3. Lo conoció en una funeraria y murió de amor por él
Dante hizo una pequeña reverencia al presentarse, muy acorde a la curiosa formalidad con la que se conducía. Luana prestó atención hacia dónde iba su mirada y la encontró revoloteando una y otra vez alrededor de Renzo, incluso mientras este la presentaba. No era su imaginación, ¿no? Había algo que los conectaba, una energía invisible que hacía que se movieran con una extraña sincronía.
Mientras Renzo abría la puerta de la funeraria, Dante comentó:
—Me sorprende lo bien conservado que está el edificio.
—Sí, es de las funerarias más antiguas de Heliópolis, siempre ha estado en manos de la misma familia.
El cuidado que ponían en mantenerla se notaba desde la propia fachada, adornada con exquisitas flores talladas. Entrar era como viajar en el tiempo para visitar una casona de principios del siglo XX. Aunque la decoración era sobria, los muebles antiguos y la madera que abundaba le daban un toque cálido, a pesar de que los pasos quedaban silenciados por las alfombras que cubrían el suelo.
—A propósito, soy yo el que debería pedir disculpas por todo el lío de ayer con la periodista —dijo Renzo, y entreabrió una cortina para mirar por la ventana hacia la calle.
—Ah, no se preocupe. Me di cuenta del tipo de persona que es cuando fue a cubrir la noticia del fallecimiento del señor Torres.
Luana también miró hacia afuera, esperando a medias que Pamela Palacios apareciera en cualquier momento detrás de algún árbol, montada en sus tacones aguja y blandiendo su micrófono, lista para atacar al primer desprevenido que se cruzara en su camino. Encontrar la calle vacía fue casi decepcionante.
Detrás de ella, Renzo y Dante siguieron conversando.
—Usted conocía al señor Torres, ¿verdad? —preguntó Renzo—. Mis condolencias.
La conversación parecía una competencia por cuál de los dos era más formal, como si fuesen un par de viejitos anticuados atrapados en cuerpos jóvenes.
—En realidad no tenía el placer de conocerlo todavía —dijo Dante—. La señora Rosa sí, ella me había recomendado hablar con él, porque le conté que estaba buscando propiedades en esta zona y él tenía algunas en venta. Lamentablemente, se dio este incidente antes de que pudiera reunirme con él.
Rosa Venturini era la dueña actual de la funeraria, bisnieta de los fundadores. Su complexión regordeta y la sonrisa que iluminaba su cara redonda la hacían ver más joven de lo que era. Su fotografía estaba en la pared de la sala en la que se encontraban, junto a otras tomadas en distintas épocas. Inmortalizadas en el muro estaban las permanentes de los años ochenta, los pantalones Oxford de los setenta, y otras modas de más atrás en el tiempo. Incluso había fotografías en blanco y negro de un pasado lejano, que mostraban señores con sombreros altos y señoras con vestidos pomposos posando frente al edificio.
Eso no fue en lo que se quedó pensando Luana, sin embargo. Olvidando toda formalidad, se apresuró a preguntar:
—Ah, ¿te vas a mudar cerca? Qué interesante. ¿Con familia, o tu esposa o algo?
Dante se volteó hacia ella. La cara de Renzo, parado detrás de él, perdió todo color. "¿Qué te pasa?", le dijo a Luana sin palabras, solo moviendo los labios, y levantó las manos para pedirle que se detuviera.
Era demasiado tarde. La pregunta había quedado en libertad y ya estaba haciendo de las suyas. Como si le hubiera hecho cosquillas, Dante rio un poco, se acomodó las mangas de la chaqueta y respondió:
—No... no tengo esposa.
Ignorando a Renzo, que se puso un dedo sobre los labios para rogar silencio, Luana continuó:
—¿Y esposo? O pareja en general, no sé...
Al contrario que a Renzo, que se llevó las manos a la cabeza en frustración, a Dante no pareció molestarle el pequeño interrogatorio. Al principio, sus ojos se agrandaron en una expresión de sorpresa, pero pronto esta se disolvió en una sonrisa entretenida.
—Tampoco —Dante habló en tono confidente—. ¿Conoce a alguien para presentarme?
Luana podría haber jurado que Dante atinó a mirar atrás, donde Renzo estaba parado, justo en ese momento.
—De hecho... —Sus ojos fueron hacia Renzo, pero no pudo continuar porque él se adelantó para tomarla del brazo y dijo:
—Necesito tu ayuda con algo, ¿sí?
Sin darle oportunidad de responder, le pidió entonces a Dante que por favor tomara asiento en la sala y arrastró a Luana a la cocina, donde se puso a preparar café en una cafetera.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó a Luana, mientras ponía café molido en el depósito—. Dijiste que te portarías bien.
Luana resopló. Portarse bien era aburrido. Era verdad que lo había prometido, pero eso fue cuando creía que Dante era amigo del muerto.
—¡Conversando! Era para aliviar la tensión, está bien relajarse de vez en cuando. Deberías probarlo.
Él meneó la cabeza y sacó tres tazas de un mueble, para luego ponerlas sobre una bandeja. Relajarse no era una de sus especialidades, y prueba de eso era que ni siquiera cuando la estaba regañando podía dejar de prestarle atención a la preparación del café.
—Sí, pero igual. Es amigo de mi jefa y no sabemos nada de él.
—Pero tu jefa es buena onda y ahora sí sabemos algo de él, gracias a mí. Como que está soltero. Yo diría que hay esperanza...
Renzo se sonrojó. Aunque ahora fuera más alto que Luana, por unos segundos ella lo vio como el pequeño que era cuando se colaron sin permiso en la casa maldita. ¿Cómo se había atrevido a crecer tanto como para pasarla en altura? Podría haber tenido la gentileza de detenerse un poco antes.
