CAPÍTULO 8
¡Hola, mes chères roses!
"Los monstruos son reales. Y a veces, tienen los rostros más bellos." — Fragmento del Diario de Ariadne
GABRIELLA
El dolor era lo primero que Gabriella percibía al despertar. Un ardor punzante se extendía por su cuerpo, haciendo que cada intento de moverse se sintiera como una tortura. Sus pensamientos estaban velados, confusos aún por lo ocurrido, pero algo en su entorno era diferente. Al intentar estirarse, notó la suave textura de la ropa que llevaba puesta, algo cómodo, pero ajeno a ella. Se incorporó lentamente, jadeando por el esfuerzo, y se dio cuenta de que le habían cambiado a un camisón oscuro, de una tela desconocida que se adhería a su piel con una sensación extraña y, de alguna forma, inquietante.
Con cautela, levantó las mangas del camisón y observó las heridas en sus brazos. Estaban envueltas en vendajes limpios, y aunque el dolor persistía, no había señales de infección. Un breve alivio recorrió su mente, pero fue rápidamente reemplazado por un desconcierto abrumador. Todo esto indicaba que alguien había cuidado de ella, pero el hecho de que no recordara nada, ni quién lo había hecho, solo aumentaba su ansiedad. ¿Quién la había vestido? ¿Dónde estaba realmente?
La habitación era grande, más de lo que había notado inicialmente. Con la mente aún embotada por la reciente inconsciencia, Gabriella se obligó a estudiar su entorno. Los muebles, de madera oscura y rica, estaban cubiertos por una fina capa de polvo que hablaba de un lujo que alguna vez fue, ahora desvanecido por el tiempo. Tapices descoloridos colgaban de las paredes, sus colores y motivos apenas discernibles en la penumbra. En una esquina, un enorme espejo de cuerpo entero, con el cristal ligeramente agrietado, devolvía un reflejo pálido y desorientado. No se reconocía en aquella imagen, como si el mismo espejo distorsionara la realidad que capturaba.
Gabriella sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero la curiosidad venció al miedo. Extendió la mano hacia un candelabro de bronce que descansaba en la mesilla junto a la cama. Sus dedos temblaban mientras lo encendía, y la débil luz de las velas proyectó sombras danzantes en la habitación, sombras que parecían moverse con una vida propia, retorcidas, como si la observaran.
Con el candelabro en mano, se levantó de la cama con dificultad, sus pies descalzos tocando el suelo frío que parecía absorber cualquier calor que emanara de ella. Avanzó lentamente, su respiración controlada solo por el esfuerzo que hacía para no ceder al pánico.
Al fondo de la habitación, unas gruesas cortinas de terciopelo bloqueaban lo que parecía ser una puerta. Gabriella, impulsada por una mezcla de curiosidad y un miedo latente, tiró de las cortinas con ambas manos. Lo que descubrió la dejó sin aliento: un enorme balcón que daba a un vasto paraje oscuro y desconocido.
El aire frío de la noche la envolvió al abrir las puertas, erizándole la piel al instante. Con pasos cautelosos, salió al balcón, dejando que la vista ante ella la sobrecogiera. Un paisaje lúgubre se extendía más allá de lo que sus ojos podían ver, una tierra cubierta por una penumbra casi tangible, donde montañas escarpadas y bosques sombríos se perdían en la distancia. Parecía un mundo ajeno, deformado por la oscuridad, absorbente y opresivo. No había señales de vida, ninguna luz, ninguna señal de civilización, solo la oscuridad, opresiva y eterna.
Gabriella se aferró a la barandilla del balcón, su respiración se hacía cada vez más rápida y superficial. "Bestia", murmuró para sí misma, recordando de repente aquel nombre, ese eco de una historia que parecía tan lejana. Su mente volvió a la discusión en clase, a las interpretaciones del cuento de hadas, la versión edulcorada de Disney frente a los relatos oscuros y perturbadores de los hermanos Grimm.
Negó con la cabeza, una risa amarga escapó de sus labios, resonando en la vastedad que la rodeaba. "Esto es ridículo", se dijo en voz alta, tratando de imponerse una calma que no sentía. "No puedo estar aquí. Esto no es real. Es solo un mal sueño."
