4
Algunas gotas de lluvia cayeron sobre mi cabeza y me di la media vuelta para encarar al recién llegado, a quien su voz yo conocía y deseaba estar equivocada.
Un escalofrío helado me recorrió la espina dorsal al mirar aquellos ojos marrones mirándome con el mismo ceño fruncido. Y cuando logró reconocerme, hizo una mueca de fastidio.
—Tú—dijimos al unísono.
Pietro y los gemelos se miraron entre sí, un poco desconcertados.
—¿Se conocen? —preguntó Fiorella con perplejidad.
—¡No! —exclamamos nuevamente al unísono y nos enviamos miradas asesinas.
—¿Quién es esta idiota? —espetó el imbécil con aires de sultán y asmático que me hizo la vida imposible de camino aquí en el avión.
—Estoy saliendo con ella, querido primo—afirmó Pietro y me agarró la mano con firmeza. Quise soltarme, pero me lo impidió.
—¿De verdad? —inquirió el sultán con una ceja elevada. En sus ojos color chocolate había un alto grado de escepticismo.
—¿Por qué lo dudas? —titubeó Pietro.
Era interesante que estuvieran hablando en inglés, cuando perfectamente pudieron estar conversando en italiano y supuse que quizá era para que yo entendiera.
—Porque es sospechoso que justamente hoy, que regreso de Estados Unidos, cuando ya teníamos planes de tu cita a ciegas, aparezcas con alguien, teniendo en cuenta que no has querido conocer a nadie, usando la excusa de que quieres seguir sanando tu corazón roto por culpa de Florencia, a sabiendas que ya transcurrieron más de siete meses y ella está felizmente con su nuevo novio—dijo el sultán en tono burlón.
—No es necesario ser tan duro, ¿sabes? —musitó Pietro y alcancé a sentir que se tensaba y me agarraba con más fuerza la mano.
Qué tristeza. Él también estaba en medio de una ruptura y lo comprendía perfectamente.
Y antes de que el sultán añadiera algo más, no supe de dónde saqué valor, pero me puse frente a Pietro.
—¿Quieres que nos besemos frente a ti para que puedas quedar tranquilo y nos dejes en paz? —Lo encaré.
Aquello lo sorprendió y rápidamente recuperó su compostura.
—¿Y qué hay de tu cita a ciegas? —me ignoró y miró a su primo que estaba detrás de mí.
—Se cancela—respondió Pietro y tiró de mí para estar junto a él—cenaremos todos, incluyendo a Shayden.
—¿Shayden? —frunció el ceño el sultán.
—Ella es Shayden Nava, mi nuevo prospecto—canturreó Pietro, señalándome con la barbilla.
—Bien—dijo el otro, dudando de las palabras de su primo y posó su calculadora mirada en mí, haciéndome sentir vulnerable—mi nombre es Leonel Ettori y te advierto que no quiero que te hagas la idea de que puedes hablarme sin mi permiso y consentimiento—gruñó.
Detrás de nosotros, los gemelos soltaron una carcajada divertida.
—Vamos, muero de hambre. La reservación es para hoy—añadió Vincenzo y su hermana asintió.
—¿De qué se quejan? El restaurante es de mi padre y podemos llegar después de la hora de reserva—agregó Leonel Ettori con desdén y casi pensé que me lo decía a mí, únicamente para presumir su estatus social.
Al momento de entrar al restaurant, me olvidé un poco de que me hallaba rodeada de italianos desconocidos para poder disfrutar y deleitarme con lo que había a mi alrededor. A mis amigas les habría encantado estar aquí.
Había una terraza y por lo que entendí en las conversaciones entre ellos mientras subíamos por la escalera, ahí era el sitio privado para los familiares del dueño del restaurante. La zona VIP.
Me costaba asimilar que semanas atrás había estado llorando por mi ex novio y sin pensarlo, me encontraba en Italia, apunto de cenar en un restaurant elegante y costoso, rodeada de italianos. Dios. ¡Era un sueño! Lo que me causó conflicto era que yo no estaba vestida para la ocasión.
Las únicas dos mesas redondas estaban situadas a un costado de la terraza, en donde se apreciaba el panorama oscuro y la tranquilidad de los alrededores. Hasta muy lejos se alcanzaba a ver unas tenues luces, puesto que el lugar estaba retirado de la gente para que fuese, quizá, más armonioso.
