CAPÍTULO 17
¡Hola, mes chères roses!
"El verdadero monstruo no es quien lleva cicatrices en su piel, sino aquel que las lleva en su alma, ocultas bajo capas de dolor y orgullo." — Seraphina
GABRIELLA
Gabriella estaba de pie en el balcón, con la fría brisa acariciando su piel desnuda, envuelta únicamente en la sábana. La tela, apenas suficiente para cubrirla, se ceñía a su cuerpo mientras el viento jugueteaba con los extremos sueltos. Observaba el paisaje sombrío de los dominios de Alexander, preguntándose si debía intentarlo de nuevo, si debía huir.
Había intentado escapar antes, pero algo siempre la detenía. Las murallas oscuras que se extendían más allá de lo que su vista alcanzaba, el eco de sus propios pensamientos, y, sobre todo, la presencia de aquellos que la rodeaban, como si el castillo mismo se negase a soltarla. Pero el recuerdo de Lythos, aquel lobo leal, interrumpía sus pensamientos. Lo veía una y otra vez, interponiéndose entre ella y el peligro, su cuerpo herido por protegerla. Las marcas de batalla aún estaban frescas en su memoria, y algo en su interior se revolvía, impidiéndole dar el siguiente paso. La razón le decía que no había futuro aquí, que escapar era su única opción. Sin embargo, la imagen del lobo herido, su lealtad sin preguntas, hacía que sus piernas temblaran.
¿Cómo podía siquiera pensar en huir después de ver lo que Lythos había hecho por ella? Él no le debía nada, y sin embargo, había arriesgado su vida. Suspiró, recostando la cabeza contra la piedra fría del balcón, sus pensamientos volviendo una y otra vez a la discusión con la Bestia. Esa furia abrasadora, el deseo incontrolable, pero también la confusión. Había algo más profundo en sus ojos, algo que no podía descifrar, pero que la atraía de una manera inquietante. Él era un enigma que no lograba descifrar, y cuanto más intentaba alejarse de él, más sentía esa atracción inexplicable. ¿Qué era lo que la mantenía atada aquí?
Los sonidos del pasillo la sacaron de sus pensamientos. Volvió al interior de la alcoba justo cuando unos sirvientes entraban en silencio, con ojos bajos, para comenzar a recoger el desorden que ella misma había causado en su intento anterior de huir. Gabriella se tensó al recordar que todo eso había sido observado bajo la atenta mirada de Alexander, que nada de lo que hacía pasaba desapercibido para él.
Uno de los sirvientes se acercó con una reverencia cortés, manteniendo la mirada baja mientras anunciaba con voz suave:
—El baño está listo, señora.
Gabriella lo miró por un momento, sus ojos entrecerrados, intentando descifrar si había alguna trampa oculta en el ofrecimiento. Después de todo, no era la primera vez que ese lugar la hacía sentir vigilada. Cada rincón, cada susurro en los pasillos oscuros parecía tener ojos. Había aprendido a desconfiar en este lugar, donde cada gesto amable podía esconder una intención siniestra. Los recuerdos de los engaños y traiciones que había experimentado desde su llegada la mantenían en guardia.
—¿Por qué tanto interés en que me relaje? —preguntó con un tono más cortante de lo que había pretendido.
El sirviente alzó ligeramente la vista, sorprendido, pero rápidamente volvió a bajar la mirada, manteniendo la postura sumisa.
—Solo deseamos que esté cómoda, señora. Después de lo que ha pasado... —dudó un momento antes de añadir—, un baño puede ayudar a aliviar las tensiones.
Gabriella apretó los labios, su desconfianza aún presente, pero el cansancio y el caos emocional que la embargaba eran más fuertes. El ofrecimiento de un poco de calma era tentador, aunque no podía estar segura de si aquello no era otro truco.
El sirviente, notando su vacilación, insistió con un tono casi suplicante:
—El agua está lista, tibia, perfecta para descansar. Por favor, señora, es solo un baño.
