Capítulo 02
Cerró la puerta, lo que hizo que la joven pegara un salto al no esperar semejante ruido. Tragó saliva con dificultad, mirando la manera de caminar de él hacia el sillón detrás del escritorio. Sin pronunciar palabra, él se sentó y la miró impertérrito. Mirándolo de aquel modo, la joven creyó observar a un poderoso y arrogante Rey y no a un simple pirata con actitudes de macho y bárbaro.
—Como sabe, señorita Barner, su hermano se queda aquí, por el trato de tenerla a usted también en la tripulación.
—¿Piensa asignarme algún puesto en especial? —le preguntó ella con desafío.
—Sí, será la persona que caliente mi cama todas las noches, los piratas tenemos nuestras necesidades, y la vida en altamar es muy solitaria, y a mí no me satisfacen los amoríos de una noche, por lo tanto, ese puesto lo ocupará usted, a partir de Londres hasta La Isla de La Tortuga, y de allí, hasta nuevamente aquí. Considérese afortunada, señorita Barner, no pretendo compartirla con nadie de mi tripulación y espero que usted no coquetee con ningún otro tampoco.
—Se ha vuelto loco, no pienso calentarle la cama, ni a usted ni a nadie.
—Entonces, Jacob será enviado a la escuadra.
—De acuerdo, lo haré.
—Decisión correcta, querida. ¿Qué más sabes hacer? —le preguntó dando él por sentado que en algún momento de su vida ya había tenido relaciones.
—Cocinar.
—Excelente —le expresó y se apoyó contra el escritorio, haciendo que sus fuertes brazos contrajeran la tela de su camisa negra—, ¿por qué estás tan nerviosa?
—No estoy nerviosa.
—No mientas, tu sangre bombea considerablemente.
—¿Ahora me tutea?
—Ya que compartiremos cama, es mejor tutearse. Chester...
—Sí, ya sé quién es usted, se lo acabo de decir en cubierta.
El hombre la miró de soslayo, sin querer ser imprudente y maleducado. Aquella mujer lo exasperaba al máximo y ni siquiera había pasado dos horas junto a ella. Acacia sentía que se movía, y no sabía si era producto del malestar que estaba sintiendo al discutir con él o porque el barco se estaba moviendo.
—¿Te sientes mal?
—Un poco.
—Recuéstate.
—No me acostaré en esa sucia cama —le dijo altanera.
—Es lo único que hay, ¿o prefieres el suelo?
Sin más excusas por parte de ella, dejó que la guiara a la amplia cama, para ayudarla a recostarse.
—¿El barco se mueve?
—Sí, rumbo a La Isla de La Tortuga.
—No puede ser.
—Sí, Acacia —le dijo, mientras ella sentía todo su cuerpo estremecerse.
El tono seductor que implementó al decir su nombre, hizo que el cuerpo de la joven cosquilleara por primera vez.
Apenas la acostó, le tapó los pies con una manta. Acacia miró perpleja sobre lo que estaba acostada. Satén azul oscuro. Parecía estar acostada sobre la noche.
—Duerme un rato, se te pasará enseguida el malestar.
—Tengo muchas ganas de vomitar —le dijo poniéndose de costado.
—No pienses en eso, trata de calmarte y dormir un poco.
—¿Cuánto durará el viaje?
—No quieres saberlo.
—¿Cuánto?
—Cuarenta días.
Acacia gritó acallando su desespero contra la almohada perfumada de sándalo y algo más oscuro. Su aroma la embriagó como un fuerte coñac. Él la seguía contemplando desde una distancia prudencial. Ella trató de serenarse, para no actuar como una completa chiquilla. Tenía que hacerle frente a la situación por más horrible y tediosa que pareciese.
Se sentó despacio en la cama, y se aclaró la garganta para luego alzar la vista al rostro masculino. No podía mantenerle por demasiado tiempo la mirada, era demasiado perturbadora, e intimidante. Jamás creyó estar con un hombre a solas, ni mucho menos ser parte de su dichoso botín con tal de no mandar a Jacob a prisión. Nadie le habría creído que había estado en cautiverio por un pirata, y ni mucho menos las jóvenes de su edad tampoco se habrían creído que había conocido al famoso y tan temido El Corsario Azul. Sonrió sin darse cuenta que lo hacia frente a él.
—¿De qué ríes?
—Lo siento.
—Me gustaría saberlo.
