Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 18

¡Hola, mes chères roses!

"La luz no siempre es salvación. A veces, es la chispa que enciende la destrucción."
— Nyx

NYX

La sala de los espejos siempre tenía una atmósfera cargada, vibrante con energía latente que hacía que las sombras parecieran danzar al ritmo de un susurro silencioso. Nyx flotaba con ligereza, observando a su Señora, Ariadne, quien se reflejaba infinitamente en los espejos que la rodeaban. Aquel lugar tenía un poder enigmático, capaz de deformar no solo las imágenes, sino también los pensamientos. Las paredes brillantes proyectaban figuras distorsionadas, sombras fragmentadas de lo que había sido, de lo que podría ser. Pero en el centro de todo, siempre estaba ella.

Thera, a su lado, evitaba el contacto visual con Ariadne, nerviosa por la imponente presencia de su Señora. Nyx, sin embargo, mantenía la calma, su devoción hacia Ariadne era absoluta. Había estado al servicio de su verdadera Señora desde mucho antes de que las cadenas de Alexander se apretaran a su alrededor. Aunque conocía los secretos más oscuros del reino, sabía que Ariadne era la clave para liberar el caos que tanto anhelaba. Su lealtad a él era solo una fachada, un recurso para mantener sus propios intereses bajo el manto del poder. Porque su corazón, su verdadera lealtad, siempre había sido de Ariadne.

—Nyx, sabes lo que tienes que hacer —dijo Ariadne, con una voz que parecía deslizarse a través de los espejos, como una brisa helada recorriendo la estancia—. Debes encontrarlo.

Nyx asintió, inclinando apenas la cabeza. Sabía de quién hablaba, aunque no conocía su nombre. Antaño, había visto a Ariadne con aquel hombre, el hechicero de ojos como pozos infinitos, llenos de una promesa de poder que parecía desbordarse de su mera presencia. Kaelith. Era el amante de su Señora, eso lo sabía, pero más allá de eso, todo sobre él se había mantenido en un manto de misterio. Nyx nunca había cruzado palabras con él, pero había visto la intensidad en los ojos de Ariadne cuando hablaban en privado, en encuentros que se perdían en los recovecos de la historia.

—¿Cómo lo encontraré, Señora? —preguntó Nyx, su voz suave, pero firme.

Ariadne se giró hacia ella, y los reflejos de su rostro en los espejos adquirieron un matiz más agudo, como si las facciones de su Señora se afilaran bajo la presión de las emociones ocultas.

—Hay monolitos —dijo Ariadne, avanzando un paso hacia Nyx, cada uno de sus movimientos cargado de una elegancia peligrosa—. Antiguas piedras que sirven de portal hacia su morada. No son visibles para cualquiera, pero tú... —sonrió levemente—, tú podrás verlas. El hechicero no se esconde de mí, Nyx. Sabe que, tarde o temprano, volveremos a encontrarnos.

Las palabras de Ariadne tenían un peso más allá de lo evidente. Nyx podía sentir la profunda conexión que aún latía entre ellos, como un lazo que no se había roto del todo. Y aunque sabía que Ariadne no lo admitía, ese hechicero, aquel hombre que había seducido a su Señora, tenía un poder más allá del que Nyx alcanzaba a comprender.

—Una vez llegues a su morada, no dudes —continuó Ariadne, su tono firme, cargado de una seguridad inquebrantable—. Debe saber lo que ha sucedido desde la llegada de esa intrusa. Gabriella. La portadora de la luz que Alexander protege con tanta obstinación.

Thera se estremeció levemente al oír esa palabra: "intrusa". Gabriella, la mujer que había trastocado el equilibrio con su mera presencia, era ahora el centro de todo. Pero Nyx no tenía miedo. Sabía lo que debía hacer, sabía que su misión iba más allá de lo que cualquier otro podría entender.

—¿Y qué debo decirle? —Nyx alzó la vista hacia Ariadne, sus ojos brillando con una oscura determinación.

