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CAPÍTULO 5

¡Hola, mes chères roses!

"A veces, las almas más brillantes se ocultan en los rincones más sombríos." — Seraphina

ALEXANDER

El silencio en los corredores oscuros del castillo era absoluto, como si el aire mismo se negara a existir en su presencia, una quietud que Alexander había llegado a apreciar. Se movía como una sombra entre sombras, con la fluidez de un depredador que conoce cada rincón de su territorio. Sus pasos eran inaudibles, y su presencia, una amenaza silenciosa que mantenía a sus siervos en un estado perpetuo de alerta, conscientes de que un simple error podría significar su desaparición en las profundidades de su reino de sombras.

Alexander había dejado atrás la sala del trono, dirigiéndose a sus aposentos tras una noche de cacería. Los muros del castillo eran fríos, antiguos, cargados de una historia que solo él conocía en su totalidad. Cada piedra contenía recuerdos de siglos de oscuridad, impregnados por su maldición y la de los suyos. Cada centímetro de ese lugar era una extensión de su dominio, un eco de su propio tormento, un reino de oscuridad que se amoldaba a sus deseos.

Mientras avanzaba por los pasillos sombríos, sus pensamientos vagaban en torno a la intrusa que había irrumpido en su hogar. La joven humana había traído consigo una luz perturbadora, algo que no pertenecía a su mundo de sombras. No sabía su nombre, ni de dónde venía, pero algo en ella lo había intrigado lo suficiente como para permitir que viviera... hasta que las sombras la engulleron. Aún podía sentir la chispa de su presencia en el aire, como una llama diminuta que se negaba a apagarse. Seguía preguntándose si su decisión había sido un error, si debió acabar con ella de inmediato en lugar de observar cómo luchaba por su vida. La duda se colaba como un eco en su mente, un eco que nunca antes había permitido en su reinado de certeza y control. Aquella decisión, tomada con un mero impulso, ahora pesaba más de lo que quería admitir.

Sus labios se curvaron en una mueca de disgusto. La idea de que un simple humano pudiera causarle algún problema era ridícula. Él había sobrevivido a lo impensable, había moldeado su destino y el de todos los que osaban cruzarse en su camino. Él era el amo de ese castillo, la entidad más poderosa en millas a la redonda, y nada, ni nadie, podía desafiar su voluntad..

Sin embargo, esa misma idea lo inquietaba. Algo lo detuvo. Una presencia sutil, pero indiscutible, se filtró en su conciencia. Una luz... algo que no pertenecía a este lugar. Alexander se detuvo, sus sentidos afilados captando el cambio en el ambiente. Giró la cabeza ligeramente, sus ojos perforando la oscuridad en dirección a la sala del trono, de donde acababa de salir. El aire a su alrededor se volvía más denso, pesado con una energía que no era suya.

El pasillo, que siempre había sido una extensión de la penumbra, comenzó a iluminarse de manera tenue, como si una fuente de luz estuviera acercándose desde las profundidades del castillo. Un destello que amenazaba con romper el equilibrio que había mantenido durante siglos. El resplandor era suave al principio, pero rápidamente se intensificó, una invasión tangible de todo lo que él representaba, amenazando con invadir el espacio que Alexander había mantenido sumido en sombras durante siglos.

Su reacción fue instintiva, un impulso nacido de siglos de ser el cazador supremo de ese dominio. La oscuridad que lo envolvía se agitó, y sus manos se cerraron en puños mientras la ira crecía en su interior. Las sombras respondían a su furia, moviéndose como si fueran extensiones de su cuerpo, esperando su orden para atacar. ¿Qué osaba perturbar su hogar de esta manera? ¿Qué clase de fuerza se atrevía a traer la luz a su reino de tinieblas?

El brillo se intensificó, y con él, una sensación de peligro que no había experimentado en mucho tiempo. Alexander no era un ser que temiera con facilidad, pero esta luz, esta intrusión, tocaba algo primordial dentro de él, un miedo ancestral que intentaba reprimir. Era una chispa de su antigua humanidad, la cual había intentado enterrar siglos atrás. Una parte de su esencia que no permitía desafíos.

