Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

8

Siempre ha existido la mala suerte.

Y, dadas las circunstancias, yo era un imán de ella.

—¿Acaso te has vuelto loco? No necesito a una nueva asistente, ya tengo suficiente con Nicoletta—Leonel manifestó su inconformidad haciendo demasiados ademanes con las manos.

—Nicoletta es mi asistente y secretaria—le explicó Calógero con pasividad—y tú debes tener a la tuya, porque cuando asumas el poder, debes estar preparado al cien por ciento, Leonel.

—Pensé que Nicoletta iba a quedarse conmigo también—volvió a insistir el sultán y casi quise reírme por su expresión, pero no me hallaba en posición de burlarme porque yo también estaba atada de manos en aquella situación.

Nadie me informó que sería asistente personal de alguien tan insoportable.

—¿Hay alguna manera para que sea asistente de otra persona? —pregunté con una sonrisa nerviosa—el joven Ettori no me quiere con él.

—Tonterías, señorita Nava. Eres la indicada para ayudar a mi hijo—convino Calógero con una mueca. Alcancé a verle una vena punzándole en la frente, señal de que seguramente estaba conteniendo un ataque de cólera y cerré la boca.

Tanto el estúpido sultán y yo, bajamos la mirada. En lo personal, no deseaba que su padre me vetara del trabajo sin haber comenzado.

Retrocedí un par de pasos y me mantuve fuera del campo visual de Calógero Ettori.

—Nicoletta—le oí decir al padre de Leonel con suavidad. Todo su enfado era hacia su hijo, no a su secretaria o a mí—lleva a la señorita Nava a su nueva oficina. Me quedaré charlando un rato más con mi hijo.

Percibí que el sultán iba a estar en grandes aprietos y me descubrí a mí misma sonriendo como idiota ante la mera idea tan gratificante.

En mi mente me imaginé bailando a su alrededor y riéndome como loca mientras su padre lo reprendía por ser tan imbécil.

Seguí a Nicoletta hasta fuera de aquella oficina, en dirección de la mía. Pese a que me encontraba muy nerviosa, caminar junto a esa impecable mujer, me hizo sentir más tranquila y menos nerviosa.

—Así que eres la seleccionada de Norteamérica—dijo con entusiasmo. Su inglés era casi perfecto.

—Sí...

—¿Por qué siento que tienes miedo? ¿Es por el joven Ettori? —una leve sonrisa apareció en sus labios, un poco burlesca.

—No tuve un buen comienzo con él—me limité a decir sin entrar en detalles—no me parece que sea una persona que necesite a alguien más en sus asuntos, en especial los del trabajo.

—No es un mal chico, quizá cuando lo conozcas un poco mejor, te darás cuenta que es confiable y amable—me sugirió.

—Ni siquiera le agrado—arrugué la nariz.

—Será muy difícil que logres hacer que le agrades porque es un muchacho sumamente selectivo.

—Lo que acaba de decirme es algo contradictorio.

—Lo sé. Si logras agradarle al joven Ettori, será más fácil que logres ver quien es en realidad, debajo de esa coraza que lleva puesta.

Nicoletta dejó de caminar y señaló una puerta de cristal templado.

—Adelante, señorita Nava, es tu oficina—esbozó una sonrisa genuina. Ella me trataba de "usted" y de "tú" al mismo tiempo y me pareció algo extraño, pero no opiné nada al respecto.

Titubeante, extendí la mano y recorrí la puerta con mucho cuidado, dejando a la vista el interior de la que sería mi oficina de ahora en adelante.

Era, tal vez, del tamaño de mi habitación en Norteamérica. A pasos nerviosos, entré a echar un vistazo. La decoración era vintage y al mismo tiempo sofisticada.

—Increíble—balbuceé, estupefacta por la impresión.

