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Obtuve una respuesta positiva por parte de la empresa vinícola y acordamos la fecha y hora del vuelo rumbo a Catania para presentarme a una entrevista en Linguaglossa y por consiguiente comenzar a trabajar.

Los boletos me fueron enviados por correo y el nombre de la persona que me recogería en el aeropuerto, Pietro Polizzi, al que no sabía cómo era su apariencia, pero me esperaría con un cartel con mi nombre.

Al resto de mi familia les cayó de sorpresa la noticia y la que se rehusó a dejarme marchar fácilmente fue mi abuela, pero logré apaciguarla, puesto que el vuelo me esperaba y ya no podía echarme para atrás.

La despedida fue emotiva. Mi abuela, madre y yo, rompimos a llorar cuando entré al aeropuerto, lista para abordar hacia el trabajo que iba a cambiar mi vida.

Mi mente intentó sabotearme ante el recuerdo de Selim y me negué a que tomara el control de mi estado de ánimo.

Traté de enviar lejos el momento exacto en el que me di cuenta que me había desbloqueado y estar tranquila porque el vuelo tenía una duración de dieciocho horas aproximadamente, ya que era directo a Catania y luego tomaría un transporte con Pietro Polizzi para llegar por fin a mi destino.

Me permití regocijarme en la dicha de estar a punto de cambiar mi vida.

De un momento a otro me encontraba rumbo a Sicilia y ya no quedarme llorando todas las noches por un hombre que no valía la pena.

¡Sicilia, Italia! ¡Tenía un buen presentimiento!

Era viernes y llegaría probablemente mañana en la noche, ya que la entrevista estaba prevista para el lunes, pero querían que descansara todo el domingo.

Antes de despegar, recibí varios mensajes de mis amistades, deseándome un buen viaje.

"No olvides enamorar a un guapo italiano para que después me presentes a su hermano, amigo o primo. Y tienes que ser desvirgada por uno de esos candentes hombres a como dé lugar, Shady".

Sonreí y me mordí los labios para no reír al leer el mensaje de mi amiga Yvonne, otra de mis amigas más cercanas, a la que conocí apenas hacía un par de meses por casualidad. Nos conocimos mientras ambas le llorábamos a nuestros ex novios en un parque. Demasiado dramático, pero lo único bueno de nuestras rupturas fue habernos conocido por eso mismo.

Tuve suerte de no tener sexo con Selim en esos dos años porque el apego con él hubiera sido peor, tal como le ocurrió a Yvonne.

Y quizá también por eso fue que él decidió buscar a alguien más que le diera lo que yo no pude darle.

Realmente no me sentía lista por más que lo amara y quisiera hacerlo y Selim, además, era unos años menor que yo y eso hacía comprensible su necesidad de querer ir más allá, más no en traicionarme por su calentura hormonal masculina.

No dormí en toda la noche para poder conciliar el sueño en el trayecto y no sentir largo el camino, por lo que saqué mis cosas especiales para dormir: cojín en el cuello, frazada, mi antifaz y audífonos.

Y cuando le di "play" a mi lista de reproducción y encontré la posición correcta...

Fui brutalmente violentada por una persona que pasó empujándome para pasar a su asiento que estaba en la ventana.

Me quité el antifaz para enviarle una mirada asesina y exigirle que me pidiera disculpas, pero me quedé embobada al ver a semejante hombre treintañero junto a mí.

Tenía los ojos marrones, como el chocolate y numerosas, largas y rizadas pestañas oscuras que lo adornaban. Sus cejas pobladas estaban a punto de besarse por tener el ceño demasiado fruncido y su boca perfecta estaba ladeada en una mueca de fastidio.

Ni siquiera me miró y optó por cruzarse de brazos y cerrar los ojos.

La ropa que portaba no era ideal para un vuelo de casi un día.

La camisa de vestir negra hacía juego con su cabello, barba de unos días y el resto de su atuendo. Su piel era muy blanca y sonrosada, y tuve que desviar la mirada de su pecho y el vello oscuro que sobresalía de su camisa gracias a los tres botones desabrochados.

Y lo único de color oro, o tal vez oro de su apariencia, era su espectacular reloj en su muñeca izquierda.