Sin más dilación, se giró sobre sus talones y se dirigió de vuelta a la sala del trono, moviéndose con la velocidad de un depredador que ha detectado a su presa. La furia hervía bajo la superficie, controlada solo por la necesidad de comprender la amenaza. Su mente, fría y calculadora, comenzó a evaluar las posibles amenazas, descartando una tras otra. Ninguna de las criaturas que habitaban ese castillo podía generar tal luz, y menos aún, podía desafiarlo. Esto era algo nuevo, algo que sacudía las mismas raíces de su maldición, algo que requería su atención inmediata.

Cuando se acercó a la puerta de la sala, la luz alcanzó su apogeo, un estallido cegador que lo obligó a detenerse. Su cuerpo tensado en un estado de alerta absoluta, cerró los ojos con irritación, sus dientes apretados en un intento por contener la ira que burbujeaba bajo la superficie. Cada segundo de espera aumentaba la frustración que sentía, hasta que sintió que la intensidad disminuía lo suficiente como para permitirle abrir los ojos nuevamente.

La sala estaba bañada en luz, una claridad que le resultaba insoportable. La luz mordía cada rincón, devorando las sombras que siempre lo habían protegido. Alexander parpadeó, sus ojos adaptándose a la nueva luminosidad, y en ese instante, vio a la joven. La intrusa yacía en el suelo, rodeada por un aura que no debería existir. La joven estaba desmayada, su figura débil y frágil contrastando con la fuerza de la luz que aún parecía emanar de su cuerpo. Era una contradicción andante, vulnerable y a la vez, más peligrosa de lo que él había anticipado. Los Acechasombras, aquellas criaturas que él mismo había convocado para atormentarla, estaban completamente desintegrados, su existencia erradicada por ese mismo resplandor. Su obra maestra, los heraldos de su poder, destruidos por una simple mortal.

La ira en su interior se mezcló con una sorpresa fría que se arrastró por su columna vertebral como una serpiente venenosa. Esta humana insignificante había destruido a sus criaturas, su obra, con una luz que no debería haber existido en este lugar. El insulto a su autoridad lo consumía, ¿cómo era posible? Era un insulto a su propio poder, algo que no podía ser ignorado.

Alexander avanzó hacia ella, sus pasos resonando en la sala ahora en silencio. El eco de sus botas sobre el mármol era un recordatorio constante de su presencia imponente, ineludible. La sombra de su cuerpo cubrió a la intrusa, quien seguía inconsciente en el suelo, ajena al peligro que se cernía sobre ella. Se inclinó, permitiendo que sus dedos rozaran su piel fría, suavemente, casi con curiosidad, sintiendo el pulso débil pero persistente bajo su tacto.

Por un instante, una chispa de alivio lo recorrió, una emoción tan extraña y molesta que casi la aplastó de inmediato. Aún respiraba, aún estaba viva. ¿Por qué le importaba? Esto no era compasión, no podía serlo. Era simplemente una nueva fuente de poder a estudiar, una incógnita por resolver. Su deseo de comprenderla no era más que otra herramienta para mantener el control, o al menos, eso quería creer. Quería saber qué más podía hacer, qué otras sorpresas escondía esa chica que había perturbado la tranquilidad de su hogar.

Alexander se enderezó, sus pensamientos comenzaban a tejer un plan. La cacería había cambiado, y ahora había una nueva presa en juego, una que no había previsto, y ya creía muerta. Pero antes de que pudiera decidir su próximo movimiento, un sonido molesto lo distrajo.

Morran, su consejero, apareció en la entrada de la sala, su figura encorvada y envuelta en ropas oscuras que casi se confundían con la penumbra circundante. Siempre vigilante, siempre con una sonrisa velada que irritaba profundamente a Alexander. Sus ojos, pequeños y astutos, se posaron en la joven y luego en Alexander, evaluando la situación con esa mirada que siempre había irritado al amo del castillo.

—Mi señor, ¿qué es esto? —preguntó Morran, su tono impregnado de una sorpresa que rara vez mostraba—. ¿Una humana... aquí?