—Es una tontería. Solo me rio porque en la ciudad eres una especie de leyenda, nadie me creería si les cuento que en verdad te conocí.
—Pasará mucho tiempo para que vuelvas a suelo inglés, Acacia.
—Jamás me alejé de mis padres. No quiero esto —le dijo, al fin reteniendo la mirada, y se le cayeron un par de lágrimas.
—Lo siento, pero ya has hecho un trato conmigo. Y por el bien de tu hermano espero que lo mantengas.
—No soy ninguna cobarde, así que no tienes que temer por eso.
—Me gustaría que no seas tan esquiva conmigo —le contestó él, tratando de acariciar su mejilla mojada—, y me gustaría que no lloraras tampoco. Eres demasiado bella para llorar.
—Y soy demasiado joven para estar aquí.
—¿Joven? ¿Cuántos años tienes? —le preguntó él, con dudas.
—Veinte. Y Jacob quince.
—¿Acaso tienes algún prometido o algo así?
—Las jóvenes de mi edad ya casi ni están en la lista de solteras de Londres, soy vieja para el compromiso.
—¿Vieja? —preguntó él riéndose a carcajadas—, viejas son las estiradas Lady Vinchent y Lady Jilles que acompañan a las jóvenes que tienen bajo su tutela —le respondió y la joven no pudo contener la risa.
—Supongo que las he visto caminar por las calles, pero sinceramente no tengo idea de quiénes hablas.
—¿No las conoces?
—Me temo que no.
—¿No has debutado nunca?
—La hija del párroco no tiene esa clase de vida. Y no, no he debutado jamás. Eso es solamente para la aristocracia inglesa, y yo no pertenezco a ella. No tengo nada que ofrecerle al hombre que se interesaría por mí si estaría en un salón de baile debutando por vez primera para conseguir marido.
—Eres demasiado bonita como para que tengas una dote, creo que con eso opacaría la falta de dote.
—No todo el mundo piensa así. No soy una dama con un título y no estoy en los mismos círculos que la aristocracia inglesa —le contestó y él prefirió cambiar de tema.
—¿Te sientes mejor?
—Sí, gracias.
—Aún así, veré si el cocinero puede darme un poco de té para ti.
—Gracias.
El pirata salió de su camarote dejando a la joven recostada nuevamente en su cama, al ponerse de costado volvieron a caerse un par de lágrimas que había mantenido rezagadas. No podía creer lo que les estaba pasando.
El corsario volvió a entrar cerrando la puerta consigo, le ofreció con amabilidad la taza de té, la cuál ella agradecida, se la bebió de a sorbos. Conversaron, más él preguntaba cosas a ella, las cuáles ella reticente se las respondía.
—¿Qué hay en aquella isla donde piensas ir?
—Desolación y caribe.
—No sé cómo le haré para soportar todo esto.
—Eres fuerte y valiente. La Isla de La Tortuga es un lugar excepcional, te gustará.
—No creo que me guste algo que no tenga nada.
—La belleza natural de la propia isla hace que te guste el lugar.
—¿Por qué vas hasta allí y no a un destino más cerca?
—Porque allí, Acacia, es el punto principal de bucaneros, es un lugar estratégico y fundamental para nosotros.
—¿Comercializan lo que roban acaso?
—No, saqueamos otros barcos. Ese es mi trabajo.
—¿Consideras eso un trabajo? Sí que estás chiflado. Tienes todo para ser un hombre respetable en Londres, ¿y te conformas con ser un bárbaro?
—Soy pirata, no un bárbaro como me calificas. Tengo principios, no hago las cosas sin pensar.
—El trato que me has ofrecido es injusto para mi hermano, sobre todo para mí. Yo no tengo nada que ver en todo este lío, y tú decidiste tenerme como tu cautiva.
—Si serías mi cautiva, apenas subiste al barco estarías metida dentro de la fosa donde se guardan a los prisioneros. Y te aseguro que te considero honorable como para considerarte una cautiva. Seré un macho salvaje y el más temible corsario para ti, pero ante todo tengo un punto a favor, soy un caballero cuando me lo propongo.
