Capítulo 05
Casa de los Barner
Londres, Inglaterra
Junio de 1820
La mañana de aquel día nuboso, en la casa de los Barner, llegó una carta enviada por un lacayo del nuevo Conde que se instaló en la ciudad hacía poco tiempo atrás.
—Ha llegado una carta para nosotros —le comentó Isabella, la madre de Acacia, a su esposo.
—¿De qué se trata, Bella?
—No lo sé, va dirigida a nosotros.
—Ábrela entonces —le dijo y así lo hizo.
—¿Lord Lander, Conde de Essex, quiere presentar en sociedad a nuestra hija? No lo comprendo, ¿y tú?
—Tampoco, pero es seguro que la haya visto en algún paseo, Acacia no está en ese círculo, pero tampoco es indiferente a los demás habitantes de la ciudad —le comentó Paul, a su esposa.
—Ni siquiera tiene una dote, y no porta un título nobiliario tampoco. ¿Por qué habría de querer presentar en sociedad a Acacia?
—Ni tú y ni yo lo sabemos, solo será cuestión de reunirnos con él como nos pide, ¿no te parece?
—Si estás de acuerdo, está bien por mí también, querido.
—Bien entonces, le enviaré una respuesta para avisarle que aceptamos recibirlo —le respondió con una sonrisa.
Tres misivas más se intercambiaron, avisándoles a los padres de la joven Acacia en la última carta, que se reuniría con ellos ese mismo día. Los Barner lo recibieron con amabilidad y agrado, era poco común ver a un miembro de la nobleza visitar su casa y sobre todo, querer hablar con ellos. La madre de Acacia quedó subyugada con tan magnífico ejemplar de hombre.
—Muchas gracias por haberme recibido en tan poco tiempo.
—El gusto es nuestro, Lord Lander —le dijo Paul—, por favor, siéntese —contestó ofreciéndole el asiento próximo a él—. Sinceramente, el motivo de su visita nos tiene algo intrigados, puesto que nuestra hija no está en los mismos círculos que usted frecuenta.
—Puedo decirles que su hija me ha cautivado de manera extraordinaria, y por tal motivo, me gustaría pagar todos los gastos de su presentación en sociedad, por otro lado, creo que encontré a la futura Condesa de Essex, su hija.
—Nuestra familia es simple y sin pomposidades, y nuestra hija no es una noble.
—Me enamoré de ella apenas la conocí.
—¿Dónde la ha visto? —le preguntó la madre de la joven mujer.
—Paseando cerca de Hyde Park.
—Ya veo... —acotó Isabella, sorbiendo el té de su taza.
—¿Whisky? ¿Brandy? ¿Coñac? —le ofreció el padre de Acacia.
—No, gracias —contestó él, abriendo sus fosas nasales para oler el aroma sutil que desprendía Acacia desde la planta de arriba.
La joven sintió un cosquilleo en la nuca de repente, como si alguien estuviera con ella dentro de la habitación, como si la estaría observando leer uno de sus libros favoritos del momento. Cerró la encuadernación, y caminó hacia la ventana que daba a la entrada de la casa. Un carruaje que jamás había visto estaba en la entrada, frunció el ceño, y decidió bajar a la sala.
La voz del hombre le pegó de frente, cuando supo de quién se trataba. Sin tener intenciones de interrumpir la conversación, se escabulló como una rata hacia las escaleras nuevamente, pero su madre la vio por el rabillo del ojo, y casi gritando su nombre, la llamó. Cerró los ojos, y subió un peldaño más, haciendo de cuenta que no la escuchaba.
—¿Acacia? ¿Me escuchas? —le preguntó llegando al rellano de las escaleras.
—¿Me hablabas, madre?
—Sí, quiero que conozcas a alguien —le dijo tomando la mano a su hija—. Lord Lander, le presento a Acacia.
—Encantado en haberla conocido al fin cara a cara, señorita Acacia —le dijo tomando su mano y dándole un beso.
El muy desgraciado había tenido el descaro de presentarse en su casa, quién sabe por cuál motivo. Lo miró distando agrado, y él le sonrió, una sonrisa tan oscura que prometía los más prohibidos placeres nocturnos. Ella tragó saliva al recordar las noches en las que había pasado en los brazos de él, entrecerró los ojos al comprobar que él era el causante de dichos recuerdos, ya que estaba metido en la mente de ella como una tela de araña.
—Encantada de conocerlo, Lord Lander —le dijo con una sutil reverencia.