Desesperada, se dio una bofetada en la mejilla. El dolor inmediato la hizo tambalearse, pero la brutal realidad no cambió. El paisaje sombrío seguía ahí, imperturbable, como un juicio perpetuo.
Gabriella comenzó a sentir el peso de su situación, su mente luchando para aceptar la imposibilidad de todo lo que veía y sentía. "Vamos, despierta", se dijo una y otra vez, apretando los ojos con fuerza. Pero no importaba cuánto lo intentara, no podía escapar de lo que parecía ser su nueva realidad.
De repente, una voz suave, femenina y cargada de una sabiduría antigua, resonó a su espalda, quebrando el silencio de la noche.
—¿Qué crees que estás haciendo?
Gabriella abrió los ojos de golpe, el pánico helado la recorrió cuando giró rápidamente hacia la fuente de la voz. Lo que vio la dejó sin palabras. Ante ella, en la penumbra de la habitación, se erguía una figura imposible de ignorar. Un ángel, o algo que alguna vez pudo haber sido uno, la observaba desde las sombras. Sus alas, o lo que quedaba de ellas, estaban cortadas a la mitad, mostrando plumas negras y desgarradas que pendían de su espalda. Era una visión perturbadora, un ser que alguna vez fue majestuoso, pero ahora corrompido, deformado por la tragedia y el dolor. Su rostro, aunque alguna vez debió ser hermoso, estaba marcado por cicatrices profundas y desgarradoras, mientras que sus ojos, vendados con tiras de un oscuro tejido, sugerían un sufrimiento indescriptible. Aun así, había en ella una presencia imponente, una autoridad que Gabriella no pudo evitar reconocer.
—¿Quién... quién eres? —logró preguntar Gabriella, su voz temblorosa, rota por el miedo y la incertidumbre.
La figura permaneció en silencio por un momento, como si estuviera sopesando su respuesta o considerando la profundidad de la pregunta. Finalmente, habló con una voz que parecía arrastrar el peso de siglos.
—Soy lo que queda de lo que alguna vez fue un ángel de luz. Ahora, soy simplemente una sombra de mi antigua existencia. Pero eso no importa ahora. Lo que importa, niña, es qué crees que estás haciendo en este lugar.
Había una advertencia en su tono, una amenaza silenciosa que no pasó desapercibida para Gabriella. Las palabras del ángel resonaron en su mente, llenándola de una mezcla de terror y preocupación. Intentó procesar lo que veía, lo que escuchaba, pero el pánico se apoderaba de ella con cada segundo que pasaba en la presencia de esa figura deshecha y dolorida.
—Despertar... solo quiero despertar —murmuró Gabriella, su voz temblando por la desesperación que la invadía. El dolor de cabeza comenzó a intensificarse, como si sus pensamientos fueran demasiado pesados para soportar.
El ángel dio un paso hacia ella, sus alas marchitas crujieron levemente, llenando la habitación con un sonido seco y triste.
—¿Despertar, dices? —las palabras del ángel, cargadas de una sabiduría amarga y dolorosa, hicieron eco en el corazón de Gabriella, congelándola en su lugar—. ¿Cómo puedes despertar de algo que no es un sueño?
Gabriella sintió cómo la desesperación se intensificaba dentro de ella, mientras la realidad comenzaba a cerrarse como un pesado manto sobre su conciencia. Estaba atrapada en este mundo de pesadillas, y no había forma de escapar. No podía despertar. Y eso, pensó, era el mayor terror de todos.
La figura la miraba fijamente, y Gabriella sintió que había algo en su presencia que no había captado antes. Detrás de las cicatrices y la oscuridad, Seraphina parecía contener una sabiduría antigua, pero también un tormento profundo que la hacía ver como una figura rota por las circunstancias, más allá de lo físico.
El eco de la voz de Seraphina aún resonaba en la mente de Gabriella, arrastrando consigo las preguntas que había intentado ahogar en la penumbra de la habitación. "¿Despertar, dices?" Esa pregunta, cargada de una autoridad tan fría como la noche que la envolvía, seguía martillando en su mente mientras intentaba mantenerse despierta, lejos del abismo del sueño. Pero las palabras del ángel, tan llenas de misterio y advertencias veladas, no dejaban de atormentarla.
