3
El nerviosismo ante la respuesta de ese italiano sepultó por un momento los recuerdos tristes de Selim. Dejé de jugar con el anillo de promesa que él me había dado cuando cumplimos un año y medio, y que por alguna extraña razón decidí ponérmelo para este viaje.
Tuve suerte de que mi madre no se diera cuenta porque me habría arrancado el dedo en el aeropuerto.
Tontamente quería sentirme menos sola y llevando algo que significó mucho para nosotros creí que sería lo correcto.
—Aprenderlo es bastante fácil—continuó diciendo él, pero ahora retomando su humor divertido—si yo aprendí inglés, tú podrás aprender italiano.
Asentí sin saber qué decir.
Si me mantenía en silencio más de cinco minutos, mis pensamientos intrusivos sobre mi ex novio volvían para carcomer mi cerebro y deprimirme más.
—¿Hay alguna manera de aprenderlo en un día? —vacilé.
—Vamos a encontrar la forma de que aprendas, no lo tomes tan en serio porque aquí también se habla mucho el inglés.
Pese a que mi mente se esforzó por poner mi absoluta atención en lo que decía, la parte deprimida de mi corazón me orilló a volver a tener pensamientos tristes y recuerdos de mi ex novio, quién seguramente yacía muy feliz o preocupado, quién sabe, intentando conquistar a esa chica de la que según estaba enamorado y que amaba muchísimo.
Me odiaba por autolesionarme de tal manera y sumergirme en mi miseria.
Ni siquiera estaba disfrutando el viaje a mi nueva vida.
No podía dejar que él opacara mi mejor momento. No iba a permitirlo.
Mis amigas me aconsejaron tirar todos los regalos que él me dio cuando me amaba y honestamente no tuve corazón para hacerlo, pero confiaba que esta nueva oportunidad en mi vida me ayudara con eso y más. Deseaba con todo el corazón que cuando yo regresara a casa, lo primero que haría sería tirar todo a la basura, desde sus peluches, cartas hechas a mano, el anillo de promesa, todo.
—¿Shayden Nava?
Volví en sí cuando oí mi nombre.
—¿Sí?
—Ya llegamos, solo que vamos a esperar un rato a que termine de llover—me informó.
El coche siguió en movimiento unos segundos más hasta que se detuvo.
No podía ver bien en donde estábamos porque la lluvia impedía una perfecta visión del lugar.
Una situación perfecta para salir a mojarme en la lluvia y llorar mi dosis diaria por mi noviazgo fallido sin que nadie se diera cuenta como en las películas.
Pero no podía hacerlo porque me mirarían raro y me enfermaría.
Además, todavía no asimilaba que me encontraba en Italia, muy lejos de mi familia y de Selim...
—¡Basta, esfúmate! —grité, histérica.
El silencio que se hizo a continuación fue realmente incómodo porque me di cuenta que había gritado en vez de alejar el recuerdo de Selim en mi mente.
—¿Qué sucede? —preguntó Pietro con cierta desconfianza.
—Una disculpa, estaba pensando en voz alta.
—Esto calmará tus nervios—dijo y me acercó una botella oscura, que más bien era un termo.
—¿Qué es? —parpadeé.
—Té de valeriana. Lo bebo todo el tiempo porque el estrés es sumamente agotador.
Y al ver que yo no tenía intenciones de beberlo, sonrió.
—Si quisiera envenenarte, no tendría a Lorenzo de testigo—señaló al chofer con la barbilla—bébelo, anda.
Sintiéndome tonta, accedí. ¿Por qué estaba tan desconfiada de todos? Fácil. Había quedado traumada con las mentiras de Selim y temía que los demás hicieran lo posible por ganarse mi confianza y aprecio para después pisotearme, tal como él lo había hecho sin miramientos.
Le di un sorbo al té y enseguida sentí que me relajaba. Efectivamente era valeriana y me estremecí bajo el sonido de la lluvia.
Ese italiano era muy amable y atractivo, ¿qué más podía pedirle a la vida?
Serenidad, paz, ánimos y positividad.
Un rato más duró la lluvia y pudimos bajar. Y solo hasta ese momento logré deleitarme con todo a mi alrededor. Había mucha vegetación, y a pesar de ser de noche, se miraba en la lejanía los viñedos que se perdían de la vista gracias a su esplendor.
—Por aquí—dijo Pietro desde el enorme edificio que se alzaba sobre nosotros. Era un hotel—le pertenece a nuestra empresa y lo usamos para darle hospedaje a los nuevos empleados, en este caso, tú. Vamos.
El chofer había ayudado a bajar mi equipaje y los botones del lujoso hotel a mitad de los viñedos, se acercaron amablemente a llevar mis valijas al interior.
—Seguramente tienes hambre—dijo cuando entré con timidez al lobby.
Al parecer no tuve que llenar ningún formulario porque Pietro me llevó directamente al ascensor con mucha confianza.
—¿No se suponía que tenía que dar mis datos? —pregunté, siguiéndolo.
—Teniendo en cuenta que este hotel es de mi familia, supongo que no es necesario si el huésped es conocido mío, ¿no? —me guiñó el ojo. Ay, carajo. ¡Qué guapo era!
—¿Es así con todos los nuevos empleados?
—No, hice una excepción contigo—presionó el botón del piso seis.
—¿Por qué?
—Porque no te ves como los demás que han solicitado este puesto.
Fruncí el ceño.
—Me refiero a que vienes con la mejor disponibilidad y no estás recomendada como para infundir arrogancia—me explicó.
—Trato de llevar la fiesta en paz, en especial porque este trabajo es importante para mí.
—Esa actitud es la que buscamos.
Maravillada por semejante elegancia, mantuve la compostura mientras subíamos en el ascensor hacia mi habitación.
El interior del ascensor era de espejos y pude ver como Pietro revisaba su teléfono tranquilamente y me di cuenta de que mi cabello era un completo desastre. Disimuladamente arreglé algunos mechones detrás de mis orejas para aplacarlo, pero fue en vano.
Las puertas se abrieron y salimos al pasillo. Lo único que llevaba en la mano era mi bolso de mano.
Lo seguí con pasos inseguros hasta una habitación que estaba justo al final del enorme pasillo.
—Suite Presidencial—le oí decir.
—¿Disculpa?
—He elegido la Suite Presidencial para ti—tradujo amablemente y me entregó la tarjeta para que yo la deslizara en la puerta.
—¿No se supone que es la Suite más costosa? —me sentí intimidada con la tarjeta en mis manos.
—Todas son iguales, a decir verdad—se encogió de hombros y me instó con la mirada para que abriera la recámara con la tarjeta.
—Para ser reclutador, tratas muy bien a los nuevos empleados—dije en tono burlón y abrí tímidamente la puerta.
Quise decir algo al respecto, pero la magnitud de lo que mis ojos contemplaron cuando puse un pie dentro de la habitación, me dejaron muda y estupefacta. Era como haber entrado a un sitio de ensueño.
De repente el teléfono de Pietro empezó a sonar y volteé a verlo.
—Ponte ropa cómoda, te veo en media hora en el lobby, ¿de acuerdo? Cenaremos y después te daré un tour por los alrededores.
—¿A dónde vas? —le pregunté justo cuando se echaba a correr por el pasillo.
La pregunta quedó suspendida en el aire y me cerré la puerta. Minutos después llevaron mi equipaje y fui directamente al balcón.
Abrí las puertas y dejé que el aire fresco, y el olor a tierra húmeda inundara mis fosas nasales.
Algunas gotas todavía caían del techo y de las hojas de los árboles cercanos, dándole demasiada tranquilidad al panorama. Además de que necesitaba un cambio de escenario, aquello era más hermoso de lo que pude desear contemplar en ese instante.
Sentía como si una parte de mi alma, la herida y destrozada, conseguía por fin un poco de paz después de casi tres largos meses de agonía, dolor, tristeza y lágrimas.