—Le comentaba a sus padres que solo he venido hasta aquí para ofrecerle mis servicios para que pueda presentarse en sociedad.
—Le agradezco el ofrecimiento pero... —le comentó pero su madre carraspeó y ella la miró.
—Acacia, no seas así con el señor, ha venido desde muy lejos para ofrecer ser tu tutor en tu presentación en sociedad —le contestó sonriendo.
—Sin dote ni títulos de por medio es imposible realizar una presentación en sociedad.
—Le aseguro que bajo mi tutela no necesitará de ninguno de ambos requisitos.
—¿Con qué propósito ofrece hacer eso, Lord Lander? —le preguntó ella, escrutándolo con cautela.
—No hay ningún propósito, señorita Acacia, solo quiero que tenga su presentación en sociedad como todas las demás debutantes de su edad.
—Tengo una edad que pasé, para ser una debutante más.
—Al contrario de lo que usted diga, milady, la encuentro hermosa como una flor —le respondió y ella se sonrojó—. Me gustaría hablar a solas con su hija, si ustedes me lo permiten, claro —les preguntó, dirigiéndose a sus padres.
—Sí, como no, Lord Lander, no faltaba más —le respondió de inmediato el padre de Acacia, y posando la mano sobre la baja espalda de su esposa, se retiraron de la sala, cerrando las puertas.
—¿Tienes una remota idea de lo que estás haciendo? No sé qué es lo que intentas hacer, pero te aseguro que no aceptaré nada de lo que tengas para decirme u ofrecerme. Puedes buscarte a una debutante adolescente que pueda agradarte mejor que yo, seguro encontrarás fácilmente un dechado de virtudes.
—No he venido aquí para buscarme un dechado de virtudes. El propósito de mi visita es para ofrecerte la posibilidad de debutar en sociedad.
—No quiero, gracias. Búscate a otra.
—¿No te has puesto a pensar que es posible que estés embarazada?
—Tranquilo, ya me ha bajado la regla desde hace tiempo, en todo caso, si no hubiera sido así, no tienes que correr con los gastos, porque lo habría criado sola —le contestó seria sin mirarlo a la cara—. Y te acordaste un poco tarde, diría yo.
—Acacia...
—Basta, no me digas más nada. Solo quiero que te vayas.
—Pues muy bien, me iré, pero la presentación se hará igual. Y más te vale que te presentes, de lo contrario me obligarás a destapar el secreto bien guardado que mantenemos.
—Ni se te ocurra, Chester —lo fulminó con la mirada.
—Pues entonces, aceptarás que te presente en sociedad.
—¿Por qué sigues siendo tan cruel? —le preguntó ella con frustración.
—Así me he criado y así he vivido toda mi vida, en medio de crueldades, no puedo ser menos que eso.
—Sí, puedes ser mucho menos que eso, solo no quieres, porque tienes miedo al cambio. Si no, ¿cómo me explicas que has vuelto como un noble inglés y no como un bárbaro pirata?
—Acacia, jamás me vuelvas a provocar porque ésta vez no me contendré, jamás te he mordido, pero la próxima vez no ocurrirá lo mismo.
—Vete de aquí.
—Pronto sabrás de mí. Buenas tardes, Acacia —le respondió saliendo de la sala.
Acacia recibió pocos días después una caja con una nota conteniendo una floritura perfecta.
No desprecies lo que con tanto cariño te he comprado. Chester
Apretó sus labios cuando terminó de leer la nota, y abrió la caja para descubrir lo que había dentro, tragó saliva y abrió los ojos cuando se encontró de lleno con el mejor vestido de gala que podía haberse imaginado jamás. A uno de los costados había un par de zapatillas de satén con piedras preciosas en cada empeine, y en el otro lado de la caja, un bolso de noche con perlas y piedras colgando como flecos que destellaban.
Miró al interior de la fina caja, comprobando que yacía una segunda nota.
Ésta noche será tu presentación en sociedad, tus padres ya lo saben. Lo único que te pido es que sonrías y te dejes llevar por el encanto de ésta noche. El carruaje de la familia los irá a recoger a las ocho en punto. Chester
La joven Acacia tomó la caja en sus manos y subió las escaleras, y al abrir la puerta de su habitación se encontró con Chester. Ella lo miró sorprendida y la caja que llevaba en sus manos se le fue directo al suelo. Quedó con la boca abierta, sin poder articular una sola palabra.
—Cierra la puerta.
—Ni siquiera preguntaré cómo has entrado.
