En el bosque profundo,

donde el mal se oculta,

la luz de la noche

su plata bañaba.

En la cueva una ofrenda:

belleza marchita,

juventud eterna,

flor roja de vida.

Cyril llegó al lugar que indicaba la canción: un pequeño lago sobre el que se reflejaba la luna. Con la ofrenda necesaria para entrar en la cueva metida en una bolsa, la joven caminó sumergiéndose poco a poco en el fluido, como si bajara unas escaleras hasta que, con un último paso que acabó por cubrirla del todo, apareció en el lugar deseado. El agua que la rodeaba desapareció, dejando paso a un túnel de roca de cuyo techo colgaban los cuerpos de varias muchachas, todas hermosas.

La hija de los Runa fue adentrándose más y más en la cueva, hasta que distinguió una voz suave y melodiosa que le hablaba.

-Has conseguido entrar. Eso quiere decir que me has traído algo.

Una silueta apareció en las sombras, mostrando a una joven increíblemente bella. Sin embargo, cuando la mujer salió de las tinieblas que la rodeaban, su cuerpo cambió hasta convertirse en un engendro, un ser deforme y grotesco con apariencia humana.

-Dame lo que tienes en la bolsa -ordenó.

-Debe de ser duro -empezó a decir Cyril, ignorando la petición de la bruja-. Desde que naciste, nadie te consideró humana. Sufriste las humillaciones de todos, que solo veían en ti a un ser feo, deforme. Te rechazaron, incluso tu padre, que te abandonó en medio del bosque. Pobre tabernero.

-¡Cállate! -escupió el engendro- Pronto seré hermosa para siempre y entonces...

-Conozco tu historia -interrumpió Cyril-. Sé lo que te ofrecieron los míos a cambio de proteger aquello que he venido a buscar: juventud eterna si cumplías el trato y arrebatabas el alma de cien doncellas. Sin embargo, todavía te queda una vida que segar. -La bruja mostró los dientes, enfurecida-. Te propongo un trato -continuó la Runa-: tú me muestras El libro del destino, y yo te doy aquello que más anhelas.

-¿Cómo sé que no me mientes? -quiso saber el engendro.

-Porque primero cumpliré mi parte del trato. -Cyril arrojó la bolsa que sostenía a la bruja, que se deleitó con la sangre del recién nacido a medida que su cuerpo volvía a ser el de una muchacha joven y hermosa-. Da la bienvenida a tu sobrina.

El engendro devoró el diminuto cuerpo que sostenía, clavando en él sus dientes y succionando el espeso líquido rojo que tanto anhelaba.

-La ofrenda está bien -afirmó la hechicera, relamiéndose-, pero no va a hacerme bella eternamente.

-Primero muéstrame lo que quiero -contestó Cyril.

Tras un breve instante de vacilación, la bruja realizó un movimiento con el brazo, haciendo aparecer el libro en sus manos. Después se lo lanzó a la joven.

-Ahora cumple tu palabra -dijo al arpía.

-Que así sea.

Cyril avanzó hacia la hechicera, clavando en ella sus ojos azules. Después, la besó en los labios. Retorciéndose de dolor, la hija mayor de Ghail cayó al suelo, convulsionando varias veces antes de exhalar su último aliento.

La hija de los Runa abandonó la cueva con el libro del destino bajo el brazo, dejando atrás el cuerpo inerte de la arpía. El trato se había cumplido. Cien doncellas habitaban ahora la caverna sumidas en el sueño eterno. Cien doncellas hermosas y, entre ellas, la bruja de Bosquegrís, que por fin sería bella para siempre.

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Si te está gustando esta historia no dudes en pasarte por mi relato corto "La maldición del vahalit". Ambos relatos comparten trama de manera directa. El orden de lectura es indiferente, pues están pensados para leer en diferente orden junto con otros relatos del mismo universo que pronto subiré. Tú eliges el camino para conocer la historia ;)