Irradiaba mucha hostilidad y arrogancia, aunque su maldito atractivo físico lo compensaba.

No obstante, desde que me rompieron el corazón, comencé a ser más directa y no dejarme de nadie. Tardé algunos minutos para salir de la hipnosis de ese hombre ante tanto atractivo para poder hablar.

—Una disculpa habría sido lo de menos, ¿no crees? —carraspeé en su dirección.

Y para colmo, no se inmutó. Continuó fingiendo dormir y el avión despegó.

—Oye, no puedes ir por el mundo comportándote como si fueras un sultán—le di un golpe un poco fuerte en el hombro con mi puño.

Aquello sí lo hizo abrir los ojos y mirarme de la peor manera. Me sentí intimidada, pero no bajé la mirada.

—Stai zitto, vado a dormire e le tue chiacchiere mi danno fastidio, idiota.

Parpadeé, perpleja. Entonces era italiano y yo no necesitaba hablar ese idioma para saber que me había dicho "idiota" en aquel acento tan estúpido. Aunque su voz era gruesa y muy grave, casi celestial.

—Imbécil—susurré, abrazándome a mí misma.

De tantos sitios donde pude sentarme, me había tocado estar al lado de un italiano irritable que se sentía todo un sultán y dueño del avión y del mundo. En el fondo, deseaba no tener que cruzarme con más hombres así en mi nuevo trabajo, o de lo contrario, sería deprimente.

Las siguientes dos horas luché para poder quedarme dormida, pero los ronquidos estresantes del italiano odioso no me lo permitieron.

Sutilmente lo moví y este se acomodó, dándome la espalda y dejó de roncar. Fabuloso.

Sin embargo, quise suponer, percibió mis malos pensamientos hacia él y se dio la vuelta, pero ahora en mi dirección.

Traté de no inmutarme cuando sus petulantes ojos chocolate se posaron en mí con desagrado.

—¿Ya has terminado de hacer el ridículo?

—¿Disculpa? —fruncí el ceño sin poder creer que había hablado en mí mismo idioma de manera perfecta y solo para hacerme sentir estúpida nuevamente.

—No acepto tus disculpas. Ahora deja de molestarme o pediré que te cambien de asiento.

—Pagué por mi asiento—mentí, a la defensiva, ya que había sido la empresa vinícola la que pagó los boletos, pero eso él no tenía por qué saberlo.

—Y yo puedo comprar este avión si así lo deseo y ordenar a que te echen a mitad del océano—siseó con cólera.

La mera idea de que lo que estaba diciendo pudiese ser real, hizo que cerrara la boca y me cruzara de brazos, indignada.

El resto del camino fue un desastre total.

Fue al sanitario alrededor de quince veces y me golpeó a propósito los pies al pasar, interrumpiendo mis siestas.

Cuando nos llevaron de comer, se mostró más arrogante al momento de empezar a degustar sus alimentos de mejor calidad.

Él no me volteó a ver en lo absoluto, pero yo percibía que cada que yo miraba a otra parte, ese odioso italiano fijaba sus ojos en mí, puesto que su mirada era muy penetrante.

¿Cuál era su problema?

Si no hubiéramos tenido ese percance del principio, tal vez me habría deleitado de su atractivo físico.

Por la noche, me dormí a regañadientes porque no quería que la migraña se apoderara de mí y así no sentir tan largo el camino y menos en compañía de ese idiota.

Desperté justamente en el instante que anunciaron que estábamos a solo un par de horas de nuestro destino.

Aturdida, me di a la tarea de guardar las cosas de dormir en mi bolso de mano y tener más tiempo al momento de aterrizar. Ni siquiera me di cuenta que ese italiano yacía mirándome hasta que nuestras miradas se encontraron y me quedé lívida mientras doblaba mi frazada.

—¿Se te ofrece algo? —le pregunté con una sonrisa cargada de veneno.

—Sí.

Arqueé una ceja, escéptica.

—Estás pisando el cable de mi cargador—gruñó.

Alcé los pies instintivamente y en efecto, el cable de su cargador había estado debajo de mis tenis y me avergoncé.

—Una disculpa...

—Solo sabes disculparte—me espetó—qué fastidio de mujer.