—¿Te gusta? —preguntó Nicoletta, sonriendo con orgullo—yo misma mandé a decorarla así. Busqué en internet ideas de gustos juveniles y siento que el vintage era el correcto, aunque igualmente puedes darle unos retoques personales o cambiarlo.

—¡Me encanta! —volteé a verla— ¡Es fabulosa, gracias! Le daré unos toques minúsculos y quedará lista.

—Claro, es toda tuya—dijo detrás de mí—voy a dejarte unos minutos, ¿de acuerdo? No quiero que el señor Ettori se coma vivo a su hijo. Regreso lo más rápido posible.

Nicoletta me dejó a solas con mi nueva oficina y me animé a escudriñar con más atención. Las paredes eran de un color verde oliva tenue, había cuadros de pinturas de uvas, vinos y de algunos sitios turísticos del país. El escritorio era pulcramente blanco y había una enorme Pc Mac esperando a ser usada por mí y mucho material de oficina en los cajones. Un cesto de basura del mismo color que las paredes y plantas pequeñas en las esquinas, dándole un toque más armonioso.

Encontré una puerta al fondo y descubrí que también tenía mi propio baño.

Y cerca del escritorio, junto a las ventanas que daban a la ciudad, y que estaban cubiertas por unas cortinas que eran más blancas que la nieve, había una mini nevera con snacks en su interior y bebidas.

Aquella oficina era lo más parecida al cielo. No podía rechazar trabajar ahí. No tenía idea acerca del salario, pero sabía que ganaría más de lo que habría ganado en mi anterior trabajo en donde me sobrecargaban de horas, pagándome un sueldo miserable.

Al ver que había un pequeño espacio sin decorar, comencé a pensar en mi toque personal que le daría a mi sitio de laburo.

Mis piedras e inciensos para alejar la mala suerte, algunos posters con frases motivacionales y colgar adornos peculiares de lunas y estrellas en el techo. ¡Tenía demasiadas ideas!

—Veo que te ha encantado la oficina.

Di un respingo al escuchar a Pietro detrás de mí. No noté en qué momento había llegado y me sonrojé.

—Es estupenda, me encanta—reconocí.

—Lo sé, Nicoletta eligió la decoración, pero yo decidí que esta sería tu oficina, la que tiene incluso su propio baño—me guiñó el ojo—y lamento haberte asustado, no quise interrumpirte, pero te mirabas graciosa mirando a tu alrededor—bromeó.

—Estaba imaginando las posibilidades de imponer un poco de mi toque en la oficina—dije con entusiasmo.

Pietro asintió sin dejar de sonreír.

—¿Por qué no fuiste por mí al hotel esta mañana? —le pregunté cómo quien no quiere la cosa. No quería que sonara como un reclamo.

La sonrisa de él se desvaneció.

—Hice mi mayor esfuerzo por ir por ti, pero me fue imposible, lo siento—se disculpó—le pedí de favor a Leo que te recogiera, ¿cumplió?

—Sí—hice una mueca—de haber sabido que no irías por mí, habría solicitado algún servicio de taxi o caminar hasta acá.

—¿Tan mal estuvo el viaje con él? —bromeó, retomando su humor en segundos.

Puse los ojos en blanco ante semejante pregunta y eso ocasionó que Pietro soltara una carcajada divertida.

—Con solo ese gesto, me dijiste todo.

—Fue un martirio, sin mencionar la aparición de una chica llamada Lucrezia—planteé—llegó, hizo una escena de celos y Leonel la mandó a freír espárragos.

—¿Lucrezia? —inquirió Pietro, frunciendo el ceño. Yo simplemente asentí—pero ella es la mejor amiga de Leo desde que eran unos niños, fue la única que lo apoyó cuando...

Alcé las cejas cuando él dejó de hablar abruptamente.

—¿Cuándo qué? —lo miré, instándole a seguir.

—Olvídalo—sonrió inmediatamente y no insistí, porque probablemente era un tema familiar que no me correspondía saber.