Era un restaurant al que no cualquiera tenía acceso de ingresar y me sentí extraña.
Además de las dos mesas, había meseros especialmente para nosotros, una barra, un barman muy elegante y atractivo de unos cuarenta años, mesa de billar, un bufete, una rockola, una pequeña pista de baile con una TV y micrófonos para karaoke. Como techo había un enorme cristal para dar el efecto de estar a la intemperie sin ningún problema. Las gotas de lluvia continuaban en el vidrio, dándole un aspecto más acogedor.
Incluso olía deliciosamente bien a incienso de vainilla y la música de Jazz a un volumen moderado le daba el toque perfecto.
Me senté con Pietro en una mesa y los demás nos siguieron, quedándome frente a Leonel Ettori y sus petulantes ojos chocolate que no dejaban de enviarme miradas hostiles.
—Me encantaría mucho escuchar cómo se conocieron ustedes dos—comentó Fiorella luego de pedir una margarita.
Todos habían pedido, excepto yo, ya que no me apetecía beber nada. Y por educación, elegí jugo de mora, bajo el escrutinio del sultán arrogante.
Para haber tenido un ataque asmático, se miraba bastante bien, incluso se duchó y cambió de ropa para dejar en el olvido aquel recuerdo del avión en el que demostró tener su talón de Aquiles.
—No hay mucho qué contar—cortó Pietro—simplemente sucedió.
—Tuvo que haber un momento en específico en el cual hicieron "clic" y se dieron cuenta de que se gustaban—aguijoneó el mellizo de ella con sumo interés.
—A veces no se necesita tan ciencia—dije para aligerar la tensión y enseguida Leonel Ettori volteó a verme—con simplemente conectar, ya es un gran paso.
—Tal parece que es tu primer interés amoroso, ¿no? —se burló Ettori de mí con sequedad—porque de ser lo contrario, sabrías que influye más que solo conectar y ya. Se necesita más que una maldita sonrisa y coqueteo normal.
Parpadeé, incapaz de creer que ese italiano se atreviera a hablarme de esa manera y con tanta confianza.
—¿Entonces solo por mi comentario crees conocer mi historial romántico? —contraataqué con veneno disfrazado de dulzura.
Leonel se encogió de hombros y en ese instante llegaron nuestras bebidas. Agarró su Martini y se lo bebió de un solo sorbo, mirándome a través del rabillo del ojo.
Bebí un trago del jugo de mora y me estremecí en el asiento.
—No me agradas—dijo de repente el sultán.
Vincenzo y Fiorella alzaron las cejas con cierta diversión y apretaron los labios, señal de que ya estaban acostumbrados a ver ese tipo de comportamiento por parte de su arrogante primo.
Pensé que Pietro diría algo, pero al verlo, noté que estaba enfrascado en su teléfono, absorto de lo que ocurría a su alrededor.
Trágame tierra.
La cena consistió en simplemente beber, o al menos eso creí hasta que otro mesero se acercó a pedirnos la orden y se dirigió a mí de una manera muy amable.
—Cosa ordinerai per cena, bella signora? —me preguntó con suavidad, listo para anotar mi petición en una libreta muy curiosa.
—Disculpa, no hablo italiano—me disculpé, ruborizada. Sus ojos eran color miel y demasiado expresivos.
—Suggerisco gli spaghetti alla bolognese—replicó, ensanchando su sonrisa.
—Eh, no te entiendo—titubeé, nerviosa por su insistencia.
Sin embargo, el mesero no se dio por vencido y sacó su teléfono para traducirlo.
—Se non te ne vai adesso, ti licenzio e mi assicurerò che non troverai mai un lavoro decente per il resto della tua vita—gruño Leonel Ettori con aspereza, en dirección al mesero, quien dio un respingo y todo tipo de simpatía y sonrisa se esfumó totalmente al mirarlo.
Fruncí el ceño porque no comprendí nada, pero a juzgar por el tono de voz del sultán y la mirada horrorizada del mesero, deduje que lo había amenazado porque se retiró casi corriendo. Y me pregunté por qué...
