7
Disimulé el nerviosismo y retrocedí un par de pasos para mirar con mejor detenimiento a la recién llegada. Era una chica hermosa, cabello muy oscuro y enormes ojos grises que miraban al sultán y a mí con desprecio. De no estar con el rostro ensombrecido de cólera, habría admirado más su belleza europea.
Y para rematar, ambos se pusieron a discutir en italiano. Estuve alrededor de cinco minutos parada como idiota mirándolos pelear y pensé en marcharme, pero si hacía el más mínimo movimiento, la fémina se iría contra mí.
Sin embargo, Leonel se puso de pie con dificultad y rechazó la ayuda de ella con mayor coraje. Buscó mi mirada y se acercó a mí para poner su brazo encima de mis hombros.
—Vamos—me dijo—llegaremos tarde.
Por instinto, quise empujarlo, pero recordé que había sufrido un golpe severo por mi culpa y apreté las mandíbulas sin decir nada.
—Así que es norteamericana—dijo la chica con aberración—y por eso has estado ignorando mis malditos mensajes y llamadas, ¿no? Porque estabas de lo mejor con ella.
El rostro de Leonel enrojeció de vergüenza y sentí la tensión en su cuerpo.
—No. Ella es la novia de Pietro—respondió con fastidio—y te dejé en claro que ya no me buscaras. ¿Por qué no entiendes que fue una simple noche? Yo no estoy en búsqueda de nada serio.
De no tener la mandíbula adherida a la cabeza, habría rodado por el suelo ante la impresión.
—Me niego a creer que lo nuestro solo haya sido una sola noche—siseó ella y percibí tristeza en su voz, muy por debajo de su enfado.
—No quiero ser más grosero contigo, Lucrezia—carraspeó Leonel—por favor, márchate, no me obligues a dar órdenes de echarte de aquí o de cualquier sitio a donde vayas a seguirme.
Ante ese arrebato de ira por parte del sultán, los ojos de la chica se llenaron de lágrimas y en vez de decir algo al respecto, se dio media vuelta y abandonó el lobby con indignación.
—No haré ningún comentario al respecto—murmuré.
—Gracias—espetó con frialdad—ahora vámonos.
—No, tú te quedas. Aún no sabemos si el golpe que te di es grave.
—En mi empresa tenemos a nuestro doctor familiar—hizo una mueca, siendo tozudo de sentarse nuevamente.
—No puedes conducir así y yo tampoco he tocado ninguna motocicleta en mi vida—le puse más excusas.
Él sacó su teléfono e hizo una llamada. Tardó tres minutos y colgó.
—Mi chofer viene en camino. Nos llevará.
—¿Por qué te empeñas en ir conmigo? —increpé de malhumor.
—Porque Pietro me lo pidió y le debo muchos favores. Tampoco es satisfactorio tener que ver tu cara en un día soleado.
—¿En dónde está él? Ayer estaba enfadado contigo—estreché los ojos en su dirección— ¿qué le hiciste?
—Estoy comenzando a quedarme sin paciencia. No tengo por qué darte explicaciones, solo obedece y cierra la boca.
Estuve veinte minutos pensando en cómo asesinar al sultán sin ser descubierta hasta que llegó un coche e hizo sonar su bocina con elegancia en el exterior. Leonel se levantó y echó a andar a la salida. Lo seguí con torpeza y encontré un coche que parecía sacado de mis más remotas fantasías, el cual había visto alguna vez en una revista para multimillonarios.
Si mi memoria no me fallaba, era un Rolls Royce Boat Tail convertible, color azul petróleo y valuado en veintitrés millones de euros. Tragué saliva.
Leonel Ettori aparte de ser un imbécil millonario, era un extravagante ser humano. ¿Acaso no le bastaba con haber nacido en una cuna de oro?
—¿Qué? ¿Nunca habías visto un coche tan impresionante como este? —se burló al ver mi expresión.
—Es un Rolls Royce Boat Tail—mascullé—tampoco soy una ignorante.
—Puede que sepas el nombre de mi coche, pero me refiero a que jamás te has subido a uno, ¿no? —humedeció sus labios y le quitó la llave a su chofer.
Intercambió algunas palabras con el hombre antes de hacerme una señal para que lo siguiera y abordara aquel estrafalario vehículo.
Con sumo cuidado me deslicé al asiento del copiloto y abroché el cinturón. Olía exquisito al perfume del sultán italiano y entorné los ojos al vislumbrar un paquete de preservativos en un compartimiento.
—Vaya que te diviertes demasiado—arrugué la nariz al tiempo que él encendía el motor.
—Nadie se resiste a mí—dijo con arrogancia y aceleró.
—Tal como la chica de hace un rato, ¿verdad? Simplemente te acostaste con ella y ya.
—Lucrezia no es un tema que pienso discutir contigo—espetó, apretando las mandíbulas.
—Entonces no juegues con sus sentimientos—expresé con amargura—puede que para ti no haya sido importante ese encuentro íntimo, pero tal parece que para ella sí.
—¿De verdad me vas a dar cátedras de ética? —me miró de soslayo mientras se adentraba a toda velocidad a la carretera rumbo a la ciudad.
Me encogí de hombros y no dije nada más. Luché para que mi cabello no se estropeara más por el aire.
Atravesamos la ciudad rápidamente, que apenas me dio tiempo de admirarla. Leonel se metió después detrás de un enorme edificio antiguo y salió por una calle menos transitada, casi como un callejón en donde se dirigió directamente a una especie de cochera oscura.
—¿Qué haces...?
Entramos sin miramientos y la oscuridad nos invadió. Nos detuvimos y la puerta se cerró detrás de nosotros.
—¿Qué está pasando? —me impacienté.
—Relájate—dijo, pero no podía ver absolutamente nada.
Y sin previo aviso, el suelo empezó a subir y comprendí que estábamos en un elevador de coches.
Luces tenues fueron encendiéndose hasta que por fin pude ver que el edificio extraño era simplemente un sitio privado y discreto para dejar el coche de los accionistas porque enseguida vi el logotipo de la empresa por todas partes.
—Vamos.
Obedecí únicamente porque no sabía con exactitud a donde debía ir. Caminé detrás de él, siendo consciente de que estábamos solos ahí y no entendía como estaríamos en la empresa tan pronto.
Leonel abrió una puerta del fondo y quedé perpleja al ver que del otro lado ya era la empresa vinícola. ¿Qué clase de brujería era esa?
—No estarás pensando que enseñaremos la entrada privada a la empresa para que los transeúntes tengan fácil acceso, ¿verdad? —inquirió, volviéndome a hacer sentir como una idiota.
No contesté. Si abría la boca, sería como echarle más leña al fuego y no quería problemas.
—Y bien, ¿me dirás a qué viniste? Porque se me hace extraño que conozcas nuestra mi empresa—dijo, dándose la vuelta y bloqueándome el paso al mismo tiempo. Los trabajadores de ahí ni siquiera notaron ese arrebato. El sultán todavía tenía sangre seca en la punta de la barbilla.
—Asuntos privados.
—Si no me dices la razón, te echaré de aquí—sus pupilas se dilataron por la emoción—y créeme, es algo que disfrutaré mucho.
—Señorita Nava, estábamos esperándola.
Una voz femenina y autoritaria repelió el acercamiento ofensivo de Leonel hacia a mí.
—¿Nicoletta? —preguntó Leonel, estupefacto, a la señora de mediana edad que avanzaba firmemente hacia nosotros con una libreta y bolígrafo en las manos. Su atuendo era una falda negra hasta la rodilla y una camisa blanca. Sus zapatillas de plataforma le daban un toque pulcro a su apariencia en general. Y tenía el cabello rubio recogido en una cola de caballo, contrastando con sus ojos mieles muy expresivos.
—Hola, joven Ettori—lo saludó cortésmente y su mirada se posó en mí—sígame, señorita Nava, es por aquí.
Por un momento me sentí muy importante y seguí a la mujer con el sultán pisándome los talones.
—Espera, ¿cómo la conoces? —insistió él.
Nicoletta se volvió hacia Leonel y frunció el ceño.
—Yo debería hacerle la misma pregunta, joven Ettori—dijo, alisando sus mangas—ella es la nueva recluta de la empresa y ha venido a su entrevista de trabajo, solo por protocolo, ya que fue seleccionada previamente.
Ella no esperó alguna respuesta y tampoco yo. Nos encaminamos al ascensor, dejándolo atrás. Seguramente se había quedado paralizado por la noticia, pero no me importaba, ya que, al fin y al cabo, como había dicho Nicoletta, yo ya estaba seleccionada.
Subimos varios pisos y a cada metro que ascendíamos, mi corazón parecía a punto de estallar. Tenía mucho miedo y ansiedad.
Las paredes eran de cristal puro. Los interiores de las oficinas se podían ver desde afuera del pasillo e incluso saliendo del elevador.
—Por aquí—le oí decir a la mujer y salimos del ascensor, rumbo a una oficina, que, muy probablemente era la de mayor tamaño.
Ella se quedó estática al borde la puerta de cristal, esperando a que yo entrara. Titubeé un poco, pero cuadré los hombros, armándome de valor y entré.
La puerta se cerró detrás de mí y me di cuenta que me había quedado completamente sola ahí.
El aroma a incienso de "palo santo" llegó a mis fosas nasales y me estremecí. Ese olor era ideal para relajarse y alejar las malas vibras de cualquier sitio.
—Hola, usted debe ser la señorita Nava.
La verdad no esperaba escuchar una voz dentro de la oficina y mucho menos frente a mí. Di un respingo y miré a todas partes, perpleja.
—Una disculpa, a veces olvido que desde donde usted está, no pueden verme—bromeó la voz masculina. Su acento italiano era sumamente marcado.
A continuación, el dueño de la voz apareció en mi campo visual a través de una pequeña abertura entre el librero y un enorme cuadro de pintura abstracta que era del tamaño de la pared.
Me quedé ensimismada ante la genialidad del panorama. Era un sitio oculto, ideal para ocultarse de algún tipo de atentado o simplemente pasar un buen rato a solas, aunque igualmente desconocía como era el interior.
—Hola—dije tímidamente—¿usted va a entrevistarme?
—Desde luego que sí, ¿quién más que el CEO de la empresa te entrevistaría para trabajar aquí? —me guiñó el ojo—si mando a mis asistentes a entrevistarte, te echarían sin miramientos o peor aún, si le pido de favor a mi hijo Leonel. Él es muy especial con los empleados, y estoy hablando de manera negativa.
Parpadeé.
—Usted es... —titubeé, completamente paralizada. Él era el padre del sultán y dueño de la empresa.
—Calógero Ettori—se presentó amablemente y tomó asiento del otro lado del escritorio.
Calógero Ettori, el famoso dueño de una de las empresas vinícolas más importantes de Italia y Europa. Dios. Era un hombre completamente elegante. Debía tener unos cincuenta y tantos, pero se mantenía muy bien. Las pocas canas que adornaban su cabello oscuro le daban un toque exótico, sin mencionar que Leonel había sacado sus ojos y su sonrisa. La única diferencia era que su padre parecía tener empatía.
De pronto, la puerta de cristal se abrió y entró el rey de Roma. Maldita sea.
—Padre, ni se te ocurra contratarla—siseó. Me asombré que tuviera la osadía de decirlo en inglés para que yo supiera lo que estaba haciendo en mi contra.
Calógero enarcó una ceja en dirección a Leonel.
—¿De qué hablas, hijo? —preguntó con suavidad.
—Ella no es apta para trabajar aquí—insistió, cerrando la puerta. Sus ojos en ningún momento se fijaron en mí, sino en su padre.
—Claro que sí, de hecho, ha sido perfecta tu presencia, Leo—dijo el señor Ettori con orgullo.
—¿Qué? —Leonel frunció el ceño.
—La señorita Nava es tu nueva asistente a partir de hoy. Ella se hará cargo de tu itinerario y tu agenda personal, además de acompañarte a todos lados.
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