
Capítulo 11: Primer trabajo
2021
Tras haber releído todas las anécdotas que dejé aquí en su día, debo admitir que me he fallado.
Me contrataron para una escuela de verano este año. No lo disfruté todo lo que debería. Todo lo que solía hacerlo. Supongo que me hice demasiado adulta.
En esta ocasión, yo era la única responsable de un grupo de niños entre 3 y 5 años, y cobraba por ello. Creo que ahí radicaba el problema: cobraba por ello. Era un trabajo. Un trabajo que debía hacer bien. Un trabajo en el que todo era mi responsabilidad. Me puse mucha presión en ello. No fui con la idea de disfrutar con los niños, como hacía antes. Fui con la idea de ser maestra de verdad, de tener un grupo a mi cargo.
El primer día, salí llorando. Yo había creado una planificación preciosa con millones de juegos para hacer con los niños; pero me di cuenta de que no podría hacer ninguno de ellos. De todos los menores con los que he trabajado hasta ahora, estos han sido los más complejos: no sabían nada sobre el respeto, no sabían jugar entre ellos, se escapaban de clase continuamente, no seguían a los adultos. Fue un caos. Un verdadero caos.
Y yo, que había depositado muchas esperanzas en aquella escuela de verano (porque estaba pasando una época emocional muy mala y esperaba volver a sentir esa alegría que solo me daban los niños) terminé llorando en el bus de vuelta a casa. Estuve a punto de llamar a la empresa y decir que pasaba. Pero me convencieron de darles unos días a los niños para que se acostumbran.
Al final, tiré la programación completa y fui a la escuela con una sola cosa en mente: "hagan lo que hagan, me preguntaré si se pueden matar con lo que estén haciendo. Si la respuesta es no, que sigan". Sí: así de mala era la situación. Me pasé el mes completo repitiendo una y otra vez "¡la chancla en el pie!" para que dejaran de perseguirse intentando matarse. Uno de los chicos solía saltar el respaldo de las sillas cada vez que yo me distraía. Otro, pegó un puñetazo en la nariz a un tercero que regó el pasillo de sangre. Una chica se hizo un chichón enorme por resbalarse con las chanclas al correr. Lo que viene siendo un buen caos.
Peeeeeero también hubo sus cosas buenas, claro. Con los niños, siempre hay cosas buenas. Pero admito que, en esta ocasión, yo no tuve el foco tanto donde lo debería tener: no fui esa chica de 17 años que de divertía contando gaaaaarg con una niña, ni la que aprovechaba que una alumna se tumbara en el suelo para inventarse un juego o la que consiguió ponerle la camiseta a Yf.
No, no fui aquella chica. Fui una adulta que se frustraba... Cuando los niños hacían cosas de niños. Los niños más cafres y brutos que he conocido jamás, sí; pero, mirándolo en retrospectiva, creo que podría haberlo disfrutado más, haberlo hecho mejor.
En fin. A las anécdotas buenas se ha dicho:
El más chiquitín del grupo, I, llegó los primeros días escondiéndose detrás de su padre sin querer entrar. Al tercero, me saludó y entró corriendo al patio. Fue un logro tan grande que hasta su padre se quedó flipando.
Este mismo pequeñín, un día, me pidió que me agachara para darme una sorpresa. Cuando lo hice, gritó "¡abrazo!" y me abrazó con todas sus fuerzas. Aún muero de amor al recordarlo.
Otro día, mientras merendaban, I se empeñó en que no quería más. Yo le insistí en que algo más tenía que comer. Al final, me dijo "si como más, me dolerá la barriga y vomitaré". Ante aquel argumento, obviamente, le dejé guardar su merienda prometiéndome que me avisaría si tenía hambre más tarde. Aún sigo flipando con que tenga tres años.
De las cosas más divertidas del mes, era cuando estaba más libre para jugar con I, A y Ab, los más chiquitos, pues mis mayores estaban haciendo juego libre. A ellos les encantaba que intentara hacerles cosquillas, que me escondiera detrás de algún sitio para hacerles cucú o simplemente esconderme debajo de una toalla. Son muy lindos.
Hablando de Ab, ella es una niña de 4 años muy tímida. Mis compañeras, monitoras de otros grupos, incluso pensaban que no hablaba. Pero puedo estar feliz de haberme ganado si confianza para que a mí sí me hablara. Incluso, conseguí que se integrara en juegos con otros compañeros, tanto de su edad como los mayorcitos del grupo. Un día, incluso, se sentó a mi lado en el recreo y estuvo contándome un montón de cosas sobre su casa nueva y sobre su familia. Siempre es una bendición hermosa cuando un peque a quien le cuesta hablar decide confiar en ti para entablar una conversación de verdad.
Ab siempre será para mí mi pequeña pintora. Desde el primer día, me di cuenta de lo mucho que le gustaba dibujar y colorear. Cada vez que hacíamos un dibujo, ella me pedía llevárselo a su casa y lo guardaba como un tesoro hasta la hora de irse. Siempre se aseguraba de no dejárselo. Lo más triste del mes, de hecho, fue un día en que no le dio tiempo a terminar su dibujo y se fue llorando a pesar de poder llevárselo a casa. A ella todo lo que le importaba era terminar su dibujo en aquel momento.