Gabriella lo observó una vez más, analizando cada palabra, cada gesto. Había una lucha constante dentro de ella. Por un lado, sentía la necesidad de relajarse, de aceptar ese momento de respiro. Pero por otro lado, no podía ignorar lo que había descubierto en los días recientes: que todo en ese lugar, desde Alexander hasta sus propios recuerdos, estaba envuelto en un velo de secretos. Finalmente, soltó un suspiro de resignación. Quizás un baño no era lo peor que podía aceptar. A fin de cuentas, necesitaba un respiro.
—Está bien —cedió, aunque su tono aún llevaba una nota de precaución—. Gracias.
El sirviente inclinó la cabeza en una reverencia agradecida, y Gabriella se dirigió lentamente hacia la pequeña cámara contigua, donde la tina de agua tibia humeaba suavemente. El vapor llenaba el aire con una calidez que contrastaba con la frialdad de las piedras del suelo, y, a pesar de sus reservas, el agua prometía un consuelo temporal a la tormenta emocional que la asfixiaba.
Sumergirse en el agua era como entrar en un estado de ingravidez, alejándose temporalmente de las sombras que parecían acecharla incluso en sus pensamientos. Cerró los ojos, dejando que el calor la envolviera.
Mientras se hundía en el agua, no podía evitar que las palabras de su última discusión con Alexander resonaran en su mente, reviviendo la tensión y las miradas intensas que habían intercambiado.
Después de un rato, la puerta se abrió suavemente y, para su sorpresa, fue Seraphina quien entró. Gabriella siempre se sorprendía al ver la elegancia casi fantasmal con la que Seraphina se movía, a pesar de las alas amputadas y los ojos vendados que siempre llevaba cubiertos por una fina tela negra. La sola presencia de Seraphina irradiaba un aura de sabiduría y dolor acumulado, como si cada cicatriz, visible o no, contara una historia.
Seraphina caminó con pasos ligeros hasta una silla cercana, y Gabriella se dio cuenta de que la mujer sabía exactamente dónde se encontraba todo, incluso sin ver.
—Veo que te has asentado un poco —dijo Seraphina con una ligera sonrisa, aunque Gabriella no podía ver sus ojos, sabía que detrás de la venda había una mirada llena de comprensión—. Quería asegurarme de que estabas bien.
Gabriella, mientras se envolvía en una toalla tras salir de la tina, la miró con cierta desconfianza, aunque sabía que Seraphina no tenía malas intenciones.
—Tampoco he tenido muchas opciones, ¿verdad? —respondió Gabriella, su tono sarcástico no pasó desapercibido.
Seraphina sonrió con paciencia y se sentó en una silla cercana, observándola con cuidado.
—Tal vez no... pero eso no significa que estés indefensa —replicó el ángel caído—. De hecho, puede que seas mucho más importante de lo que crees. Esa luz...
Gabriella frunció el ceño, las palabras de Seraphina resonando como un eco de algo que ya había escuchado antes. Esa luz. La misma que todos mencionaban pero que ella aún no lograba entender.
—¿Otra vez con eso? —preguntó, casi irritada—. Todos hablan de esa maldita luz que se supone que emití, pero no entiendo de qué demonios estáis hablando. No sé nada de eso.
Era como si todos en ese lugar supieran algo sobre ella que ni siquiera ella misma comprendía.
Seraphina inclinó la cabeza ligeramente, sus ojos cubiertos brillando con una mezcla de comprensión y paciencia.
—La luz apareció cuando llegaste, justo cuando los Acechasombras te atacaron. Fue como un destello en la oscuridad, algo que ninguno de nosotros había visto en mucho, mucho tiempo.
Gabriella se quedó en silencio por un momento, intentando recordar. Y entonces, lo vio. El ataque de los Acechasombras, esas sombras vivientes que la habían rodeado, y luego... algo más. Una figura luminosa que se superponía a las sombras, protegiéndola, guiándola. Su mirada se endureció, y con un tono amargo, replicó:
—No me atacaron. Él dejó que me atacaran. —Las palabras salieron con dureza, más como una afirmación que como una pregunta—. Después de ver cómo los dominaba en la batalla del jardín, eso me queda claro. No fue un ataque... fue una advertencia.