—Sí, necesito despertar —respondió Gabriella, sintiendo cómo su voz se quebraba mientras intentaba mantenerse firme. Pero incluso mientras hablaba, su resolución comenzaba a desmoronarse. ¿Qué sentido tenía todo esto? ¿Cómo podía una simple estudiante universitaria encontrarse en medio de un lugar tan surrealista?
El ángel inclinó ligeramente la cabeza, como si ponderara sus palabras, sus labios curvándose en una media sonrisa apenas perceptible. Luego, con un tono más suave pero cargado de una autoridad que parecía imposible ignorar, preguntó:
—¿Qué te trajo a los dominios de la Bestia?
Gabriella frunció el ceño, sin comprender del todo lo que el ángel le estaba preguntando. Las palabras "dominios de la Bestia" resonaron en su mente, llenándola de una inquietud que la hizo estremecerse. No sabía cómo responder, ni siquiera estaba segura de lo que aquello significaba. Ella simplemente... despertó aquí...sin ninguna explicación lógica.
—Yo... no sé de qué hago aquí —murmuró, sintiendo cómo su voz se desvanecía en el aire frío, perdida entre las sombras que las rodeaban.
El ángel asintió lentamente, como si hubiera anticipado esa respuesta. Una leve sombra de decepción cruzó su rostro antes de que su tono se volviera más introspectivo.
—Eres una intrusa aquí, y eso siempre tiene consecuencias —dijo Seraphina, con un deje de advertencia en su voz—. Pero, por alguna razón, no se te ha dado muerte. Eso es... intrigante.
Las palabras flotaban en el aire, pero Seraphina sabía que sus propias dudas estaban presentes. Había algo en Gabriella que no podía dejar de resonar con un eco familiar, pero no podía confirmar nada todavía. Y por encima de todo, su lealtad a Alexander seguía siendo su prioridad. Pero, ¿era solo lealtad lo que la mantenía atada a él?
Gabriella sintió que un nudo de temor y frustración se formaba en su garganta. Nada de esto tenía sentido. ¿Por qué estaba aquí? ¿Qué quería de ella esta criatura? ¿Y por qué le resultaba más familiar con cada palabra que decía? Sin embargo, antes de que pudiera formular otra pregunta, el ángel habló nuevamente, su voz suave pero imponente.
—Dime, niña, ¿cómo te llamas?
—Gabriella... Me llamo Gabriella —respondió en un susurro, el sonido de su propio nombre brindándole un mínimo consuelo.
—Gabriella —repitió el ángel, dejando que el nombre se deslizara por su lengua como si lo saboreara, evaluándolo con cuidado-. Un nombre con un significado profundo. Mi nombre es Seraphina. —La revelación del nombre parecía cargar con más peso de lo que Gabriella podría haber anticipado. Había algo en la manera en que Seraphina lo pronunciaba, como si revelara una verdad oculta.
Gabriella asintió con un leve movimiento de cabeza, sintiendo una extraña calma al conocer el nombre de este ser enigmático. La conexión, aunque débil, le otorgó un respiro momentáneo en medio de la tormenta de emociones que la sacudía.
—¿Qué hago aquí? —se atrevió a preguntar, sus palabras salieron con más firmeza de lo que esperaba. Pero en el momento en que la pregunta resonó en el aire, un dolor agudo atravesó su cabeza como si algo dentro de ella se resistiera a la verdad.
Gabriella se llevó una mano a la sien, apretando con fuerza para aliviar la punzada de dolor que la hizo tambalearse. Su visión se nubló momentáneamente, y casi dejó caer el candelabro que sostenía.
Seraphina la observó con atención, su rostro inexpresivo, pero en sus labios parecía dibujarse una leve mueca de comprensión.
Gabriella, aunque confundida, sintió un extraño instinto que la empujaba a hacer más preguntas, a descubrir más de lo que estaba ocurriendo. Pensó en cómo había llegado hasta allí: recordaba estar en su coche, conduciendo en una noche lluviosa. Recordaba el impacto... Luego, la nada. Cada vez que intentaba rememorar el momento exacto de cómo había llegado a este mundo, el dolor en su cabeza volvía a apuñalarla, más agudo que antes. Casi se dobló de nuevo, jadeando.
