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11. Ignoraron a su atacante para tener un momento romántico

Mientras iba hacia la camioneta que lo esperaba debajo, estacionada bajo un foco que creaba una isla de luz en la oscuridad, Renzo recordó el consejo de Dante sobre no salir después de que cayera la noche.

—¿No podrías haber hablado con mi jefa para que no me llamara de noche, si tanto cuidado hay que tener? —murmuró para sí, jugueteando con el dije de la cadena que Dante le había dado. Era un relicario redondo de estilo antiguo, con una protuberancia en el costado que habría servido para abrirse, de no haber estado trancada.

Lamentablemente, para él no era una opción quedarse en su casa cuando le tocaba estar de guardia. Tener que recoger un cuerpo para llevarlo a la funeraria era algo que podía pasar en cualquier momento del día, incluyendo pasada la medianoche, como era ese caso. Entre semana, en especial, el mundo entraba en suspenso a esa hora.

En la camioneta lo esperaba el conductor, un hombre maduro de gran fuerza física y pocas palabras que puso en marcha el vehículo luego de intercambiar un saludo seco con Renzo. A pesar de su apariencia dura, solía tener de fondo una estación de radio donde sonaban oldies románticos, y esa noche no era la excepción.

La advertencia de Dante se abrió paso en la mente de Renzo a través de la música, una vieja balada que no combinaba con las lúgubres calles vacías. A medida que avanzaban, las luces del vehículo creaban sombras chinescas que salían de las columnas y árboles y parecían pertenecer a extrañas criaturas que los observaban.

—Truco de luz —susurró Renzo, para recordarse a sí mismo que no eran una amenaza real.

El conductor lo miró de reojo, extrañado, y en ese momento la música se entrecortó. Al mismo tiempo, el vehículo en que viajaban empezó a balancearse de forma extraña, como si el motor se ahogara. Luego de sacudirse, se detuvo.

—¿Qué pasó? —preguntó Renzo.

Desde donde estaban no se veía nada ni nadie.

—Algo está fallando —respondió el conductor. Después de probar volver a encender el motor, sin éxito, buscó en la guantera una linterna con la que salió del vehículo. Una vez afuera, levantó el capó para revisar el interior.

Adentro quedó Renzo, acompañado solo de música melancólica.

La canción terminó, y una nueva empezó en su lugar. Cada tanto algo interfería, una especie de estática que traía voces desconocidas. Sugestionado como estaba, a Renzo le pareció escuchar su nombre y acabó por apagar la música.

Lo que fuera que le ocurría al motor debía ser serio, porque el conductor, escondido bajo el capó levantado, no volvía. Inquieto, Renzo sacó la cabeza por la ventana para tratar de ver qué pasaba.

—¿Necesitas ayuda? —le preguntó.

No hubo respuesta. Confundido, salió del vehículo y caminó hacia la parte de adelante.

Su compañero no estaba allí.

Era como si se hubiera esfumado. La calle también se veía desierta y extrañamente silenciosa. Creyendo que tal vez se había distraído, Renzo se alejó unos pasos para comprobar que el conductor no estuviera en la vereda o detrás de la camioneta, por alguna razón.

Nada, en ninguna parte. ¿Cómo era posible? No podía desaparecer así como así, ¿no?

Renzo sacó su teléfono y le envió un mensaje al desaparecido y a su hermana, que tenía que estar todavía despierta. Tal vez Pamela Palacios también seguía allí, sentada junto a ella mientras discutían el caso sin darse cuenta de que cada vez estaban más cerca. ¿Qué pasaría si terminaba teniéndola de cuñada? Rio para sí al imaginar las implicaciones, y el pensamiento disipó un poco el miedo, hasta que levantó la vista y vio que la calle estaba cubierta de una niebla que se elevaba hasta casi un metro.

Ya no era el único allí.

Unos metros más adelante, un animal similar a un enorme perro cruzado le mostraba los colmillos, gruñendo. ¿De dónde venía? Era como si fuera varios animales en uno, demasiado grande para ser realmente un perro. Su pelaje oscuro se veía áspero, como el de un jabalí. Tenía dientes similares a los de un tigre. Y sus ojos eran lo peor, porque se veían humanos. Paralizado, Renzo trató de recordar si en las noticias había visto alguna que hablara de algún lobo que hubiera escapado de un zoológico.