Seraphina no respondió de inmediato, pero Gabriella pudo ver que la mujer estaba considerando sus palabras. Finalmente, el ángel inclinó levemente la cabeza, como aceptando la verdad en lo que decía Gabriella.
—Él solo los llama, Gabriella. Los Acechasombras siguen ligados a la voluntad de la Bestia, sí, pero no son meras marionetas. Son seres de oscuridad, volubles y caprichosos. Pueden obedecer, pero también se nutren de su propio caos. Una vez liberados, su naturaleza es impredecible.
Gabriella apretó los labios, procesando la información. Entendía que Alexander tenía poder sobre ellos, pero escuchar que su control no era absoluto la dejó con una sensación incómoda. Esa sensación de que, incluso en su aparente poder, Alexander también estaba atrapado, rodeado por fuerzas que ni él mismo podía domar del todo.
Cerró los ojos, tratando de enfocar esos momentos caóticos, desentrañar lo que su mente bloqueaba. Algo más había pasado durante el ataque de los Acechasombras, pero... ¿qué?
Gabriella frunció el ceño, sumergiéndose en los fragmentos dispersos de la visión. Había algo que se escapaba entre sus recuerdos, algo que la inquietaba profundamente, pero no lograba alcanzar con claridad. Era como un eco distante que resonaba dentro de ella. Finalmente, sus labios temblaron al articular las palabras que le revolvían el alma.
—Vi... algo más —murmuró con voz débil, casi como si lo dijera para sí misma. Su respiración se tornó errática, y de repente, lo recordó.
La visión. La figura de su madre. Apareciendo ante ella en medio de la oscuridad, etérea y luminosa, desesperada por advertirle algo. Las palabras de su madre se mezclaban en su mente con el rugido de las sombras, y aunque no podía recordar cada detalle, la sensación de urgencia y protección seguía latente.
—Vi a mi madre —confesó, con la voz cargada de emoción contenida—. Ella apareció... me dijo algo, pero no estoy segura de qué era.
Seraphina la observó en silencio, sus ojos cubiertos pero su mente alerta. Luego insistió con suavidad:
—¿Recuerdas algo más? ¿Qué te dijo?
Gabriella frunció el ceño, sumergiéndose en los fragmentos dispersos de la visión. Intentaba forzar esos recuerdos, pero cada vez que los buscaba, parecían desvanecerse como arena entre los dedos. Su madre le había hablado de peligro, de estar preparada para lo que vendría. Le había susurrado palabras llenas de amor, pero también de advertencia. Como si la estuviera preparando para algo mucho mayor, algo que aún no entendía.
—Me dijo... que debía tener cuidado. Que alguien me estaba buscando. Y que tenía que ser fuerte —murmuró finalmente, con los recuerdos entrelazándose como piezas de un rompecabezas incompleto.
Seraphina guardó silencio por un instante, asimilando las palabras de Gabriella con una calma que le resultaba tan desconcertante como tranquilizadora. Había algo en esa visión que conectaba con la luz que había visto, y aunque Gabriella aún no lo comprendiera, ella sí lo hacía.
—Tu madre te protegía, Gabriella —dijo Seraphina con suavidad—. Lo hizo entonces, y lo sigue haciendo ahora, de formas que aún no comprendes del todo.
Gabriella miró a Seraphina, luchando por comprender cómo era posible que esa visión de su madre, a quien siempre creyó muerta, hubiera desencadenado algo tan poderoso. Su madre había muerto, o al menos eso era lo que ella recordaba con dolorosa certeza. Pero esta nueva realidad, llena de sombras y magia, cuestionaba todo lo que había dado por hecho.
—¿Cómo es posible? —dijo, con la voz temblorosa—. Mi madre está... muerta. No sé qué fue lo que vi, pero no puede ser real. Esa luz, todo lo que dicen... no tiene sentido. Yo no la siento, no la controlo. No soy capaz de hacer algo así.
Seraphina la observó con la misma paciencia, reconociendo el dolor que las palabras de Gabriella llevaban consigo. Había visto antes esa misma lucha en otros seres que habían despertado a su verdadera naturaleza, esa resistencia inicial que precedía a la aceptación de algo mucho más grande de lo que podían comprender. Sabía que era difícil para ella aceptar lo que había vivido.