Ariadne se acercó un poco más, su figura reflejándose en cientos de ángulos en los espejos a su alrededor, multiplicándose como una promesa inquebrantable de poder.

—Dile que la luz ha llegado. Y que debe ser extinguida antes de que se descontrole. Kaelith es el único que puede acabar con ella y con Alexander, si se sigue debilitando por su cercanía a esa mujer. Gabriella es el último vestigio, el último obstáculo. La luz debe ser destruida, Nyx. No hay otra opción.

Nyx asintió lentamente, absorbiendo cada palabra. Sabía que la oscuridad en la que ella misma estaba envuelta necesitaba esa destrucción. Solo así podría liberarse el caos verdadero, el que tanto anhelaba. Y si eso significaba destruir a la intrusa, destruir la luz, entonces así sería.

—Hazlo bien, Nyx —concluyó Ariadne, sus ojos llenos de una promesa retorcida—. Hazlo por el mundo que queremos crear.

Nyx recordó a Alexander, aquella Bestia que había sucumbido parcialmente ante la intrusa. Las grietas en su fachada de invulnerabilidad ya eran evidentes, y eso la llenaba de un placer malicioso. Sabía que la caída de Alexander estaba cerca, y Gabriella sería la clave para desatar el caos.

Horas más tarde...

Los monolitos se alzaban imponentes ante Nyx, antiguos y cargados de una magia tan densa que el aire mismo parecía vibrar alrededor de ellos. Cada inscripción que los cubría emitía un susurro oscuro, como si el poder atrapado en esas piedras desafiara las leyes del tiempo y el espacio. Nyx avanzó con cautela, sus ojos observando las runas que brillaban débilmente, emitiendo pulsos oscuros que parecían devorar cualquier rastro de luz. A medida que se acercaba, extendió una mano temblorosa hacia el monolito más cercano. Al contacto, una vibración profunda recorrió su brazo, y una oleada de energía oscura hizo que su piel se erizara.

Sabía que estaba en el lugar correcto. Este era el umbral hacia la morada de Kaelith, el hechicero que su señora Ariadne había amado, el hombre que Nyx había visto en sombras y secretos. Su presencia siempre había sido una amenaza latente, un poder tan oscuro que incluso Alexander lo temía. Nyx había visto a su señora con él, y aunque desconocía su nombre, siempre supo que era el verdadero artífice de la ruina que había caído sobre el reino.

Kaelith no solo era un amante de la oscuridad; era el maestro que había iniciado la caída de los Altharas, la raza de luz que ahora vivía solo en el legado de Gabriella.

Con un susurro en una lengua olvidada, Nyx activó el monolito. El aire se comprimió y se retorció a su alrededor, creando una puerta de sombras que se abrió ante ella. Nyx avanzó sin dudar, su naturaleza oscura vibrando con la energía caótica que emanaba de aquel portal. Este era el tipo de poder que anhelaba, el desorden primigenio que daría lugar a una nueva era de destrucción. El portal la tragó, llevándola al refugio entre dimensiones de Kaelith.

Al avanzar, recordó las palabras de Ariadne. El hechicero sabía que Gabriella había regresado, y con ella, el único rayo de luz que podría destruir todo lo que Kaelith y Ariadne habían construido. Pero, en el fondo, Nyx también sabía que Gabriella podía ser el instrumento para sumir a Alexander en su propia desesperación.

El lugar al que llegó no pertenecía a ninguna realidad conocida. El cielo era un torbellino de sombras y oscuridad sin forma, y el suelo, una extensión de piedra negra y agrietada que parecía murmurar bajo sus pies. En el centro de este paisaje desolado, la morada de Kaelith se alzaba como una estructura fantasmal, un castillo en ruinas cubierto de enredaderas negras y sombras que se retorcían como criaturas vivientes.

Nyx avanzó, sintiendo la magia oscura y fría que impregnaba el aire, envolviéndola en un abrazo denso y familiar. La entrada del castillo estaba protegida por dos enormes puertas de obsidiana que se abrieron sin esfuerzo ante su presencia, como si el lugar supiera que ella venía en nombre de Ariadne.