—¡Atrás! —le gritó Renzo al animal.

En lugar de retroceder, sin embargo, el animal se abalanzó sobre él. Renzo solo tuvo un instante para levantar los brazos para protegerse. El peso de la bestia lo tiró al suelo, donde aterrizó en su espalda.

¿Era eso lo que le había pasado a los otros, entonces? ¿Lo que le pasaría a él, también? Se cubrió la cara para esperar lo peor. Escuchó al animal jadear y gruñir. Su aliento, intenso y ácido, le dio arcadas. Al ver que la criatura lo olía, pero no se decidía a atacarlo, Renzo usó toda su fuerza para tratar de quitárselo de encima. No hubo caso.

Era como estar atrapado bajo un muro derribado, hasta que algo cambió.

—Fuera —dijo una voz—. Déjelo en paz.

Aunque desde el suelo no pudiera ver a quién pertenecía, Renzo la reconoció: era la voz de Dante.

El perro levantó la cabeza y respondió con un sonido que sonó a medio camino entre un ladrido y un aullido, antes de salir de encima de Renzo, que se incorporó un poco y buscó a Dante con la mirada. Lo encontró bastante cerca, caminando hacia el animal, que retrocedió de mala gana. No se veía asustado, sino intrigado.

—Cuidado... —murmuró Renzo.

Dante le dedicó un vistazo rápido, pero no se detuvo. El animal, finalmente, se dio vuelta y corrió hasta desaparecer en la niebla.

Incapaz de procesar todo lo ocurrido, Renzo se sentó sobre el pavimento, y solo entonces fue consciente de que el cuerpo entero le dolía. Dante se le acercó y se agachó a su lado.

—¿Estás bien? —le preguntó. En algún momento había dejado de tratarlo de usted, y aunque solo fuera un detalle, escuchar eso salir de su boca lo hacía sentir estúpidamente especial.

—Estoy bien. ¿Cómo me encontraste? ¿Seguro que funcionó el amuleto?

—Claro que funcionó. Si no hubiera funcionado, te habría mordido.

Solo había respondido una de las preguntas, pero Renzo asintió, inseguro, y aceptó la ayuda de Dante para ponerse de pie. La niebla, notó entonces, había desaparecido.

—¿Qué era esa cosa?

—Estoy tratando de averiguarlo. He estado siguiéndole la pista desde hace unas semanas, esto es lo más cerca que he llegado.

—Mi hermana diría que es un hombre lobo. —Se preguntó si decirle, siquiera, o si guardar el secreto para no terminar saliendo en un video de Pamela.

Dante levantó la vista hacia la luna, que brillaba apenas en el cielo, en su etapa menguante, y rio por lo bajo, de esa forma elegante y comedida que era tan característica de él.

—No necesariamente —respondió, mientras pasaba una mano por el pecho de Renzo, para planchar la ropa arrugada en el forcejeo—. Recuerda que las apariencias engañan.

Las palabras de Dante no sirvieron para aclarar nada. Al contrario. A Renzo le confundía lo que venía pasando, lo que acababa de ver, y la incertidumbre de lo que le esperaba. Al menos, tenía a Dante de su lado.

La luz de luna menguante los cubría con un manto opaco.

—¿Y tú? —preguntó Renzo—. ¿Tú también engañas? —Sin darse cuenta, seguía aferrado a la mano que Dante le había ofrecido.

Dante sonrió y acercó su boca a la oreja de Renzo para ofrecerle una respuesta.

Continuará.

Siguiente: próximo sábado.

¡Hola, gracias por las lecturas, los votitos, comentarios y recomendaciones! Volvió Danteeee 🫦

¿QUÉ ES ESE BICHO? Es la pregunta principal del capítulo. No sé qué pensarán, pero ya lo sabremos.

¿Dónde está el conductor de la camioneta? No lo olvidé, lo sabremos, pueden apostar (??)

Ahora no solo debo una playlist normal, también debo la playlist de oldies románticos que escuchan en la camioneta, jajajaja (acepto ideas).

Esta semana tampoco hubo cumpleaños de la semana, pero si alguien cumple en estos días, que me avise y le deseo feliz cumpleaños la semana que viene ❤️

Después andaré respondiendo comentarios aquí y en otros libros, abrazosss❤️

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