Capítulo 51 - Enésima vez.
El aeropuerto estaba lleno de movimiento, voces mezcladas con anuncios constantes y el sonido metálico de maletas rodando por el suelo. Caitlin ajustó el asa de su maleta, lista para dirigirse a la línea de taxis, pero no pudo evitar notar cómo Henry, de pie junto a ella, parecía buscar una excusa para prolongar la conversación.
—Bueno, entonces lo único que tienes que hacer es mantener esa idea hasta nuestra reunión —dijo Henry con una sonrisa ladeada, una expresión que le daba un aire despreocupado, pero con un brillo en los ojos que lo delataba.
Caitlin asintió, sosteniendo la mirada por un segundo antes de girarse hacia su maleta. Al tirar del asa, notó que el peso le costaba más de lo habitual. Antes de que pudiera decir algo, Henry dio un paso adelante con rapidez. Sus manos rozaron accidentalmente su cintura al inclinarse para tomar la maleta. Fue un roce breve, casi imperceptible, pero suficiente para que Caitlin sintiera un escalofrío que le tiñó las mejillas de un rojo intenso.
—Listo, aquí tienes —dijo Henry, alzando la maleta con facilidad y ofreciéndosela con una sonrisa.
—Gracias —respondió ella, intentando que su tono sonara neutral.
Sin embargo, cuando extendió la mano para tomar la maleta, sus dedos se encontraron con los de Henry, que aún sostenía el asa. Fue un instante fugaz, pero la calidez del contacto la hizo dudar antes de apartar la mano. Dio un paso hacia atrás, tratando de poner algo de distancia, y ajustó su abrigo con un movimiento automático.
—Te veo el lunes entonces —dijo, intentando retomar la compostura.
Henry asintió, llevándose una mano al cuello con un gesto que denotaba cierta inseguridad, aunque su sonrisa permanecía intacta.
—Sí, claro. No hay problema.
Caitlin comenzó a caminar hacia la salida, con el sonido de las ruedas de su maleta marcando un ritmo constante en el suelo. El aire frío que entraba por las puertas automáticas le hizo apretar su abrigo mientras se acercaba a las escaleras que llevaban a la línea de taxis. Justo cuando estaba a punto de descender, escuchó una voz detrás de ella.
—¡Caitlin!
Se detuvo en seco y giró sobre sus talones, viendo cómo Henry se apresuraba hacia ella, sorteando a la multitud con facilidad.
—¿Pasó algo? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza mientras lo observaba acercarse.
Henry negó con la cabeza, aunque parecía debatirse internamente.
—No, bueno... me preguntaba si... hmm... —vaciló, moviendo los hombros como si intentara restarle importancia a lo que iba a decir—. ¿Quieres que te lleve a casa?
Caitlin arqueó una ceja, sorprendida por la propuesta, pero negó suavemente.
—No, no es necesario. Un taxi está bien.
—Mi chofer está en camino, y no sería problema hacer un pequeño desvío para llevarte a tu casa —insistió Henry, señalando hacia el exterior con un gesto casual—. Además, veo que Barry no ha llegado.
Ella esbozó una sonrisa cálida, levantando su teléfono para mostrarle la pantalla.
—Gracias, Henry, pero ya pedí un taxi. Está a tres minutos de llegar. Barry ha estado ocupado últimamente, con la transición de poder en la compañía de su padre. Tiene más trabajo que nunca.
—¿Su padre está por dejarle la compañía? —preguntó Henry, con una curiosidad sincera.
—Exacto —confirmó Caitlin, tirando ligeramente de la maleta rodante—. Por eso no pudo venir hoy.
Henry asintió, con una expresión que mostraba comprensión.
—Definitivamente, ocupado. Bueno, solo era una oferta. Al menos sé que estás segura.
Caitlin rió suavemente, y por un instante, algo en sus palabras activó un recuerdo.
—Por enésima vez... —repitió, como si esas palabras hubieran desenterrado algo enterrado en su memoria.
Se rió de nuevo, esta vez con más calidez, antes de responder:
—No te preocupes, Henry.
Él extendió la mano hacia ella, y Caitlin la estrechó con algo de nerviosismo. Henry, con su característica sonrisa, aprovechó el momento para inclinarse y dejar un beso ligero en su mejilla. El contacto fue inesperado, cálido, y dejó a Caitlin momentáneamente sin palabras.
—Nos vemos el lunes —dijo Henry con una sonrisa tranquila antes de retroceder.
***
Por enésima vez, los gritos de frustración de la enfermera resonaron desde el pasillo. La ventana entreabierta de la habitación dejaba ver la escena: una mujer con bata blanca, la jeringa en una mano y una mirada de cansancio, intentaba mantener la paciencia mientras trataba de que una pequeña de ojos azules se quedara quieta.
—Tienes que ponerte esto, niña. Es para tu bien —insistió la enfermera, pero la pequeña, con el rostro enrojecido y las lágrimas acumulándose en sus ojos, no cedía.
—¡Nooooo! —chilló, moviendo los brazos con desesperación.
—Por favor, tengo pacientes que atender.
Desde la habitación, Charlie observaba el caos con una sonrisa ligera, los brazos cruzados sobre el pecho mientras apoyaba un hombro contra el marco de la puerta. Su figura relajada contrastaba con la mirada reprobatoria que Caitlin le dirigía desde su lugar junto a la cama.
