CAPÍTULO 6
¡Hola, mes chères roses!
"Un corazón endurecido por la traición no late igual; se convierte en piedra, fría y peligrosa." — Alexander Rousseau
NYX
Las hadas revoloteaban en la penumbra del pasillo, sus diminutas alas negras batiendo con un murmullo que apenas rompía el silencio sepulcral del castillo. Nyx y Thera se movían como sombras, esquivando los escasos rayos de luz que se filtraban a través de las ventanas sucias y polvorientas. Sus ojos oscuros brillaban con malicia mientras observaban al siervo que Alexander había ordenado vigilar la puerta de la habitación de su prisionera.
El siervo era una criatura grotesca, una sombra deformada de lo que alguna vez fue humano. Su espalda estaba encorvada de manera monstruosa, formando una joroba que casi lo obligaba a arrastrarse por el suelo. Sus extremidades eran largas y huesudas, con dedos alargados que parecían garras más que manos. Su piel, pálida y rugosa, estaba cubierta de cicatrices y marcas oscuras, indicios de la maldición que lo había transformado en lo que ahora era.
Nyx observaba con una mezcla de desprecio y diversión. Nada de lo que Alexander había hecho con esas criaturas le sorprendía, pero en el fondo, disfrutaba viendo cómo cada uno de ellos sucumbía lentamente a la maldición, despojados de todo vestigio de humanidad. Pero lo más aterrador eran sus ojos: dos orbes hundidos, de un amarillo enfermizo, que brillaban con un resentimiento profundo. En algún momento, esos ojos habían sido humanos, pero ahora eran los de una criatura atrapada entre la vida y la muerte, condenada a servir eternamente en este castillo maldito. Sabía que estaba solo en este corredor oscuro, pero algo en el aire le decía que no estaba a salvo.
—Mira qué patético —susurró Nyx, su voz rebosante de burla—. Tan feo y tan fiel, como un perro sarnoso que no sabe cuándo lo van a sacrificar.
Nyx pensaba en Alexander. Su supuesto "señor", al que en realidad nunca había respetado del todo. Su lealtad, después de todo, estaba con Umbra, la verdadera dueña de las sombras.
—Nuestro querido amo nos prohibió entrar, Nyx —respondió Thera, con una sonrisa traviesa—. Pero no dijo nada sobre divertirnos un poco con este desgraciado, ¿verdad?
Nyx soltó una risita, sus ojos brillando con una chispa de travesura mientras sus diminutas alas agitaban el aire a su alrededor en pequeños remolinos.
—Oh, el amo es tan estricto —dijo Nyx, fingiendo un tono lastimero—. Pero no puede esperar que nos resistamos a un poco de diversión. Después de todo, no estamos rompiendo sus reglas... solo jugando con ellas.
Thera rió suavemente, su risa como el tintineo de campanillas oscuras. Sus ojos brillaban con un placer sádico mientras observaba cómo el siervo comenzaba a inquietarse, sintiendo su presencia aunque no pudiera verlas.
Las dos hadas intercambiaron una mirada cómplice antes de centrar su atención en el siervo. Sabían que Alexander no aprobaría que nadie entrara en la habitación de la intrusa, pero tampoco había mencionado qué hacer con aquellos que vigilaban. Y eso les daba todo el espacio que necesitaban para su juego cruel.
—¿No crees, Thera, que nuestro amo debería saber lo que esta intrusa ha hecho? —murmuró Nyx con un destello en sus ojos oscuros—. Después de todo, si algo le sucediera a este pobre siervo bajo su vigilancia...
—Oh, claro que debería saberlo —respondió Thera, fingiendo un tono de preocupación—. Sería una pena que este fiel siervo cayera en manos de la humana... y que nuestro amo se enfadara aún más con ella.