Al cruzar el umbral, una voz resonó en la vasta sala oscura que se extendía más allá.

—Adelante, pequeña traidora de sombras. Sabía que vendrías. Ariadne siempre supo cómo elegir a sus peones.

Kaelith la esperaba, como siempre. Nyx sonrió levemente. Sabía que Kaelith no confiaba plenamente en nadie, pero siempre se deleitaba en jugar con aquellos que Ariadne enviaba.

Kaelith, sentado en su trono, la observaba con ojos fríos y despiadados, mientras una sonrisa maliciosa jugaba en sus labios. Parecía humano, pero la oscuridad que envolvía su figura hablaba de una maldad mucho más profunda. Nyx se inclinó ligeramente, sus alas oscuras revoloteando con suavidad mientras avanzaba.

—He venido con noticias —dijo Nyx, con voz firme y calculada—. Ariadne me ha enviado. Ella te necesita.

Los ojos de Kaelith se entrecerraron ligeramente, y su sonrisa se ensanchó con una mezcla de burla y curiosidad. El ambiente se cargó de una tensión sofocante, como si el propio aire se comprimiera bajo el peso de los pensamientos oscuros que fluían entre ellos. Su voz retumbó en la sala, cargada de sarcasmo.

—Ariadne... —murmuró—. ¿Qué tiene para decir mi dulce prisionera esta vez? ¿Qué desorden se avecina?

Nyx sabía cómo jugar este juego. No había espacio para la duda en un lugar como este, y mucho menos ante un hombre como Kaelith. El poder que emanaba de él era palpable, envolvente. Sabía que su interés por Ariadne no era más que una extensión de su búsqueda de poder, y eso lo hacía más peligroso aún.

—Una mujer ha llegado a los dominios de Alexander —dijo Nyx, observando de reojo la reacción del hechicero—. Ella representa el último vestigio de la luz.

Nyx sintió la tensión en el aire cuando Kaelith se reclinó en su trono, sus ojos oscuros fijos en ella, mientras evaluaba cada palabra. Sus ojos destellaron, revelando una chispa de reconocimiento que no logró ocultar. El hechicero sabía más de lo que dejaba entrever, pero Nyx no tenía manera de saberlo. Él jugaba siempre a mantener el control, como un maestro de marionetas que mueve los hilos con una precisión calculada.

—¿Una mujer? —repitió Kaelith lentamente, como si probara la idea en su lengua—. Y Alexander no la ha matado aún... curioso.

Nyx asintió con cautela, sin apartar la mirada de los ojos fríos de Kaelith.

—Es una intrusa —añadió, con voz baja pero cargada de oscuridad—. Su presencia es una contradicción. Debería haber muerto, pero... algo lo ha detenido. Algo en ella. No comprendemos qué es lo que la hace especial, pero su luz es innegable. Ariadne lo ha visto, y cree que es una amenaza para todos nuestros planes.

Kaelith sonrió, una sonrisa cargada de una maldad profunda. Sabía que la mujer de la que Nyx hablaba no era una simple amenaza. Ella era Gabriella. El último vestigio de la luz, pero también su mayor arma. Había sido él quien la trajo de vuelta a este mundo, y ella ni siquiera lo sabía.

El recuerdo lo invadió brevemente, una visión nítida del momento en que todo comenzó. Había sido tan sencillo. Gabriella, viviendo su vida tranquila y monótona en el mundo humano, nunca había imaginado que todo lo que conocía se desmoronaría en cuestión de segundos. Kaelith la había estado observando desde las sombras, calculando cada movimiento. 

La noche del accidente, la lluvia golpeaba sobre el puente, y Gabriella conducía sola, ajena a lo que estaba por venir. Con un simple chasquido de sus dedos, Kaelith había desencadenado la tragedia. La carretera se había vuelto traicionera bajo sus pies, el coche perdiendo el control mientras se deslizaba hacia el borde del puente. El sonido de los neumáticos chirriando en la superficie mojada aún resonaba en su mente. Su sonrisa cruel se ensanchó cuando recordó cómo el coche cayó al vacío, rompiendo la barandilla y hundiéndose en el río.