—Lo que viste, Gabriella, fue más que un simple recuerdo —empezó a explicar—. Puede que creas que tu madre está muerta, pero en los momentos más oscuros, su esencia, su protección, sigue viva en ti. La magia no se extingue fácilmente, sobre todo si proviene de un vínculo tan profundo. Lo que ocurrió cuando llegaste fue una manifestación de esa conexión, algo que tú aún no comprendes del todo.
Gabriella apartó la mirada, sintiendo una mezcla de incredulidad y miedo. Para ella, su madre había muerto mucho tiempo atrás, y esa realidad la había acompañado siempre. Pero esa visión, tan nítida, tan real... no podía ignorarla.
—Vi a mi madre —murmuró, con un susurro quebrado—. Pero no era como la recordaba. Era como si... como si intentara advertirme de algo. Como si me protegiera de lo que estaba por venir.
Seraphina asintió con comprensión, reconociendo el poder en esa visión. Sabía que, aunque Gabriella aún no lo aceptara por completo, la magia de su madre seguía presente en ella, una magia que había permanecido latente hasta el momento en que más la necesitaba.
—Eso es exactamente lo que hizo —dijo, su voz suave y llena de comprensión—. Ella te estaba protegiendo, como siempre lo ha hecho. La luz que emitiste no fue solo un poder sin control. Fue su legado, su manera de seguir cuidándote, incluso después de lo que tú crees que sucedió. Quizá no la sientas aún, pero está en ti, Gabriella.
Gabriella sintió un nudo en el estómago. La idea de que su madre pudiera estar de alguna manera presente, protegiéndola, le parecía tanto reconfortante como aterradora. Pero no podía evitar preguntarse si todo eso era real, o si simplemente se estaba aferrando a un recuerdo que ya no debería existir.
—¿Entonces... todo lo que sentí, todo lo que ocurrió... fue por ella? —preguntó, intentando desentrañar el misterio que rodeaba esa visión—. ¿La luz vino de mi madre?
Seraphina negó suavemente con la cabeza, aunque su sonrisa era comprensiva.
—La luz vino de ti, Gabriella —corrigió—. Pero fue tu madre quien despertó ese poder en ti. Es una parte de ti, algo que has heredado de ella y que ahora empieza a manifestarse. Lo que viste fue una advertencia, un recordatorio de que no estás sola.
Gabriella apretó los labios, su mente inundada de preguntas y emociones contradictorias. Durante tanto tiempo había creído que su madre había muerto, sacrificándose por ella, y ahora, de repente, esa creencia se tambaleaba.
—No sé si puedo... —comenzó a decir, sintiendo el peso de la responsabilidad que parecía caer sobre sus hombros—. No sé si puedo hacer lo que se espera de mí. Ni siquiera entiendo qué es lo que soy o qué debo hacer.
La mirada de Seraphina se suavizó aún más. Era el tipo de mirada que una madre daría a su hijo cuando sabe que la lucha interna es inevitable, pero también necesaria.
—Nadie espera que lo sepas todo de inmediato —respondió con suavidad—. Lo importante es que sigas adelante. Tu madre te protegió en ese momento, pero ahora eres tú quien debe aprender a protegerte a ti misma. La luz está dentro de ti, y cuando llegue el momento, sabrás cómo utilizarla.
Gabriella se dejó caer en la cama, apretando la sábana contra su pecho como si fuera una barrera que la protegiera de la realidad que la envolvía. Las palabras de Seraphina resonaban en su cabeza, pero no lograban disipar la tormenta de emociones que se arremolinaba en su interior. Sus pensamientos daban vueltas sin encontrar sentido. Todo lo que había experimentado desde que llegó a este lugar... nada encajaba con lo que conocía. La magia, las criaturas, los monstruos... nada tenía sentido, al menos no en el contexto de su vida anterior.
Y ahora, para empeorar todo, parecía que llevaba dentro de sí un poder que no sabía manejar, una responsabilidad que no había pedido.
