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6


En cuanto él arribó la motocicleta, me extendió la mano para darme un tirón y subir detrás. El poco espacio que había me obligaba a inclinarme sobre su espalda y abrazar parte de su cintura.

Pietro se colocó los lentes de sol y posteriormente el casco con la visera alzada.

—Si no llevas puesto lentes para el sol, baja la visera para que el aire no te moleste—me aconsejó y obedecí.

Él encendió el motor y este rugió, haciendo que lo abrazara con fuerza y pegara la cabeza a su espalda con mis brazos alrededor de su cintura.

Como jamás había experimentado un viaje en motocicleta, me aferré a ese italiano y cerré los ojos ante el movimiento salvaje y las ráfagas de aire violentas.

A medida que iba acoplándome al trayecto, aventuré a echar un vistazo a mi alrededor. Había viñedos hermosos a nuestro paso y olía deliciosamente a café. Era muy probable que hubiera cafetales también muy cerca.

Al poco rato, Pietro giró a la derecha, al lado opuesto a la carretera que conectaba directo a la ciudad. Su motocicleta era para todo tipo de terreno porque en ningún momento tuvimos ningún percance en la terracería.

Alcancé a leer un letrero que decía "Gambino Vini" y recordé que ese era el nombre de la empresa en la que yo iba a empezar a trabajar. Seguramente íbamos al viñedo familiar o algo por el estilo.

Recorrimos unos quince minutos el angosto sendero hasta que Pietro empezó a frenar levemente. Vislumbré que, en efecto, era un viñedo. Uno muy precioso, que se extendía por todas partes hasta perderse de vista. El sol estaba en su mejor punto y dejé que me llenara de vitamina D en lo que atravesábamos parte de todo aquel majestuoso lugar hasta llegar a una residencia muy elegante justo a la mitad de los cultivos.

—He aquí el corazón de la empresa familiar—me informó Pietro al aparcar y quitarse el casco.

Él bajó ágilmente de la motocicleta, dejó su casco en el manubrio y antes de que yo pudiera bajar de un salto, me tomó de la cintura y gentilmente me depositó sobre mis pies y aventuró a quitarme el casco.

Su cabello parecía hebras de oro gracias a los rayos del sol que caían sobre él.

—El tour comienza ahora—me guiñó el ojo y acomodó varios mechones de mi cabello detrás de mis orejas antes de dejar mi casco junto al suyo.

Se quitó los guantes y después se puso otra vez sus lentes de sol sobre el cabello. Me instó con la cabeza para que lo siguiera y obedecí. Caminamos un camino de piedras enormes en el suelo hasta llegar a ese lugar.

—¿Aquí es donde hacen el vino que vende tu empresa? —pregunté algo tan obvio y enseguida me arrepentí.

—Es el viñedo central, donde todo comenzó. Hay cultivos nuestros en todo el país e incluso en el extranjero—contestó amablemente.

Tímidamente di un paso en el interior justo detrás de él. Olía a uva y a café recién hecho.

—Además de ser la bodega principal de vino, también abrimos al público para que los turistas vengan a degustar la exquisitez que tenemos para ofrecerles y hagamos convenios para la venta de mercancía y como hoy es domingo, no abrimos, pero hice una excepción por ti—me palmeó el hombro y tomó mi brazo para guiarme por todo el lobby que tenía pinturas y fotografías antiguas sobre el viñedo, vino, Italia y los pioneros de la empresa vinícola.

Pietro se encargó de explicarme lo más resumido posible sobre la historia de Italia y la importancia de su mercancía hecha a raíz de las uvas, una fruta muy peculiar y deliciosa. Él no tenía mucho poder en la empresa porque su padre era primo del hombre al que le habían heredado todo y por más que tuviera buen estatus económico, no era tan importante como la familia directa.

—Y Leonel tampoco tiene tanto poder en la empresa, ¿verdad? —inquirí, deseosa de que me dijera que yo estaba en lo correcto.

Sin embargo, Pietro rompió a reír y negó con la cabeza.

—De hecho, él es el próximo heredero universal de toda la empresa—respondió con orgullo—cuando mi tío decida que ya es tiempo de ponerlo al mando, Leo subirá a la cabeza de la compañía, aunque dudo mucho que eso ocurra pronto.

—¿Por qué? —Me sentí paralizada. ¿Ese sultán altanero era el dueño de semejante empresa en donde yo iba a trabajar? ¡Me iba a tortura hasta morir!

—Le falta mucho para estar a la altura de su padre—se encogió de hombros—por más que se esfuerce, hay ciertos aspectos que necesita pulir si quiere enorgullecer a la familia y ser digno de liderarnos.

De repente, una señora de rostro ensombrecido hizo acto de presencia y suavizó el semblante al ver a Pietro e incluso sonrió simpáticamente.

Ambos intercambiaron algunas palabras y luego él me indicó que la siguiéramos por una puerta detrás de unos barriles de utilería.

Claramente comprendí a qué se refería con decir que los turistas llegaban a probar el vino ahí, pero omitió comentar que contaban con un restaurant o cafetería pequeña pintoresca, con más adornos referentes al país, al vino y a las uvas.

—¿Los barriles tienen vino de verdad o son como los del lobby? —Quise saber, acercándome a uno que tenía una enorme etiqueta que decía "Petto del drago".

Pietro se acercó también, sacó una copa de la barra y abrió el grifo que estaba en el barril. Un líquido rojo y brillante salió hasta llenar una cuarta parte de la copa y me la extendió.

—Pruébalo. Es mi favorito.

Acepté el vino y le di un pequeño sorbo en el que mi paladar y lengua se deleitaron con aquel elixir. Asentí y me lo bebí todo de un sorbo. Me mareé un poco y Pietro sonrió.

—Delicioso, ¿no? —Sirvió más, pero esta vez para él y le dio un delicado sorbo—dulce y electrizante.

—Sí que lo es—afirmé, relamiéndome los labios y Pietro fue por otra copa para servirme—gracias.

Petto del drago—dijo con su elegante acento.

—¿Qué significa?

—Cofre de Dragón—respondió—un nombre peculiar, pero coincide con su sabor exótico.

—¿Qué más le agregaron para llegar a ese sabor?

—Ni siquiera yo lo sé. Son secretos que casi nadie sabe—suspiró—si de mí dependiera, buscaría nuevos sabores mezclados para crear un vino perfecto y ponerle mi nombre.

Vino Pietro Polizzi, suena bien—lo animé—estoy segura que sería un éxito.

Me dio un recorrido por todos los alrededores de la bodega de vinos y cortamos algunas uvas del viñedo, las cuales sabían muy bien. Caminamos entre los cultivos y opté por tomar fotografías a mi alrededor. Pietro de repente se coló en mi selfie y nos tomamos muchas más juntos.

—Nuestras ex parejas nos tienen bloqueados de todas partes, solo les faltó bloquearnos de la vida—Pietro ahogó una risita nasal—pero creo que sería buena idea crear nuevas cuentas de Instagram en donde pongamos estas fotografías, ¿qué te parece?

—¿Para qué ellos lo vean?

—Obvio.

—Creo que están más ocupados con lo suyo como para darse cuenta que tendremos nuevos perfiles—hice una mueca.

—Tengo un par de amigos que podrían hacer que nuestras cuentas nuevas les aparezca en sugerencias, así que no te preocupes. No vamos a seguirlos ni nada. Será al revés.

—Entonces, ¿fingiremos salir? —reí—en lo que a mí respecta, a Selim le importa un rábano lo que yo haga. Tal vez entre a echar un vistazo, pero no hará nada al respecto. Quizá hasta se alegre de que por fin se liberó completamente de mí.

—No perderemos nada con intentarlo. Ambos perdimos la dignidad al entregarle el corazón a personas inestables.

Coincidí en eso. Pietro tenía razón. Selim subió una foto con su nueva conquista en su otra cuenta donde me tenía bloqueada y me pregunté... ¿por qué yo no? Aunque todo fuera una mentira.

—Cuando estemos más relajados, lo haremos—le aseguré con decisión y eso provocó que Pietro me abrazara espontáneamente.

Estuvimos media hora más recorriendo el viñedo y luego fuimos directo a la ciudad. No sabía si el acercamiento repentino con Pietro era buena idea, pero al menos parecía entender mis sentimientos y la situación en la que yo me encontraba. Y le rogué a Dios mentalmente que dejara que él fuera mi jefe inmediato en mi nuevo trabajo y no su primo, Leonel Ettori.

En todo el camino a la ciudad, sentí que formaba parte de una película veraniega, en compañía de un italiano guapísimo del que me enamoro perdidamente y no nos volvemos a ver jamás al término del verano. Era cómico imaginarlo, puesto que yo había llegado a Italia para sanar mi corazón, no empeorarlo, además, Pietro me caía bien, nada más.

Habíamos comenzado el tour cuando de repente él recibió una llamada y no tuvo otra opción más que atenderla. Estábamos por degustarnos una deliciosa rebanada de pizza que vendían en un local callejero, al que muchas personas acudían. Era como comer hot dogs, algo normal. Aunque de cierta forma nunca pensé ver ese tipo de comportamientos también ahí.

—Vas a asesinarme—le oí decir detrás de mí.

Apresuré a limpiarme las comisuras de mis labios con una servilleta y volteé a verlo.

—¿Por qué? —Pregunté con el ceño fruncido.

Pietro hizo una mueca.

—Leo acaba de marcarme para decirme que esta noche habrá una cena con unos inversionistas polacos y debo unirme a los preparativos.

—¿Así de repente se hizo la reunión?

—De hecho, la había olvidado. Discúlpame.

Terminé el último trozo que quedaba y suspiré. De alguna u otra manera ya sabía que aquel día no podía ser del todo perfecto. Pietro Polizzi era una persona ocupada, obviamente tenía que estar metido en asuntos de su familia y empresa.

—Tranquilo, vamos de vuelta—dije con una sonrisa, tratando de que no se me notara la decepción.

—¿Podré compensártelo de alguna manera?

—Sí, llevándome de vuelta al hotel.

—De verdad necesito compensártelo y...

—Pietro, no te preocupes—dije tranquilamente—me encantó mucho ir al viñedo.

—Buscaré un día en mi agenda para que podamos salir sin ningún inconveniente de por medio—prometió, abatido.

—Espero que de igual forma cuando comience a trabajar en tu empresa también encuentre días libres—bromeé.

—Hablaré con mi tío para negociar tus días de descanso—humedeció sus labios con ansiedad y verificó una vez más su teléfono— ¿Sabes qué? ¡Qué se jodan los inversionistas! Te prometí un día estupendo y eso tendrás.

Y dicho eso, apagó su teléfono.

Era lógico que iba a tener problemas tras haber hecho eso, pero parecía no importarle en lo más mínimo.

El resto de la tarde estuvimos paseando por toda la ciudad. Me dio su teléfono para que lo guardara y evitara la tentación de encenderlo y arruinar nuevamente el grandioso día. Era curioso que se portara muy amable conmigo cuando apenas nos habíamos conocido el día anterior; tal vez se debía a que éramos dos dolientes incomprendidos que se encontraron por casualidad para sanar sus corazones.

Cuando oscureció, Pietro por fin encendió su teléfono para comunicarse con sus amigos e ir a divertirnos con ellos, pero el aparato no había encendido del todo y de pronto entró una llamada, sobresaltándonos.

—Maldita sea—maldijo y atendió con frialdad.

La conversación fue fúnebre y en italiano. Tuve que activar el modo planta para esperar a que concluyera la llamada.

—Vamos, Shady, debo llevarte al hotel cuanto antes—me dijo Pietro sorpresivamente. Aún tenía el teléfono en la oreja. Me hizo señas para que lo siguiera, en dirección a la motocicleta que estaba aparcada a dos calles.

Iba a decirle algo, pero noté que continuaba en la llamada y lo seguí en silencio. A mi alrededor las personas iban y venían, muy sonrientes de estar empezando la noche de una hermosa velada; mientras que yo seguramente iba a ser llevada al hotel y el grandioso italiano se iría con su familia.

Lo que me tenía con el buen humor es que había podido estar tranquila con respecto a mi estado emocional y disfrutar las horas junto a Pietro Polizzi sin sentirme miserable conmigo misma ni pensar en Selim.

—¿Sucedió algo? —Me atreví a preguntar al verlo lanzar un teléfono con furia contra el pavimento, haciéndolo añicos.

—¡Leonel Ettori, eso es lo que sucede! —exclamó, irritado. Su rostro había enrojecido descomunalmente y su respiración se agitó.

—Cuéntame—me puse nerviosa al verlo así.

—No tiene caso. Vamos, ya es tarde.

Discretamente vi la hora en mi teléfono. Estaban por dar las nueve de la noche.

De vuelta al hotel, fue un caos. La velocidad en la que Pietro condujo me causó un poco de miedo, en especial porque ni siquiera se fijó en los semáforos y en cuestión de minutos arribamos el sendero que nos llevó directo a los viñedos.

Abruptamente nos detuvimos frente al hotel y salté fuera de la motocicleta con el cabello revuelto pese a tener el casco en la cabeza.