El siervo, ajeno a las malévolas intenciones de las hadas, se mantenía firme en su puesto, aunque la inquietud se apoderaba de él. Estaba arrodillado junto a la puerta de la habitación de la prisionera, con la cabeza inclinada hacia adelante como si la joroba pesara demasiado. Sus manos sostenía una vela encendida, su única fuente de luz en el oscuro corredor. Sabía que algo andaba mal en este lugar, que las sombras escondían cosas que no podía comprender. Intentó sacudir la sensación, enfocándose en su tarea, pero un susurro suave, como un viento helado, le erizó la piel.
—Ella no es lo que parece... —susurró Nyx, su voz apenas un murmullo en el aire—. Es una asesina... una bruja que te destruirá si no acabas con ella primero.
—Te han traicionado, pobre criatura —añadió Thera con tono burlón—. Te han enviado a morir, pero puedes adelantarte. Acaba con ella antes de que te mate.
Nyx se regocijaba internamente. Sabía que su poder residía en sembrar el caos, algo que La Sombra siempre había admirado en ella. Alexander, por otro lado, era un títere roto, incapaz de ver más allá de sus propios tormentos. Si pudiera, lo destruiría tan fácilmente como al siervo que ahora tenía delante. Pero Umbra aún lo necesitaba...
El siervo comenzó a sudar, su respiración se volvió irregular mientras las palabras de las hadas se enroscaban en su mente como serpientes venenosas. Sabía que algo estaba mal, pero no podía distinguir la verdad del veneno que le susurraban.
—Basta —murmuró con voz temblorosa, como si intentara sacudirse el hechizo de las hadas.
—¿Basta? —repitió Nyx, su voz impregnada de burla—. ¿Qué es lo que realmente quieres? ¿Morir aquí, como un perro sarnoso, o vengarte de quien te ha condenado?
La confusión del siervo crecía, su mente luchaba por aferrarse a la realidad. Pero las sombras a su alrededor parecían cerrarse, y cada vez que parpadeaba, veía destellos de una mujer monstruosa, su rostro desfigurado por la maldad, tal como las hadas se lo susurraban.
Nyx y Thera, aprovechando la confusión, lanzaron su ataque final. En un rápido movimiento, apagaron la vela que sostenía el siervo, sumiéndolo en la oscuridad total. Las dos criaturas revolotearon alrededor de su cabeza, riendo con voces heladas.
—Pobre criatura —murmuró Thera, su voz teñida de falsa compasión—. Tan leal, tan obediente... Pensabas que estabas a salvo, pero aquí solo hay muerte para ti.
El siervo dio un paso atrás, presa del pánico. Su corazón latía con fuerza mientras buscaba en la oscuridad la fuente de su terror. Fue entonces cuando sintió el toque frío de las manos de Nyx en su cuello. El frío de su toque lo petrificó, pero fue el susurro lo que lo condenó. "Umbra vendrá... y cuando lo haga, tú serás el primero en arder". Antes de que pudiera gritar, otro toque helado en su espalda, de Thera esta vez, lo hizo estremecerse. Las hadas no tenían la fuerza para matarlo por sí solas, pero no necesitaban hacerlo directamente. Con una risa cruel, soltaron un último susurro en su oído.
—Ahora es tu turno... Termina lo que empezaste, siervo fiel. Si no lo haces, te aseguramos que será peor.
Desorientado, aterrorizado y convencido de que estaba bajo ataque, el siervo sacó un cuchillo que llevaba en su cinturón. La desesperación y la confusión lo cegaron, y en su mente nublada, la joven que custodiaba se convirtió en un monstruo al que debía destruir. Con un grito ahogado, se giró y, en un último acto de desesperación, clavó el cuchillo en su propio pecho, su cuerpo desplomándose en el suelo con un ruido sordo.
Nyx observó la escena sin mostrar el más mínimo rastro de remordimiento. Así debía ser: caos, muerte y destrucción. Justo lo que había jurado provocar para Umbra. Las hadas observaron su obra, satisfechas con la facilidad con la que habían provocado su muerte. Sabían que Alexander nunca sospecharía de ellas; después de todo, no habían tocado a la intrusa. Pero cuando él viera el cadáver de su siervo a las puertas de la habitación de la humana, la ira que sentiría hacia ella sería inigualable.
