Tarde de Lectura
Salir con Soledad no era precisamente la idea de tarde feliz que Saskia tenía en mente. Su madre había pasado a recogerla en el colegio para llevarla a la modista; debían tomarle las medidas para el traje de Solsticio de Invierno. Su mamá deseaba que todos admiraran la belleza y el poder de su Clan, un poder que Saskia no comprendía.
A diferencia de los otros Primogénitos había devorado su libro, donde lo único que descubrió fue que Andrew era una especie de siervo de Louis. Su vida giraba alrededor del Primogénito de Aurum quien lo utilizaba a su antojo, haciéndole cometer verdaderas atrocidades.
De cierta forma, se sintió identificada con Andrew, mientras que este era manejado por un "bastardo", ella era obligada a cumplir con los caprichos de su madre. Saskia comenzaba a tener miedo de lo que Soledad pudiera hacer con su Donum para sobresalir dentro de la Fraternitatem Solem.
Sus problemas filiales iban mucho más allá de ser abandonada por su padre, veía todo su sufrimiento como un kharma, pero ni aceptándolo podía ser feliz. Por suerte, había logrado librarse de la influencia de Irina, ahora solo tenía que hacer lo mismos con su mamá.
Mas en su vida no todo era tragedia. La Hermandad a la que había odiado, le dio amigos, hermanos que se preocupaban por ella, incluso Maia con quien seguía teniendo sus reservas, le daba muestras de amabilidad. Su mundo estaba dividido entre la paz que los Primogénitos le brindaban y las humillaciones que recibía de Soledad.
Ni siquiera pudo escoger el traje negro que llevaría, su madre se encargó de decidir por ella, así que solo siguió las indicaciones de la modista para tomarse las medidas. Su imagen se reflejó en el espejo, ¡cómo deseaba ser otra persona! Pero no podía cambiar su vida aunque quisiera.
—¡Mira! —dijo Soledad, mostrándole una tela donde el sol entre rosas se hallaba bordado en hilos de oro—. ¿No es hermoso?
Ella sonrió. La obsesión de su madre por Astrum le era difícil de comprender, en especial cuando su Clan siempre había sido subyugado por los demás.
La plaza del Malecón de Costa Azul era tan extensa que le permitía a los lugareños encontrar en ella un sitio de esparcimiento. Era la primera vez que Dominick estaba allí.
Los caminos de gravillas que conducían al malecón estaban bordeados de palmas altas, tan cercanas que las hojas de las ramas se entrelazaban. Por encima de estas se extendía un enrejado cubierto de enredaderas que crecían bajo la supervisión del hombre.
En las jardineras que decoraban la plaza habían arbustos enanos, dándole la impresión a los visitantes de que se encontraban dentro de una cúpula de un verde vivo, que contrastaba con la humedad propia de la costa.
Aidan les condujo hacia una de las sillas de hierro forjado. En cuanto Dominick se sentó pudo contemplar que más allá del techo de rejas crecían árboles de mangos, así como el camino de gravilla que se entremezclaba entre estos para luego subir al terraplén desde donde se podían ver las olas golpear la alta muralla.
—Alguien recuerda dónde nos quedamos —cuestionó Aidan.
—¿Cómo te fue con Maia? —preguntó secamente Dominick.
—¿Perdón? —contestó observándolo, no entendía muy bien a qué iba la pregunta.
—Pregunto porque entretener a Ignacio no es muy divertido.
—Sí, me imagino. Al final terminó descubriendo todo, pero ya está solucionado. Lo único bueno es que ya no tendremos que ocultarnos más.
—Es decir que si hubieran hablado desde el principio él no se hubiese metido —le interrumpió Ibrahim.
Aidan tuvo que detenerse a pensar en lo que les diría porque en el fondo no era todo cierto. Finalmente asintió. Se guardaría para él la sentencia de Ignacio, por lo menos hasta que pudiera corroborar que lo que le contó estaba fundamentado en verdades de la Fraternitatem y no era un engaño para separarlo de Maia.
—Creo que has contraído una deuda eterna con nosotros —le contestó Dominick sacando su libro.
—¿Por dos recreos? —se quejó—. ¡No creen que es algo exagerado!
—Sacrificar dos recreos no es cualquier cosa —le aseguró Ibrahim.
—Bien, les pagaré. —Se rindió ubicándose en la fecha de 24 de diciembre—. Esta promete ser larga.
—El Embajador me irrita mucho, como lo había previsto. Es el tonto más meticuloso que puede haber: paso a paso, minucioso como una vieja solterona —comenzó a leer Dominick, mientras los demás se sumergían en la lectura.
La brisa golpeaba suavemente las hojas de sus libros. Aidan subió la mirada: ¿por qué la vida no podía ser siempre como una fresca corriente de aire?
A las cuatro en punto Ignacio llegó a casa de su tía. Les encontró a ella y a Amina comiendo las tartaletas de durazno que Israel les había mandado del trabajo. Se sentó en la mesa del comedor a compartir con las mujeres de la casa.
Se fijó que Amina tenía libre la mano derecha, en ella no había férula, por lo que podía comer sin ayuda de nadie, razón que la hacía feliz. Su tía le sirvió una de las cuatro tartaletas que había comprado su tío, este había olvidado que Gonzalo no estaba en casa.
Leticia le sonrió y él comenzó a degustar el postre.
—¿Cómo te está yendo en clases, hijo?
—Muy bien, tía. Aunque la verdad prefiero las clases particulares.
—¿No has encontrado amigos?
—No soy el tipo de personas que hace amigos con facilidad, mas tampoco creo que muera de aburrimiento.
—Me alegra que no estés dispuesto a abandonar tan rápido las clases, así podrás compartir mucho más con nuestra Amina.
Compartir no era la palabra que Leticia quería emplear, e Ignacio lo entendió. La relación con su prima era lo más cercana a la de un esclavo y su ama, exceptuando el castigo. Sin embargo, habían cosa que prefería manejar con ella y no ventilarlas frente a toda la familia, en especial si deseaba llevar la fiesta en paz con la joven.
—Si quieres podemos leer en el despacho
—Vale.
Sobre la mesa, al lado de Maia se encontraba el diario de Ackley.
Se levantó tomándolo. Recordaba muy bien dónde se había quedado. Se ubicó en la página que correspondía al 17 de Diciembre desde allí comenzaría a leer. Maia le siguió hasta el despacho desde donde había escuchado a su padre planificar su vida amorosa con Ignacio.
—17 de Diciembre: ¿Has presenciado alguna vez cómo la luna se tiñe de...
—¡Noo! —le interrumpió—. Esa parte ya la leímos. —Esas líneas se las había leído Aidan y no deseaba escuchar en los labios de Ignacio las palabras que este había pronunciado—. ¡La recuerdo muy bien!
—Yo no recuerdo haberla leído.
—Pues has de tener muy mala memoria. Es mejor pasar al siguiente día.
—¿Ocurre algo Amina?
—No, solo que esa parte ya la leí. Quizá fue con Gonzalo... No lo recuerdo, pero sé que ya la escuche.
—Bien. —Frunció el ceño. No discutiría con ella por tonterías como esa—. 18 de Diciembre: Desde que los débiles rayos del sol atravesaron los ventanales de mi habitación llamándome a las primeras faenas del día, mi pensamiento ha volado en la distancia, anhelando encontrarse contigo, y una sonrisa se ha dibujado en mi enlutado rostro, devolviéndome la alegría que me obsequiaste. Tu imagen en mí es energía, renueva mi vida, eres brisa en mi ardiente corazón.
»Esta algarabía que siento por amarte como te amo, me ha hecho reír todo el día, hasta por el más insignificante de los hechos, todo ha sido para mí motivo de felicidad.
»Me dirigí a los establos de nuestro Clan por un poco de leche fresca, he errado en la puntería, así que terminé empapado con la tibia leche de aquel pacífico animal. Tuve que limpiarme el rostro, apretar con fuerza mis ojos para escurrirlos, pues mis manos estaban mojadas. Reí, reí al pensar en lo que dirías si pudieras verme así: tan sucio y tan desarreglado.
—Cada día crece en mí el deseo de conocer a la persona que le hacía escribir de esa manera —confirmó Ignacio terminando de leer.
—Yo también deseo conocerla. Por lo visto Ackley no tuvo mucha suerte con los romances. Esta chica le dejó y la otra le llevó a la muerte.
—Cada quién hace su destino. A veces los Primogénitos no escogen lo que es correcto sino lo que sus corazones le dictan.
—No siempre se puede ser un robot. Suprimir las emociones no es bueno para nadie.
—Sin embargo, hay cosas que se deberían reflexionar e intentar hacer bien.
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