Alexander sintió la tensión en su mandíbula mientras respondía.

—Lo he notado —respondió con frialdad, sus palabras cortantes—. Y ya me he encargado de ello.

Morran dio un paso adelante, su rostro enigmático mostrando una leve sonrisa que no llegaba a sus ojos. Alexander odiaba esa sonrisa. Se acercó lentamente a la joven, examinando el cuerpo inconsciente con una mezcla de curiosidad y cautela.

Hasta aquí Alexander había controlado el juego, pero la realidad de Morran siempre recordaba lo complejo que podía ser cada movimiento.

—Parece que esta "intrusión" tiene más de lo que esperábamos —dijo, inclinándose ligeramente para observarla con más detenimiento—. Una simple humana no debería haber sido capaz de semejante hazaña.

Alexander contuvo un gruñido, molesto por la insinuación de Morran. No necesitaba que le recordaran lo que ya sabía. Esta joven no era una simple humana, y el hecho de que hubiera liberado esa luz era prueba suficiente de ello.

—Lo sé —espetó, su paciencia a punto de desbordarse—. Pero no te equivoques, Morran. Esto no cambia nada. La joven aún está bajo mi control, y no permitiré que perturbe mi castillo más de lo necesario.

Morran asintió lentamente, su mirada aún fija en la chica, pero sus ojos delataban la intriga que la joven había despertado en él.

—Como desees, mi señor. Pero debo advertirle... esta luz, esta fuerza que ella posee, podría ser más peligrosa de lo que creemos. Podría significar que no estamos lidiando con una simple mortal, sino con algo mucho más... complicado.

Las palabras del consejero hicieron eco en la mente de Alexander. Más complicada. Morran tenía razón en una cosa: esta joven no era lo que aparentaba. Había algo más en ella, algo profundamente oculto, y eso lo enfurecía aún más. Había sobrevivido durante siglos porque comprendía cada amenaza que se cernía sobre su territorio, y ahora, se enfrentaba a un enigma que no podía resolver con facilidad.

La sonrisa de Morran, siempre tan molesta, se amplió un poco más al ver la reacción de su amo.

—¿Qué desea que haga con ella, mi señor? —preguntó Morran, con fingida inocencia, disfrutando claramente de la confusión que la joven había sembrado en Alexander.

El aire entre ambos se volvió más pesado, pero Alexander lo soportó. Lo miró fijamente, sus ojos entrecerrados en una mezcla de desdén y calculada consideración. La respuesta era evidente, pero aún no podía desentrañar por completo las implicaciones de lo que la chica era capaz de hacer. La duda seguía latente en su mente, aunque nunca lo admitiría frente a Morran¿Por qué esa luz? ¿De dónde provenía?

—Llévala a mis aposentos —ordenó finalmente, su tono tan frío como el hielo—. Nadie la verá hasta que yo lo decida. Esta chica es... mi prisionera.

Morran inclinó la cabeza en señal de obediencia, ocultando bien su sorpresa, aunque no pudo disimular el leve brillo de malicia en sus ojos. Si Alexander había decidido retener a la chica en su dominio personal, era porque había visto algo en ella que requería su atención, algo que tal vez podría usar a su favor más adelante.

—Como desee, mi señor —respondió antes de hacer una señal a los siervos que se encontraban cerca.

Los pequeños siervos deformes, sombras de lo que alguna vez fueron, acudieron al instante. Sus manos temblaban mientras recogían el cuerpo de la joven, sus ojos evitaban mirar directamente a Alexander. Con sumo cuidado, levantaron el cuerpo frágil de la joven, sus manos temblorosas al sentir la ligera calidez que aún emanaba de su piel. Mientras la transportaban, Alexander los observó en silencio, sus pensamientos eran un remolino entre la ira y una atracción inexplicable hacia lo que la joven representaba.