—No te preocupes, ¿por qué no me instruyes un poco? El señor Ettori ya me encomendó ser la asistente personal de tu primo y para ser honesta, no me esperaba tal nombramiento.

—¿Asistente personal de Leo? —entornó los ojos.

Asentí.

—¡No es posible!

Me encogí de hombros y caminé hasta la silla reclinable detrás de mi escritorio para dejarme caer dramáticamente.

—No tengo idea sobre lo que es ser un asistente, pero yo tengo uno—apremió Pietro—si quieres puedo llevarlo al hotel para que hablemos al respecto, ¿te parece?

—Sí, por favor, no quiero cometer ningún error y causar problemas.

—Lo único que sí sé, es que vas a tener que llevar siempre en tu posesión la agenda personal de Leo. Ahí están todos sus contactos, tanto de inversionistas extranjeros, socios, amistades y amistades íntimas.

El tono que usó para la palabra "íntimas" me causó escalofríos.

—¿Qué diferencia hay entre amistades y amistades íntimas? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—Las chicas con las que se acuesta—me tradujo entre dientes—y por lo visto, ahora Lucrezia forma parte de ellas. ¡Increíble, jamás pensé que mi primo arruinaría una amistad como esa! Era la única amiga real que le quedaba.

De repente, Leonel Ettori hizo acto de presencia en mi oficina. Tenía levemente enrojecidas las fosas nasales por el golpe que le di tiempo atrás y su mirada oscura se dirigió a mí con desdén.

Y, sin embargo, se quedó ahí, estático, sin decir nada, mirándome como idiota.

—¿Qué tanto me miras? —le espeté— ¿te gusto o qué?

Ay madre. ¿De dónde había sacado tanto valor de decir eso en voz alta?

Pietro carraspeó, preparándose para apaciguar la situación que sabía que iba a descontrolarse, pero el italiano con aires de sultán se adelantó.

—Tendrías que volver a nacer alrededor de doscientas veces para que logres llamar mi atención y ser la mujer de mis sueños—replicó Leonel con frialdad.

—Sé que no soy la mujer de tus sueños—afirmé, esbozando una sonrisa maliciosa—porque tú, Leonel Ettori, no serías capaz de soñar tan alto.

—¿Qué? —siseó, después de quedarse perplejo durante diez segundos, procesando lo que acababa de decirle.

—Es la primera vez que alguien te deja sin palabras—se burló Pietro—y merecido lo tienes.

—Esta es mi agenda, apréndete bien los nombres y teléfonos importantes—me dijo Leonel, ignorando a Pietro. Se acercó a entregarme una agenda muy elegante y me la depositó en las manos—no quiero que cuando yo te pida un contacto, tengas que utilizarla y hacer el ridículo.

—¿Entonces porque tienes una agenda? —fruncí el ceño—deberías tener todos los números en tu teléfono.

—Mi teléfono personal solo lo tiene mi familia. Yo no soy un simple plebeyo con los que estás acostumbrada a tratar—aseveró.

Mientras parloteaba, abrí la agenda en una página aleatoria y sufrí un colapso mental. ¡Todo era un desorden!

—¿Esperas que me aprenda todo esto? Ni siquiera tiene un orden—me quejé.

—Todavía falta que tengas mi agenda de citas—dijo con malicia—pero sé es imposible que avances si sobreexploto ese mini cerebro norteamericano que tienes en la cabeza.

—¿Qué tiene que ver su nacionalidad? —quiso saber Pietro, interrumpiendo.

El sultán no respondió. Giró sobre sus talones y nos dejó nuevamente solos en la oficina.

—Lo detesto—murmuré, viéndolo marchar a través del pasillo con aire prepotente. Su cabello oscuro y levemente despeinado se movía a cada paso que daba lejos de nosotros.

—Tengo que reconocer que cuentas con el suficiente valor para encararlo. Ninguna persona, a excepción de mi tío Calógero, puede dominarlo, o al menos, dejarlo sin palabras.