Cuando recién rompí con mi relación de dos años, escuchar la lluvia, olfatearla o verla, me provocaba un inmenso vacío en el corazón, pero en este momento era todo lo contrario.
Me sentí viva de nuevo, no del todo, aunque una pequeña parte continuaba llorándole a Selim y era la que debía trabajar para poder seguir con mi vida.
Con el balcón abierto y las luces tenues, me cambié de ropa a una más casual y cómoda. Cepillé mi cabello y fui al sanitario a lavarme la cara y dientes. Dios. Era del tamaño de mi habitación en Texas.
Mi mirada en el espejo era distinta. Tenía un poco sonrojadas las mejillas y había una pizca de emoción en lo más profundo de mis ojos.
Era natural que me tomara tiempo conocer a la gente, por ejemplo, Pietro Polizzi. Por el par de horas que llevaba de conocerlo, moría de ganas por saber de él y su vida. Él también parecía tener curiosidad por mí, pero debía ser prudente y no parecer una loca norteamericana con hormonas alborotadas.
No podía decir que Pietro me gustaba, porque si ese fuera el caso, desde luego que mi respuesta sería afirmativa, pero yo no me hallaba en condiciones de comenzar a coquetear o desear una relación muy rápido, y no porque todavía amara a Selim, sino que deseaba sanar por completo mi corazón como para aventurarme de nuevo en ese territorio peligroso.
Sin embargo, alguien llamó a la puerta y escuché la voz divertida de Pietro Polizzi.
—Cambio de planes, iremos a cenar a otra parte y ya vamos tarde—me anunció.
Enseguida corrí a abrirle y me quedé perpleja al verlo. Se había cambiado y lucía estupendamente mejor que nunca.
—Eh... ni siquiera me duché, creo que mejor declino la oferta, gracias—titubeé, avergonzada.
—Tonterías, te ves perfectamente bien—me aprobó con una sonrisa—vamos, porque de verdad, estamos retrasados y no querrás que los demás se enfaden.
—¿Los demás? —interrogué, pero él no contestó y me agarró de la muñeca para seguirlo.
No llevé más que mi teléfono y la tarjeta de la habitación.
Meses atrás habría puesto resistencia ante tremendo arrebato de adrenalina. No conocía a ese italiano, pero podía confiar en él, o al menos solo un poco, puesto que era mi reclutador de mi nuevo trabajo y no podía hacerme daño, ¿o sí?
Bajamos al primer piso muy rápido. En cuanto las hojas del ascensor se abrieron, retomamos el camino, casi corriendo hasta salir al exterior.
—¿Podrías decirme a dónde vamos y con quiénes? No me siento tan cómoda...
—Escucha, iremos a cenar nada más, no es algo del otro mundo, además, será un rato y después nos largamos lo antes posible.
—¿Es necesario que yo vaya? —humedecí mis labios y vi cómo él miraba a todos lados, buscando a alguien o algo.
—No puedo dejarte sola ni cancelarte el plan que te propuse—me dijo con severidad—y tampoco mandar al carajo a mis primos que desde hacía dos semanas venían planeando esta salida para mi cita a ciegas, la cual no me atrae en lo absoluto.
Asentí, sin comprender realmente.
—¿Y quieres que te ayude en algo? Es decir, ¿quieres que yo vaya para...? —arqueé las cejas para que me iluminara.
—Sé que es egoísta de mi parte, pero necesito que finjas que sales conmigo—me miró con sus ojos verdes intensos de manera suplicante—solo así me los sacaré de encima.
—Te aconsejo qué seas honesto. No hay nada mejor que la honestidad.
—Será solo por esta vez, lo juro y prometo.
—¿Le confías algo tan delicado a todas las empleadas nuevas? —no pude evitar preguntar.
Pietro ni siquiera me escuchó porque volvió a agarrar mi muñeca y me instó a correr detrás de él otra vez.
Nos detuvimos frente a un coche qué se acercaba y no me soltó hasta que una de las puertas se abrió.
Y escuché varias voces qué hablaron en italiano, y que parecían querer fusilar a Pietro.