Gabriella cerró los ojos por un momento, dejando que el silencio de la habitación la envolviera, pero su mente no dejaba de agitarse. Sentía que el peso de las revelaciones la aplastaba, pero al mismo tiempo, una chispa de curiosidad y necesidad de entender más comenzaba a encenderse en su interior. Después de lo que había oído de Seraphina, no podía simplemente ignorarlo.
—Magia... —repitió en voz baja, casi para sí misma, mientras intentaba procesar lo que el ángel le había revelado—. Nunca he leído en un libro de la Bella y la Bestia que hubiera magia de este tipo. Ni monstruos, ni mercenarios que dominen el poder de la tierra... ni un lobo que crezca y se vuelva pequeño a voluntad. Esto... —se frotó las sienes, sintiendo la presión del estrés acumulándose en su mente—. Esto no es como los cuentos que conozco. Nada tiene sentido.
El eco de sus propias palabras la hizo sentir un leve escalofrío. Su vida entera había estado rodeada de historias, cuentos de hadas que parecían ser tan distintos de la realidad en la que ahora vivía. Sabía que el mundo real era más crudo que los cuentos, pero nunca había imaginado encontrarse en medio de algo tan peligroso y oscuro, donde la magia, las traiciones y la oscuridad eran la norma.
Gabriella levantó la vista hacia Seraphina, quien la observaba con una mezcla de comprensión y paciencia. La joven continuó, su voz entrecortada por la confusión.
—Yo no soy de este mundo. Todo esto... no lo entiendo. Vine aquí, no sé cómo ni por qué, pero no pertenezco a este lugar. Ni siquiera en los cuentos que he estudiado en la universidad, las historias que siempre he amado, nada de esto se menciona. No hay magia oscura, ni acechasombras, ni humanos que puedan controlar la tierra... ¿Qué es esto? ¿Qué soy yo en todo esto?
El rostro de Seraphina no cambió, manteniendo su serena compostura, pero detrás de esa calma, Gabriella podía sentir que había más que Seraphina sabía.
—Este no es el mundo que conoces, Gabriella —comenzó, con voz tranquila pero firme—. Y no es un cuento de hadas. Aquí, la magia no es un mito, ni una historia inventada para entretener. Es real. Y es tan antigua como el propio tiempo. —Seraphina hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran hondo en Gabriella—. Lo que estás viendo y viviendo ahora es solo una parte de todo lo que este mundo puede ofrecerte. No es un cuento infantil, y no sigue las reglas de los libros que has leído.
Gabriella se mordió el labio inferior, intentando asimilar todo lo que escuchaba. Era como si su mente intentara conectar piezas de un rompecabezas que no terminaban de encajar. En su vida había leído infinidad de historias, desde clásicos hasta leyendas, pero nunca nada parecido a lo que ahora vivía. Y lo que Seraphina decía le resultaba difícil de procesar.
—Entonces... Lythos —preguntó, recordando al enigmático lobo que la había protegido y salvado—. ¿Qué es él realmente? No he visto nada como él en mi vida. Se transforma de un lobo gigante a uno pequeño, como si fuera algo natural. ¿Es magia también?
Seraphina asintió lentamente, con una pequeña sonrisa en sus labios.
—Lythos es de una raza antigua, los Umbrawargs. Ellos están ligados a la oscuridad, pero no de la manera en que los Acechasombras lo están. Su habilidad para cambiar de forma es parte de su naturaleza, una expresión de su conexión con las sombras. Pero Lythos, como muchos otros, tiene sus propias reglas. No todo lo que ves aquí es exactamente lo que parece, Gabriella.
Gabriella frunció el ceño, tratando de asimilar esa nueva pieza de información. "Umbrawargs"... La palabra sonaba antigua, cargada de un significado más profundo que ella aún no comprendía del todo. Pero había más preguntas en su mente, más piezas sueltas que necesitaban respuestas.
—Y los humanos... —empezó a decir, recordando los encuentros con Haakon y su poder sobre la tierra—. ¿Cómo es posible que algunos controlen elementos como la tierra? Nunca he visto algo así. ¿Es también magia?
Seraphina inclinó la cabeza, asintiendo una vez más.