Nyx y Thera flotaron hacia el interior de la habitación, sus movimientos eran apenas un susurro en el aire denso. La luz que provenía de las antorchas parpadeaba débilmente, proyectando sombras temblorosas sobre las paredes de piedra. A medida que avanzaban, las sombras parecían bailar alrededor de ellas, como si las reconocieran como parte de su naturaleza. La joven yacía en la cama, aún inconsciente, su respiración lenta y tranquila, ajena a las intenciones de las dos hadas.
Nyx se deslizó hasta el borde de la cama, sus ojos oscuros fijos en el rostro sereno de la intrusa. Una chispa de desprecio iluminó sus pupilas; la idea de que esta simple humana había perturbado el equilibrio oscuro del castillo le resultaba insoportable. Nyx inclinó la cabeza, observando a la joven como un depredador que evalúa a su presa.
—Tan frágil —murmuró, extendiendo una mano delicada hacia el rostro de Gabriella—. Y, sin embargo, ha desatado algo que ni las sombras pudieron contener. Qué... curioso.
Thera, flotando cerca del otro lado de la cama, rió suavemente.
—Quizás deberíamos despertarla —sugirió con una sonrisa traviesa—. Me pregunto qué vería en sus sueños. ¿Monstruos o a ella misma?
Nyx sonrió ante la idea. La tentación de jugar con los miedos más profundos de la joven era irresistible. Después de todo, su lealtad era para Umbra, y si esta humana representaba una amenaza, debían saberlo cuanto antes. Pero, más allá de la lealtad, Nyx no podía resistirse a la diversión que esto les ofrecía.
—Podemos indagar un poco, ¿no? —susurró Nyx mientras su mano se acercaba al rostro de Gabriella—. No hará daño... al menos no todavía.
Thera asintió con un brillo en sus ojos oscuros, disfrutando de la idea. Se acercó a Gabriella y, con un movimiento suave, sus alas agitaban el aire a su alrededor, creando una corriente leve que movió los cabellos de la joven. La energía que emanaba de Gabriella, aunque apagada en su inconsciencia, aún podía sentirse, vibraba sutilmente en la habitación, recordándoles el poder que residía en su interior.
Nyx bajó la mirada hacia la joven. Aunque odiaba admitirlo, había algo en esta chica que inquietaba incluso a las criaturas más oscuras del castillo. Esa luz que había desatado no era natural, ni para los mortales ni para los seres mágicos.
—No creo que debamos subestimarla —advirtió Thera, susurrando, mientras sus alas batían de forma imperceptible.
—No lo haremos —aseguró Nyx, y una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro—. Pero eso no significa que no podamos divertirnos antes de que despierte.
Las dos hadas intercambiaron una última mirada cómplice, y Nyx, acercándose más a Gabriella, dejó que un susurro cargado de magia se deslizara de sus labios. Era un conjuro antiguo, uno que había aprendido de Umbra para manipular las mentes más débiles, uno que podría sacar a la luz los miedos más profundos de quien lo escuchara.
El aire en la habitación se volvió más pesado, cargado de una energía oscura que se arremolinaba alrededor de la joven dormida. Las sombras, como si respondieran al llamado de Nyx, comenzaron a alargarse y deformarse, acercándose a la cama.
—Vamos a ver qué tan fuerte eres realmente, humana —murmuró Nyx, mientras el hechizo envolvía a Gabriella.
El rostro de Gabriella se contrajo levemente en su sueño, como si las pesadillas comenzaran a invadir su mente.
GABRIELLA
Gabriella despertó lentamente, inmersa en una nebulosa de dolor y confusión. Su mente flotaba en un mar de imágenes y sonidos desordenados, fragmentos de recuerdos que se mezclaban con la pesadilla que estaba viviendo. Los Acechasombras se deslizaron por su conciencia, figuras negras y etéreas que se cernían sobre ella como una tormenta amenazante. Las palabras de su madre resonaban en su mente, un eco distante que trataba de aferrarse en medio de la niebla: "Lucha siempre, Gabriella. Nunca dejes que te derroten las sombras." La voz de su madre sonaba diferente a cómo la recordaba, más urgente, como si hablara desde un lugar lejano y peligroso.