—Hay cosas que es mejor no forzar —dijo Seraphina suavemente—. Los recuerdos que deseas no siempre son los que necesitas. Aquí, en los dominios de la Bestia, muchas respuestas pueden llevar al abismo.
Gabriella, aunque confundida, sintió un extraño instinto que la empujaba a hacer más preguntas, a descubrir más de lo que estaba ocurriendo. Pensó en cómo había llegado hasta allí: recordaba estar en su coche, conduciendo en una noche lluviosa. Recordaba el impacto... Luego, la nada. Cada vez que intentaba rememorar el momento exacto de cómo había llegado a este mundo, el dolor en su cabeza volvía a apuñalarla, más agudo que antes. Casi se dobló de nuevo, jadeando.
—No fuerces los recuerdos —aconsejó Seraphina, notando el sufrimiento en su rostro—. Algunas verdades no están destinadas a ser reveladas de golpe.
Gabriella asintió débilmente, decidiendo dejarlo por el momento. En cambio, su mente vagó hacia los otros encuentros extraños que había tenido desde que llegó. Recordó la aparición de las hadas, esas diminutas criaturas que la habían rodeado en la habitación, susurrando palabras que no comprendía, pero que parecían llenas de advertencias y secretos. Luego pensó en el lobo de ojos penetrantes que la había observado desde las sombras. Había algo más en él, una comprensión profunda y oscura de todo lo que estaba ocurriendo. Cuando él la sostuvo en sus brazos, una sensación de seguridad, de conexión, la había invadido de forma inexplicable.
—¿Y qué hay de las hadas? —preguntó Gabriella, su voz temblando un poco—. ¿Y del lobo...? Me miraba como si supiera algo que yo no... como si no fuera solo un animal.
Seraphina emitió un suave suspiro, casi como si estuviera cansada de tales preguntas, y restó importancia con un ligero movimiento de la mano.
—Las hadas son meras sombras de lo que una vez fueron —respondió, su tono despectivo—. Se aferran a este mundo como insectos al último vestigio de luz. No te preocupes por ellas, no son más que ecos vacíos. Y el lobo que viste... Lythos, —añadió con una leve pausa, como si deliberara cuidadosamente—. No es un lobo cualquiera, pero no le des más vueltas. Él sigue sus propios instintos, sus propios impulsos. Aquí, todo tiene una apariencia más siniestra de lo que realmente es.
El nombre "Lythos" resonó en la mente de Gabriella, encajando con la mirada intensa de aquel lobo que había sentido sobre ella. La manera en que Seraphina pronunciaba su nombre, con una cautela calculada, le hizo sentir que le estaba ocultando algo. Seraphina sabía más de lo que decía.
Gabriella, aunque algo reconfortada por las palabras de Seraphina, no pudo evitar sentir que había algo más bajo la superficie de aquellas explicaciones tan sencillas. El nombre, "Lythos", parecía arrastrar consigo un eco de recuerdos lejanos, recuerdos que aún no alcanzaba a comprender, pero que vibraban en su mente como un acorde disonante. Sentía que Seraphina intentaba simplificar algo que no era tan simple.
—Volvamos dentro —propuso Seraphina, extendiendo una mano hacia ella—. El frío de la noche no te hará bien, y hay cosas que no deberías ver aún.
Gabriella dudó por un instante, su mente dividida entre el miedo que le inspiraba aquella figura oscura y la calidez inesperada en la voz de Seraphina. Finalmente, la extraña mezcla de gentileza y autoridad en la presencia del ángel la persuadió. Con un temblor casi imperceptible, aceptó la mano extendida y dejó que la guiara de regreso al interior de la alcoba.
—¿Qué quieres decir con "aún"? —se atrevió a preguntar Gabriella mientras cruzaban el umbral, el eco de sus pasos resonando en la estancia vacía.
Seraphina la miró de soslayo, sus ojos vendados y su rostro marcado por cicatrices creando una imagen inquietante y llena de secretos.
—Hay verdades en este lugar que pueden quebrar hasta al más valiente —respondió, eligiendo sus palabras con cuidado—. Y no todas las verdades deben ser reveladas en el momento en que se desean. Algunas pueden condenarte antes de que estés lista.