—Haces bien —le dijo con una sonrisa de costado—. Solo me aseguro de ver que te aprontas para tu presentación en sociedad —le respondió él, y escuchó ruidos y pasos por el pasillo que se aproximaban al cuarto de la joven.
—Acacia... te ayudaré a bañarte —le dijo su madre, entrando sin golpear al cuarto de su hija, y la joven giró la cabeza para ver si él continuaba allí, se sorprendió de ver la recámara vacía.
—Sí, mamá.
—¿Estás bien, hija?
—Sí, solo un poco nerviosa, nada más.
—Es lógico, cariño —le contestó acariciando una de sus mejillas—. Vamos, ya son casi las siete, y se nos hará tarde para llegar al castillo del Conde.
—De acuerdo.
Momentos después, Acacia prácticamente ya casi estaba lista, cuando el reloj marcó las ocho menos cuarto de la noche. Suspiró hondamente, y se miró al espejo de cuerpo entero. No se reconocía a sí misma. El bellísimo vestido de color esmeralda resaltaba su figura más de lo que hubiera querido, no llevaba ninguna joya, puesto que el escote de su vestido ya tenía en abundancia.
Fuera, se escucharon los cascos de caballos que se acercaban a la casa de los Barner, su madre miró por la ventana y le avisó que debían bajar cuanto antes. Acacia, tomando la capa, regalo del Conde, que hacía juego con el vestido, se la colocó, y ambas salieron de la habitación.
La joven fue la primera en subir al carruaje, y segundos luego le siguieron sus padres y hermano. El cochero emprendió el camino hacia la mansión de su patrón, y dentro de la calesa todos hablaban, excepto Acacia que miraba por una de las ventanillas la calurosa noche.
Jamás se habría imaginado que terminaría en un baile en su honor para que un demente la quisiera presentar en sociedad. Haber conocido a Chester Lander había terminado siendo un completo error. Porque ni siquiera después de meses pudo quitárselo de su cabeza, aunque trató de mil maneras, siempre volvía a su mente como una melodía favorita.
Llegaron poco tiempo después, sus padres y Jacob bajaron, y ella fue ayudada por uno de los lacayos. Luego de darle las gracias, caminaron hacia la entrada de la mansión, teniendo que subir los imponentes peldaños hasta que fueron recibidos por el mayordomo a cargo.
El Conde de Essex los recibió con amabilidad y agrado, y sobre todo a Acacia. No podía dejar de mirarla, realmente se veía encantadora y había acertado con el vestido que le había elegido.
Chester recordaba cada centímetro de su cuerpo como si hubiera sido ayer cuando estuvieron juntos por última vez.
Los padres de la joven se quedaron charlando con unos conocidos, mientras que Jacob se encontró con un amigo que era igual o más sinvergüenza que él. Mientras que Acacia se mantenía distante de todo el mundo, a excepción de Chester, quién intentaba acercarse a ella más de lo debido.
—Estás preciosa, Acacia.
—Gracias, Chester.
—Lo digo en serio. Te queda perfecto el vestido, tanto que hasta te traería telas de todo el mundo para que la mejor modista de Inglaterra te confeccione todos los vestidos de moda.
—No necesito esas frivolidades.
—Pero se te verían exquisitas —le contestó y ella lo miró de reojo—, el satén te queda como guante al cuerpo.
—Ya párale, ¿sí? Creí que te ibas a comportar como un completo caballero y no como el bribón que sé que eres.
—Contigo me pongo salvaje —le respondió sincero, mientras la joven veía en los ojos de Chester el fuego de la pasión de las noches en que habían pasado juntos.
La orquesta en vivo comenzó a tocar un precioso vals, y Chester le pidió que bailara con él. Los movimientos de Chester eran perfectos y la llevaban al compás de la música, los invitados formaron de inmediato un círculo alrededor de ellos. La orquesta tocó dos valses más, sellando el futuro de Acacia sin ella darse cuenta. Los presentes murmuraban y ella no podía desprender la mirada de los ojos del pirata. Y él la llevó más allá de los sentidos. En el trasfondo de su pequeño mundo de encanto que solo compartían ambos, se escucharon los aplausos de los invitados, y el Conde no tuvo otra opción que culminar el baile. Aunque supo que su vida de noble junto con Acacia recién comenzaba.
Los sucesos siguientes fueron los más temidos por Acacia, quién jamás se habría esperado las palabras del Conde de Essex.