El aire frío de la estancia le picaba la piel mientras intentaba abrir los ojos, pero el mundo a su alrededor seguía desdibujado y fluctuante. Las paredes, que alguna vez habían sido adornadas con tapices y terciopelo, ahora estaban descoloridas y cubiertas de polvo, como un vestigio de tiempos mejores. El olor a moho y decadencia llenaba el ambiente, envolviendo cada rincón de la habitación como si los años hubieran corroído hasta el último vestigio de vida. La alcoba en la que se encontraba era, en otro tiempo, una habitación lujosa, pero ahora solo era un triste reflejo de lo que había sido, como el castillo mismo: un testimonio de gloria perdida en la oscuridad.
Al intentar moverse, un agudo dolor en su costado la hizo jadear, y su cuerpo entero parecía estar envuelto en una niebla de dolor y somnolencia. Respiró hondo, tratando de calmarse mientras su mente giraba lentamente, nublada por la mezcla de heridas y el efecto de los medicamentos. Las marcas de los Acechasombras seguían ardiendo en su piel, un recordatorio de que este lugar no solo le había robado la cordura, sino también la libertad de su cuerpo. La confusión y el mareo hacían que la realidad pareciera moverse a su alrededor, un vaivén desconcertante que no podía controlar. Por un momento, creyó que aún estaba conduciendo, que tal vez todo esto era una alucinación causada por un accidente. ¿Había perdido el control del coche? ¿Era esta pesadilla una manifestación de su subconsciente tratando de procesar el trauma?
Entre el silencio sepulcral, escuchó murmullos, como si palabras susurradas se deslizaran entre las sombras. Las voces se filtraban en su mente como un eco distorsionado, pero claramente hablaban de ella, mencionando su nombre con una mezcla de desprecio y burla. Se tensó, su corazón comenzó a latir más rápido mientras sus ojos vagaban en la oscuridad a su alrededor, pero el mareo hacía que sus movimientos fueran erráticos. No podía ver a nadie, pero sabía que no estaba sola. Las voces eran suaves, apenas un susurro, pero claramente hablaban de ella. Eran voces femeninas, una mezcla de dulzura venenosa y crueldad. Las imágenes de los Acechasombras regresaron con fuerza, esos seres que la habían perseguido, seres que podían deslizarse por las sombras y atormentar su mente con recuerdos distorsionados y terrores irracionales.
Con gran esfuerzo, intentó levantarse de la cama, pero sus movimientos eran torpes y vacilantes, como si estuviera nadando en un mar de sedación. Logró sentarse en el borde, dejando que sus pies desnudos rozaran el polvoriento y frío suelo de piedra. El tacto helado del suelo hizo que un escalofrío recorriera su espina dorsal, pero también le dio una sensación de realidad, como si el frío fuera lo único verdaderamente tangible en todo el caos que la envolvía. Pero a pesar de esa frialdad, no podía deshacerse de la sensación de irrealidad. Algo no encajaba. La claridad de la luz, el eco sutil de las paredes, todo parecía distorsionado, como si su mente estuviera atrapada entre el sueño y la vigilia. ¿Estaba soñando? ¿Era este un mundo entre la vigilia y el sueño, entre la vida y la muerte?
Las voces se hicieron más claras, como si se hubieran acercado al notar su movimiento.
—No debe vernos... —murmuró una voz con fingido temor—. Si se entera la Bestia...
Gabriella se quedó petrificada al escuchar la última palabra. El eco de esa palabra reverberó en su mente, desgarrando cualquier duda que pudiera haber tenido sobre lo que le habían susurrado antes. Una oleada de confusión y terror la inundó, extendiéndose como un veneno lento. La imagen del cuento de hadas que había escuchado en su mundo real, la historia de una Bestia en un castillo oscuro, vino a su mente. Pero esto no era un cuento de hadas. Este lugar estaba impregnado de una oscuridad viva, y esa "Bestia" no era ningún príncipe maldito esperando ser salvado.
