𓆩Parte 1 - El Ser Que Acecha Tus Sueños𓆪
Un año antes
El hombre ató mis manos a la cama y pasó el filo del cuchillo débilmente por mi pecho.
No, no lo dejaría hacer eso de nuevo.
—¡Aléjate de mí! —grité con todas mis fuerzas, pero eso solo aumentó el dolor—. ¡Basta!
Me puso boca abajo mientras rasgaba mi vestido. Mi espalda quedó desnuda ante él y después vino el dolor de siempre. Dos grietas abrieron mi piel para facilitar el paso a las enormes alas que luchaban por salir de mi espalda. Sentía cómo mi piel se estiraba cada vez más y unas cuantas plumas blancas cubiertas de sangre caían cerca de mi cara, aumentando mis gritos.
—No escaparás de mí. No de nuevo, Adeline.
Su aliento impactó en mi cuello y un escalofrío se apoderó de todo mi cuerpo. Este era el fin, él no tendría piedad.
Acarició mi rostro un par de veces para después pasar sus dedos ásperos por mis alas. Dijo unas palabras que no comprendí y siguió con sus caricias.
—Eres mía.
Entonces desperté.
Mis manos tocaron algo viscoso y no pude descifrar lo que era. Odiaba esos sueños, en verdad los odiaba.
Mi espalda me dolía demasiado y en nada ayudó la oscuridad de mi habitación, me hacía sentir que aún estaba en esa pesadilla.
—¡Mamá, papá! —grité con la voz entrecortada—. ¡Sucedió de nuevo!
No me podía mover y, con cada respiración que daba, mi espalda herida rozaba con las sábanas, prolongando mi sufrimiento.
Papá fue el primero en entrar a mi habitación y encendió la luz. Se quedó un rato parado en la entrada, como tratando de aceptar que había pasado eso otra vez. Mamá le dio un pequeño empujón cuando entró deprisa a mi habitación. Eso pareció hacerlo regresar a la realidad y se apresuró a llegar a mi lado.
—Ya pasó, cariño. Ya pasó —dijo mamá con la voz rota.
Volteé a ver mi cama completamente manchada de sangre y el rastro de plumas blancas que había dejado en la sábana.
—Me duele mucho —susurré y mi espalda chocó contra el brazo de papá. Lancé un grito.
—Vamos a bañarnos —dijo mamá—, te sentirás mejor.
Bajé con cuidado de los brazos de papá y la abracé. La sangre caliente bajaba a chorros de mi espalda y se escurría por mi pantalón hasta llegar al suelo.
Mis pies descalzos resbalaban por la sangre, por lo que tuve que apoyarme en mamá para caminar a la ducha. Antes de irme, vi cómo papá quemaba las plumas blancas en un cazo de madera.
Por el temblor en sus manos, supe que esto estaba lejos de acabar.
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Pasé dos semanas en cama con el temor de volver a soñar con él.
En ocasiones, mis padres se quedaron durmiendo en el pequeño sillón de mi habitación por si las cosas se ponían mal de nuevo.
Ellos no sabían de mis sueños, creían que esas transformaciones involuntarias eran por mi torpe manejo del don que teníamos. No se imaginaban que, siempre que mis alas salían, era debido al demonio de mis pesadillas.
En fin, pronto todos nuestros esfuerzos valieron la pena y hoy por fin podría regresar al instituto. Eso me motivaba para estar feliz.
—Tú puedes, Nes —repetí frente al espejo del baño—. Claro que puedes con todo.
Me eché agua fría y, después de darme unos cuantos golpes en la cara para espantar los rastros de sueño, salí del baño con mi sonrisa de siempre.
—¡Buenos días, público fiel! —grité al entrar a la cocina.
Papá compuso sus gafas y sonrió. Mamá me lanzó una mirada de: “aquí vamos de nuevo con sus payasadas”.
—No olvides tus vitaminas, las pastillas de hierro y el calcio que te compré ayer. En un momento te doy tu batido, eso te caerá bien.
Mamá se movía como loca por la cocina, lavando espinaca y otras hojas para hacer su famoso batido verde.
—¿Cómo estás? —preguntó papá, señalando la venda en mi espalda.