Alexander permaneció inmóvil en el centro de la sala, observando cómo los siervos se alejaban con la intrusa en brazos. Sus pensamientos eran un torbellino de emociones que no estaba acostumbrado a manejar. Aquella chispa de luz que había emanado de ella aún lo inquietaba, algo que no lograba sacudir por completo. La curiosidad lo carcomía, junto con una sensación de desasosiego que intentaba reprimir. Había enfrentado todo tipo de amenazas a lo largo de su vida, pero esta joven, esta simple humana, había despertado en él algo que no podía comprender. Esa luz... su origen, su propósito. Todo seguía siendo un misterio envuelto en piel humana.

Sabía que debía actuar con rapidez. Su castillo, su hogar, había sido profanado, y la fuente de esa profanación estaba ahora bajo su custodia. Sin embargo, no podía sacudirse la sensación de que esta chica traería más problemas de los que valía.

Alexander caminó lentamente hacia una de las ventanas del salón, observando el paisaje nocturno más allá. La oscuridad exterior lo calmaba, pero no era suficiente. El castillo lo había envuelto durante tanto tiempo que la sola idea de una luz tan poderosa le resultaba casi una blasfemia. Ese resplandor... no pertenecía a su mundo, y no sabía si debía destruirlo o encontrar la forma de controlarlo.

—Mi señor —la voz de Morran lo sacó de sus pensamientos.

Alexander no giró la cabeza. Sabía que su consejero estaba a unos pasos detrás de él, observándolo con esos ojos astutos que habían visto y comprendido demasiado a lo largo de los años. Morran era una de las pocas criaturas en el castillo que se atrevería a dirigirse a él en un momento como este.

—Habla —ordenó Alexander, su tono tan gélido como siempre.

Morran sabía que debía andar con cuidado, pero avanzó, sus manos juntas en un gesto que era una mezcla de deferencia y preocupación.

—No puedo evitar preguntarme... —comenzó con cautela—, ¿qué es exactamente lo que pretende hacer con la intrusa?

Alexander se giró lentamente, sus ojos se clavaron en los de Morran. La furia que sentía apenas estaba contenida.

—Eso no es asunto tuyo, Morran —respondió con dureza, aunque en el fondo, sabía que necesitaba alguna respuesta, incluso para sí mismo—. Pero puedo decirte esto: descubriré qué es lo que la hace especial.

Morran asintió una vez más, aceptando la decisión de su amo, aunque la preocupación no abandonó sus ojos. Retrocedió lentamente, sus movimientos eran tan suaves como calculados, consciente de que no debía presionar más el asunto en ese momento. Sin embargo, el aire entre ambos seguía tenso, cargado de una energía densa.

Alexander, sin embargo, permaneció inmóvil, mirando fijamente la puerta por la que los siervos habían desaparecido con la intrusa. El peso de lo ocurrido, de la luz que había visto, seguía perturbándolo de una manera que no podía explicar. Esa maldita luz seguía brillando en su mente, como un faro ineludible que lo llamaba hacia ella. Había algo en esa luz que no encajaba en su mundo de sombras, y eso lo irritaba más de lo que quería admitir.

Decidido a mantener el control, se giró sobre sus talones y salió de la sala, su mente ya trazando el siguiente paso en su plan. La chica estaba ahora en sus aposentos, bajo la vigilancia de sus siervos más leales. Necesitaba respuestas, y las obtendría. Pero antes de que pudiera dar un paso más, la voz de Morran lo detuvo una vez más.

—Mi señor... —Morran titubeó, algo poco habitual en él. Su habitual arrogancia se había disipado—. No puedo evitar sentir que hay algo más en esta joven. Algo que no debemos subestimar.

Alexander no se giró de inmediato. Permaneció en silencio, procesando las palabras de su consejero. Morran rara vez mostraba duda o precaución, y el hecho de que lo hiciera ahora le indicaba que también sentía esa perturbación en el aire. Finalmente, sin volverse, Alexander respondió con frialdad.

—¿A qué te refieres, Morran? —su tono, aunque calmado, era un filo cortante que indicaba que su paciencia estaba a punto de agotarse.

Morran dio un paso adelante, sus ojos aún fijos en la puerta por la que la joven había sido llevada.

—Esa luz... no es común. No puede ser simplemente una humana. Mi señor, ¿no ha considerado la posibilidad de que ella sea... algo más? —Morran dejó la pregunta en el aire, midiendo la reacción de Alexander.