La desesperación de Gabriella era palpable mientras luchaba por respirar, atrapada en el interior del vehículo que se llenaba de agua rápidamente. Kaelith había observado todo desde la distancia, su rostro iluminado por una maliciosa satisfacción. Podría haberla dejado morir. De hecho, casi lo hizo, disfrutando del espectáculo de su sufrimiento. Pero Kaelith necesitaba más que su muerte; la necesitaba en su mundo, viva, para que la oscuridad pudiera reclamar su poder. Así que, en el último segundo, usó su magia para llevarla de vuelta.

Ahora ella estaba aquí, en el mundo donde pertenecía, pero ni ella misma sabía quién era realmente.

Kaelith apartó esos recuerdos y centró su atención de nuevo en Nyx. La leal servidora de Ariadne seguía esperando respuestas, ignorante del verdadero alcance de sus planes.

—Interesante... —murmuró Kaelith, su voz cargada de falsa intriga—. ¿Y qué dice Alexander de esta intrusa? No me sorprendería que esté desconcertado, ¿verdad?

Nyx entrecerró los ojos, evaluando la reacción de Kaelith, pero no detectó ninguna pista que revelara sus verdaderos pensamientos.

—Alexander ha mostrado un comportamiento... inusual —respondió Nyx, con un leve toque de burla—. No la mató. La ha dejado con vida, incluso la protegió en el jardín. Lo que sea que ella represente lo ha desarmado, aunque no quiera admitirlo.

La figura de Kaelith se reclinó en su trono, su oscura silueta distorsionándose ligeramente bajo la tenue luz que emanaba de las runas del suelo. Sabía lo que Nyx no podía comprender del todo. Gabriella no era solo el último vestigio de la luz, sino la pieza clave para desatar su propio plan. 

—Tal vez —dijo Kaelith en un tono suave, casi pensativo—, esta intrusa no sea solo una amenaza... tal vez sea algo más. Quizás ella sea la llave para quebrar al gran Alexander Rousseau de una vez por todas.

Nyx lo miró con interés, inclinándose ligeramente hacia adelante, sintiendo que Kaelith estaba comenzando a compartir algo más.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Nyx, ansiosa por comprender lo que el hechicero estaba insinuando.

Kaelith se reclinó de nuevo en su trono, observando a Nyx desde su oscura posición con una sonrisa calculadora.

—Alexander, por mucho que lo niegue, sigue siendo humano en su interior —dijo Kaelith—. Y los humanos son débiles, vulnerables a sus emociones, a sus deseos. Si esta mujer tiene el poder de desarmarlo, de hacerlo dudar, entonces podría ser más útil de lo que pensábamos. Tal vez no deberíamos apresurarnos a destruirla... todavía.

Nyx asintió lentamente, comprendiendo lo que Kaelith estaba sugiriendo. Tal vez Gabriella no solo era una amenaza, sino también una herramienta. Un arma para desatar el caos en el corazón de Alexander. Una herramienta que podría ser utilizada para sembrar aún más desorden y para quebrar al paladín oscuro que tanto despreciaban.

Kaelith, por su parte, continuó tejiendo sus pensamientos. Sabía que, tarde o temprano, el enfrentamiento entre Alexander y Gabriella llegaría a un punto crítico. Y cuando eso sucediera, él estaría allí para aprovechar el momento. La intrusa, aunque ignorante de su propia importancia, tenía el poder de arrastrar a Alexander hacia su propia perdición. Mientras tanto, jugaría con Nyx y con Ariadne, dejándolos creer que todo seguía bajo su control, mientras continuaba trazando los caminos hacia su propio poder absoluto.

—Ve, Nyx —ordenó Kaelith—. Vuelve con Ariadne y dile que seguiré vigilando. No es el momento de movernos aún, pero cuando lo sea... todo caerá en su lugar.