—Algunos humanos, aunque pocos, son capaces de manipular los elementos naturales. Tierra, aire, agua, fuego... están ligados a la naturaleza misma de este mundo. No todos tienen ese don, y muchos lo usan de formas peligrosas. La magia en este mundo fluye a través de todo y todos, aunque algunos eligen no utilizarla o ni siquiera saben que la tienen.
Gabriella respiró hondo, intentando comprender todo lo que escuchaba. Elementos, magia, Umbrawargs... Era demasiado. Y aún más confuso cuando pensaba en lo que Seraphina había mencionado sobre ella misma, sobre su madre, y esa "luz" que supuestamente irradiaba.
—Y... mi madre —dijo en voz baja, como si pronunciar esas palabras la hiciera más real—. Dices que fue su magia, su protección, la que me salvó. Pero... mi madre está muerta. Siempre he creído que está muerta. Y yo... nunca he sentido nada de eso dentro de mí.
Seraphina la observó con ternura, viendo la lucha interna de Gabriella por aceptar lo que le estaban diciendo. Sabía que ese tipo de revelaciones no eran fáciles, especialmente cuando llevaban años arraigadas en el dolor y la pérdida.
—La magia de tu madre no ha desaparecido —replicó Seraphina—. Ella pertenecía a los Altharas, una raza que dominaba la magia de la luz y la sanación. Eran seres de una pureza que este mundo ya casi ha olvidado, cazados hasta la extinción. O eso se cree. Lo que ocurrió cuando llegaste fue el despertar de una parte de ese legado. Tú llevas en tu interior la luz de los Altharas, aunque aún no lo comprendas.
Gabriella sintió cómo un escalofrío le recorría el cuerpo al escuchar el nombre "Altharas". Sabía que el linaje de su madre no era algo que pudiera ignorar, pero Seraphina mencionó un nombre que la hizo estremecerse aún más:
—El Hechicero les dio caza, Gabriella. Los Altharas cayeron por su mano, en un intento por extinguir toda la luz del mundo.
Gabriella tragó saliva al oír ese nombre. "El Hechicero". El miedo se deslizó por su espina dorsal como una sombra fría, despertando recuerdos vagos y fragmentados. Su madre había huido, la había protegido, y ahora esa palabra, ese nombre, resonaba como una advertencia oscura, trayendo consigo una sensación de peligro inminente.
Seraphina vio el cambio en el rostro de Gabriella y, con suavidad, añadió:
—Ese nombre te da miedo... lo entiendo. Pero debes ser fuerte, porque tu legado y tu poder están ligados a él de formas que aún no comprendes. Y cuando llegue el momento, deberás enfrentarlo.
Gabriella asintió, aunque aún estaba abrumada por la cantidad de información y la intensidad de las revelaciones. El peso de su pasado, el de su madre, el de esa luz que aún no comprendía del todo, la oprimía con una fuerza inesperada. Sentía que las piezas del rompecabezas de su vida comenzaban a encajar, pero la imagen que se formaba no era algo que estuviera preparada para ver. Era oscura, llena de peligros y sacrificios que no sabía si podría enfrentar.
Seraphina la observó con compasión, reconociendo la tormenta interna que azotaba a Gabriella. Había mucho más por descubrir, pero sabía que Gabriella solo podría asimilarlo todo a su propio ritmo. La información sobre los Altharas, el Hechicero y la luz que residía en su interior debía ser digerida con cuidado, y la joven aún estaba lejos de estar lista para aceptar la magnitud de su destino.
—Tómate tu tiempo —le dijo Seraphina, con una sonrisa suave—. No estás sola en esto.
Gabriella se quedó en silencio, sus pensamientos corriendo a toda velocidad. Intentaba procesar cada palabra, pero el peso de esa revelación era demasiado. Sin embargo, a pesar del caos interno, algo dentro de ella comenzaba a asimilar lo que le estaban diciendo. Lentamente, muy lentamente, su mente intentaba encajar esas piezas, como si una parte de ella, profundamente oculta, ya conociera esa verdad, aunque no quisiera aceptarla del todo.
