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CAPÍTULO 1

¡Hola, mes chères roses!

"Las sombras no solo esconden monstruos; a veces también resguardan verdades olvidadas." — Anónimo

GABRIELLA

Un jadeo agónico escapó de los labios de Gabriella Moreau al despertar de golpe, con el corazón martilleando frenéticamente contra su pecho y el sudor frío empapando su frente. Sus ojos se abrieron a una oscuridad abrumadora, tan densa que parecía tener peso propio. La joven intentó enfocar su mirada, pero la negrura era total, envolviéndola en un manto de incertidumbre y temor. Un dolor punzante atravesó su cabeza cuando intentó recordar, como si algo invisible estuviera bloqueando sus pensamientos. Su mente intentaba aferrarse a cualquier recuerdo que le diera sentido a la situación, pero solo encontraba fragmentos difusos, como si su memoria se hubiera disuelto en esa oscuridad. El eco de un impacto, el ruido de cristales rotos, y el rostro de su profesor, Martínez, apareciendo y desvaneciéndose como un espectro que la atormentaba. No tenía idea de cómo había llegado hasta allí; su mente era un torbellino de confusión y terror.

Intentó incorporarse, pero sus movimientos eran torpes, y sus extremidades parecían no responder del todo. El frío de la piedra helada y húmeda bajo sus manos la hizo estremecerse, un contraste inquietante con el calor febril de su cuerpo. El olor acre de la humedad impregnaba el aire, haciéndola arrugar la nariz en un gesto involuntario. Había algo más en el ambiente, una mezcla de hierro y moho que le erizaba la piel, intensificando su sensación de peligro.

La oscuridad era casi absoluta, apenas rota por un resplandor tenue que se filtraba desde las alturas, revelando apenas las paredes desgastadas de un castillo que no reconocía. Mientras avanzaba por el estrecho pasillo, un latido sordo comenzó a resonar en el aire. Gabriella se detuvo, parpadeando en la penumbra, intentando discernir si era su propio corazón o algo más, algo que vibraba desde las paredes mismas del castillo. Era un eco suave, casi imperceptible, pero lo suficientemente inquietante como para acelerar su respiración. '"Es solo mi imaginación", se dijo a sí misma, pero la inquietud persistía, un ritmo extraño que se sentía como si el lugar mismo estuviera vivo. Las sombras alargadas se movían como si tuvieran vida propia, acechándola desde los rincones más oscuros. Gabriella cerró los ojos, intentando recordar cómo había llegado allí. El accidente. La imagen de la carretera mojada, el coche deslizándose fuera de control, y luego... un grito ahogado que resonaba en su mente. Algo o alguien había manipulado sus recuerdos, y ahora, solo quedaba el vacío.

"¿Qué está mal conmigo?", pensó Gabriella, luchando por mantener la razón en medio del caos emocional que la asaltaba. "¿Por qué no puedo recordar nada?"

Con un esfuerzo titánico, logró ponerse de pie. Sus piernas temblaban bajo su peso, como si estuvieran hechas de gelatina. Cada paso que daba resonaba con ecos inquietantes, replicando el miedo que la envolvía. Era como si el castillo mismo respirara a su alrededor, cada crujido de las piedras parecía un susurro, como si la estructura murmurara secretos olvidados. El aire estaba impregnado de un olor acre a moho, que hacía que cada respiración fuera un esfuerzo consciente, un acto de resistencia ante la ansiedad que la dominaba.

Avanzó con cautela por un pasillo estrecho y tortuoso, donde la claustrofobia se intensificaba con cada giro. La oscuridad la engullía, y el resplandor tenue apenas ofrecía una escasa guía en su desesperada búsqueda de una salida. Su mente se aferraba a la esperanza de encontrar una puerta, una ventana, cualquier cosa que la liberara de esa opresión que amenazaba con consumirla. El ritmo frenético de su corazón resonaba en sus oídos, acompañando el eco de sus pasos y el crujido ocasional de la piedra, creando una atmósfera opresiva que parecía absorber toda esperanza.