—¿Habéis dicho "Bestia"...? —su voz, apenas un susurro, tembló en la oscuridad. Las palabras le salieron arrastrándose, como si costara mucho esfuerzo formar las frases. El mareo hacía que su mente no pudiera concentrarse completamente. Su garganta estaba seca, como si hubiera estado gritando en sueños. La idea de la Bestia se entrelazaba con la figura del desconocido, el hombre encapuchado que había proclamado ese lugar como sus dominios. Un ser que controlaba las sombras como si fueran una extensión de su cuerpo, un cazador que jugaba con la vida y la muerte a su antojo.
El silencio se prolongó, y Gabriella sintió cómo la frustración sustituía al miedo. Intentó enfocar sus pensamientos, pero su mente seguía girando, tambaleándose en una niebla de somnolencia y dolor. Era como si la realidad misma la estuviera traicionando, desdibujándose ante sus ojos, negándose a solidificarse. ¿Estaba ya muerta? Esa pregunta resonaba con más fuerza ahora, más real. ¿Había cruzado algún umbral entre la vida y la muerte? Si así era, ¿dónde estaba su madre? ¿Por qué seguía sintiendo dolor? La lógica se escapaba entre sus dedos, dejando solo preguntas sin respuesta.
—¡Exijo una respuesta! —ordenó, su voz quebrando la quietud como un rayo. La exigencia era más una manifestación de su desesperación que de un verdadero poder. El dolor en su costado y la confusión que la envolvía estaban afectando su capacidad para pensar con claridad. Pero algo dentro de ella, quizás esa chispa que su madre le había inculcado, no permitiría que se hundiera completamente en la desesperación. La figura de un hombre, un siervo al que le habían ordenado que la vigilara, cruzó por su mente. Su rostro, pálido y distorsionado por el miedo, se aparecía entre los recuerdos brumosos. Había estado allí, al pie de su cama, mirándola con ojos llenos de compasión y miedo. Pero ahora no había rastro de él. Las sombras parecían haberlo tragado, como lo hacían con todo lo que caía en ese lugar.
Pero no obtuvo ninguna respuesta. Los murmullos se extinguieron por completo, y lo único que se escuchaba era el sonido de su propia respiración, rápida y superficial. En su estado confuso, la realidad parecía desmoronarse a su alrededor. Era como si las paredes mismas se estuvieran disolviendo en la oscuridad. Por un instante, creyó ver al siervo, su cuerpo siendo arrastrado por unas figuras diminutas, burlonas y crueles, que revoloteaban a su alrededor. Las hadas. Se estaban deshaciendo de él, tal como se desharían de ella si se daban cuenta de que estaba despierta.
Gabriella sintió una chispa de ira encenderse dentro de ella. Sin darse por vencida, intentó ponerse en pie, tambaleándose mientras se apoyaba en el borde de la cama para mantener el equilibrio. Sus movimientos eran vacilantes, y el suelo frío y polvoriento se sentía como un adversario más en su lucha por la estabilidad. Pero había algo más en juego ahora. Ya no era solo su supervivencia; era su voluntad contra este lugar que quería devorarla. Con determinación, comenzó a explorar la habitación, sus ojos moviéndose de un lado a otro, buscando cualquier señal de movimiento o alguna pista que delatara la presencia de quienes susurraban en la oscuridad.
Se sentía observada, las miradas pesaban sobre su piel, pero cada vez que giraba la cabeza, no veía nada. Las sombras jugaban con ella, retorciéndose y moviéndose en los rincones, burlándose de su impotencia. Hasta que, de repente, algo pequeño y rápido pasó a su lado, como una sombra. Gabriella se lanzó tras ella, movida por una mezcla de curiosidad y desesperación. Tropezó ligeramente, pero no se dejó detener. Extendió una mano y, con un golpe de suerte, logró atrapar a la escurridiza criatura. Al sujetarla con cuidado, levantó al pequeño ser hacia la luz tenue de la habitación.