—¿Te encuentras bien? —insistí.

—Honestamente no, pero debo marcharme antes de que me cuelguen vivo en la cena con esos inversionistas—espetó de pésimo humor—no me dejan hacerme cargo y tampoco me dejan en paz. Esto es tarea de Leo, no mía.

Le entregué el casco, pero él negó con la cabeza.

—Quédatelo. Mañana pasaré por ti para llevarte a la empresa a tu entrevista—suavizó su voz y recuperó un poco su humor—descansa y discúlpame.

Retrocedí un par de pasos para verlo marchar a una velocidad más excesiva. Abracé el casco y suspirando, entré al hotel.

No había nada que hacer aquella noche, así que subí a mi habitación a descansar porque el día siguiente comenzaría mi nueva vida.

Para mí mala suerte, tuve una pesadilla espantosa en el que Selim fue el protagonista. Él había venido hasta acá con la intención de seguir molestándome y restregarme en la cara de que ya tenía a alguien más.

A eso de las seis de la mañana, desperté empapada en sudor. Y me calmé al darme cuenta de que no fue más que una pesadilla. Yo me hallaba en Italia, lejos de mi exnovio y él jamás podría encontrarme, claro, si es que algún día deseaba saber sobre mí.

Abrí el balcón y me asomé para ver el sol mañanero que apenas comenzaba a salir en el horizonte. La noche anterior vi toda esa majestuosidad al lado de Pietro y ahora él se encontraba en alguna parte con su familia.

Pedí el desayuno un par de horas después y me duché tranquilamente. Elegí la ropa adecuada para la entrevista y esperé a Pietro en el lobby, tal como me había dicho. A ciencia cierta no sabía si el que iba a entrevistarme sería el padre de Leonel Ettori o el mismísimo Leonel Ettori. Me aterraba la idea de que eso fuese posible.

Escuché el ronroneo de un motor y esbocé una sonrisa. Me levanté rápidamente del sofá para ir a saludar a Pietro, llevando conmigo el casco y mi gesto se congeló en mis labios al ver al sultán descender de una motocicleta similar a la de su primo.

—¿Qué haces aquí? —inquirí, parando en seco.

Leonel Ettori se había quitado su casco color negro y su cabello estaba ligeramente despeinado. Sus ojos color chocolate me escanearon de arriba abajo con descaro.

—Este hotel me pertenece, ¿por qué habría de no venir? —me miró como si fuera una idiota.

—¿Dónde está Pietro? —repuse con sequedad.

—¿Por qué preguntas por mi primo? —enarcó una ceja y se quitó las arrugas inexistentes de su chaqueta.

—Él dijo que vendría a recogerme para... —guardé silencio.

—Pietro no vendrá—espetó el sultán—, así que te sugiero que a donde quiera que tengas que ir, te vayas ya.

—Voy de camino a tu empresa—dije sin miramientos.

El sultán frunció el ceño y me miró con escepticismo.

—¿Por qué?

—Eso a ti no te concierne—bufé, acomodándome el cabello y caminando en dirección al sendero para salir a la carretera y ver si algún taxi o persona amable me diera un aventón a la ciudad.

Aferré el casco bajo mi brazo y avancé a paso decidido.

—Me intrigó mucho eso de que tienes que ir a mi empresa—dijo Leonel detrás de mí. Alcancé a escuchar el tenue ruido de los neumáticos de su motocicleta moverse lentamente.

No respondí.

—Responde.

—¿Y qué harás si no te doy ninguna respuesta? —lo encaré, dándome la vuelta abruptamente.

—Tendrás que hablar por las buenas o por las malas—se irguió más, haciéndome ver como una hormiga en comparación de él, pero no flaqueé.

—¿Tan importante soy para ti como para que estés tan ansioso por mi respuesta? —me burlé.

—No. Mi empresa es lo que me importa y no quiero que una norteamericana idiota meta sus narices en algo que no le concierne y más teniendo en cuenta de que es probable que hayas seducido a mi primo con tal de sacarle provecho económicamente y no lo voy a permitir.

Aquello si me hizo perder la paciencia.

—No sé qué clase de chicas frecuentas, pero estás muy equivocado. No me conoces y te exijo que no me etiquetes en algo que no soy.

—Bien, entonces habla—me instó—Pietro me envió para que te recogiera, pero si quieres que te lleve a mi empresa, debes decime la razón, de lo contrario, llamaré a la policía.

