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Capítulo 1 - La desaparición del dueño de la tienda de antigüedades (CORREGIDO).


Buenos días, ayer estuve desaparecida por aquí, así que les estaré trayendo los capítulos de las historias que me falten.

Pero esta vez, les traigo capítulo de esta intrigante historia de viajes en el tiempo y universos paralelos.

Espero que les guste :D

***Actualizado 18/07/21 (Sólo he cambiado detalles)

Capítulo 1 – La desaparición del dueño de la tienda de antigüedades.

En aquella mañana soleada, en la bonita localidad de Palos de la Frontera (Huelva), que seguro conocéis por ser el lugar del que el gran descubridor Cristóbal Colón partió hacia las Américas. Muchos lo han tachado de loco, incluso hay algunos que dicen que se confundió de ruta y descubrió un país diferente, territorios nunca hallados por el hombre. Personalmente, no me interesa mucho la historia, lo mío son los idiomas, trabajo como intérprete para el hotel La Pinta. El que adora la historia es mi padre, que casualmente tiene una tienda de antigüedades, en la que puedes encontrar las cosas más misteriosas, nunca antes halladas.

Caminaba por la calle con mi cabello rubio al viento, no podía hacer mucho con él, no después de cortarlo al estilo "bob". Iba con una camiseta blanca y una falda azul marino, con altos tacones y mi bolso de firma, más que dispuesta a entrar en aquella antigua tienda, al final de la calle, cuando me crucé con Carla, una amiga.

- ¿Cuándo has llegado? – quiso saber. Por si os lo preguntáis, había estado en Irlanda una semana, por mis vacaciones de verano.

- Volví ayer – contesté, con una gran sonrisa, pues de normal soy muy risueña, siempre con una en el rostro – me encantó la cultura y visité un montón de lugares que ya te contaré, pero ahora tengo un poco de prisa, le prometí a mi padre que le ayudaría en la tienda – asintió.

- ¿Qué tal si vamos juntas? – sonreí, agradecida, aceptando su ayuda, caminando junto a ella hacia la tienda de mi padre.

Entramos, y le vimos medio discutiendo con el alcalde, cosa extraña, pues nadie solía llevarse mal con mi padre, era una persona muy amable y considerada.

- ¿Va todo bien? – me hice oír, haciendo que el Don Baldomero se echase hacia atrás, lanzándonos una mirada de odio, volviendo la vista hacia mi progenitor.

- Esto no va a quedar así – añadió, antes de marcharse sin más. Le miré extrañada, para luego dirigirme hacia mi padre.

- ¿Qué ha ocurrido? – quise saber, él miró hacia Carla y de nuevo hacia mí. Parecía que no quería hablar con ella delante, así que lo dejé estar – Ha venido a ayudarme y a saludar ¿no? – ella asintió – voy a ordenar las estanterías, para cuando venga Doña Eulalia tengas sitio para la colección – él asintió, acompañándonos a la trastienda, justo donde se encontraban las vitrinas del fondo.

- Ten cuidado con las piedras – asentí, mirando hacia ellas – colócalas en esas cajas de allí – señaló hacia las cajas de cartón que había sobre una de las estanterías – envolviéndolas primero en papel de periódico, y tócalas con los guantes.

- ¿Qué es esto? – quiso saber Carla, mirando hacia el cubo de piedra caliza que había dentro de una de las vitrinas.

- ¡Ten cuidado con eso! – se quejó mi padre, recuperándola, tratándola con mucho cuidado – Es una pieza única, muy peligrosa si cae en malas manos.

- ¿De qué año data? – quiso saber Carla, que siempre le seguía el juego a mi padre en todo lo que tenía que ver con leyendas antiguas. Quizás era porque los dos habían estudiado la misma carrera, y compartían el mismo amor por lo antiguo y la historia.

- Esta reliquia es tan antigua que ni siquiera sabemos eso – aseguró – pero sí puedo decirte la última vez que fue utilizada.

- ¿Utilizada? – me quejé – papá, es una piedra.

- No es una piedra cualquiera – se quejaba él – si crees en estas cosas...

- ¿Qué es esta vez? – estaba cansada de que creyese en ese tipo de tonterías - ¿una piedra que puede hacerte ver el futuro o quizás a los muertos?

- A mí sí me interesa saber lo que es – insistía mi amiga, haciendo a mi padre sonreír.