Nyx hizo una reverencia, sus alas negras agitándose levemente mientras retrocedía. Sabía que la conversación con Kaelith no había termiNyx hizo una reverencia, sus alas negras agitándose levemente mientras retrocedía. Sabía que la conversación con Kaelith no había terminado del todo, pero también comprendía que había cumplido su misión. Mientras salía, el eco de sus pasos reverberaba en el ambiente denso, como si las sombras mismas susurraran conspiraciones. Volvería a Ariadne con las noticias, satisfecha de que su verdadera Señora seguiría pronto con sus propios planes. Y mientras tanto, el caos continuaría creciendo.

Con un último susurro de sombras, Nyx desapareció en el aire denso de la morada de Kaelith, dejando al hechicero en su trono, cavilando sobre las piezas que había movido en su tablero.

Kaelith observó cómo la oscuridad la tragaba, y una sonrisa ladina cruzó su rostro. Había llegado el momento de jugar su mano, pero debía ser paciente. Gabriella era la clave para desatar el verdadero poder que anhelaba. Su retorno a este mundo había sido cuidadosamente calculado, y cada movimiento había sido un paso hacia la destrucción de todo lo que Alexander creía proteger. Y cuando todo se desmoronara, él estaría allí, listo para reclamar su victoria final sobre la luz y la oscuridad.

Nyx se desvaneció en las sombras, dejando atrás la morada de Kaelith, pero su mente seguía atrapada en lo que acababa de presenciar. Había algo en la forma en que Kaelith había hablado de Gabriella, algo que no encajaba del todo. Cada palabra, cada sonrisa maliciosa del hechicero se incrustaba en sus pensamientos, retorciéndose como serpientes venenosas. Sabía que Kaelith no era alguien en quien confiar, pero algo en sus palabras resonaba con fuerza dentro de ella. Quizás la luz no era solo una amenaza para la oscuridad... tal vez también lo era para sus propios planes. La idea de que Gabriella, la intrusa que había llegado a los dominios de Alexander, pudiera ser más que un simple obstáculo, la dejó cavilando. Kaelith lo había insinuado de manera astuta, casi como si quisiera que ella transmitiera el mensaje a Ariadne, pero también que lo procesara en su propio interior.

Mientras atravesaba el portal que la devolvería a las tierras corruptas del reino, la oscuridad envolvió su pequeña figura. Sentía el cosquilleo familiar del caos en su piel, la promesa de destrucción latiendo en cada rincón de su ser. Su naturaleza como hada oscura la hacía sentirse en casa en esos rincones sombríos, lugares donde la luz nunca se atrevía a penetrar. Sin embargo, en el fondo de su ser, un leve toque de incertidumbre comenzó a aflorar. La duda. La chispa de ambición propia que Kaelith había plantado en ella. ¿Y si Gabriella no debía ser eliminada tan rápidamente?

Su lealtad a Ariadne era incuestionable, pero incluso dentro de esa devoción, Nyx sentía una chispa de ambición propia. Una chispa que comenzaba a crecer, alimentada por el caos que tanto anhelaba. Ansiaba más que servir. Quería ser parte de la destrucción, de la ruina total de este mundo y de los otros. El caos no era solo el medio para un fin; era el fin en sí mismo para Nyx. Sumirlo todo en el desorden absoluto, donde ninguna luz pudiera volver a brillar, era su único deseo verdadero. Y aunque Ariadne compartía esa ambición, Nyx empezaba a ver que quizás su propia senda no estaba tan entrelazada con la de su Señora como siempre había creído.

Cuando sus pies tocaron el suelo helado de los dominios de Alexander, las sombras del reino la recibieron con un susurro familiar. El susurro de las criaturas que se movían entre las ruinas, seres oscuros que obedecían a nadie más que a la oscuridad misma. El aire frío y opresivo llenaba sus pulmones mientras avanzaba con paso ligero entre los restos de lo que alguna vez fueron árboles y edificios. En su mente, seguía debatiendo sobre lo que Kaelith había mencionado sobre Gabriella.