—Deberías estar agradecido. Te salvé el trasero en el avión—sisé.

—Lo tenía controlado—ladró, enfurecido—además, no estabas obligada a ayudarme.

—Sucede que soy una buena persona, sultán italiano—dije con desdén—incluso a un animal salvaje sería capaz de ayudar si está en peligro.

Y sin más, reanudé la marcha. Él me siguió.

—Súbete a la maldita motocicleta. Hice un trato con mi primo, así que obedece. No respondas si no quieres, pero súbete ya, tengo cosas que hacer.

—Mis pies son más seguros, gracias.

—¡Hazlo! —me gritó, sobresaltándome.

Di un respingo y le di un golpe en la cara con el casco por instinto. Todo fue a cámara lenta: el casco estampándose en la mandíbula de Leonel Ettori con fuerza y posteriormente cayendo de la moto de manera ruda.

Y en cuanto vi que no se levantó, me acerqué lo suficiente para comprobar si estaba bien, especialmente porque el golpe fue con mucha fuerza y no me convenía asesinar al heredero de una enorme empresa valorada en millones de dólares.

—¡Oye, sultán, el golpe no fue tan grave, levántate! —me arrodillé frente a él, sin darme cuenta que la estúpida motocicleta estaba de pie por suerte divina y comenzó a inclinarse sobre mí.

Ahogué un grito y cubrí mi cabeza con los brazos al percibir la enorme motocicleta apunto de aplastarme a mí y al sultán.

—¡Eres una completa idiota! —gruñó Leonel Ettori al tiempo que se sentaba bruscamente y detenía un poco el pesor de la motocicleta con el brazo— ¡Muévete!

Me arrastré lejos de ahí y él empujó con irritación el vehículo hasta lanzarlo del lado opuesto con irascibilidad.

—Primero me golpeas y luego tengo que salvarte—carraspeó, iracundo y entorné los ojos al ver como un hilillo de sangre se deslizaba de sus dos fosas nasales y él parecía no notarlo.

—Oye...

No obstante, el sultán trató de levantarse y se tambaleó. Ni siquiera lo pensé dos veces y corrí a auxiliarlo, pero me rechazó.

—Estás sangrando, deja que te ayude—sisé.

—Seguramente me causaste una contusión con el golpe, nada grave—añadió con sarcasmo—me siento mareado, si muero, no podrás pagar mi funeral, idiota.

Puse los ojos en blanco y tomé uno de sus brazos para pasármelo sobre los hombros y a pesar de que quise soportar su peso, él apenas y dejó que yo sintiera incluso el pesor del brazo. ¿Acaso estaba siendo empático o simplemente porque era una mujer débil?

En el lobby, lo guie hacia el sofá y me alejé un poco para ir en busca de ayuda, pero él me agarró de la manga de mi blusa, deteniéndome, casi igual como en el avión y volteé a verlo, asustada.

—No te conviertas en una loca, por favor, solo tráeme agua—dijo con la voz cansada.

Sus ojos color chocolate comenzaban a cerrarse como si tuviera sueño. Mala señal.

—No te duermas, despierta—comencé a entrar en pánico—llamaré a emergencias.

—Quiero agua—exigió de mala gana.

Mis piernas se movieron por sí solas y pedí agua fría en la cocina. Cuando regresé, encontré a Leonel profundamente dormido y lo zarandeé, horrorizada.

—Sultán de quinta, ¡no te mueras!

—Jamás podría morir teniéndote aquí conmigo.

Mi corazón volvió a latir de forma normal.

—Y no lo digo de manera romántica—siguió diciendo con petulancia—sino porque no me dejarías morir en paz, idiota.

—¡Deja de llamarme idiota y bébete el agua!

Obedeció a regañadientes y nuestras miradas se encontraron mientras él bebía el agua y las apartamos rápidamente. La sangre de su nariz estaba secándose y de manera involuntaria me encargué de limpiarle la que estaba en su mentón con un pañuelo desechable.

Él se quedó quieto al sentir mi mano y retiró el vaso de su boca para que yo continuara limpiándolo.

Retuve el impulso de no fijar mi mirada en sus ojos, ya que sentía como me estaba mirando con total atención, poniéndome nerviosa, e incluso sentí su respiración extrañamente acelerada. Nuestros rostros estaban extrañamente cerca y opté por guardar la calma.

—¡Leonel Ettori!

El chillido femenino, muy similar a un animal sufriendo, nos sobresaltó.

—¿Lucrezia? 

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