Gabriella sintió un escalofrío, una mezcla de curiosidad y temor que la mantenía al borde de una pregunta más importante, una que ardía en su mente.
—¿Por qué sigo viva? —preguntó, su voz apenas un susurro, como si temiera que al decirlo en voz alta la respuesta podría ser algo que no quisiera oír.
Seraphina se detuvo al borde de la cama, soltando suavemente la mano de Gabriella. La pregunta la hizo vacilar, y en ese breve instante, la duda se manifestó en el rostro de Seraphina, una sombra fugaz que delataba que ni siquiera ella tenía todas las respuestas. Sabía que algo en la intrusa era diferente, pero no podía admitirlo. No ahora. No sin confirmar primero lo que tanto temía. Por un momento, pareció que el ángel estaba meditando sobre la pregunta, sopesando la gravedad de su respuesta. Finalmente, sacudió la cabeza, su expresión velada por una melancolía casi palpable.
—No lo sé —admitió Seraphina, su voz baja, cargada de honestidad—. La Bestia es caprichosa, poderosa... y mortal. Ha destruido a muchos que se han atrevido a cruzar su camino. Que tú sigas viva... es un misterio incluso para mí.
Gabriella notó la tensión en las palabras del ángel, y aunque la respuesta no le brindó consuelo, sintió que había algo más detrás de esa declaración, como si Seraphina ocultara un fragmento vital de información, algo que incluso a ella le aterraba admitir.
—¿La Bestia...? —empezó a preguntar, pero Seraphina la interrumpió suavemente, levantando una mano para silenciarla.
—No preguntes más por ahora, Gabriella —dijo con un tono final—. Este no es el momento de buscar esas respuestas. Aún no estás lista para saber todo lo que hay detrás de tu supervivencia. Descansa.
Gabriella, agotada tanto física como emocionalmente, se dejó caer sobre la cama, sintiendo el peso del cansancio arrastrarla de vuelta al sueño. Pero justo antes de que sus ojos se cerraran por completo, vio a Seraphina inclinarse sobre ella, sus alas rotas proyectando sombras deformes y extrañas en la pared.
La última cosa que vio fue el rostro marcado de Seraphina mientras la oscuridad la envolvía, y en esa expresión, Gabriella creyó ver algo... como un atisbo de tristeza profunda, una tristeza que resonaba con una historia no contada. Pero antes de que pudiera reflexionar más sobre ello, el sueño la reclamó, llevándola a un lugar donde, al menos por un tiempo, no habría preguntas ni respuestas.
Seraphina se quedó inmóvil, observando a la joven hasta que su respiración se hizo lenta y profunda. Sin emitir un sonido, se retiró de la estancia, cerrando la puerta tras de sí con un suave clic. El corredor exterior estaba sumido en las sombras, pero Seraphina no necesitaba luz para guiarse. Su mente era un torbellino de dudas, pero debía mantenerse firme. Había verdades en esta situación que aún no estaba lista para enfrentar, ni siquiera ante sí misma.
Seraphina no podía evitar sentir una vibración en el aire, algo que resonaba con un eco de lo que ella creía haber olvidado hace mucho tiempo. Los Althara... ¿Podría realmente Gabriella estar conectada con ellos? Esa raza extinta que alguna vez había protegido con su vida y que fue destruida en las sombras de la guerra. Si era así, su aparición aquí no era una coincidencia, sino un presagio de algo mucho más grande que cualquier intriga en este castillo. Pero revelar sus sospechas antes de tiempo podría ser tan peligroso como callar. No podía permitirse fallar en este momento, no ahora.
Mientras avanzaba por el corredor, la mente de Seraphina se llenó de inquietudes. La joven humana no debería estar aquí. La Bestia nunca había mostrado misericordia antes; cualquiera que entraba en sus dominios era devorado por las sombras o destruido por su furia. Sin embargo, esta chica no solo seguía viva, sino que parecía ser custodiada. Algo en esa luz... algo en la esencia de Gabriella estaba resonando dentro de ella, pero no podía permitirse pensar en ello ahora. No antes de haber hablado con Alexander. Sabía que el castillo tenía sus propios secretos y que la Bestia podía ser impredecible, pero algo en esta situación no tenía sentido.