—Muero de miedo cada que me enfrento a él—reconocí—pero no puedo tolerar que me trate mal. Yo no le he hecho nada. He venido hasta aquí a comenzar de nuevo y necesito el trabajo.

—Lamento que te haya tocado ser la asistente de mi primo. Podría tratar de hablar con mi tío para que intercambiemos de asistentes, pero no te prometo nada—dijo.

—No es necesario. Tomaré este trabajo como un reto, además, tal vez sea de ayuda para que olvide más rápido a Selim.

—¿Usarás el estrés y sobreexplotación como distracción?

—Exactamente.

La conversación con Pietro duró unos minutos más porque luego de eso, recibió una llamada y prometió regresar después.

Me aseguré de cerrar bien la puerta corrediza de la oficina y encendí la Mac. Era color plateada y preciosa. Nunca imaginé que algún llegaría a tener una, o bueno, trabajar en una.

Era completamente nueva, por lo que comencé a adaptarla a mí, comenzando con el cambio de idioma.

No obstante, la sonrisa, la emoción y el entusiasmo, se fue evaporando en cuestión de segundos. Los recuerdos de Selim volvieron a mi mente cuando mi cerebro se dio cuenta que no había nadie más conmigo.

Mi cabeza era un peligro.

No podía estar sola y no pensar en nada porque los dolorosos recuerdos venían a mí como fuertes latigazos en mi corazón. Y me daba coraje porque yo no elegía pensar en él. Comenzaba a odiarlo más que cualquier cosa en el mundo. El amor puro que le tuve alguna vez, se estaba convirtiendo en mucho desprecio y asco.

—Enfadada te ves más horrenda.

Volví en sí al escuchar la estúpida voz del sultán italiano. No le lancé la Mac a la cabeza porque pesaba y sería un desperdicio destruir algo tan bello en su cráneo de aborigen.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Nunca te enseñaron a tocar la puerta?

—Es mi empresa y puedo entrar cuando quiera—repuso con hostilidad.

—Bien, ¿qué se te ofrece? —resoplé.

—Iré a mi oficina y quiero que vengas conmigo. De hecho, siento que es una pérdida de tiempo que te hayan dado un espacio para ti, si siempre vas a estar conmigo y no aquí—señaló la oficina en su totalidad. Su tono fue parecido a una amenaza.

—A lo mejor tu padre sabe perfectamente que vas a sofocarme y quiso darme un sitio seguro.

—A mi oficina, ahora—ordenó de pésimo humor.

A regañadientes, obedecí. Lo seguí por el pasillo, en dirección al ascensor y subimos un par de pisos más. Su oficina estaba en el último piso y parecía que era la única ahí. Todo estaba vacío de personas, porque de piezas costosas de arte no. Era como una bodega personal y tuve miedo de tropezarme y caer encima de todo.

—Si rompes algo, lo pagas—me advirtió.

—Pagaría con mi alma porque con dinero no me alcanzaría—sisé.

De tantas piezas de arte, hubo una que captó toda mi atención. Era una escultura hecha de arcilla blanca, cuya figura era de una mujer cargando a un bebé en sus brazos y al lado, había otra figura exactamente igual, pero el bebé ya era un niño y estaban tomados de la mano. Sin embargo, había otra más que estaba al fondo y apenas se notaba. Era el niño convertido en adulto con la mano estirada, agarrando otra mano, pero el resto del cuerpo de esa extremidad no estaba, al parecer fue arrancado después de que secara la textura. La mujer de la secuencia había desaparecido.

—¿Qué demonios estás haciendo? —me ladró Leonel cuando notó mi ausencia.

—Nada—dije, corriendo a alcanzarlo.