- Bien, pues ... - comenzó él, mientras yo resoplaba, molesta, agarrando los guantes del cajón, colocándomelos, comenzando con mi ardua tarea, dejando a aquellos dos allí, hablando sobre leyendas - ... la última persona en utilizarlo, según la historia, fue Conan McHugh, también conocido como Colt, el vikingo.

- ¿Quién es ese? – quiso saber Carla, sentándose sobre el baúl, con mi padre sonriente, agradecido de tener a alguien tan interesada en el pasado como lo estaba él. Lo cierto es que mi padre era arqueólogo e historiador. ¿Qué cómo ha acabado un hombre como él en un sitio como aquel? Bueno, creo el amor hace que uno haga las estupideces más grandes que puede uno cometer. Mi padre abandonó sus sueños en la ciudad de Dublín, su hogar, y todo lo que conocía, por la mujer de su vida, y se marchó tras ella a España.

- Colt era un sanguinario pirata en el siglo XVII. Las historias cuentan que era capaz de arrancarle de un mordisco el cuello a sus enemigos cuando se sentía amenazado, los degollaba y se sentaba a mirar como morían frente a ellos, mientras saboreaba la sangre de estos aún caliente en su boca.

- Entonces... ¿qué es lo que ese cubo puede hacer? – quiso saber Carla, señalando hacia la piedra caliza.

- Es un misterio – aseguraba él – algunos dicen que puede tele transportarte en el tiempo, otros dicen que abre portales, y otros que conecta destinos – estaba empezando a hartarme de todo aquello. Se suponía que mi amiga estaba allí para ayudarme, y no para hacer el tonto mientras mi progenitor hablaba sobre leyendas y tonterías.

Caminé hacia ellos, agarrando aquella estúpida piedra, haciendo que ambos se asustasen y se echasen hacia atrás, temerosos de lo que fuese a hacer.

- ¡Ya basta! – me quejé, zarandeando las manos al hablar, altamente molesta con la situación – Se supone que estamos aquí para ayudarte a limpiar este desastre, no para hablar sobre tonterías – papá levantó las manos en alto, para que dejase de mover aquel cubo de esa manera, pero le hice caso omiso, y seguí meneándolo - ¿para eso me has hecho venir? Para contar...

- Suelta el cubo, Carmen – me dijo mi padre – tiene miles de años y te lo vas a cargar, lo vas a romper si sigues así.

- ¿Quieres tu estúpido cubo? – me quejé, molesta – Pues aquí tienes tu estúpida... - la apoyé sobre la mesa, con un golpe seco, haciendo que papá se asustase, ante la idea de que la hubiese roto, y por un momento lo creí, porque la roca se agrietó - ¡Oh! – exclamé, al observar cómo se abría, rajándose por la mitad, haciendo que los tres nos fijásemos en ella, sorprendidos, al ver como una luz azul salía de ella.

- ¿Qué...? – comenzó Carla, tan patidifusa cómo lo estaba yo.

La luz azul formó unos extraños triángulos que giraban a toda velocidad, haciendo temblar la mesa, la habitación entera, de forma caótica.

- ¿Qué demonios es eso? – pregunté hacia papá – Dime que mierdas... - mi voz se quebró, tan pronto como un enorme rayo azulado salió de aquella caja abierta, porque ya no parecía un cubo, sino una caja, y llegó hasta Carla, succionándola, haciendo que se desvaneciese poco a poco, hasta desaparecer – papá, ¿qué...? – no podía dar crédito, me parecía de lo más irreal.

El viento, un frío viento que provenía del interior del cubo sacudía mi cabello, justo cuando un segundo rayo salió de aquella caja y tomó aquella vez a mi padre. Le agarré de la mano, antes de que aquella cosa se lo hubiese llevado, pensé que podría salvarle, pero irremediablemente me equivocaba. Observé como ambos vibrábamos con una fuerza abismal, me pitaban los oídos y me dolía todo el cuerpo, era como si me estuviese pasando por encima un camión. La presión era tan insoportable, que parecía que me iba a explotar la cabeza.

La caja se cerró en cuanto mi padre y yo desaparecimos de la trascienda, todo se detuvo, y quedó como si no hubiese sucedido nada, justo cuando la campanita de la puerta sonaba.

- Señor Martín – llamó doña Eulalia con las reliquias que mi padre había comprado en una caja. Se preocupó de no encontrarlo en la tienda, y más aún de no hallarlo tampoco en la trastienda, tan sólo había un cubo de piedra sobre la mesa, nada más.

¿A dónde habría ido el señor Martín? ¿Por qué se había marchado dejando la tienda sola? ¿Y más aun habiendo quedado con ella?



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