Cada vez que Gabriella se detenía a recuperar el aliento, sentía una presión sobre ella, como si unos ojos invisibles la observaran desde la oscuridad. Era una sensación que se arrastraba por su piel, provocando escalofríos, como el toque frío de un depredador que acecha a su presa. No podía verlo, pero su instinto le decía que no estaba sola; algo o alguien se mantenía cerca, observándola con una intensidad que la hacía sentir desnuda y expuesta.

Después de lo que pareció una eternidad, el pasillo se abrió a una inmensa sala que se extendía ante ella como la boca abierta de una bestia. Las paredes se alzaban imponentes, adornadas con tapices deshilachados y candelabros oxidados que colgaban precariamente del techo abovedado. Gabriella parpadeó, su mirada intentaba abarcar la magnitud del espacio, pero la oscuridad seguía dominando, haciendo que cada esquina se sintiera más amenazante que la anterior.

En el centro, un majestuoso trono de piedra se erguía sobre una plataforma elevada, cubierto de polvo y telarañas que atestiguaban años de abandono. Había algo antiguo y oscuro en ese lugar, algo que la hacía sentirse observada, como si el propio castillo estuviera consciente de su presencia.

Gabriella se quedó inmóvil en el umbral de la sala, tratando de orientarse en la vastedad de la cámara. La sensación de desorientación y desamparo la abrumaba, y el peso de la atmósfera la oprimía físicamente. Las sombras parecían alargarse y contorsionarse, como si estuvieran vivas, susurrando secretos oscuros que no lograba entender. Gabriella sintió que la penumbra no solo la envolvía, sino que la observaba, que cada rincón oscuro del castillo estaba atento a cada uno de sus movimientos. Era como si el aire mismo estuviera impregnado de la historia de aquel lugar, cargado de una tensión que solo ahora ella podía sentir.

Mientras intentaba recuperar la compostura, una figura emergió de las sombras. Era alta y enigmática, sus rasgos ocultos en gran parte por la penumbra. El aire a su alrededor vibraba con una energía inquietante que Gabriella no podía comprender. Aunque no distinguía sus rasgos con claridad, la fría intensidad de su mirada la atravesó, clavándose en ella como un puñal.

El ritmo de su corazón se aceleró, casi ahogando el sonido de su propia respiración. Se sintió pequeña, indefensa, como si la figura absorbiera toda la luz y la esperanza. Trató de controlar su respiración, luchando contra el impulso de retroceder, pero había algo en aquella presencia que la inmovilizaba, una fuerza más allá del miedo. Sin embargo, mezclado con el miedo que la embargaba, había algo más. Un hormigueo extraño recorría su piel, una atracción magnética que la perturbaba profundamente. Algo en el aire, un aroma indescriptible, la envolvía, recordándole a un lugar al que nunca había ido pero que conocía demasiado bien.

Gabriella intentó ignorarlo, convenciéndose de que solo era el pánico apoderándose de ella, pero ese hormigueo, esa atracción inexplicable, se volvía más difícil de ignorar con cada segundo que pasaba en presencia de ese hombre. Era como si su mera existencia la llamara, atrayéndola hacia un abismo que no podía ni quería comprender.

"¿Es en serio, estoy mal de la cabeza?", se preguntó nuevamente. "¿Por qué no puedo simplemente sentir miedo, como sería lógico en esta situación?"

Gabriella trató de mantener la calma, pero el terror la envolvía con cada paso que daba el hombre hacia ella. Había una ferocidad latente en su movimiento, como si él mismo fuera una extensión de las sombras que la rodeaban, un depredador en su territorio. Su mente corría en direcciones caóticas, preguntándose si este sería el momento en que su vida llegaría a su fin. No podía dejar de pensar en cómo había terminado allí, en qué momento todo había cambiado, pero la oscuridad en su memoria era tan densa como la que la rodeaba. Las sombras a su alrededor se alargaban y oscurecían aún más, como si el propio castillo se estuviera preparando para un desenlace inevitable. Aunque intentaba aparentar una valentía que no sentía, el miedo la hacía temblar por dentro. Y aun así, una parte de ella, la que ella misma no comprendía, se sentía inexplicablemente atraída por la presencia del hombre.

El hombre se detuvo a unos metros de distancia, observándola con una mezcla de curiosidad y algo más que ella no podía descifrar. Había algo inquietantemente familiar en su postura, en la forma en que su figura se entrelazaba con la penumbra, como si él y la oscuridad fueran uno solo. Su rostro permanecía parcialmente oculto por la capucha, pero pudo distinguir una mandíbula fuerte y unos labios finos que se curvaron en una ligera sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—Vaya, parece que tenemos un invitado no deseado —dijo con una voz profunda y resonante que llenó la sala, envolviéndola en un escalofrío.

Gabriella tragó saliva, su boca repentinamente seca. Reuniendo todo el coraje que pudo, logró articular una respuesta, aunque su voz salió más temblorosa de lo que hubiera deseado.

—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? —logró preguntar, su voz quebrada por el terror y algo más, algo que ni siquiera podía nombrar. La incertidumbre la estaba consumiendo por dentro, y cada segundo que pasaba sin respuestas, su desesperación crecía. Había algo en Alexander, algo en la intensidad de su mirada, que la desconcertaba y la atraía en igual medida. El temblor en su tono delataba la vulnerabilidad que intentaba desesperadamente ocultar. Sus manos estaban sudorosas y temblorosas, y el pánico casi la paralizaba, pero esa extraña sensación persistía, confundiendo aún más sus emociones.

El hombre permaneció en silencio. Dio un paso hacia adelante, su movimiento era lento y deliberado. Gabriella sintió el frío del suelo subir por sus pies, como si la piedra respondiera a la cercanía del desconocido, volviéndose aún más helada. Cada paso que daba hacia ella parecía dictado por una voluntad que iba más allá de la mera curiosidad; había una intensidad latente en su mirada, en la forma en que sentía como sus ojos la observaban, una conexión que ella no lograba descifrar. Cada uno de sus pasos resonaba como un eco amenazante que reverberaba en la vasta sala. Su andar transmitía una autoridad incuestionable, como si cada rincón de ese castillo oscuro le perteneciera.

Gabriella sintió que la atmósfera se hacía más densa, como si la presión de su presencia fuera física. Y entonces, ese hormigueo en su piel se intensificó, una sensación tan cercana al miedo, pero al mismo tiempo, tan diferente.

"Esto no tiene sentido", pensó Gabriella, luchando por mantener su compostura. "Es solo miedo. No puede ser otra cosa".

—Las preguntas correctas serían: ¿quién eres tú y qué haces en mi dominio? —replicó con un tono cargado de autoridad y una pizca de irritación.

La joven frunció el ceño, confundida por la respuesta. ¿Su dominio? No tenía sentido. La confusión la envolvía, el miedo empezaba a ceder ante la frustración que crecía en su interior. Todo parecía un sueño, o una pesadilla, pero la realidad golpeaba con una fuerza que la dejaba sin aliento. Ella no recordaba haber entrado en ningún lugar similar, y mucho menos en un castillo abandonado. Intentó hacer memoria, pero su último recuerdo era borroso: un camino oscuro, la lluvia golpeando el parabrisas de su coche, y luego... nada.

—Yo... no lo sé. No recuerdo cómo llegué aquí —admitió con sinceridad, su voz apenas un susurro.  Las palabras salían atropelladas, y la culpa la embargaba. Algo la había traído aquí, pero no podía recordarlo, como si una mano invisible hubiera borrado su memoria.  La vulnerabilidad en sus palabras era palpable, y una sombra de desesperación oscureció sus ojos.

El hombre entrecerró los ojos, estudiándola con más detenimiento. Parecía debatirse internamente, como si algo en ella lo desconcertara.

—¿No recuerdas? —inquirió con escepticismo, cruzando los brazos sobre su pecho—. Eso es bastante conveniente, ¿no crees?

Gabriella negó con la cabeza, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar. La sensación de estar atrapada en algo mucho más grande que ella era abrumadora. La incomprensión y el miedo la abrumaban, pero se obligó a mantenerse firme.

—Te juro que no sé cómo llegué aquí. Solo... solo desperté en ese pasillo y todo estaba oscuro. Por favor, si puedes ayudarme a salir de aquí...

Antes de que pudiera terminar la frase, la risa amarga del hombre resonó en la sala, cortándola en seco. Era una risa sin alegría, cargada de cinismo y desdén.

—¿Salir? —repitió con una mueca que pretendía ser una sonrisa—. Nadie sale de aquí sin mi permiso. Y hasta donde sé, tú has invadido mi hogar sin invitación alguna. Eres una intrusa en mis dominios.

Gabriella sintió cómo la desesperación la estrangulaba.  Este no era un simple extraño; por su forma de hablar era alguien importante en ese lugar y estaba claro que no la dejaría ir tan fácilmente.  No solo no parecía dispuesto a ayudarla, sino que además la acusaba de haber entrado allí por voluntad propia. La mezcla de emociones en su interior era un caos: miedo, confusión, frustración, y, extrañamente, una atracción que no lograba comprender.

—Te lo suplico, debe haber algún malentendido. Si me indicas la salida, prometo que nunca más volveré —intentó razonar, su voz cargada de súplica.

El extraño se acercó aún más, hasta que pudo sentir su aliento rozando su piel.

—No creo en promesas vacías, y menos de extraños que aparecen de la nada en mi territorio —declaró con firmeza—. Además, hay algo en ti que... —se interrumpió, frunciendo el ceño como si intentara descifrar una sensación incómoda—. Algo diferente.

Gabriella parpadeó, confundida por sus palabras.

—¿De qué estás hablando? No soy nadie especial. Solo quiero volver a mi casa.

El hombre la observó en silencio por un momento, sus ojos recorriendo cada facción de su rostro como si buscara una respuesta oculta. Finalmente, retrocedió un paso, creando una distancia que permitió a Gabriella respirar un poco más fácilmente.

—Tal vez lo descubra con el tiempo —murmuró más para sí mismo que para ella—. Por ahora, permanecerás aquí.

La joven abrió los ojos con pánico, su voz alzándose en una mezcla de terror y desesperación.

—¡No! No puedes retenerme aquí. Tengo familia, amigos que se preocuparán por mí. Por favor, solo déjame ir.

El hombre la miró con frialdad, su expresión imperturbable ante sus súplicas.

—Aquí, tus súplicas no sirven. Este lugar no es como el mundo que conoces. Aquí, las reglas son diferentes, y tú has cruzado una línea que no debías.

Gabriella se dejó caer al suelo, abrazándose a sí misma mientras sollozaba en silencio. El frío de la piedra bajo su cuerpo se filtraba hasta sus huesos, pero el dolor físico era insignificante comparado con el abismo de incertidumbre y temor que se abría en su interior.

Mientras las lágrimas caían, una pequeña llama de determinación comenzó a arder dentro de ella. No podía permitirse sucumbir al miedo. Tenía que encontrar una manera de salir de allí, de descubrir dónde estaba y quién era aquel hombre misterioso que la mantenía cautiva. Se levantó, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y miró hacia la oscuridad que había tragado al desconocido.

Justo cuando pensó que estaba sola de nuevo, la voz profunda de aquel hombre resonó a su espalda, haciendo que Gabriella se sobresaltara.

—¿Crees que podrás escapar de aquí tan fácilmente? —la voz era suave, pero cargada de una amenaza sutil que hizo que un escalofrío recorriera su espalda.

Gabriella giró sobre sus talones, su cuerpo tensándose al ver cómo el hombre volvía a emerger de las sombras. Sus ojos, apenas visibles bajo la capucha, parecían atravesarla con una intensidad helada.