"Alexander no la mató", pensó, su mirada perdida en la vasta extensión de oscuridad que la rodeaba. "¿Por qué? ¿Qué vio en ella que lo hizo vacilar? Él, de todas las criaturas, nunca se había detenido ante la duda."

Una sonrisa torcida se formó en sus labios. El gran Alexander Rousseau, el paladín inquebrantable, desarmado por una simple humana. Alexander, aquel que había gobernado con puño de hierro y cuyo corazón estaba tan ennegrecido como los propios rincones de su castillo, había vacilado ante una simple humana. Eso la divertía y, al mismo tiempo, le resultaba desconcertante.

Nyx levantó su mirada hacia el cielo tormentoso. Las sombras que giraban a su alrededor parecían preguntarle lo mismo. "¿Por qué, Alexander? ¿Por qué ahora?"

Aceleró el paso, sabiendo que debía volver a Ariadne con las noticias, pero también consciente de que había más en juego de lo que parecía. Kaelith había plantado una semilla de duda en ella. Una duda que la hacía replantearse su misión con Ariadne. Gabriella podría ser la clave para desatar algo mucho más grande de lo que incluso su Señora había imaginado. Y, si ese era el caso, Nyx no estaba segura de querer entregarla tan fácilmente a la muerte.

El peso de sus propias ambiciones comenzaba a volverse más evidente. Sí, deseaba ver el mundo arder, pero ¿qué pasaría si fuera ella quien empujara a Alexander al abismo de la duda, al caos que tanto ansiaba?

Nyx se detuvo un momento, observando cómo las sombras se agitaban a su alrededor, como si intentaran leer sus pensamientos. A lo lejos, podía ver el castillo de Alexander, recortado contra el horizonte oscuro. Sabía que debía tomar una decisión pronto. El nombre de Gabriella vibraba en su mente, una incógnita envuelta en luz que aún no lograba descifrar. Ariadne la esperaba, pero Nyx no podía evitar preguntarse si su lealtad a su Señora era suficiente para hacer lo que debía hacer.

"Gabriella...", murmuró para sí misma, el nombre flotando en el aire frío. "Quizás... no todo esté perdido."

Nyx avanzaba por las sombras, sus pensamientos oscilando entre la intriga de lo que Kaelith le había revelado y la lealtad que aún mantenía hacia Ariadne. Sin embargo, la oscuridad que la rodeaba no solo era un eco de sus propios deseos. Algo más se movía en las profundidades. Un susurro que no era el de las sombras, sino el de las voluntades que comenzaban a cruzarse. Las sombras parecían susurrar advertencias, y la sensación de ser observada se hizo más intensa con cada paso.

A lo lejos, entre los restos de un antiguo árbol retorcido, una figura menuda y nerviosa emergió de las sombras. Thera, con su semblante ansioso y su mirada huidiza, la esperaba. Nyx la reconoció de inmediato y sonrió con un destello de satisfacción al verla, pero algo en la postura tensa de Thera la puso en alerta.

—Te estaban buscando —dijo Thera en cuanto Nyx estuvo lo suficientemente cerca para escucharla. Sus palabras eran rápidas, casi atropelladas, y la preocupación era evidente en su voz—. No sé qué pasó mientras estabas fuera, pero los vigías han comenzado a preguntar por ti. Incluso los Acechasombras están inquietos. Alexander sospecha que algo no está bien. Dicen que quiere verte.

Nyx detuvo su avance por un momento, procesando la información. El hecho de que Alexander enviara a los Acechasombras indicaba que no era una simple inquietud. Alexander. Claro que había notado su ausencia. Durante años, Nyx había jugado su papel a la perfección, siendo la leal sirviente que no levantaba sospechas, pero ahora que se había alejado para cumplir la misión de Ariadne, parecía que las piezas comenzaban a moverse. Las palabras de Thera encendieron algo en su mente: un peligro palpable que no había considerado del todo.

—¿Alexander? —respondió Nyx, su tono casi indiferente, aunque en su mente las piezas ya empezaban a encajar—. Siempre tan desconfiado... No puede ver más allá de su propio ego.