La oficina de él era enorme, pero simple. No había nada personal ahí, salvo una cajetilla de cigarrillos sobre el cenicero y unas golosinas en un recipiente. Todo parecía haber sido elegido por Nicoletta en un intento de alegrar la estancia con tonos grises.

—Busca mi agenda de citas. Debe estar en alguna parte de la oficina—dijo.

—Podríamos buscarla los dos y ahorrar tiempo—le sugerí.

—En ese caso, no te habría traído—manifestó su enfado con un chasquido de lengua—apúrate, no tengo tu tiempo.

Azorada, empecé a buscar ese estúpido libro en todos los rincones. A pesar de que era una bodega, subían a hacer aseo porque no había polvo ni bichos.

Encontré la agenda en un pequeño cajón, debajo de seis cajas de preservativos carísimos y... lubricante.

Ahora todo tenía sentido. Leonel Ettori se acostaba con mujeres para ocultar su gusto por hombres.

De pronto, dejé escapar una carcajada llena de malicia y me apresuré a tomarle foto a la evidencia, puesto que los pasos fuertes y pesados del sultán se avecinaban.

—¿Qué es lo gracioso? —inquirió él, colocándose detrás de mí.

Pensé en cerrar el cajón, pero de todas maneras se daría cuenta de lo que acababa de descubrir.

—Estaba admirando tu más oscuro secreto que guardas aquí adentro—dije entre risas—sabía que ocultabas algo, pero nunca pensé que algo como esto.

—¿De qué carajo estás hablando? —su rostro se ensombreció y no me dio tiempo de levantarme, ya que yo estaba de cuclillas.

Él se abrió paso, empujándome sin miramientos y caí sentada sobre el suelo, pero no me importó. Volví a reírme al ver su expresión horrorizada.

—Eso no es mío—se defendió y cerró el cajón de una patada, pero no sin antes agarrar la agenda.

—Se supone que la oficina es tuya, ¿no? —ahogué una risa nasal—es entendible que tengas ese pésimo humor, ¿sabes? Estar en el closet debe ser complicado, en especial porque tu padre espera mucho de ti y no puedes gritar abiertamente que eres homosexual.

Sin embargo, en un temerario y ágil movimiento, Leonel Ettori se me fue encima, sometiéndome por completo con su fuerte cuerpo. Me estampó con fuerza en el suelo, sujetándome rápidamente las muñecas con una sola mano y acercó su rostro al mío con expresión mortífera.

Entorné los ojos al ver como su mano libre se posaba sobre mi mandíbula inferior con fuerza. Y retuve el aliento.

—No voy a seguir tolerando tu falta de respeto, maldita norteamericana—me ladró a la cara y di un respingo, sus ojos oscuros ardían de furia y yo comencé a temblar de miedo, sin poder defenderme y de mis labios no salió ni una palabra a causa del nudo en la garganta que se me había formado para no llorar—tú eres la empleada aquí, no yo. Espero que pronto entiendas tu lugar. No somos amigos, ni conocidos, ni nada que se te pueda ocurrir para tener la confianza que tienes en mí, ¿entendido? Podrás jugar con mi primo Pietro, pero yo soy Leonel Ettori y puedo destruirte a ti y a tu familia y hacerte desear no haber venido a mi país a firmar tu sentencia de muerte.

Como me había quedado inmóvil, nuestras respiraciones agitadas se acoplaron y nos miramos directamente a los ojos, pero los suyos fueron bajando hasta quedarse fijos en mis labios y después volvió a subir la mirada y percibí su respiración agitándose más que la mía.

Sentí que la fuerza de sus manos se suavizaba y de un momento a otro, el sultán parpadeó, conflictuado y se salió de encima con rudeza.

Escuché sus pasos alejarse y solo hasta entonces, logré respirar con normalidad. Cerré los ojos con fuerza y las lágrimas se deslizaron por mis sienes hasta perderse en mi cabello. No quise levantarme del suelo hasta minutos después.

¿Qué acababa de suceder?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro