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Secreto a Voces

Eran las seis y media cuando Aidan llegó a su casa. Desde la calle podía escuchar las risas de mujeres jóvenes provenientes del porche de su hogar. Caminó hasta el árbol que más de una vez le había servido para resguardarse de Coco, divisando desde allí a las chicas que acompañaban a su hermana. Una de ellas tenía el cabello ensortijado de un rubio oscuro, al que reconoció de inmediato como Celeste, el otro era negro como el azabache, liso, perfecto. Su corazón retumbó. Natalia estaba allí.

Decidió, sabiamente, retroceder. Dio la media vuelta y se hizo nuevamente a la calle. Sacó su teléfono, discando el número de Itzel.

—¡Hola! ¿Puedo ir a verte?

—Sí, claro. Te espero.

Colgó el teléfono, subiéndose la asa del morral.

Las calles de Costa Azul comenzaban a quedarse solas y las bombillas iluminaban débilmente la avenida. ¡Cómo hacía falta el fuego que Ackley así brotar en su aldea! Las paradas de autobuses estaban abarrotadas de personas que se dirigían a sus casas, entretanto las santamarías de los locales iban cayendo una a una. La ciudad se preparaba para dormir.

Itzel le esperaba sentada en las escalerillas del porche de su casa, con las manos escondidas en su regazo y una amplia sonrisa en sus labios. Llevaba el cabello suelto, el cual era tan largo que le llegaba a la cintura. Después de aquel extraño sueño que tuvo, era la primera vez que la veía así en la vida real.

—Mamá puede llegar a pensar que tienes una especie de fijación conmigo —le saludó con un beso en la mejilla.

—Sé que no son horas para visitar pero mi casa estaba abarrotada de gente, y en estos momentos no tengo ánimos para ser amable con tantas visitas.

—Espero que no hayas venido a dormir, porque dudo mucho que entres en el sofá.

—Nop. —Sonrió con picardía—. Prometo que antes de las nueve retornaré a casa.

—¿Tus padres saben que estás aquí?

—Le escribí a papá hace un rato, y me respondió con un «Ok».

—Tienes unos padres muy liberales.

—Creo que papá intenta suplir al abuelo. —Itzel le miró con curiosidad—. Quizá por eso está siendo tan paciente conmigo. Mas mi abue es irremplazable, no importa cuánto se esfuerce mi pobre padre... Él es mi papá, pues, y me cuesta verlo de otra manera.

—¿Quieres entrar? Hay Oreo y helado o leche si lo prefieres. Puedes acompañar las galletas con lo que quieras.

—Sería capaz de comérmelas solas. —Puso su mano en la espalda de su amiga, acompañándola hasta el umbral de su casa.

Saludó a Susana con un beso. La madre de Itzel se había vuelto muy cercana desde la muerte de Rafael.

Gabrielito estaba sentado en el suelo, recostado de la mesa que ocupaba el centro de la sala, coloreando sin sentido una hoja blanca. Vio a Tobías pasar del patio a su habitación hipnotizado en su DS, mas no se encontró con Loren.

—¿Y tu hermana? —le preguntó, dejando el morral en una de las sillas del comedor.

—Ha salido a casa de unas amigas. Mamá la irá a buscar como a las ocho. ¿Comerás aquí?

—Creo que eso sería un abuso.

—¿En serio? ¿Desde cuándo eres tan modesto?

—¡Bien, bien! No te despreciaré si me ofreces dos arepas.

—Pensándolo bien deberías comer en tu casa —bromeó, haciéndole reír.

Pusó el paquete de galletas, un plato y dos tazones en la mesa, para luego ir por el helado.

—Desde hace algunos días he querido hablar contigo, pero se me ha hecho imposible.

—¿De Maia?

—Nou, pero me ha llegado el comentario de que te estás llevando muy bien con Ignacio.

—Solo es un chico extraño —comentó, mientras Aidan subía una ceja e inclinaba su rostro un tanto asombrado—. ¡No me malentiendas!