El mundo en el que estaba, ese lugar tan diferente y extraño, comenzaba a revelarse ante ella como algo mucho más complejo y real de lo que había imaginado. Y Gabriella, poco a poco, empezaba a comprender que no tenía otra opción más que aceptar su papel en él.
El sonido del agua goteando en el baño se hizo presente en la habitación, devolviéndola a la realidad. La conversación con Seraphina había dejado más preguntas que respuestas, y cada una de ellas pesaba sobre los hombros de Gabriella. Pero la duda que ahora palpitaba con más fuerza era la de quién era realmente la Bestia, y qué lo había llevado a convertirse en lo que era.
Gabriella se dejó caer en la cama, envolviéndose en las sábanas como si estas pudieran protegerla de la tormenta que se desataba dentro de ella. Su mirada se perdió en el techo, y sus pensamientos se llenaron de imágenes confusas: su madre, la Bestia, el Hechicero, y la luz que, según todos, residía dentro de ella. Aunque intentaba procesar lo que Seraphina le contaba, sentía que todavía había demasiadas preguntas sin respuesta. Su mente, agitada por todas las revelaciones, se llenaba de inquietudes que necesitaban salir a la luz.
—Las hadas —dijo de repente, mirando a Seraphina con el ceño fruncido—. No entiendo muy bien lo que son, ni por qué están aquí. Son diferentes, incluso de lo que he leído sobre ellas en los libros. En los cuentos, las hadas son protectoras, o traviesas, pero... no son como las que he visto aquí. Algunas me parecen más... peligrosas.
Seraphina, con una leve sonrisa, asintió.
—Las hadas en este reino no son como las de tus historias. Aquí, ellas han cambiado, como todo lo que está bajo el dominio de la oscuridad que nos rodea. Algunas todavía recuerdan lo que eran, pero otras... —hizo una pausa, reflexionando antes de continuar—. Se han dejado corromper, olvidando su verdadera naturaleza. Nyx y Thea son ejemplos de lo que las hadas pueden llegar a ser cuando la oscuridad las toca. Son astutas, a veces traicioneras. Y aunque están bajo el mando de Alexander, siguen siendo criaturas libres, con sus propios motivos.
Gabriella se estremeció al recordar el revoloteo constante de Thea y la inquietante ausencia de Nyx, como si esas pequeñas criaturas estuvieran siempre al acecho, espiando cada uno de sus movimientos. Su mirada se perdió momentáneamente en el suelo de la alcoba.
—¿Por qué están aquí entonces? —preguntó con un tono más suave, casi temeroso—. Si este reino está tan corrompido, ¿qué las retiene? ¿Qué es lo que las mantiene dentro de estas murallas?
Seraphina la observó detenidamente antes de responder, como si estuviera eligiendo con cuidado sus palabras.
—Este reino... es una prisión para muchos, Gabriella —dijo el ángel con un tono que reflejaba tanto sabiduría como dolor—. Las hadas que permanecen aquí, las que han sobrevivido, lo hacen por lealtad, o porque ya no tienen otro lugar a dónde ir. Están ligadas a este lugar por los antiguos pactos, y por la oscuridad que las consume. Pero hay más allá de estas murallas. No todo está perdido.
Gabriella levantó la vista, intrigada.
—¿Qué hay más allá? —preguntó, sin poder ocultar su curiosidad—. Fuera de este castillo, ¿qué existe? ¿Por qué nadie sale? ¿Por qué nadie habla de lo que hay fuera de este reino?
Seraphina suspiró suavemente, como si estuviera recordando algo muy lejano.
—Más allá de las murallas del castillo, hay reinos y tierras que antes fueron prósperas. Pero ahora... muchas han caído bajo la sombra. La oscuridad de este reino no se detiene en las murallas. Es una herida que se ha extendido, corrompiendo la luz de todo lo que toca. Algunos todavía luchan por resistirla, pero muchos han caído.
Gabriella se estremeció ante la imagen que se formaba en su mente. Un reino corrompido, lleno de sombras y criaturas que acechaban en la oscuridad, arrastrando consigo a todo lo que alguna vez fue bello. La visión de lo que había más allá de las murallas le resultaba aterradora y desoladora. No podía evitar preguntarse cómo un lugar que tal vez alguna vez había sido hermoso, había acabado así.