Thera, a diferencia de Nyx, no era tan hábil en ocultar sus emociones. Su piel pálida temblaba bajo la presión de lo que había sentido en la fortaleza. La preocupación en su rostro era evidente mientras bajaba la mirada, temerosa de lo que vendría a continuación.

—No es solo él —continuó Thera, su voz más baja—. El consejo de los faes oscuros también ha comenzado a murmurar. Dicen que tu desaparición es sospechosa, que Ariadne puede estar involucrada... Lo que sea que estés haciendo, Nyx, debes tener cuidado.

Nyx observó a Thera por un momento, condescendiente pero entretenida por su nerviosismo. Sabía que las demás hadas eran demasiado débiles para entender la magnitud de sus acciones. No podrían comprender el delicado equilibrio de lealtades, de mentiras y medias verdades, en las que Nyx se movía con gracia. Sus intrigas y susurros no la preocupaban tanto como la advertencia sobre Alexander.

—Que murmuren lo que quieran —respondió Nyx, su tono frío pero calculador—. Siempre ha habido sospechas, pero nada más. La confianza es una moneda que hace tiempo dejamos de usar aquí. Las sombras seguirán ocultando mis pasos. Que intenten encontrarme... no tienen ni idea de lo que realmente ocurre.

Thera frunció el ceño, y su incomodidad se hizo aún más visible. No estaba convencida de que Nyx pudiera evitar las consecuencias para siempre. Las otras criaturas del reino, incluso los más leales a Alexander, comenzaban a cuestionar el orden establecido, y si alguien descubría la verdadera naturaleza de su misión para Ariadne, todo podría colapsar.

—No deberías subestimarlos —insistió Thera—. La situación es más delicada de lo que crees. Desde que Gabriella llegó, todo está cambiando. Alexander está intranquilo desde la llegada de la intrusa. Gabriella... parece haber alterado todo. No solo a Alexander, sino a la propia esencia del castillo. Las sombras ya no responden de la misma manera. Algo en ellas está... roto.

El nombre de Gabriella trajo consigo un peso que Nyx no podía ignorar. Había algo en la luz de esa intrusa que perturbaba las sombras, un eco que reverberaba más allá de lo que Nyx podía controlar. Las palabras de Thera alimentaron sus conjeturas sobre lo que Kaelith había insinuado. Gabriella no solo era un obstáculo, podía ser una herramienta, un arma para desencadenar la caída de Alexander y, quizá, para algo mucho más grande. Pero ¿estaba Nyx dispuesta a dejar que esa luz siguiera brillando, solo para ver cómo afectaba a Alexander? ¿Podría permitir que la intrusa viviera lo suficiente como para sembrar la duda y el caos en todo lo que conocía?

Nyx fijó la mirada en Thera, sus ojos brillando con una mezcla de determinación y malicia.

—Gabriella no es solo una intrusa —dijo Nyx, su tono firme—. El Hechicero lo sabe, Ariadne lo sabe, y ahora yo también lo sé. Ella es la clave que podría desatar la ruina de este lugar. Pero no podemos apresurarnos. Si la destruimos demasiado rápido, perderemos la oportunidad de utilizarla para quebrar a Alexander desde dentro.

Thera parpadeó, claramente confundida por las palabras de Nyx. Sabía que su compañera tenía ambiciones más allá de lo que decía abiertamente, pero las implicaciones de lo que estaba sugiriendo eran peligrosas. Jugar con la luz era un riesgo enorme, uno que podía destruir tanto a Nyx como a cualquiera que se acercara demasiado.

—Nyx... —comenzó Thera con cautela—. ¿Estás segura de que esto es lo correcto? Sabes lo que Ariadne quiere. La luz debe ser extinguida. No podemos permitir que esa luz siga creciendo, podría destruirnos a todos. No puedes permitir que Gabriella viva solo para ver qué ocurre. Si Alexander la protege, todo lo que hemos construido podría desmoronarse.