Era un pequeño lobo, negro como la noche más profunda, con ojos dorados que brillaban con una inteligencia astuta y un toque de ferocidad. A pesar de su tamaño diminuto, el pequeño ser le mostró los dientes, gruñendo con un sonido bajo y amenazante. El corazón de Gabriella latió con fuerza, reconociendo en esa pequeña criatura un reflejo de lo que ella misma sentía: atrapada, pero todavía luchando.
—¡Déjame ir! —exigió con una voz sorprendentemente fuerte para su tamaño—. ¡Libérame ahora mismo, humana!
Gabriella se estremeció al oír la voz proveniente del pequeño lobo. La sorpresa la hizo soltarlo instintivamente, y Lythos aprovechó el momento para escurrirse de sus manos. El lobo la miró brevemente, sus ojos dorados brillando con una mezcla de desdén y desafío.
Gabriella perdió el equilibrio y cayó al suelo con un grito hueco, el dolor de las heridas haciéndola jadear. El golpe la devolvió a la realidad con una brutalidad fría; el suelo duro y polvoriento le arrancó el aliento, mientras el eco del impacto resonaba en la habitación vacía. En ese instante, el mundo pareció girar alrededor de ella, el suelo frío y duro era la única constante. El mareo volvió a su mente, haciendo que todo se sintiera irreal, como si flotara entre la conciencia y el sueño. Pero incluso eso comenzaba a desvanecerse, dejando espacio para una oscuridad profunda y envolvente.
—¡Míralo! —gritó una de las voces desde la penumbra, llena de sorpresa y burla—. ¡El chucho sarnoso se ha vendido por una caricia!
—¡Se está rebelando! —añadió otra voz con risas—. ¡Qué entretenido!
Las dos hadas oscuras, Nyx y Thera, aparecieron flotando en el aire con una energía juguetona y traviesa. Sus diminutas alas negras cortaban el aire como cuchillas silenciosas, mientras se movían con una gracia antinatural. Sus voces eran como ecos distorsionados de un mal sueño, llenas de burla y crueldad. Sus diminutas alas negras agitaban el aire a su alrededor mientras observaban el caos con un deleite evidente. A Gabriella le resultaban extrañas, pero había algo en ellas que le recordaba los cuentos oscuros de su infancia, aquellos donde las hadas no eran salvadoras, sino seres traviesos y crueles que se alimentaban del miedo.
—¡No puedo creer que el pequeño Lythos haya caído en tu trampa tan fácilmente! —exclamó Nyx, con un tono de burla en su voz.
—Parece que le gustó el desafío —añadió Thera, riendo mientras danzaba alrededor de Gabriella.
Gabriella miró al lobezno, ahora en el suelo, con un destello de compasión en sus ojos. El animal, aunque pequeño, irradiaba una fuerza y una inteligencia que la intrigaba. Aunque era una criatura extraña y claramente ligada a la oscuridad de este lugar, no podía evitar sentir un vínculo inesperado con él. En medio del caos, esa pequeña criatura parecía estar luchando contra algo más grande que su tamaño, como ella. La mente nublada de Gabriella no podía entender completamente la situación, pero la simpatía por el pequeño ser era palpable. Había algo en esos ojos dorados que le recordaba a la lucha constante que ella también estaba librando.
Se preguntó si también estaba atrapado en este lugar, como ella, obligado a servir a un poder mayor. Quizás ambos eran peones en un juego que ninguno comprendía del todo. "Quizás esté igual de perdido que yo", pensó, y esa idea le dio un pequeño resquicio de consuelo. Tal vez no estaba tan sola en este laberinto de sombras y oscuridad.
—¿Qué estáis diciendo sobre la Bestia? —preguntó Gabriella, su voz temblando ligeramente—. ¿Quién es?
Las hadas intercambiaron miradas rápidas, y su diversión se desvaneció momentáneamente. Por un segundo, Gabriella vio una chispa de algo que casi parecía... miedo, destellando en sus ojos. Sus respuestas estaban envueltas en una capa de advertencia.
—Esa es una pregunta... peligrosa —murmuró Nyx, en voz baja—. Y muy curiosa.