—Señoras y señores sean bienvenidos a mi castillo, espero que la velada sea perfecta para ustedes, como bien leyeron en la invitación que les he mandado, el motivo principal de esta fiesta es para presentar en sociedad a la señorita Acacia Barner, y anunciarles que están viendo a la futura Condesa de Essex —les dijo a todos los presentes, los cuáles algunos se quedaron impresionados y otros lo aceptaron con agrado.
Acacia casi cae desmayada por las palabras del Conde, no lo hizo, ya que estaba sujeta de la mano de él que hacía de soporte. Lo miró con los ojos enturbiados y no creía lo que estaba pasando. Los invitados se acercaron a ellos para felicitarlos, aunque era algo extraño lo que había hecho el Conde de Essex, no estaba mal visto por los demás lo que hacía Chester Lander, sabían bien que era un extravagante y original Conde que muy pocos se atrevían a realizar cosas como aquellas, y después de todo, sabían bien que era El Corsario Azul. El pirata que había combatido contra barcos enemigos de la Corona.
La joven mujer no esperó un minuto más, estaba furiosa por dentro, y todo gracias a Chester Lander. Lo miró entrecerrando los ojos y le pidió con murmullos que fuera con él a hablar a un lugar lejos de los oídos curiosos de los demás. Él con una encantadora sonrisa, aceptó ir con ella. Apenas llegaron a la biblioteca, él cerró la puerta y ella lo empujó contra el escritorio de muy mala manera, él se sorprendió ante su osadía.
—Me mentiste, jamás imaginé que serías capaz de hacerme algo así. Me quedé callada cuando me obligaste a presentarme en sociedad, ¿pero esto? Esto no estaba en mis planes.
—Muchas cosas no estaban en tus planes al parecer.
—No, claro que no. Ni siquiera el conocerte.
—Pero lo has hecho. Pero te arrepientes, por lo que soy.
—No, sí, bueno, no lo sé —le dijo pasando su mano por la frente en señal de confusión.
—Solo quiero que me digas lo que sientes en estos momentos, Acacia.
—Muchas cosas, cosas que no estaban en mis sueños, es decir, siempre creí que me iría a casar con alguien normal, pero jamás me imaginé casarme con alguien como tú —le dijo mirándolo a los ojos.
—¿Es malo o bueno eso?
—Siempre me dijiste en la cara que no querías nada conmigo, y siento que te estoy obligando por algo que pasó hace meses atrás.
—Nada de eso Acacia, no me has obligado a hacer nada que yo no he querido. Te amo, siempre lo hice —le confesó y ella lo miró confundida.
—Pero tú...
—Olvídate de lo que he dicho una vez, te amo, y siempre lo haré, no podía mantener una vida de libertino cuando tú estabas a mi cargo, así qué, recuperé lo que una vez rechacé y aquí estoy, dispuesto a casarme contigo, porque te mereces esto y mucho más, Acacia.
—No poseo dote.
—Ya te dije que esas cosas no van conmigo, no me hacen falta, no puedo pretender alguien con dote cuando yo he sido un pirata.
—Me haces sentir mal en parte por eso.
—Tonta, si hubieras tenido dote te habría querido igual, no busco dinero porque no lo necesito, Acacia. La soltura con la que te presentaste aquella tarde de invierno en mi barco arrasó con todo atisbo de dudas en mí, capturaste mi corazón desde la primera vez que te miré a los ojos. Y quiero que seas mi esposa.
—Cuando sea mayor tú seguirás estando igual.
—Tú seguirás estando igual de preciosa. Tienes sangre de vampiro en tu cuerpo también, ¿lo recuerdas?
—Intenté olvidarte por meses, y aún así, jamás pude hacerlo —le dijo con lágrimas en los ojos.
—Ya estoy aquí, cariño —le dijo mirándola a los ojos, tomándola de las mejillas y dándole un beso—, dejé la vida de pirata solo por ti, Acacia. ¿Quieres casarte conmigo?
—Sí, quiero casarme contigo, Chester. Terminé enamorada de ti, pasé muchas cosas contigo, que ni las hubiera imaginado, pero las tengo todas en mi mente, y aunque al principio me arrepentí, ahora no lo hago, porque si no fuera por mi hermano, jamás te habría conocido. Te amo.
Chester la sujetó de la cintura, fundiéndola contra su macizo cuerpo, ella enredó sus brazos y manos alrededor de su cuello, y él la tomó por la boca para besarla con ansias, y todo el amor que siempre le había profesado desde hacía meses atrás y hasta el fin de los tiempos.
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