—¿Qué más quieres que diga o haga? ¿Que te bese las manos y me ponga de rodillas para suplicar tu perdón? —inquirí con sarcasmo.

—Eso me daría más vergüenza a mí que a ti, créeme.

Puse los ojos en blanco y continué metiendo mis cosas.

Tiempo después, el avión sufrió de turbulencias y a través del rabillo del ojo, lo vi ponerse el cinturón de seguridad con nerviosismo.

"Favor de abrochar sus cinturones. Entraremos en una tormenta en aproximadamente dos minutos y será un aterrizaje peligroso..."

Luego de que el piloto diera la información, las personas entraron en pánico y las azafatas se encargaron de tranquilizarlos.

De pronto, sentí una mano cernirse en mi muñeca con bastante fuerza.

—¿Qué estás...?

Mis palabras quedaron suspendidas en el aire al volver el rostro hacia el odioso italiano, quien estaba teniendo un ataque asmático o algo por el estilo porque se agarraba el pecho y con la otra mano me apretaba la muñeca.

—¿Te encuentras bien? —parpadeé, sopesando en la posibilidad de que estuviera gastándome una broma.

Y negó con la cabeza. Absolutamente todo su rostro estaba rojo e hiperventilaba. Se señaló la garganta y comprendí que de verdad era un ataque de asma.

—¿Y tu inhalador? —me puse de pie a mitad del pasillo, sobresaltada, pero él no me soltó la muñeca.

Las furiosas gotas de lluvia crearon un ambiente más frívolo.

—¿Sucede algo, señorita? —una azafata se me acercó y la miré con los ojos entornados.

—Creo que no puede respirar—dije, señalándolo.

Enseguida toda la atención cayó sobre nosotros. La azafata trató de comunicarse con el italiano y este a base de señas le respondía, sin dignarse a soltarme.

—¿Y su maleta? —la azafata se dirigió a mí.

—No tengo idea. No lo conozco—respondí con nerviosismo.

A pesar de la turbulencia, la azafata se tambaleó por el pasillo y revoloteó en un compartimiento.

La mirada horrorizada de aquel italiano parecía la de un niño indefenso y más porque su mano aferraba la mía con temor, era como si tuviera miedo de quedarse solo en medio de su ataque asmático. Los murmullos de las personas me generaron más estrés porque nadie hacía algo por ayudar y la azafata estaba tardando demasiado.

—¿Hay algún doctor aquí? —exclamé con ansiedad. Si ese italiano se moría, la culpa no me dejaría vivir por el resto de mi vida.

Un sujeto que regresaba del sanitario se detuvo a mitad del pasillo y se acercó a donde estábamos.

—¿Sucede algún problema? Soy doctor—dijo con preocupación. Era un hombre de unos cincuenta años y muy elegante.

En menos de quince segundos lo puse al tanto y se apresuró a moverlo para que hubiera más espacio entre él y el italiano.

—Hijo, a ver, mírame y respira conmigo, ¿de acuerdo? —le ordenó con voz suave—inhala hondo y exhala...

Y solo hasta ese instante, me liberó la muñeca y fue para aferrarse a la del doctor.

—¡Aquí hay un inhalador! —gritó la azafata, corriendo hacia nosotros.

Nadie sintió la turbulencia por culpa de la tormenta porque estaban más ocupados viendo como estabilizaron al odioso italiano.

El doctor me sugirió intercambiar lugares para vigilar al idiota y no lo acabé de escuchar dos veces. Recogí mis pertenencias y me senté en mi nuevo asiento, que estaba muy lejos de ellos y más cerca de la puerta.

El aterrizaje fue más rápido y casi bajé corriendo para liberarme de aquella tensión. Esperaba que ese hombre tan malditamente atractivo y arrogante estuviera bien y jamás volverlo a ver en mi vida.

El aeropuerto de Catania era espectacular, y era de noche. Todo era completamente desconocido para mí y me sentí insignificante al momento de ir por mi equipaje. Eché a andar por una escalera eléctrica detrás de los demás pasajeros de mí mismo vuelo y no vi al italiano enfermo por ningún lado y me pregunté si había empeorado.

Me mordí el labio inferior y alejé esa preocupación de mi mente. ¿Por qué me sentía inquieta por la salud de ese idiota?

Sacudí la cabeza y me centré en mi presente.