—Sí, peligrosa —añadió Thera, con un tono de advertencia—. No es algo con lo que deberías jugar.
La atmósfera cambió drásticamente. Las hadas, que momentos antes parecían juguetonas y crueles, ahora proyectaban una oscuridad más densa, más amenazante. Gabriella lo sintió en el aire, como si todo el castillo hubiera aguantado el aliento tras esa pregunta.
Gabriella sintió que su mente empezaba a girar de nuevo, cayendo en el abismo de la confusión y el dolor. Las palabras de las hadas resonaban en su mente, mezclándose con las advertencias de su madre y los susurros de los Acechasombras. El peso de todo lo que había sucedido, de lo que estaba enfrentando, la aplastaba lentamente. "Quizás esté muerta. O quizás esté en coma, atrapada en un sueño del que no puedo despertar". Pero, ¿y si estaba viva? ¿Y si había una manera de escapar? El instinto de supervivencia se agitaba en lo profundo de su ser, aunque estuviera al borde de la rendición.
Las hadas comenzaron a desvanecerse, pero no antes de dejar una última ronda de risas juguetonas y ecos burlones en la habitación. El aire, antes frío, ahora se sentía pesado y cargado, como si estuviera impregnado de una malicia latente. Lythos, el pequeño lobo, la miró con una mezcla de resentimiento y resignación antes de desaparecer en la oscuridad. Era un vínculo roto, pero aún presente en el ambiente, como si la conexión entre ambos no se hubiera deshecho del todo. Gabriella se quedó sola en la habitación, con el corazón palpitante y el cuerpo dolorido. Las sombras parecían retorcerse a su alrededor, y la presencia invisible de los murmullos aún se sentía en el aire. Las paredes, el suelo, todo parecía moverse, encogiéndose y expandiéndose al ritmo de su respiración, como si estuviera en un sueño del que no podía despertar. La nebulosa de confusión y el dolor la mantenían en un limbo entre la consciencia y la inconsciencia. Con cada respiración, el nombre "Bestia" resonaba en su mente como una inquietante melodía.
Con un último esfuerzo, Gabriella se arrastró de vuelta a la cama, su cuerpo temblando por el esfuerzo y el lacerante dolor. Cada movimiento era un desafío, y cada jadeo una pequeña victoria sobre la abrumadora sensación de rendición. Se recostó, permitiendo que la oscuridad la envolviera una vez más, esta vez con menos resistencia. Su mente intentó luchar, pero su cuerpo estaba agotado, y el peso del dolor la arrastraba de nuevo a las profundidades. Mientras cerraba los ojos, las últimas palabras de las hadas resonaron en su mente, una advertencia velada que se mezclaba con los recuerdos de su madre y las imágenes de los Acechasombras. Eran voces que la invitaban a rendirse, pero también a resistir, un conflicto que se reproducía en cada rincón de su mente. "Lucha siempre, Gabriella".
Pero por ahora, no tenía fuerzas. No podía luchar contra las sombras y el agotamiento al mismo tiempo. Se entregó a la neblina, esperando que en el otro lado, ya fuera en la muerte o en la vida, pudiera encontrar algún tipo de paz.
La oscuridad la reclamó finalmente, llevándose consigo el dolor y la confusión. Y en algún lugar, en los recovecos de su mente, la Bestia esperaba, paciente, a que ella volviera a despertar.
Hola!!
¡¡Qué bonitas son las hadas, traviesas y juguetonas, que con una carcajada te arrancan el alma!! ~
Nuestra pobre Bella está drogada y cree que pronto despertará. Pobre ilusa mi dulce princesa. ¿Creéis que está bien relatado el efecto de las hierbas/drogas/medicinas o debo revisarlo?
Por otro lado, ¿qué creéis que hará Alexander al saber que Nyx, Thera y Lythos han incumplimiento su autoritaria orden?
Aquí tenéis la imagen de mis oscuras haditas, ¿qué os parecen a vosotrxs? ~ 🖤
¡¡Nos leemos en la próxima actualización!!
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