—Súper —mentí—, ni rastros del dolor.
—Perfecto, no olvides esto por si las cosas se ponen mal.
Guardé en mi sudadera el pequeño frasco de vidrio con ese brebaje feo y me tomé de un tirón el vaso completo del batido verde.
Si aguantaba la respiración, no se sentía el mal sabor.
—Estaré bien, no se preocupen.
Le di un beso a papá en su mejilla izquierda, cuidando no salpicarme con el café espeso que siempre tomaba en la mañana. Hice lo mismo con mamá y salí de la casa, lista para tomar el autobús de siempre.
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El equipo de atletismo de la escuela hacía su entrenamiento de cada día: cinco rondas por los alrededores para estar en forma. Suspiré al ver el puesto de Adam, donde, meses atrás, yo corría liderando al grupo.
—Se lo ruego, ya estoy mejor. Puedo correr a la perfección. —Prácticamente, le estaba rogando a la profesora Miller para que me dejara practicar con el resto del grupo.
—Estás fuera, Agnes. Has faltado mucho y ni hablar de que jamás vienes a los entrenos. No puedo poner en riesgo al equipo por tus constantes faltas.
—Pero ya estoy aquí. —Agité mis brazos—. Por favor…
—No, Agnes. Ya te lo dije, estás fuera por ahora.
Sin decir más, la profesora me dejó en medio de la cancha para ir a supervisar al grupo.
El enojo subió por mi cara y mis manos cosquillearon. Las groserías amenazaron con salir de mi boca y gritarle unas cuantas cosas a la profesora Miller.
Pero no le di importancia.
Salí de la cancha y caminé por los alrededores para sacar un poco mi frustración, hasta que vi a Julie leyendo un libro, muy escondida en unos arbustos cerca de la puerta principal.
—¡Hola, hola, hola!
—¡Nes! —Mi amiga casi cae por el susto—. ¡No grites de esa manera!
Nuestro escándalo sirvió para que uno de mis mejores amigos se diera cuenta de mi presencia y corriera para saludarme.
—Uy, creo que se cruzó un fantasma. Moriré de miedo —dijo Benny y me cargó por detrás.
Lancé un grito y me dio un par de vueltas en el aire entre carcajadas. El dolor en mi espalda me hizo pedirle que me bajara al suelo.
Al hacerlo, di un par de brincos y algo salió volando de mi sudadero de Stitch. El sonido del frasco al quebrarse casi me sacó un grito.
—Carajo, ¿eso era tuyo?
Tanto Benny como Julie observaron el frasco hecho trizas en el suelo con el brebaje marrón espeso.
—Oh, no importa —mentí—, era un jarabe de fresa que compré hace rato, ya estaba echado a perder.
Traté de tranquilizarme, tenía otro frasco en mi estuche. Además, no lo necesitaría, mis alas solo aparecían de noche y no compartiría la misma paranoia de mis padres.
—En el grupito te extrañamos, pero más yo —dijo Benny, dejando a un lado el tema del frasco—. Como tu futuro esposo, creo que me debes una explicación de por qué faltaste tantos días.
—Uy, sí. Sigue soñando.
—Me rompes el corazón, Nes, en serio lo haces.
Le saqué la lengua y me dispuse a seguirlo para ir a sentarnos a nuestros lugares de siempre.
Antes de seguir a mi amigo, me percaté de que Julie se dio la vuelta y comenzó a caminar disimuladamente a la biblioteca.
—Vamos, Julie, no te quedes atrás.
—No iré. —Se puso sus audífonos y fingió seguir leyendo.
—¿Qué? Por favor, es momento de chismes con los chicos, no te lo puedes perder.
—Nes, tú eres popular, te llevas bien con todos ellos. En cambio, yo soy diferente, soy invisible. —Señaló sus audífonos y el libro que no paraba de leer.
—Ay, no digas tonterías. Les agradas también.
En verdad pensaba que ella ya había superado esa etapa. Julie era alguien muy callada y reservada y cuando se mudó aquí a principios de año, no le hablaba a nadie. Y yo no podía permitir que mi amiga del Kinder se sentara sola y fuera objeto de burlas de las descerebradas que siempre la molestaban.