Otra cosa muy linda que hacía, era que siempre que veía a su hermano mayor (que estaba con una monitora distinta) tiraba de mi mano para señalarlo y decir "¡mi hermano!".
Por otra parte, estaba An, la mejor amiga de I. Que recuerde ahora mismo, solo tengo una anécdota relevante con ella.
An es una peque de 4 años a la que se nota que no está acostumbrada a que le digan que no o la regañen (en realidad, eso le pasaba a todos los del centro, eso era gran parte del problema). Por eso, siempre se enfadaba muchísimo cuando le regañaba.
Un día, An cogió una de las pelotas y la tiró a la basura del patio. La regañé. Cuando volvíamos a clase, ella se sentó en el suelo de brazos cruzados, no quería entrar al aula. Tras decirle varias veces que fuera a la clase, pedí a los niños que entraran y me arrodillé delante de ella, para poder mirarla a los ojos.
–Entiendo que estés enfadada. A mí tampoco me gusta que me regañen.
An me miró, aún con sus brazos cruzados, pero comenzando a escucharme.
–¿Pero tú entiendes que no te puedo dejar tirar las pelotas a la basura? Si nos quedamos sin pelotas, ya no podemos jugar.
An asintió con la cabeza, sin quitar su gesto de "pero no me gusta que me regañen".
–¿Vamos a la clase?
Le tendí la mano. Ella me miró unos segundos, pensativa, tomó mi mano y entró sin problema. Ya se le había pasado el enfado.
Si hubiera seguido diciéndole que entrara al aula, probablemente no lo hubiera hecho nunca y hubiéramos terminado enfadadas las dos. Es importante recordar que los niños, por muy peques que sean, también necesitan que tengamos una conversación empática, abierta y sincera con ellos cuando hay un conflicto, por corta que sea: a cualquier persona le importa que validen sus emociones. "Está bien, te entiendo: es normal que estés enfadada, yo también lo haría. Pero entiéndeme tu a mí: tengo que asegurarme de que no nos quedamos sin pelotas. Llegados a una mutua comprensión, ¿hacemos las paces y seguimos jugando juntas?"
¿Y de quién más os puedo hablar? Quizá de Ai, un mastodonte de seis años que siempre la estaba liando parda. Parecía incapaz de estar quieto dos segundos. Pero descubrí algo: ama ayudar y que los adultos lo elogien. A su melliza le pasaba lo contrario: pasa completamente del refuerzo positivo. ¿Pero él? Un día, me ayudó a atar los zapatos a Ab mientras yo ayudaba a vestirse a An, con lo que conseguí al mismo tiempo que él estuviera quieto y que yo no tuviera que duplicarme para ayudar a ambas. Además, Ai es super cariñoso, y siempre se asegura de decirte lo mucho que te aprecia. Quizá por eso, se daba la aparente incongruencia de que mis compañeras siempre me oían llamarle la atención a él, pero que yo siempre tuviera ganas de verle. Generaba mucho caos, sí. Pero también mucho cariño.
Por cierto, otra cosa que descubrí fue lo mucho que podrían entretenerse leyéndoles un cuento o jugando al dominó de animales.
Oh, y eso por no hablar del día de la caja. Yo había metido unas cuantas pelotas en una caja para poder transportarlas desde donde guardábamos el material. Ellos terminaron jugando con la caja. Estuvieron días jugando con la caja a mil juegos distintos. Casi lloro cuando se rompió la caja XD Nada de "dame un punto de apoyo y moveré el mundo". "Denme una caja y tendré a los niños entretenidos el tiempo suficiente para que no se maten". Mucho más importante.
Otra cosa que me encantó, por si alguien se acuerda de H del capítulo 8 (el pequeñín del voluntariado que siempre quería jugar conmigo) fue encontrarme con él allí. H ya es mayor, por lo que no estaba en mi clase. Cuando le pregunté, me dijo que no se acordaba de mí. Sin embargo, un día su monitora lo "castigó" a quedarse conmigo y los pequeños para que aprendiera de ellos a no decir palabrotas. H me dijo que le gustaría quedarse conmigo el resto del mes. Al final, decidió volver con sus compañeros; pero fue muy dulce comprobar cómo, después de tantos años y a pesar de que no se acordara de nuestros juegos, aún seguíamos conectando.
También había chicos de otras clases que solían pegarse a mí cuando tenían ocasión. La hermana mayor de I, a la que le gustaba contarme cosas. O R, un chico con hiperactividad con quien jugué en más de una ocasión y que, de vez en cuando, me escuchaba cuando le pedía que hiciera algo.
Por último, a no ser que recuerde algo más digno de contar en estos días (sé que hubo mil cosas, pero mi memoria es pésima), os voy a dejar el link de YouTube de la canción que mis peques (ejem y yo ejem) se pasaban el día entero cantando. Y también una noticia: este lunes empiezo a trabajar en unos talleres socioeducativos. Después de haber releído todo lo que conté en los capítulos anteriores, he decidido intentar reencontrarme con la chica que era cuando los gaaaaarg me hacían disfrutar a carcajadas y cualquier negativa de los niños podía salvarse con un cambio de perspectiva y unas risas. Ya os contaré si lo consigo y cómo me va.
PD: pintar con pinceles les relajaba muchísimo. 100 % recomendado
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