—¿Cómo llegó este reino a ser lo que es ahora? —preguntó, su voz apenas un susurro—. ¿Qué lo convirtió en lo que es hoy?
Seraphina desvió la mirada, su rostro mostrando una expresión de dolor contenida.
—Esa es una pregunta que no puedo responder del todo, Gabriella. Esa historia... —hizo una pausa y miró a Gabriella con una seriedad que la joven no había visto antes—. Pertenece a una oscuridad antigua, un mal que se arraigó mucho antes de que tú llegaras aquí. Pero esa historia no es mía para contar. Alguien más tiene las respuestas, pero no soy yo quien debe revelártelas.
Gabriella sintió que su corazón se aceleraba. Sabía perfectamente de quién hablaba Seraphina, pero había algo en sus palabras que la hizo sentir un nudo en la garganta. A pesar de todo lo que había vivido en los últimos días, la idea de que existía un pasado mucho más oscuro y retorcido de lo que imaginaba, le provocaba un escalofrío. Finalmente, Gabriella respiró hondo, decidiendo dar voz a la duda que rondaba en su mente.
—¿Te refieres a... él? —preguntó con un tono más inseguro—. A la... Bestia.
El nombre no salía de sus labios. No sabía cómo llamarlo, qué nombre utilizar. Era "la Bestia", el monstruo que había sido el centro de sus miedos, pero también de su confusión y, extrañamente, de una atracción inexplicable. Ni siquiera sabía su verdadero nombre.
Seraphina inclinó la cabeza, con una leve sonrisa que parecía casi triste.
—Alexander —dijo, pronunciando el nombre con una calma que contrastaba con el torbellino de emociones que estalló en el pecho de Gabriella.
"Alexander." El nombre resonó en su mente como un eco distante, pero poderoso. Ese hombre, esa Bestia, no era solo un monstruo de cuentos oscuros. Tenía un nombre. Un nombre que nunca antes había escuchado, pero que ahora sentía como una revelación. "Alexander". El nombre se instaló en su cabeza, desterrando momentáneamente la imagen de la bestia que había creado en su mente.
Gabriella se quedó absorta, sus pensamientos repitiendo una y otra vez ese nombre. "Alexander". ¿Era eso lo que escondía su mirada? ¿Un hombre, con un pasado tan retorcido que lo había convertido en lo que era ahora? Sentía que ese nombre añadía una capa de complejidad a su historia, algo que la hacía querer entenderlo, a pesar de todo lo que había sucedido entre ellos.
—Alexander... —murmuró para sí misma, y luego miró a Seraphina—. Él... no es solo una Bestia, ¿verdad?
Seraphina negó con la cabeza, pero no dijo más. Gabriella lo comprendió entonces: debía descubrirlo por sí misma. En lo profundo de su ser, algo se removía, despertando una curiosidad que no había sentido antes. Ese hombre que la había atormentado y confundido en igual medida tenía una historia. Y, de alguna manera, Gabriella sentía que estaba ligada a ella de formas que aún no comprendía.
El silencio en la habitación se volvió pesado, cargado de pensamientos no expresados, de preguntas que Gabriella aún no sabía cómo formular. Pero la duda que ahora palpitaba con más fuerza era la de quién era realmente Alexander, y qué lo había llevado a convertirse en lo que era.
Gabriella se quedó en silencio por un largo momento, mirando por la ventana, perdida en sus pensamientos. Todo en este mundo, desde las hadas hasta los Acechasombras, desde los poderes oscuros hasta la luz que supuestamente irradiaba desde su interior, la había empujado a cuestionarse cada aspecto de su vida. Pero ahora, la mayor pregunta de todas estaba centrada en él. En Alexander.
Mientras las sombras danzaban en las paredes de la habitación, una extraña calma la invadió, como si el mundo que la rodeaba hubiera hecho una pausa momentánea. Su corazón latía con fuerza, no solo por la revelación del nombre, sino por la verdad que comenzaba a vislumbrar detrás de ese hombre, de esa Bestia.
Unas pinceladas más de trasfondo, a ver si os gusta~
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