Y sin más, él me empujó ligeramente al asiento del copiloto y él chófer del vehículo le dio su sitio a Pietro para que condujera.
El ambiente en el interior del coche fue totalmente enloquecedor. Olía a tabaco y a alcohol, y quien sabe a qué más.
—Ella es Shayden Nava—dijo Pietro en inglés—no sean groseros, por favor.
—¿Por qué no podemos serlo? —interrogó uno de los pasajeros desde atrás con su acento italiano demasiado marcado y me mordí los labios para ocultar una sonrisa.
—Estoy saliendo con ella—arribó Pietro cuando se puso en marcha.
Volteé a verlo y su mirada suplicante resurgió. No tuve más remedio que mantenerme callada y escuchar las estupideces de aquellos italianos.
—A Florencia no le hará gracia enterarse de que la has reemplazado en menos de dos semanas—bromeó una chica y me estremecí.
—Han pasado muchos meses—espetó Pietro.
No sé si fue a propósito, pero Pietro pasó por encima de un enorme agujero en el suelo y el vehículo crujió, haciendo que este se moviera de un lado a otro violentamente.
—No nos mates, ¿de acuerdo? —espetó el mismo chico de atrás.
—Solo porque Shayden está a bordo, nos lanzaría al precipicio—siseó Pietro—ustedes fueron los culpables de mi ruptura.
Y de pronto me vi envuelta en una pelea en italiano en la que deseé no estar presente.
Después de muchos parloteos extraños, y de veinte minutos de trayecto hacia la primera cena en Italia, nos detuvimos en un restaurante que seguía muy alejado de la ciudad en sí, pero era muy impresionante y acogedor. Había muchas luces doradas adornando el lugar y la gente cenaba alegremente en el interior. Todo estaba tranquilo, a decir verdad, pensaba que quizá sería alguna discoteca de mala muerte, pero no, y eso me calmó.
La incomodidad estaba retratada en mi rostro, pero nadie pareció notarlo. Pietro descendió primero del vehículo y corrió a abrirme la puerta. La pareja de chicos que iban atrás me quedaron mirando de arriba abajo con escepticismo.
—Una norteamericana muy peculiar—dijo la chica con una sonrisa demasiado falsa como para llamarla dulce. Vestía un vestido tallado y con escote, pero elegante, nada vulgar, color negro con enormes zapatillas plateadas. Estaba agarrada del brazo del otro chico, quien era idéntico a ella, pero en hombre. Ambos de cabello oscuro y ojos pardos. Parecían de unos veinte años cuanto mucho.
Parpadeé.
—Shayden, ellos son mis hermanos gemelos, Fiorella y Vincenzo—nos presentó Pietro.
—Un placer—dije con aire dubitativo.
—¿A qué hora vendrá Leo? Prometió venir esta vez—añadió Fiorella, ignorando mis palabras y mirando a Pietro con fastidio.
—¿Por qué piensa que yo sé todo? Los de la idea de venir hoy fue suya—les espetó.
—Sería mejor que Leo no viniera esta noche—rio Vincenzo, mirándome con burla.
Fruncí el ceño.
—¿A qué te refieres? —me atreví a preguntarle.
—Leo odia a las personas que no conoce y si se entera que mi hermano decidió buscar una cita por su cuenta, enfurecerá—me respondió con arrogancia—además de que ya le había conseguido a alguien de nuestra élite y no le hará nada de gracia verte acompañada de Pietro, en especial si eres extranjera.
—Dejen de molestarla—intervino Pietro y dejó escapar un suspiro—Leonel no vendrá hoy, se los aseguro, así que podremos tener una cena tranquila sin él y a la chica de la cita a ciegas.
—¿Quién es Leonel? —pregunté a nadie en particular.
—¿Para qué quieres saberlo?
Una voz masculina y peculiarmente familiar respondió mi pregunta con otra a mis espaldas y me quedé paralizada en mi sitio. Se me erizó la piel de solo haber escuchado esas palabras y el mismo tono arrogante.
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