Con cada paso que daba hacia el salón principal, Seraphina sentía que el aire se volvía más pesado, más opresivo. Sabía que Alexander estaba furioso, pero no era una rabia que se pudiera expresar con palabras o gestos. Era algo más profundo, algo que surgía de la confusión y el poder que él luchaba por mantener bajo control. Si ella no manejaba esta situación con cuidado, podría desencadenar algo que ninguno de ellos podría detener. Pero si no hablaba ahora, quizás sería demasiado tarde para todos.
Al llegar a una bifurcación en el pasillo, Seraphina se detuvo. Desde las profundidades de la oscuridad, una figura emergió: Nyx, el hada oscura, aún pálida tras el enfrentamiento con Alexander. Sus alas revolotearon nerviosamente, y su pequeña cara estaba marcada por una mezcla de desafío y precaución.
—¿Ya está despierta? —preguntó Nyx con una voz afilada, sus ojos brillando con malicia contenida.
—Sí —respondió Seraphina con serenidad—. Pero aún no comprende dónde está. Sus recuerdos son un caos.
Nyx esbozó una sonrisa astuta, sus ojos entrecerrados mientras consideraba la información.
—Quizás sea mejor así. Menos problemas para todos... excepto para ella, claro. —Nyx soltó una risa nerviosa.
Pero algo en los ojos de Nyx brillaba con astucia. Gabriella no era solo una intrusa más para ella. Era algo más que se alineaba con los intereses oscuros de Nyx, siempre buscando caos y la liberación de Ariadne. La vida de Gabriella podría tener un impacto que aún no comprendía del todo, pero lo suficiente como para mantener a Alexander y sus aliados distraídos.
Seraphina se mantuvo en silencio por un momento, midiendo sus palabras con cautela.
—No subestimes el caos que puede surgir de la ignorancia, Nyx. A veces, el desconocimiento puede llevar a decisiones precipitadas... y a consecuencias aún peores.
Nyx agitó sus alas con desdén, pero en su interior sabía que las palabras de Seraphina eran ciertas. Su mirada se volvió más seria cuando preguntó:
—¿Crees que él ya sabe que ha despertado?
Seraphina no respondió de inmediato. Sabía que Alexander estaba siempre al tanto de todo en su castillo, pero había algo en su silencio que la inquietaba. Sabía que Alexander estaba siempre al tanto, pero si no había actuado aún, era porque él también tenía dudas. Y si Alexander tenía dudas, era porque había algo en juego mucho mayor que Gabriella. Sus pensamientos eran un torbellino de dudas y suposiciones.
—Alexander siempre lo sabe —dijo finalmente—. Y si aún no ha venido por ella, significa que está esperando... o temiendo.
Nyx frunció el ceño. El concepto de Alexander, la Bestia, sintiendo miedo era inconcebible para ella, pero algo en la voz de Seraphina la hizo dudar. Antes de que pudiera formular otra pregunta, un eco distante resonó en el pasillo, un sonido grave y ominoso que hizo que ambas criaturas se giraran en dirección al origen.
—Vete —ordenó Seraphina rápidamente, con una autoridad que no admitía discusión—. Debo hablar con él. Mantente alejada, Nyx.
Nyx sonrió de forma calculadora, sabiendo que esa conversación le brindaría más información de la que parecía. Se desvaneció en las sombras del castillo con una mezcla de resentimiento y placer, aún con la esperanza de aprovechar la debilidad que veía crecer entre Alexander y sus cercanos.
El hada asintió con un gesto rápido, antes de desaparecer en la penumbra del corredor. Seraphina tomó aire profundamente y se dirigió hacia donde provenía el sonido. Sabía que tenía que enfrentarse a Alexander, y quizás obtener algunas respuestas por su propia cuenta.
Seraphina caminaba con pasos firmes, pero las sombras de sus dudas la perseguían. Si sus sospechas sobre Gabriella y lo que representaba eran ciertas, entonces el equilibrio entre luz y oscuridad pronto cambiaría, y la Bestia no sería la única en tener que enfrentarse a su propia verdad.
Está es Seraphina, espero que os guste 🖤🖤, me parece preciosa:
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