, estaba asustada, a pesar de lo mucho que había estudiado para permanecer impasible, era imposible, pues entre aquellas mujeres estaba su propia abuela. Esa que la enseñó desde bien pequeña, a convertirse en lo que era, en lo que sería cuando alcanzase la mayoría de edad, en una esclava del templo de la luna. Apretó su mano, intentando calmarla – nuestro padre no te dejará huir de esto. Es tu primera aparición el público, pero necesitas ver el ritual, Nemrac.

El cuerpo sin vida de la mujer cayó al suelo, en una extraña posición, mientras las sombras salían de ella, y sobrevolaban la plaza, más que dispuestas de cobrarse otra víctima, susurrando entre la multitud, con aquellas voces de ultratumba.

"Hambre, hambre" "Poseer, eso es lo que ansiamos" "Una nueva víctima nos cobraremos pronto"

La princesa hizo una mueca de desagrado, se veía claramente que aquellas sombras la estaban alterando más de lo que debería. Su hermano intentó calmarla, pero por alguna extraña razón, aquellas sombras se sentían especialmente atraída por ella, y pronto dejaron de prestar atención a las palabras de los dioses, fijándose en ella, acechándola.

"La princesa algún día será nuestra" – decía una de las sombras, en aquella ocasión era la figura de una mujer, con el cabello largo, que dejaba restos de humo por allí por dónde pasaba, que se iba disipando poco después – "la princesa ..."

- Apartaos de ella – espetó uno de sus guardianes, haciendo que las sombras se detuviesen en el acto, con la vista fija en aquel hombre, aunque tampoco os podría asegurar que estuviesen mirándole. Las sombras no tenían ojos, eran meras figuras de humo, sin rasgos. Sólo se podía intuir lo demás.

La sombra de la mujer se acercó a él, atreviéndose a tocar el rostro de él, siendo quemada por la magia ancestral que lo rodeaba, apartándose sin más.

- Belkam – le llamó su hermano, a su lado, fijándose en su rostro, intentando adivinar si se había hecho daño. Pero no había nada que temer. Ambos volvieron a colocarse en su lugar, después de recibir una mirada de agradecimiento de su rey, y la función continuó.

- Ailama de Solap – llamó el Dios, a la mujer pelirroja que tenía frente a él, dejándola caer sobre el punto rojo, cerca de dónde su compañera había sido asesinada – tu ciclo en nuestro mundo ha llegado a su fin.

La mujer no se resistió, tan sólo miró hacia su nieta, esa que sabía que algún día se convertiría en la única con poder de liberarlas de la esclavitud, sonriéndola, haciendo que esta se calmase un poco, pues si su abuela estaba calmada, quizás su muerte no sería algo tan horrible.

Podía recordar sus palabras, como si acabasen de ser pronunciadas, mientras los demonios se introducían en su interior, y empezaban a alimentarse de su alma.

"Mi preciosa, Nemrac – la llamaba, mientras peinaba su cabello, frente al espejo, con esta mirando por la ventana, observando al gran Hakon y a su hermano, luchando el uno contra el otro para practicar los hechizos defensores – algún día te convertirás en una gran mujer – aseguró – algún día, liberarás a nuestro pueblo de las injusticias impuestas por los Dioses"

"La profecía dice que será una mujer con el cabello rubio" – se quejaba ella, señalando hacia su color de cabello – "pero yo lo tengo moreno" – la mujer sonrió, calmada.

"Cuando salves a las esclavas, tu color de cabello será el correcto" – aseguró, sin más – "Al atardecer del tercer día, cuando la tercera luna aparezca, la elegida llegará junto a su protector, con el arma sagrada en su interior, dueña de dos destinos a la vez, derrocará a los Dioses de la luna, y nos liberará a nosotras las mujeres de la esclavitud"

"Pero... abuela... ¿cómo voy a luchar contra los Dioses si no tengo poderes?" – insistía, mientras la mujer volvía a sonreír.

Los cuerpos sin vida de las 6 sacrificadas se convirtieron pronto en polvo, tan sólo las ropas que habían adornados sus cuerpos, minutos antes, era lo único que podía visualizarse en el asfalto. El gran discurso del rey Racso tuvo lugar, mientras la triste Nemrac giraba la cabeza, visualizando allí a sus protectores, preguntándose cuál de aquellos dos sería el que le acompañaría en su aventura. ¿Sería el apuesto Belkam o el fiero Hakon?

Sin lugar a dudas sería Belkam, pues era el que siempre daba la cara y a protegía cuando acechaba algún peligro. Se fijó en él, en cada uno de sus rasgos, llegando incluso a parecerle atractivo y luego sonrió, volviendo a prestar atención a su destino.

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