—No sé —murmuró Renzo—. Es como si estuviera maldito para el amor. Y ya te dije que ya me resigné, así que me da igual.
—Si te diera igual, no estarías del mismo color que esas manzanas —Luana señaló un recipiente de frutas que descansaba sobre la mesada.
—Me voy a vengar —declaró Renzo, apuntándole con una cuchara que luego colocó con cuidado sobre la bandeja.
Era de esperarse, así que Luana se encogió de hombros. Ya era tradición, a esas alturas, intercambiar provocaciones acerca de sus vidas amorosas, o más bien sobre la falta de estas.
—Adelante —respondió Luana, alcanzándole un pote de azúcar.
Renzo respiró hondo, llenó las tazas de café y las acomodó en la bandeja con cuidado.
—Deberíamos llevar algo de comer también, ¿no?
Cuando volvieron a la sala, con todo listo, el ambiente era distinto. Dante ya no estaba en el sofá donde se había acomodado justo antes que se fueran, sino alerta junto a la ventana. La expresión de su rostro era irreconocible: severa, intensa, acechante.
—Volvieron —les dijo con una voz tan grave que parecía provenir de ultratumba.
Luego de apoyar su bandeja con tan poco cuidado que una de las tazas amenazó con volcarse, Luana se asomó por la ventana y entendió a qué se refería. Afuera, Pamela Palacios, seguida de un camarógrafo fornido, se acercaba a un auto que acababa de estacionar frente al edificio. Dentro de él iba Rosa Venturini, la dueña de la funeraria.
—¡Yo sabía que iba a volver! —exclamó Luana, y fue hacia la salida sin pensarlo dos veces.
Al salir vio cómo Pamela Palacios, apuntaba su micrófono hacia la señora Venturini, que subió el vidrio de la ventana del auto y le gritó:
—¡Fuera! ¡Qué falta de respeto!
—Pero ¿conoce las nuevas teorías que están circulando sobre la muerte? —insistió Pamela.
Atónita ante el atrevimiento de Pamela, Luana corrió hacia la escena y tomó el impulso de la carrera para agarrar el micrófono e intentar quitárselo, mientras le gritaba:
—¿Qué te pasa, estúpida?
La atención de Pamela viró de inmediato hacia ella.
El asombro la hizo trastabillar, pero no tardó en recomponerse. No solo eso: la muy maldita sonrió. Una sonrisa gatuna, satisfecha y perfectamente delineada por el labial rojo que adornaba su boca. No permitió que Luana le quitara el micrófono, tampoco, sino miró de reojo a la cámara y dijo, con voz agitada:
—¡En vivo! ¡Nuestro equipo está siendo atacado por una persona enajenada!
—¿Qué? ¿Yo? ¡Estás loca!
Si algo le quedó claro a Luana era que Pamela estaba mejor preparada que ella para la situación, de seguro porque no era la primera vez que alguien se abalanzaba sobre ella. Ni la segunda, ni la tercera. Era fuerte, también, a pesar de que no lo pareciera a simple vista: se aferraba al micrófono como si su vida dependiera de eso. El camarógrafo tampoco parecía sorprendido. Apenas se alejó un poco para conseguir un ángulo más amplio de ellas dos peleando por el micrófono, sin dejar de filmar ni un segundo. ¿Qué clase de titular pondrían?
—¡Solo busco llevar la verdad oculta al público!
—¿Acosando gente? ¡Buscas rating, no jodas! —Luana tiró del micrófono con tal fuerza que tropezó hacia atrás y cayó al suelo. Con ella se llevó no solo el aparato, sino también a Pamela, que terminó encima de ella. Una ola de perfume exquisito proveniente de ella, y claramente caro, bañó a Luana.
—¿Entonces no te preocupa el asesino serial? —preguntó Pamela, que seguía sin soltar el micrófono. Increíblemente, su pelo era tan lacio que también se negaba a despeinarse, a pesar del forcejeo. ¿Cómo hacía la maldita para verse tan bien incluso en esas circunstancias?
—¿Asesino serial? ¿Qué?
—¡Hace unos días hubo otra muerte igual a la de ayer y lo están encubriendo para no alarmar a nadie!
La seguridad con la que Pamela habló hizo dudar a Luana.
—¿Eh...?
—¿No quieres saber lo que he descubierto? Todos están en peligro.
Continuará.
Siguiente: próximo sábado.
¡Holiiiis! ¡Gracias por las lecturas, votos y comentarios! Me encantó que en el pasado se dieron cuenta enseguida de la referencia al novio alien de Jazz de Juego de fantasmas, jajaja.
Esta vez hubo mortal kombat, jajajaja. ¿Qué titular será que le pone Canal Impacto a la pelea de Luana vs Pamela?
¿Cómo van las teorías, siguen por el mismo lado? Algo que quiero contar es que habrá capítulos con otros puntos de vista, no solo de Luana.
Sobre el pelo de Luana y Renzo: NO ME ACORDABA DE LA DE FROZEN, JAJAJA. Pero hay algo llamado poliosis, que tiene que ver con que hay una zona del pelo que es blanca sin importar la edad. Es hereditario.
¡GRACIAS POR LEER, ABRAZOS! Luego andaré respondiendo comentarios. Si alguien cumple años la semana que viene, me pueden avisar para que les desee feliz cumple.
Me despido con una Pamela Palacios de la suerte, para que siempre te veas fabulosx, incluso si te agarras a las piñas con alguien (en la imagen está el sitio donde podés hacer tu propia muñeca):
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