—Ese mesero apenas tiene dos semanas trabajando—bufó Fiorella con aburrimiento—no puedes solo ir despidiendo personas solo porque no te agradan, Leo.
—¿Qué le dijo? —me volví a ella.
—Qué te importa—siseó Leonel, fastidiado.
—Pediré una pizza—intervino Vincenzo, sacando su teléfono—porque es obvio que no cenaremos algo de aquí.
Me llevé la palma de la mano a la frente y comencé a cuestionarme seriamente la razón por la cual acepté venir con unos desconocidos a cenar a un sitio como ese.
—Iré a pedir la pizza en la cocina—dijo Pietro por fin, luego de estar en su teléfono sin decir nada.
Ninguno le dijo algo y él me dejó a solas con los mellizos y el sultán.
De pronto me sentí mareada y con mucho frío.
Saqué mi teléfono e intenté mandarle un mensaje a Valerie, pero no había buena señal.
¿Qué debía hacer? No conocía a absolutamente nadie y ni siquiera estaba cerca del hotel donde me había alojado. La única alma en la que podía confiar un poco no estaba ahí.
—Voy a buscar a Pietro—dije a nadie en específico. Era la cruda excusa para salir de ahí cuanto antes y tomar un taxi al hotel o a un sitio donde poder ubicarse mejor.
Hubo un silencio incómodo y fue mi oportunidad para abandonar ese restaurant de demente, en especial al sultán hostil.
Bajé la escalera rápidamente y busqué a Pietro por todas partes. No lo encontré. Solo había rostros desconocidos que no me prestaban atención. Gracias a Dios.
Aventuré a echar un vistazo por una puerta pasando el bar, pero un par de meseros me negaron el acceso.
—Busco a Pietro Polizzi—dije con firmeza.
El par de hombres se enviaron miradas entre sí y luego me miraron, negando la cabeza.
—Pietro Polizzi non c'è più—me respondió uno de ellos y resoplé.
—No entiendo—musité, harta de la situación.
—Pietro Polizzi se marchó hace unos minutos—dijo el otro con dificultad.
Inhalé hondo y dejé que el aire saliera de mis pulmones lentamente. Maldito infeliz.
¿Qué sentido tenía sacarme de la tranquilidad del hotel y dejarme abandonada?
No me sentí ni siquiera triste, puesto que no conocía al imbécil y me importaba una mierda lo que hiciera, pero estaba enfadada porque se largó sin miramientos, teniendo la responsabilidad de regresarme al maldito hotel.
No perdí más tiempo y abandoné ese ridículo lugar. Era mejor estar afuera que en medio de ese océano de estúpidos millonarios que gastaban el dinero de sus padres como si fuera papel higiénico sucio.
Verifiqué que la señal de mi teléfono había regresado y encendí el GPS para ubicarme.
Y de repente recordé que no sabía el nombre del hotel y una sensación de desasosiego me invadió, tal como me sucedió el día en el que vi las pruebas de infidelidad de Selim y mi corazón no podía creerlo, solo que ahora era porque me hallaba completamente sola en un país que no conocía en lo absoluto,
Le envié un mensaje a Valerie y no se envió por la mala recepción.
Sin darme cuenta, me eché a andar por donde recordaba haber pasado en el coche de Pietro y me incorporé a la solitaria carretera en medio de la nada.
Cada farol de luz estaba como a diez metros de distancia del otro. El suelo tenía lodo y continuaba húmedo por la lluvia.
Resbalé un par de veces sin caerme y no me di cuenta en qué segundo comencé a llorar en silencio.
Era la segunda vez que un hombre se burlaba de mí y yo se lo había permitido.
¿Acaso era tan reemplazable y desechable, que nadie podía siquiera elegirme por una sola vez?
Limpié mis lágrimas y cuadré los hombros con firmeza.
No. No podía permitir nuevamente que nadie me pisoteara. Mis lágrimas valían demasiado como para desperdiciarlas por una estupidez.
Minutos después, alcancé a escuchar pisadas corriendo detrás de mí.
Mis alertas se dispararon y apresuré el paso para huir de quien sea que estuviera apunto de hacerme daño.
Entre más subía el ritmo, mi atacante también y me odiaba por ser tan impulsiva. Si me hubiera quedado en el restaurant, quizá Pietro habría vuelto o le hubiera pedido a sus hermanos o al sultán que me regresaran al hotel.
—¡Oye, norteamericana! —escuché un grito entre jadeos.
Era un mellizo. Vincenzo.
Paré en seco y giré sobre mis talones para observalo. El pobre chico llegó hasta mí con la respiración entrecortada. Recargó las palmas de sus manos sobre sus rodillas para recuperar el aliento.
—Dame... un... segundo... —tosió. Sus orejas y cuello estaban enrojecidos por el esfuerzo y el sudor le escurría por todas partes. La ropa elegante que llevaba puesta ahora era un desastre por mi culpa.
Los ojos pardos de Vincenzo buscaron los míos y retrocedí.
—¿Por qué te saliste como una demente? —me preguntó en cuanto pudo hablar sin jadear.
—Pietro me abandonó y no quise molestarlos—respondí de la manera más honesta, ya que no podía decirle que me había enfadado por ser unos idiotas.
—Si te das cuenta que caminar sola en un sitio desértico es peligroso, ¿verdad? —me espetó, molesto—habríamos encontrado tu cadáver en una zanja mañana, Shayden Nava y nunca nos lo hubiéramos perdonado, además, eso significaba la ruina total de la reputación de nuestra familia.
Me había emocionado una mínima parte al pensar que ellos se habían preocupado por mí, pero solo había sido cargo de conciencia y en no querer meter en problemas a su familia si a mí me ocurría una tragedia.
—Llévame al hotel—mascullé, tajante—es todo lo que deseo.
—Lo sé, por eso te seguí. El coche de Leonel está en el restaurant y tenemos que volver para que te lleve.
Asentí mecánicamente y lo seguí en la tenue oscuridad. El chico aminoró el paso para ir a mi lado y no dijo nada más.
—No me creo mucho el cuento de que estás saliendo con mi hermano—le oí decir de pronto.
—¿Por qué no? —pateé una pequeña piedra en el camino y se hundió en un charco de lodo a dos metros.
—No eres el tipo que a él le gusta—se encogió de hombros—y sobre todo, Pietro todavía no supera a su ex novia Florencia.
No esperaba que me contara todo eso, así que me quedé en silencio.
—No lo tomes a mal—continuó diciendo y me miró, apenado—eres bonita, pero totalmente opuesta a sus gustos.
—¿Cómo es Florencia físicamente? —me animé a preguntarle porque me entró mucha curiosidad.
—Alta, esbelta, rubia, ojos azules y piel bronceada—respondió—ah, y con un estupendo sentido del humor.
—Ya veo por qué dices que es lo opuesto a mí—sonreí forzadamente sin despegar los labios.
El pobre chico enrojeció de vergüenza y a mí me causó gracia, por lo que rompí a reír.
Vincenzo debió parecer ver a una loca desquiciada porque había desconcierto en su mirada mientras yo reía.
—Lo lamento—dije, limpiando una pequeña lágrima por la risa—es que me dio risa verte tan sonrojado por creer que me ofendí o algo así. Sé perfectamente que mis rasgos son distintos a las personas de este lugar.
—Solo diré que le falta llevar el luto adecuado a mi hermano para comenzar otra relación—murmuró—y sería fatal si él llegase a lastimarte por usarte como reemplazo a su ex novia.
—De eso no tienes porqué preocuparte—lo tranquilicé—porque es verdad todo lo que dices. Pietro y yo, no estamos saliendo. Apenas nos conocimos hace unas horas—decidí contarle la verdad—él fue a recogerme del aeropuerto y me pidió de favor que esta noche lo acompañara y fingiera ser su prospecto para no tener que asistir a esa cita a ciegas con ustedes.
—Espera—dijo Vincenzo, pensando a toda velocidad— ¿eres la que reclutó la empresa desde norteamérica?
—En efecto—repuse, asintiendo.
Él entornó los ojos, sorprendido.
—Debí haberlo sabido—carraspeó—por un momento llegué a creer que de verdad mi hermano había comenzado a olvidar a Florencia...
—Escuché que terminaron hace meses, ¿verdad?
—Sí, fue muy duro para Pietro—suspiró—fue una relación de dos años y todos pensábamos que se casarían, pero vaya sorpresa nos dio ella...
—¿Qué hizo? —fruncí el ceño.
—Engañó a mi hermano con el hijo de un amigo ruso de su padre y se marchó con él a Kírov—su voz sonó a indignación y no era para menos.
—¿Y desde entonces Pietro ha estado solo?
—Sí. Ella se llevó su brillo y no quiere abrirse al amor. Está a pocos meses de que sea un año de su ruptura y es incapaz de hacerse la idea de que Florencia ya pasó página.
Llegamos al restaurant y divisé un coche distinto al que había abordado con Pietro. Este vehículo era incluso más sofisticado y era obvio, ya que le pertenecía al sultán italiano.
—Venga, en el camino te sigo contando más—me guiñó el ojo y me instó a subirme en el asiento del copiloto.
—¿Qué hay de Leonel y tu hermana? —pregunté al deslizarme al interior.
—Volveré por ellos, no te preocupes—encendió el motor y este rugió antes de arrancar—ahora dime, ¿en qué nos quedamos?
—En que la ex novia de Pietro ya pasó página y él no lo acepta—susurré, sintiendo que eso también lo sentía yo con Selim.
—Ah, sí, bueno, es que él sí la amaba—dijo con pesar al incorporarse a la carretera, mirando a todos lados—de hecho, había planeado exactamente el día que le iba a proponer matrimonio, pero Florencia lo dejó días antes y créeme, es más difícil ver a tu hermano mayor con el corazón roto que a tu hermana gemela, porque siempre era Pietro el que nos consolaba en nuestras relaciones tontas y fallidas de adolescentes.
—Sentir amor no es tonto—le contradije—el primer amor no se olvida y cuando uno es adolescente, con el tiempo se supera, pero si te llega cuando eres adulto, es más complicado.
—¿Por qué es complicado?
—Porque los planes a futuro con esa persona parecen más sólidos y cuando no se concreta, quedas totalmente destrozado y te cuestionas la razón de su partida y el deseo de compartir tu vida y formar un familia se hace trizas y te deprimes—dije, sintiendo como se me formaba un nudo en la garganta—podría decirse que después sientes que perdiste tiempo valioso con alguien que no valía la pena y crees que quedarás sola porque no soportas su ausencia y te duele el vacío que te dejó, mientras que el otro individuo parece haberte superado y reemplazado, y estar más feliz que nunca...
—Qué profundo. Siento que hablas desde la voz de la experiencia...
Vincenzo volteó a verme y justo cuando me estaba limpiando las lágrimas discretamente. Sorbí por la nariz y me odié por hacerlo, ya que eso me delató.
—¿Estás llorando? —me preguntó, preocupado.
—No, fue una basurita.
—Intuyo que tú también estás con el corazón roto y por eso aceptaste este empleo para huir de casa y de los recuerdos.
—Intuyes bien—reí entre lágrimas—y por ende, comprendo a Pietro. No tenía de eso porque lo acabo de conocer y ahora ya sabes que yo también estoy en busca de sanar mi corazón y arreglar los pedazos.
—Te iba a decir que no contaras esto que te dije a nadie, pero acabas de confesarme también un secreto—dijo Vincenzo con voz suave—así que estamos a mano. Guardaremos esto para siempre, ¿de acuerdo? Y si te sientes mal, avísame y saldremos a dar un paseo a la hora que sea.
—¿Incluso en la madrugada? —bromeé.
—Ajá—me guiñó el ojo y vislumbré el hotel a unos metros de distancia.
—¿No vas a la universidad?
—Estoy tomando un año sabático. Fiorella sí estudia, pero en línea. Se acostumbró a hacerlo después de la pandemia, ya sabes.
Asentí, asimilando la situación.
Cómo eran millonarios, podían darse el lujo de estudiar como quisieran o simplemente no hacerlo.
—Hemos llegado—anunció.
—Muchas gracias y disculpa las molestias—sonreí tímidamente.
—A ti. Ahora me agradas más—dijo, divertido—compartir secretos es uno de mis hobbies favoritos.
Me despedí de él y Vincenzo no se marchó hasta no verme entrar al hotel.
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