Había mucha gente esperando a sus familiares y amigos con carteles. Estiré el cuello en busca de Pietro Polizzi con un cartel con mi nombre, pero era difícil ubicarlo porque no tenía idea de cómo era su apariencia para hacer todo más fácil.

En un intento por leer todos los carteles, tropecé con mi propia valija y caí de rodillas frente a alguien.

Alcé la vista y leí "Shayden Nava" en la hoja blanca que sostenía ese hombre.

Bella ragazza, ¿estás bien? —me tendió la mano para ayudarme a levantarme.

—Eso creo... —me sacudí el polvo del pantalón y señalé con la barbilla mi nombre—yo soy Shayden Nava, ¿tú eres Pietro Polizzi?

Me sorprendí de ver que no era más que un chico de unos cuantos años más que yo y que sonreía simpáticamente. Tenía el cabello color café dorado y ojos verdes muy intensos, y como todo italiano, sus pestañas eran largas y levemente oscuras, dándole un toque exótico a su apariencia. Vestía ropa casual y en su muñeca izquierda portaba un reloj rolex carísimo.

Era similar al odioso tipo del avión, pero amable.

—Pietro Polizzi, a tus órdenes—ensanchó más su sonrisa y me ruboricé.

—Pensé que sería un señor el que me recibiría, sin ofender—bromeé.

—Si quieres puedo ir por el chófer para que estés a gusto—me guiñó un ojo.

—No me refería a eso—titubeé.

Pietro Polizzi se echó a reír y me quitó las maletas con suavidad mientras guardaba la hoja con mi nombre en el bolsillo.

—Vamos, la tormenta cesó, pero es probable que retome con mayor fuerza y sería fatal conducir en esas condiciones hasta Linguaglossa.

—¿Cuánto tiempo nos tomará llegar? —le pregunté, caminando detrás de él. Pietro era muy alto.

—Menos de una hora aproximadamente y si la tormenta regresa, entonces en dos—contestó, azorado—el camino es riesgoso, así que démonos prisa, Shayden Nova.

—Puedes decirme Shady.

Él me miró de soslayo y esbozó una sonrisa coqueta.

—A mí dime como gustes, no tengo ningún diminutivo.

—Tal vez te busque alguno de camino a Linguaglossa—dije, risueña.

Me sorprendí a mí misma coqueteando con él y de pronto mi mente me jugó sucio y pensé en Selim.

Dejé de sonreír y la nostalgia me invadió. Tuve suerte de que Pietro no lo notara.

Salimos del aeropuerto en donde nos esperaba un lujoso vehículo detrás de la fila de taxis esperando pasajeros. Pietro me agarró del brazo y me condujo hacia el coche. El chofer se bajó de inmediato a meter mi equipaje y a abrirnos la puerta trasera.

—All'hotel per famiglie, Lorenzo—le oí decir a Pietro con amabilidad y nos pusimos en marcha.

Como estaba oscuro, apenas pude disfrutar de la vista, en especial porque los cristales de las ventanas tenían gotas adheridas que impedían ver con normalidad.

—Mañana me haré cargo de enseñarte el lugar y darte un pequeño tour por todo Linguaglossa, ¿qué opinas?

—Me encantaría, gracias—dije, forzando una sonrisa.

La alegría del viaje y de estar en Italia se apagó en el momento que Selim llegó a mi mente y me sentí terriblemente mal por eso.

Siempre había sido muy tímida, pero Pietro infundía confianza, sin embargo, en todo el camino a donde iba a alojarme, me la pasé observando por la ventana. Y según la pantalla del tablero del coche, eran las ocho y media de la noche.

La tormenta regresó y el chofer redujo la velocidad al igual que el resto de los coches.

—Rallenta, Lorenzo, non c'è fretta—musitó Pietro con preocupación cuando el chofer aceleró en una curva.

—¿Pasa algo? —quise saber. Eso de escucharlo hablar en italiano y no comprender, me estaba poniendo nerviosa.

—No, simplemente le pedí que fuera más despacio.

Y en la oscuridad me miró con extrañeza.

—¿No dominas al cien por ciento el italiano?

—Eh...

—Creo que ahí vamos a tener un serio problema—hizo una mueca de preocupación.

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