Nyx rió suavemente, un sonido que se mezclaba con el viento frío que las rodeaba.

—Eso es lo que me diferencia de las demás —replicó Nyx, su voz impregnada de una oscuridad tranquila—. No sigo ciegamente órdenes. Veo más allá de las simples instrucciones. Ariadne quiere que la luz sea extinguida, y lo será... pero no sin antes causar el máximo daño. Si Gabriella puede quebrar a Alexander, si su mera presencia lo desarma, entonces debemos aprovecharlo. El caos es un arte, y el desorden que podemos desatar será mucho mayor si lo hacemos bien.

Thera se estremeció ligeramente, sabiendo que Nyx siempre tenía un plan, pero también consciente de que el riesgo era mucho mayor de lo que parecía. Bajó la mirada un momento, insegura de cómo formular lo que estaba a punto de decir.

—Hay... algo más —murmuró Thera, sus ojos brillando con duda—. Algo que he escuchado entre los murmullos de las sombras. Algo que tal vez no sabes.

Nyx levantó una ceja, intrigada por el titubeo de su compañera.

—Habla, Thera —ordenó, con un tono que no dejaba espacio para vacilaciones.

Thera tragó saliva antes de continuar.

—Se dice que... Alexander y Gabriella... —dudó unos segundos, temiendo la reacción de Nyx, pero finalmente lo soltó—. Se han acostado.

El silencio que siguió fue espeso, como si el aire a su alrededor se hubiera congelado. Nyx sintió una punzada de sorpresa, pero no dejó que eso se reflejara en su rostro. Alexander y Gabriella. Su mente intentó racionalizarlo, pero la revelación no dejó de inquietarla. Aquello era mucho más que una simple interacción entre la luz y la oscuridad. Era un enlace peligroso que podía cambiar todo. Era una vulnerabilidad, una debilidad que Alexander nunca había mostrado antes. Una grieta en la armadura del paladín oscuro.

—Interesante —murmuró Nyx, con una sonrisa torcida que apenas pudo contener—. Así que la luz ha conseguido penetrar la oscuridad... Qué patético. Pero también... útil.

Thera observó el cambio en la expresión de Nyx, reconociendo la chispa de oportunidad que había despertado en ella.

—¿Útil? —preguntó Thera, insegura de lo que Nyx planeaba.

Nyx asintió, sus pensamientos ya moviéndose con la rapidez de una mente entrenada para la intriga.

—Claro que lo es. Esto solo confirma lo que el Hechicero insinuaba. Gabriella no es solo una amenaza; es una herramienta. Alexander está más vinculado a ella de lo que jamás admitiría. Y eso significa que podemos usarla para quebrarlo completamente. La luz lo ha debilitado, y cuando un hombre como él muestra debilidad, es el momento de atacar. Si ha sucumbido a sus encantos, entonces ya no es invulnerable. Es más débil de lo que pensábamos.

Thera frunció el ceño, aún preocupada por las implicaciones.

—¿Y qué harás ahora? —preguntó, temerosa de lo que Nyx podría desencadenar.

Nyx sonrió con frialdad, sus ojos brillando con la emoción de lo que estaba por venir.

—Jugaré con sus sentimientos, con su conexión. Seguiré el juego, Thera. No voy a apresurarme. Gabriella es la clave para desatar el verdadero caos, y Alexander caerá... cuando menos lo espere.

Thera se quedó en silencio, observando cómo Nyx desaparecía entre las sombras, sabiendo que, a partir de ese momento, todo podría cambiar. Alexander ya no era el invencible que creían. Ahora, la luz y la oscuridad se entrelazaban de una manera peligrosa, y Nyx, como siempre, estaría allí para asegurarse de que todo se desmoronara de la manera más destructiva posible.

Nyxie, Nyx es un poco traviesa pero es que la pobre es un hada oscura, ¿qué esperabais? No todas las hadas son buenas, jiji.

Y aquí aparece nuestro maligno maximus: Kaelith, ¿alguna teoría? ¡Yo muchas! 🤭

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro