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𓆩Capítulo 04𓆪


—¿Qué? ¿Ya la conoces?

—No. Bueno… Tal vez.

—Hunter. —Me senté a su lado, tratando de sonar lo más dulce posible, aunque quisiera ahorcarlo—. Es importante que me cuentes todo.

Dudó un poco y después me vio algo avergonzado.

—Ayer fui a la discoteca, la que está cerca de la feria.

—¿La de las calaveras de azúcar?

—Sí, esa. Una chica se acercó a mí. Tenía un vestido muy corto y… —Se aclaró la garganta—. Comenzamos a bailar. Quiso ir a un lugar más privado y la seguí a una de las habitaciones de arriba. No recuerdo más.

—Por favor, solo inténtalo.

Se removió incómodo y apretó con fuerza su brazo.

—Cuando entré a esa habitación, todo daba vueltas, ella reía y me quitaba la ropa. Quise seguirle el juego, pero… su cara se fue deformando, hasta que quedó solo una calavera que juro que parecía de caballo. No sé en qué momento me dormí y desperté en ese mismo cuarto hoy en la mañana. Me dolía la espalda y cuando la mujer salió un momento, pude escapar.

Pese a todas las cosas sin sentido que decía, comprendí lo que había pasado. Vio una mujer bonita y esa fue la excusa perfecta para capturarlo y convertirlo en uno de nosotros. Perfecto, no podía ser peor.

—¡Policía! —gritó un hombre del otro lado de la puerta—. ¡Ya están a salvo! ¡Ya pueden salir!

Hunter se levantó desesperado, dispuesto a escapar como una nenita.

Podía escuchar del otro lado la pesada respiración de la mujer que se esforzaba para que su voz saliera como la de un hombre.

—No lo hagas —susurré—. Es ese monstruo que intenta confundirnos.

—Estás loca, aparta.

Hunter me empujó e intentó quitar el escritorio que tapaba la puerta.

—Basta. —No lo dejé avanzar más—. Esa cosa está allá afuera. Por favor, ve a sentarte.

—No me importa. Me largo de aquí.

—Piensa por un momento. Ninguno de los dos llamó a la policía y ese monstruo es capaz de cambiar de voz con tal de engañar. 

—Y sigues diciendo cosas raras, no te creo nada. Déjame salir, o no me hago responsable de lo que te haré.

Este tipo era un tonto testarudo. Ya no lo soportaba un segundo más. Intentaba ser amable y comprensiva, pero con él era imposible.

—¿Te crees un chico malo? —Lo empujé—. He tratado con auténticos demonios, los mismos que nos mataran a ambos, si sales por esa puerta —le advertí—. No eres más que una nenita en comparación a ellos. Así que te quedarás aquí hasta que mis padres regresen.

—Yo no…

—¡Policía! ¡Policía! ¡Policía! —La última palabra salió con el tono rasposo y lleno de flema de la mujer.

Hunter se quedó sin decir nada, viéndome fijamente como un idiota. Muy despacio se sentó en el sofá que estaba cerca de mi cama y contempló la decoración, tratando de fingir que no temblaba al escuchar a la mujer del otro lado de la puerta.

Mi enojo fue desapareciendo y, ya más tranquila, le marqué a papá. No contestó, por lo que hice lo mismo con mamá. A la décima llamada sin contestar, dejé de intentarlo y me senté junto a Hunter.

Tenía miedo, pero de cierta forma también sentía un gran alivio. No era él quien nos perseguía, sino un simple presagio. Papá acabaría con ella en un parpadeo.

—Agnes, el dolor regresó.

Toda la cara de Hunter estaba roja y le fue imposible seguir teniendo la camisa puesta.

—Lo sé, ya pasará.

—Hablo en serio, no lo soporto.

—Aguanta un poco más, lo estás haciendo muy bien —supliqué.

Hunter se retorció en mi sillón e hice una mueca al ver las manchas de sangre que estaba dejando en mi funda de perros salchicha.

—Creo… Creo que ya se fue…

La mujer dejó de hacer ruido. Estaba del otro lado, de eso estaba segura. Iba a contestarle a Hunter, pero pegué un brinco cuando unas garras lograron entrar por el marco de la puerta. Estas se anclaron a la pared e hicieron presión, lo suficiente como para mover el mueble que tapaba la entrada.

—¡Mierda, mierda! —volvió a gritar Hunter mientras se tocaba su espalda herida.

Corrí directo a mi mesa de noche y saqué un frasco de sal.

La mujer empujó más y pudo meter la cabeza. Su enorme sonrisa dejó ver sus afilados dientes y era imposible distinguir sus ojos debido a lo grasoso de su cabello. Una lengua negra salió de su boca y se relamió toda la cara mientras sus brazos se colaban también en mi cuarto y sus esqueléticos dedos señalaban a Hunter.

Bien, creo que los dos nos habíamos orinado ya.

Eché toda la sal del frasco en mi mano y la arrojé en la cabeza de ese demonio.

La mujer chilló y quiso retroceder, pero Hunter pareció sacar fuerza en el último momento y se lanzó sobre la puerta, moviendo el mueble. La mujer quedó atrapada y se retorció como gusano, tratando de quitar la sal de su piel.

Hunter estaba como loco, tomó una de mis sillas y le dio un fuerte golpe en la cabeza.

—Ya está, con eso es suficiente.

Por primera vez pude ver los ojos de la mujer, o lo que se suponía que eran: dos agujeros gigantes.

—¿Crees que están a salvo? —Ella se carcajeó—. Me comeré al chico bonito, y en cuanto a ti, escoria de pelo blanco, mi señor te va a destruir y pagarás por las vidas que arrebataste…

—¡Silencio! —grité—. ¡No digas mentiras!

El presagio siguió culpándome de cosas horribles y no lo soporté más.

Esta vez, fui yo la que perdió la cordura. Le arrebaté la silla a Hunter y comencé a darle golpes en la cabeza a la mujer, cada uno más fuerte que el anterior. Estaba como loca y grité con todas mis fuerzas, sintiendo un sabor metálico en mi boca. No podía parar, mi cuerpo se movía solo y perdí la cuenta de los golpes que le di.

Quería que se callara, que jamás volviera a repetir eso y estaba tan concentrada que lo único que me hizo volver a la realidad fue la sangre caliente que me salpicó cuando le di el último golpe.

Completamente exhausta, solté la silla y quedé intentando respirar con normalidad.

Hunter me vio aterrado y, en silencio, movió el mueble y abrió la puerta. El cuerpo sin vida de la mujer cayó en un charco de sangre.

—Se acabó, me largo de aquí.

Salió corriendo y yo no hice nada para detenerlo.

Me senté al lado del cadáver y sostuve con fuerza mi cabeza, tratando de olvidar su voz. Mi espalda comenzó a doler. Tenía que calmarme si no quería atraer a más criaturas como esa.

El ruido del auto de papá en la cochera me hizo sentir más segura y solo me hice bolita en el suelo al escuchar las exclamaciones de ambos. Ya habían encontrado el cuerpo de Rex y el desastre en la sala.

Ambos se apresuraron a subir y fui incapaz de verlos.

—¿Nes? ¿Cariño, estás bien?

Mamá me rodeó en un abrazo y comencé a llorar sin importarme nada más.

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—¿Y el chico? —preguntó papá.

—Escapó. No sé a dónde se fue.

Estuve a punto de soltar el extremo de la manta que envolvía al cadáver del buen Rex. Papá le daría un entierro digno, muy diferente al que le daba a los presagios.

—Debemos encontrarlo antes de que haga un escándalo.

Papá abrió el extraño sótano y le dio una patada al cuerpo inerte de la mujer, mandándolo con otros tres más, después cerró ese oscuro lugar con llave.

—Nes, ¿alguna idea de dónde pudo haber ido?

Escucharía los reclamos de ambos por dejarlo escapar, de eso estaba segura, pero parecieron controlarse. Estaban demasiado preocupados como para regañarme.

—No lo sé, dudo mucho que haya ido al instituto. No sé dónde vive y no tengo su número. Aunque… —Recordé la cara de tonto de Benny y cómo se trataban ambos con tanta familiaridad—. Llamaré a Benny, él sabrá dónde está, al parecer son buenos amigos.

Por la hora, los chicos tendrían que estar en el receso, así que hice la llamada.

—Nes de mi corazón, ¿todo bien?

—Hola, Benny, estoy bien. ¿Hunter está por ahí?

—No, no vino al instituto. Pero creo que tenía planeado ir a la discoteca después de clases.

—¿Tienes su número? En serio necesito contactarlo. Te explicaré todo después, lo prometo.

Benny pareció dudar, pero me mandó el número.

—Gracias, Benny, te lo agradezco en el alma. Te debo una.

Colgué la llamada y comencé a marcarle como loca a Hunter. Las llamadas jamás le entraron, tenía el celular apagado.

—No puede ser, no puede ser —repetí.

—Los presagios siempre atacan en grupo, debemos encontrarlo antes de que ellos lo encuentren.

Papá nos hizo una seña y los tres subimos al auto.

El camino me pareció eterno y no dejaba de pensar en que quizá ya era demasiado tarde para él.

Cuando estábamos a una cuadra de la discoteca, papá paró el auto de golpe. Iba a protestar, pero en la calle de enfrente, una mujer daba vueltas cerca de unos árboles y volteó a vernos mientras reía.

No tenía ojos y estaba desnuda.

—Sam —Papá tocó el hombro de mamá—. Debemos matarla.

—Vamos. Nes, tú quédate aquí y pase lo que pase, no salgas del carro —sentenció mamá.

Ambos bajaron y los vi alejarse en silencio.

Todo el caos en mi cabeza no me dejaba pensar con claridad. El resto del grupo de monstruos estaban cerca, demasiado cerca, y si atrapaban a Hunter, estábamos perdidos.

No podía quedarme de brazos cruzados. En lo que mis padres se encargaban de esa mujer, bajé corriendo del carro, directo a esa discoteca.

Toqué tres veces como de costumbre.

El gorila del otro lado abrió una pequeña ventana y asomó la cabeza.

—Ah, eres tú, Nes. Adelante.

Algo bueno traía ser amiga de Benny. Entré sin problemas con la música retumbando en mis oídos. No le presté atención a la canción y agradecí que fuera de día porque no había mucha gente, solo las chicas que atendían las mesas.

Hunter no estaba por ningún lado.

Me restregué los ojos un par de veces, intentando ver algo entre todas las luces que se movían. Aquí nunca paraba la fiesta, las veinticuatro horas de los días “elegidos” eran una locura total.

—Hola, Nes. ¿Vienes a divertirte? —Hod me abrazó por los hombros y comenzó a mecernos según el ritmo de la música.

—Por ahora no. —Rechacé el refresco que me ofrecía—. ¿Conoces a Hunter…?

—No me suena para nada ese nombre.

—Por favor, Hod. Es tu discoteca, claro que lo conoces. Recuerda que le debes un favor a Benny y si me ayudas le diré que no te cobre el dinero que le debes.

El hombre rio y se rascó su cabeza rapada.

—Bien, tú ganas. Tercer cuarto a la derecha. —Buscó una llave entre un manojo que tenía atado a su cinturón y me la dio.

—Gracias —dije y pasé de largo, pero Hod me detuvo.

—Si fuera tú, no iría. Se encerró hace como media hora. Actuaba raro, está drogado, eso es seguro.

—Sí, me temo que eso es mi culpa. Gracias de todos modos.

Subí las escaleras y los hombres de Hod me dejaron pasar. Ni bien entré, me aseguré de cerrar con llave, preparada para lidiar con el tonto.

—¿Hunter? ¿Dónde estás?

—¿Tú de nuevo? —dijo alguien en la esquina de la habitación—. ¡Largo! ¡Ya te dije que no seré parte de tu secta!

—Solo escúchame, puedo ayudarte.

Hunter se levantó con una agilidad impresionante y me lanzó al suelo. Sus ojos adoptaron un color dorado muy extraño y después escondió su rostro en mi cuello.

—No digas que no te lo advertí.

Lanzó un grito y tomé su rostro con fuerza mientras las enormes alas salían por fin de su espalda.

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