El silencio que siguió fue abrumador. Alexander apretó los puños, su cuerpo tenso por la creciente frustración. No quería admitirlo, pero esa misma pregunta lo había estado atormentando desde el momento en que vio a la joven desatar ese poder. Sin embargo, no mostraría debilidad, no frente a Morran, ni ante nadie.

—Lo que sea, lo averiguaremos —respondió finalmente, su voz baja pero cargada de una determinación implacable—. Y si representa una amenaza... la eliminaré sin dudar.

Morran asintió, aunque la cautela seguía reflejada en su rostro. Sabía que su señor era poderoso, pero incluso él podía sentir que había algo en juego que ninguno de los dos comprendía del todo. Aun así, no dijo nada más. Simplemente inclinó la cabeza en señal de respeto y retrocedió en silencio.

Alexander, por su parte, se mantuvo firme durante unos segundos más. Sus pensamientos eran un caos, pero exteriormente, su expresión no delataba nada. Finalmente, decidió que no había más que discutir.

—Vigílala de cerca, Morran —ordenó antes de girarse por completo y dirigirse hacia la oscuridad de los pasillos—. Cualquier cambio, cualquier señal... infórmame de inmediato.

Morran se inclinó, respetuoso, y se desvaneció en las sombras. El juego había comenzado.

Alexander avanzó, sus pasos resonando en el vacío del castillo, mientras su mente maquinaba todas las posibilidades. No era un hombre que dejara cabos sueltos, y mucho menos cuando algo —o alguien— amenazaba con romper la frágil quietud de su dominio. La intrusa era más que una simple prisionera. Ella representaba una incógnita, una variable que no podía controlar. Pero Alexander había aprendido a lidiar con lo desconocido... y siempre, siempre salía victorioso.

Cuando Alexander llegó a sus aposentos, los siervos ya habían colocado a la joven en una de las camas de la cámara principal. El ambiente en la habitación era denso, como si las sombras mismas estuvieran expectantes, observando cada movimiento. Gabriella yacía inmóvil, su figura parecía aún más frágil bajo las sábanas oscuras que la cubrían parcialmente. Su cabello, húmedo de sudor, caía en mechones desordenados sobre su rostro pálido. Aunque estaba profundamente inconsciente, había algo en su postura que aún sugería lucha, como si incluso en sus sueños no pudiera encontrar descanso.

Alexander se acercó lentamente, cada paso que daba estaba cargado de una tensión que apenas podía controlar. Los Acechasombras que custodiaban la entrada se mantenían a distancia, vigilantes pero temerosos. Nadie se acercaba a la joven sin su permiso, nadie se atrevía a desafiar su autoridad en ese lugar. Y sin embargo, incluso ahora, frente a su prisionera, Alexander no podía evitar sentir un malestar que le resultaba extraño.

Se detuvo junto a la cama, observándola con una mezcla de fascinación y desdén. La luz que antes había emanado de su cuerpo se había desvanecido, pero el rastro de su presencia seguía impregnando el aire, como una cicatriz invisible en su dominio. Y entonces lo sintió nuevamente: el aroma. Esa fragancia suave y dulce que lo desarmaba. Ese perfume suave, dulce, pero cargado de una fuerza inquietante, le golpeó con la misma intensidad que la primera vez que lo percibió. Era un recordatorio, un eco lejano de algo que él se negaba a reconocer, pero que seguía acechando en las sombras de su memoria. Era un olor que no pertenecía a su castillo, una fragancia que evocaba algo perdido, enterrado en las profundidades de su memoria.

Alexander inclinó la cabeza, permitiéndose observar más de cerca los detalles del rostro de la joven. La línea suave de su mandíbula, el parpadeo casi imperceptible de sus pestañas, el temblor leve de sus labios, como si estuviera murmurando en sueños. A pesar de su vulnerabilidad, había algo en ella que lo atraía, algo que no podía entender completamente. La energía que había desatado en la sala del trono aún vibraba en su mente, como un recordatorio de lo que había presenciado y lo que ella era capaz de hacer.