—¿Tienes miedo? —dijo él, acercándose lentamente, cada paso resonando en la vastedad de la sala.

Gabriella sintió cómo su corazón se aceleraba aún más, golpeando contra su pecho con fuerza. El miedo era casi tangible, una presencia sofocante en el aire. Pero sabía que no podía mostrar debilidad. Respiró hondo, tratando de mantener la calma, aunque su voz salió con un leve temblor.

—No —murmuró, levantando el mentón en un intento de mostrarse desafiante—. No tengo miedo.

El hombre se detuvo, su rostro todavía en sombras, y una sonrisa torcida se dibujó en sus labios.

—¿No? —repitió, con un tono que bordeaba la burla—. Porque me resulta difícil creer que alguien en tu situación no sienta miedo.

Gabriella se obligó a mantener la mirada fija en él, luchando contra el impulso de retroceder. Sabía que cualquier muestra de debilidad podría ser su perdición.

—No te tengo miedo —repitió, esta vez con más firmeza, aunque por dentro estaba aterrorizada.

El desconocido la observó en silencio durante lo que pareció una eternidad, evaluándola. Finalmente, una risa baja y amarga escapó de sus labios.

—Eres valiente, lo admito. Pero también eres una pésima mentirosa —dijo, cruzándose de brazos mientras la miraba con una mezcla de curiosidad y desdén—. Quizás, esa pequeña chispa de coraje que finges tener te sirva para algo en este lugar.

Gabriella apretó los puños, sintiendo el sudor frío en sus palmas. No sabía qué pretendía aquel hombre, ni por qué la mantenía allí, pero una cosa era segura: no iba a rendirse.

—Solo quiero salir de aquí —repitió, tratando de sonar más segura de lo que realmente estaba—. No sé cómo llegué, ni quién eres, pero te prometo que si me dejas ir, no volveré jamás.

El hombre no respondió de inmediato. Sus mirada oculta bajo la sombra de la capucha, gélida como el invierno, la estudiaban con una intensidad que la hizo sentirse desnuda, vulnerable, como si pudiera ver más allá de su piel y sus miedos.

—Eso no lo sabremos hasta que yo decida qué hacer contigo —contestó al fin, en un tono que no dejaba espacio a la negociación.

Gabriella tragó saliva, sintiendo cómo el pánico amenazaba con abrumarla de nuevo. Pero no podía permitirse sucumbir al miedo, no en ese momento. Tenía que seguir adelante, a pesar de la oscuridad y el terror que la rodeaban.

Sin más palabras, el hombre se dio la vuelta, desapareciendo nuevamente entre las sombras. Se quedó sola en la inmensidad de aquella sala opresiva, con su mente agitada y su corazón palpitante. Respiró hondo, intentando calmarse.

—No me rendiré —susurró para sí misma, su voz apenas audible en la vasta sala—. Encontraré la forma de salir de aquí, cueste lo que cueste.

Y con esa promesa, se limpió las lágrimas secas de sus mejillas, decidida a explorar aquel castillo sombrío en busca de respuestas y una posible salida. Aunque el miedo seguía latente en su pecho, la determinación la empujaba hacia adelante. No permitiría que la oscuridad, ni el hombre misterioso, la vencieran sin luchar.

¡¡Hola!!  Una vez me dijeron que el mayor crítico para tu obra eres tú mismo y así lo creo, pese a la publicación de mis capítulos tiendo a querer "mejorarlos" nada más publicarlos. Así es, soy mi propia condena pero prometo que esta versión (nº 45116798798 ........) es la que quedará para la posteridad.

Para los pocxs lectorxs que ha tenido esta obra desde su publicación, espero que las partes añadidas y revisadas sean de vuestro agrado. Para los nuevos lectores espero que este primer capítulo revisado, sea algo que os haga querer zambulliros en mi mundo de "La Bella y la Bestia". 

Gracias a todxs los que me leéis y permitís que mi escritura (y mi locura) pueda alcanzaros.

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