—No, ahora menos me juntaré con ustedes. —Caminó decidida—. No con él cerca.
Mi celular sonó en mi bolsillo y vi un mensaje de mamá, diciendo que había dejado mi estuche en casa. Ahí estaba el frasco con el brebaje de repuesto.
—Solo ignóralo, Julie. Ya sabes cómo es Benny, siempre molesta, pero es…
—No me refiero a él, sino a Hunter.
—Claro.
Revisé mi mochila y, en efecto, no estaba mi estuche. Comencé a preocuparme, aunque muy en el fondo, sabía que no necesitaría de ese brebaje, todo estaba bajo control.
—¿No me preguntarás quién es?
—¿Quién es Hunter? —pregunté, siguiéndole el juego.
—El estudiante de intercambio.
—Genial, bien por él.
—Nes, por Dios, ni siquiera me pones atención.
Auch, tenía razón. Dejé mi mochila a un lado y me llevé las manos a la cintura.
—Claro que lo hago. ¿Qué hay con él?
—En la semana y media que lleva aquí ya ha salido con tres chicas diferentes, entre ellas Ángela. Y como tu grupito es el de los populares, pues Benny lo invitó y ahora se junta con ustedes —dijo Julie.
Al hablar de ese chico nuevo, las mejillas de mi amiga se pusieron rojas y supe por donde iban sus comentarios.
—¿Te parece lindo el tal Hunter? —dije y levanté mis cejas una y otra vez.
No tuvo oportunidad de responder. Un tipo pasó en una motocicleta azul y se subió a la banqueta. El muy tonto estuvo a punto de atropellar a Julie.
—¿¡Acaso eres ciego!? —grité—. ¡Mira por dónde vas, cabeza de chorlito!
—Nes, no le hables así —susurró Julie.
¿Me lo decía como amenaza o como súplica? Poco me importó y caminé para encarar al tonto. Me dolía la espalda y debía encontrar alguna forma para sacar mi enojo. Tal vez no era justo para ese desconocido, pero se lo merecía.
—Oye, eres un pésimo conductor. Casi matas a mi amiga allá atrás.
El tipo estacionó la motocicleta y se quitó el casco. Era, por lo menos, una cabeza más alto que yo y tuve que ver arriba para encararlo, pero no dejaría que eso me intimidara.
Sus ojos azules me inspeccionaron de pies a cabeza y sonrió burlón. Idiota, por malos conductores como él, mi gatito había muerto cuando yo tenía siete años.
—¿Matar a tu amiga? Estás delirando, no viene nadie contigo.
—¿Perdón? —Me giré totalmente indignada y, para mi sorpresa, Julie ya no estaba—. Como sea, ten más cuidado…
—¡Hunter! —gritó Ángela, una chica un año menor que nosotros, y se lanzó sobre él.
Genial, este era el famoso Hunter.
Me alejé sin decir más mientras miraba a Julie escondida detrás de un poste.
—Oye, gracias por tu apoyo —dije moviendo las manos de forma exagerada.
El cabeza de chorlito procedió a casi succionar a la chica por la boca e hice una mueca de asco cuando esos ojos azules quedaron fijos en mí otra vez.
—La odio, es tan resbalosa —dijo Julie y apretó los puños, mirando con furia a la chica que colgaba de los brazos de Hunter.
—Creí que dijiste que no te caía bien.
—No… Para nada… —Sacó un libro de su mochila y fingió leer cuando nos acercamos a la entrada del instituto.
—Julie, tienes el libro al revés.
—¿Qué?
Mientras me reía de cómo ella intentaba ocultar que le gustaba el chico nuevo, sentí un golpe en el corazón, como si una flecha o algo puntiagudo me hubiera atravesado. El dolor fue momentáneo, pero un mareo me hizo perder el equilibrio y me fue imposible mantener los ojos abiertos. La repentina necesidad de dormir no era normal, y esta vez sí busqué desesperada otro repuesto del frasco en mi mochila.
Tenía menos de cinco minutos para que un milagro me ayudara a encontrar otro frasco, si no caería dormida en medio de la calle, con mis alas a la vista de todos.
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