—Ya no puedo seguir con esto, Selim. Está claro que tienes a alguien más—logré decir, dejando escapar un sollozo—de nada sirvió haberte dado otra oportunidad el mes pasado porque en vez de mejorar nuestra relación de más de dos años, la empeoraste con tu maldito cinismo...

—Piensa lo que quieras—replicó con frialdad y revisó su teléfono cuando sonó la notificación de mensaje—si quieres terminar, hazlo. Ya nada importa.

—Espero te vaya muy bien con las personas que estás conociendo, Selim. Cuídate y cumple tus objetivos, y ojalá logres encontrar la paz que mi amor no supo darte.

¿Cómo le podía decir a mi corazón que cambiara la cerradura porque el amor de nuestra vida nos había abandonado y ya no tenía derecho de estar adentro?

Mi piel comenzó a arder desde el interior y unas ganas incontrolables de vomitar me invadieron, y sentí como se me cerraba la garganta. Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas y me di cuenta de que mi relación de más de dos años había terminado para siempre. Y yo había sido la que le puso fin porque ya no era soportable.

Desde hacía un tiempo había comenzado a notarlo diferente, distante y extraño, y las veces que intenté confrontarlo, se ponía a la defensiva y me decía que yo era una paranoica por pensar que él me era infiel.

Y ahora, con haberme dejado con el corazón en pedazos, me di cuenta de que había hecho lo que tanto temía: Fijarse en alguien más, estando conmigo y no tener el valor suficiente para decírmelo antes de que fuera demasiado tarde.

No necesitaba pruebas tangibles para cerciorarme de su infidelidad, puesto que con solo ver su actitud me lo decía todo.

Yo ya no estaba dentro de su corazón y era momento de alejarme y empezar de nuevo a regañadientes.

Con el corazón a punto de colapsar, decidí marcharme a casa con la poca dignidad que me quedaba para reparar lo que quedaba de él.