Acacia lo vio salir del camarote, y ella terminó por recostarse nuevamente. Tragó las lágrimas que pugnaban por salir, creía que no era malo, pero si discutía con él, podía comerla viva. El hombre, gritaba a su tripulación dando ordenes, y ellos le obedecían a rajatabla. Ella por su parte, intentó incorporarse, bajó los pies al suelo con cuidado, y poco a poco fue levantándose del colchón. Caminó hacia el amplio escritorio, pasó el dedo índice por el mueble y comprobó que estaba más polvoriento que cualquier otra cosa. Hizo un mohín, y decidió que para cambiarle el humor a aquel fuerte hombre era necesario darle una buena limpieza. Buscó hasta dar con un balde de agua y un trapo con agujeros. Era preferible aquello antes que no tener nada. Sacó papeles, adornos y cuanta cosa veía sobre el escritorio, las apiló en una silla y pasó a limpiar de manera concienzuda el escritorio. Para cuando el hombre volvió, el escritorio estaba acomodado.
—¿Qué le ha pasado al escritorio?
—Me tomé el atrevimiento de limpiarlo y acomodar un poco los papeles y adornos.
—¿Quién te ordenó hacer eso? Yo no te lo he pedido. No me gusta que metas tu nariz en mis papeles.
—Solo lo hice porque no me gusta el desorden, y estaba muy sucio el escritorio.
—No te pedí que lo hicieras. No necesito que una mujer me haga las cosas, solamente calentarás mi cama.
—¿Ya has terminado de insultarme?
—No te he insultado.
—Para mí sí lo has hecho, y si ya terminaste, de acuerdo —le dijo y sin que él se lo esperara, ella levantó la mano y le zurró la cara de una cachetada.
Aquellos ojos se volvieron de un azul profundo y oscuro, casi como una negra noche, Acacia se llevó la mano a la boca ahogando un grito y quedándose petrificada. Algo en él supo que debía controlarse, y no dejarle ver más de lo que ya había presenciado.
—No me cabrees, Acacia, porque no podré responder de mí.
—¿Qué clase de criatura eres?
—No te confundas, no soy ninguna especie de criatura, soy un pirata. Más nada.
—No puedes estar hablándome en serio, tus ojos cambiaron de color.
—Estás mareada, el cambio que tuviste fue muy rápido para ti, en dos horas has visto y pasado por muchas cosas, y deja los nervios de lado, siento cuando me temes.
Acacia se preguntaba reiteradas veces cómo podía ser que él supiera con exactitud que ella estaba nerviosa y que su sola presencia la alarmaba y la hacia querer tocarlo. Porque ni siquiera ella se explicaba cómo podía ser que en tan pocas horas quería estar con él, hablar con él y sobre todo tocarlo para ver si era real o solo producto de su más descabellado sueño.
Un paso llevó al otro y en pocos segundos ella estaba frente a él, mirándolo desde abajo, ella pasó su mano por el brazo que tenía más cerca y fue recorriendo centímetro a centímetro hasta llegar al hombro fuerte de él. La sangre de su cuello bombeaba a raudales, la piel era cálida y bronceada.
—Tú también estás nervioso.
—La austera Acacia, no creí que fueras tan audaz.
—Ni siquiera me conoces.
—Algo me dice que te conozco desde hace mucho tiempo. Incluso desde cuando tú nacieras.
La joven quedó asombrada, sin poder articular palabra, lo que acababa de decirle iba más allá de algo normal, algo oscuro y tenebroso rondaba alrededor de él, pero no era miedo lo que sentía sino la intriga de poder saber más cosas sobre aquel misterioso y poderoso pirata.
El silencio abarcó aquel camarote como la luna se apoderaba de la noche. El Corsario Azul tomó la cara de la joven en sus manos abrasándola con un beso que borró todo atisbo de dudas y nervios. Ella abrió los ojos con asombro. Y terminó deleitándose con aquel toque suave pero posesivo de sus labios. Y a medida que se amoldaba a su boca, ella iba perdiendo un poco más la cordura, entregándose al deseo de su beso.
—¿Qué me has hecho mujer?
—Yo tendría que decirlo y no tú. Ni siquiera te conozco, ¿cómo es posible que comparta un beso contigo? No soy una mujer fácil.
—Yo no he dicho tal cosa.
—Pero lo piensas —le dijo entrecerrando los ojos.
—Claro que no. Te dije que soy un caballero, y lo mantengo. Con respecto a lo que le has hecho a mi escritorio, gracias —le contestó, y volvió a retirarse del camarote.
Dejó a Acacia con un revoltijo de sensaciones. Sabiendo que aquel viaje no sería tranquilo ni mucho menos.
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