El aroma le recordaba a alguien más, a una presencia distante y difusa en su mente, una figura que no lograba identificar del todo. ¿Era ella o el reflejo de otro rostro, perdido entre el dolor y la traición? Pero cada vez que lo percibía, lo arrastraba a un lugar de su pasado que prefería mantener cerrado. Ese perfume lo irritaba y lo atraía a la vez, una dualidad que lo hacía sentir vulnerable, lo cual lo enfurecía aún más.

Con un movimiento cuidadoso, extendió la mano y rozó la piel de su brazo, buscando cualquier señal de esa extraña luz que había sentido antes. Pero no había nada. Solo el frío de la carne mortal, sin vestigios de esa fuerza que había destruido a sus criaturas. Sin embargo, el aroma seguía presente, envolviéndolo como una niebla suave, empapada de recuerdos que no podía ubicar completamente, pero que lo mantenían en un estado de tensión.

Su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios. Había algo en esta chica que lo desafiaba, que lo hacía sentirse... diferente. Y ese simple hecho lo enfurecía. Se negaba a reconocer que una humana, una intrusa, pudiera tener tal efecto sobre él, sobre su control. No podía permitirse esa debilidad. Ella no era más que otra prisionera, una herramienta para descubrir qué era lo que realmente estaba ocurriendo.

—No entiendo lo que eres —murmuró, sin esperar respuesta alguna. Su voz, apenas un susurro, se perdió en la oscuridad de la habitación.

Finalmente, se enderezó, apartándose de la cama. Había permitido que sus pensamientos divagaran demasiado tiempo. Había un propósito en todo esto, y debía mantenerse enfocado. La chica seguiría viva, pero solo para que pudiera obtener las respuestas que necesitaba. Y cuando ya no tuviera más que ofrecer, decidiría su destino.

Llamó a uno de los siervos que aguardaban cerca, ocultos en las sombras. La criatura se acercó con cautela, evitando mirar directamente a su amo, sabiendo que cualquier error podía costarle caro.

—Vigílala de cerca —ordenó Alexander, su voz cortante, tan fría como el hielo que sentía en su interior—. No permitas que escape, ni que nadie más se acerque a ella. Solo yo decidiré su destino.

El siervo inclinó la cabeza rápidamente, sin atreverse a emitir sonido alguno. Tomó su posición junto a la puerta, dispuesto a cumplir con cada palabra de su señor.

Alexander dio un último vistazo a la joven desde la distancia. Había algo inquietante en su presencia, algo que no podía ignorar. No era solo la luz que había emanado de su cuerpo, ni la fuerza que había demostrado al enfrentarse a los Acechasombras. Era algo más, algo mucho más profundo. Una conexión que no lograba desentrañar, pero que lo perturbaba en su esencia.

Antes de salir de la habitación, se detuvo un momento, dejando que sus ojos se posaran en la figura dormida una vez más. El aroma seguía presente, ineludible, persistente en su mente. En su mente, una pregunta seguía resonando, insistente: "¿quién eres realmente?"

—Nos veremos pronto, humana —murmuró para sí mismo, sus palabras eran apenas un susurro en el aire cargado de sombras—. Y cuando despiertes... tendrás que enfrentarte a mí de nuevo.

Cerró la puerta con un movimiento rápido, dejando la estancia en un silencio absoluto, solo interrumpido por la respiración regular de la joven y el susurro de las sombras que la rodeaban.

El castillo volvió a sumirse en la oscuridad, pero Alexander sabía que la luz que había traído la intrusa no se desvanecería tan fácilmente. Se había iniciado un nuevo juego, uno que pondría a prueba todas sus habilidades, su paciencia y su determinación. Pero como siempre, él era el cazador, y ella, la presa.

Al menos, eso era lo que se repetía una y otra vez mientras se alejaba, sumido en la penumbra que siempre había sido su aliada.

Hola de nuevo!

Ha tocado actualización doble. Sí, lo admito, me ha podido el ansía, quería regalaros está perlita que me ha salido. ¡¡Espero que os guste!!

¡¡Nos leemos en la próxima actualización!!

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