—No lo estoy haciendo. Solo pensaba escuchar algo como: «es un pesado, que tipo más pedante», entre otras cosas.

—¿Piensas eso de él?

—No, ni siquiera sé qué pensar de él. Aunque sí te puedo asegurar que prefiero a Gonzalo.

—Pues, Gonzalo es como el genio de Aladdín, una cosa loca que derrocha talento.

—¿E Ignacio quién es? ¿El mono?

—Algo así —rio, sirviéndole helado en el tazón—. Sin embargo, no podemos negar que el tipo es un genio en cuanto a la Fraternitatem se refiere.

—¡Para nuestra vergüenza, todo Ignis Fatuus sabe más de la Fraternitatem que nosotros mismos! ¿Te puedo ayudar en algo?

—Aidan —se sentó pensativa—, desde hace algunas noches he tenido sueños raros. —La mirada de Aidan subió de su tazón, ocultándose entre sus mechones rubios. Era ese tema el que quería tocar—. Sueño que estoy contigo en...

—La aldea de Ignis Fatuus —le respondió, levantando el rostro.

Los labios de Itzel palidecieron.

—¡No puedo creer que me hayas visto desnuda! —exclamó.

—¿Qué? —Soltó la cucharilla. Era imposible olvidar aquella escena—. Pero, ¿por qué precisamente debes recordar esa parte?

—¡Eres un pervertido, Aidan Sael Aigner!

—Yo no te imaginé desnuda, usted llegó SOLITA y desnuda a ese lugar —le aclaró.

—Bueno, sí. Y te agradezco que hayas buscado ayuda.

—Itzel —se detuvo a pensar un momento—, ¿te das cuenta de que posiblemente estemos conviviendo con el verdadero Ackley?

—La verdad es que no lo había pensado. ¡Oh, cielos! —Se puso de pie, tomando su taza para sentarse al lado de él. Ese tema era confidencial—. ¿Estamos viajando al pasado?

—Creo que lo hacemos cada vez que dormimos... ¿Me preguntó si nos encontraremos con los otros?

—No lo creo, Aidan. —El joven le miró con un claro gesto de interrogación—. Como no tenía ni la menor idea de que esto era más que un sueño...

—Aún no comprobamos que no lo sea —le interrumpió.

—Bueno, sí. Sin embargo, me atreví a preguntarle a Dominick sobre la piedra de la que nos habló Ackley e Ian.

—Ian —resopló—, ¡no tienes ni idea de cómo quiero patear a ese sujeto!

—¿Tú solo? —Rio—. Aunque conocerlo me ha ayudado a comprender la personalidad tan peculiar de los primitos de Maia. —Aidan le miró, achicando sus ojos—. Bien, le comenté debido a que he estado investigando sobre el asunto y no he encontrado nada.

—¿Por si acaso no te mandó a ir a Google?

—¡Aidan! —se quejó, sonriendo pues esa fue la respuesta de Dominick.

—¡Itzel, por favor! Dominick sabe de la Hermandad mucho menos que nosotros.

—Pensé que tu rivalidad con él era cosa del pasado.

—Lo es, pero eso no quita que sepa menos que nosotros.

—Bueno, todos tenemos libros diferentes quizá encontremos respuestas en ellos, respuestas que podamos compartir.

—¿En serio lo crees? A ver. —Se acomodó en su puesto—. ¿Cuántas cosas útiles has encontrado en tu libro?

—Si te soy sincera apenas voy por la segunda página.

—¡Exacto! Si tú, que eres una lectora adicta, no has podido pasar de la segunda página, ¿qué crees que ocurre con los demás?

—Pensé que la vida de Evengeline era un poco divertida.

—Hasta ahora no hace más que quejarse... Un poco más y me cortaré las venas con el borde de la hoja.

—¡Exagerado!

—¡Ah! Eso y andar escribiendo oráculos extraños que no logro comprender. Nada del otro mundo. Nada que amerite más atención de la que le estoy prestando. —Se comió una galleta—. ¿Qué más dijo Aurum de la piedra?

—Pues nada. Primero le comenté sobre el viaje en el tiempo.

Aidan no pudo evitar ahogarse, entretanto Itzel golpeaba su espalda para intentar recuperar a su amigo.

—¿No crees que es mucha información para un solo individuo?

—Es que no te he contado todo —titubeó, recogiendo un poco su cuerpo.

Las verdes iris de Aidan palidecieron por un momento, mientras que su mirada se desorbitaba.

—¿A quién más le contaste? —se quejó.

—Bueno... Es que no tuve remedio.

—¡Itzeeeel! —le llamó la atención.

—Tienes que comprenderme, please —le suplicó. Aidan suspiró, cerrando sus ojos, para afirmar con su cabeza que estaba listo para escucharle—. Bien... le conté a Dominick por su cercanía a su Prima.

—Sabes que ninguno de nuestros Primas es confiable.

—Mi mamá lo es, y creo que tu papá también.

—Sí, pero ellos no son todo el Prima, son solo una parte, y no les escucharán porque ante todo son nuestros padres, buscarán defendernos.

—Tienes razón, pero necesitaba preguntarle, así que me aventure.

—¿Por qué no lo hiciste con Susana?

—Creerá que estoy loca.

—Si aun sabiendo que puedes crear un campo de protección cree que estás loca, entonces no volveré a confiar en ella.

—No debes ser tan duro con mi mamá.

—No soy duro con ella, sino contigo. No veo el inconveniente de preguntarle.

—No me siento preparada para decirle que aparentemente tengo otro don que comparto conmigo.

—Algún día se enterará.

—Pero no quiero que sea de esta manera.

—Bien... ¿A quién más le contaste?

—A Ignacio.

Esta vez Aidan no pudo contenerse. Su rostro se sonrojo, pero de molestia. No pudo evitar tragarse la galleta que se acababa de meter a la boca. ¡Itzel estaba completamente loca!

—¿Cómo? ¿Qué?

—Prometiste no molestarte.

—¡No te prometí nada!

—Tú mismo dijiste que Ignis Fatuus sabía más que todos nosotros.

—Sí, pero ¡hubiera preferido que le preguntaras a Amina y no a Ignacio!

—¿Amina?

—No me cambies el tema.

—'Ta bien... Sin embargo, no me puedes culpar. Lo hice porque necesitaba un pretexto para entretenerlo, de lo contrario, se hubiese entrado a golpes con Dominick.

—No creas que me aplacarás con eso.

—Aidan, en serio, discúlpame.

—¡Aishh! Ni siquiera es solo mi secreto. Pero debes saber que no se los he contado ni a Ibrahim, ni a Amina.

—¿Y no crees que deberíamos hablarlo con ellos?

—Creo que deberíamos averiguar bien de qué se trata todo esto, y por qué estamos viajando al pasado. Por qué nosotros y no ellos. —Itzel bajo la mirada, pues él tenía razón—. Bien, al final que te dijeron.

—Dominick no pudo encontrar nada, hasta lo obligué a leerse la biografía de Louis. —Aidan le dio una media sonrisa de sarcasmo—. E Ignacio me habló de una piedra. —Esta vez, el chico se volteó a verla.

—¿Una piedra?

—Sí, me habló de una piedra. Una especie de gema que puede detener el tiempo. Al parecer esta cayó en manos de los Harusdra y después estuvo en tu Clan. Con la muerte de Evengeline nadie más supo de ella.

Aidan se mostró taciturno. Si esa piedra había existido en tiempos de Ackley entonces tenían que recabar más información sobre esta. Debían ser cautelosos, en los tiempos de Ackley la Fraternitatem estaba aguardando una guerra, por lo que hacer preguntas imprudente podían hacerlos pasar de invitados a traidores.

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