—Ni se te ocurra intervenir —le advirtió ella en un susurro, agarrándole del brazo.
—¿Intervenir? —respondió Charlie, con un brillo travieso en los ojos—. Yo no haría algo así.
Caitlin entrecerró los ojos, desconfiada, pero antes de que pudiera replicar, el grito de la enfermera rompió el momento:
—¡Espera!
Ambos se giraron hacia el pasillo justo a tiempo para ver a la pequeña rubia tropezar y caer al suelo. La niña, a pesar de la caída, se incorporó rápidamente, sentándose con las piernas cruzadas mientras sus mejillas seguían teñidas de rojo. No debía tener más de cinco años, y el cabello rubio que enmarcaba su rostro parecía una nube alborotada.
Charlie salió de la habitación, acercándose con pasos tranquilos, y se agachó frente a ella. Su voz salió suave, cálida, como si estuviera hablando con alguien a quien conocía de toda la vida.
—Vaya, vaya, vaya... ¿pero qué tenemos aquí?
La niña levantó la vista hacia él, con lágrimas todavía rodando por sus mejillas, y por un instante, pareció debatirse entre seguir llorando o refugiarse en el extraño de bata blanca. Finalmente, estiró los bracitos hacia él, y Charlie la levantó con cuidado, acomodándola en sus brazos como si fuera un delicado tesoro.
—Char... Dr. Snow... —balbuceó la enfermera, visiblemente aliviada y al mismo tiempo frustrada al verlo tomar el control de la situación.
La niña, que había escondido su rostro en el cuello de Charlie, levantó la mirada y murmuró algo que él apenas pudo entender:
—D-doctor guapo...
La risa de Charlie llenó el pasillo, un sonido genuino que pareció calmar la tensión del momento.
—¡Eso me dio energías para cuatro días! ¿Lo escuchaste, Caitlin? —preguntó, girando la cabeza hacia su hermana, que había salido detrás de él con los brazos cruzados y una ceja arqueada.
Caitlin negó con un suspiro, pero la curva de sus labios delataba su diversión.
—Siempre tan modesto, Charlie.
—No puedo evitarlo —respondió él, encogiéndose de hombros antes de mirar a la niña con una sonrisa cómplice—. ¿Y qué te trae por aquí, Cassie? ¿Otra aventura?
La pequeña no respondió, pero sus manitas se aferraron con más fuerza al cuello de Charlie. Él alzó una ceja, como si estuviera pensando en qué decir para ganarse su confianza.
—Dr. Snow —interrumpió la enfermera desde la puerta, con la jeringa todavía en la mano—. Déjela, por favor. Está siendo una niña muy mala hoy.
Cassie se tensó al escuchar esas palabras y enterró su rostro en el pecho de Charlie.
—No quiero... eso duele... —susurró con voz temblorosa.
—Sarah —intervino Charlie, su tono tranquilo pero firme—. Caitlin y yo nos encargamos. No te preocupes por esto, ¿de acuerdo?
La enfermera dudó, mirando entre los hermanos, pero finalmente asintió con un suspiro cansado.
—Como quiera, doctor. Hasta mañana.
Caitlin tomó la jeringa de su mano y le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
—Descansa, Sarah. Nosotros nos encargamos.
Cuando la enfermera se fue, Cassie levantó la cabeza lo suficiente como para ver cómo se alejaba. Luego, con una sonrisa traviesa, sacó la lengua en su dirección. Caitlin frunció el ceño, aunque había una chispa de diversión en sus ojos.
—Eso no se hace, preciosa.
—No le hagas caso —dijo Charlie, acariciándole el cabello a Cassie.
—¿Por qué? —preguntó la niña, girando su carita hacia él.
—Porque mi hermana es una amargada que no sabe cómo divertirse.
—Y tú eres un troglodita, Charlie —replicó Caitlin, rodando los ojos mientras Cassie soltaba una risita.
La risa de la pequeña se detuvo de golpe cuando un espasmo de dolor recorrió su pequeño cuerpo. Su rostro se tornó pálido, y Charlie la sostuvo con más firmeza, aunque su expresión seguía siendo calmada para no alarmarla.
—¿Charlie? —preguntó Caitlin, notando su preocupación.
—No ahora, Caitlin —murmuró él, hojeando rápidamente el historial médico que su hermana le alcanzó. Luego miró a Cassie con una sonrisa tranquilizadora—. Bueno, pequeña... ¿te gustan mis lentes?
Cassie asintió débilmente, y Charlie, con un gesto juguetón, se los quitó y los colocó sobre su cabeza.
—Te quedan mucho mejor a ti. ¿Sabes qué? Tengo un secreto.
—¿Qué cosa? —preguntó Cassie, sus ojos abriéndose con curiosidad.
—Soy un mago muy poderoso.
—¿Más que el mago de Oz?
—Mucho más. Pero para usar mi magia y curarte, necesito ponerte este elixir mágico. ¿Me dejas hacerlo?
Cassie negó con un puchero y se refugió en Caitlin, aferrándose a la tela de su blusa.
—Cassie —dijo Caitlin, acariciándole el cabello—. Charlie y yo vamos a cuidarte. Si sientes que duele, estaremos contigo todo el tiempo, ¿de acuerdo?
La pequeña los miró a ambos, buscando consuelo en sus ojos. Finalmente asintió, aunque no soltó a Caitlin.
Charlie limpió la piel de la niña con movimientos cuidadosos antes de administrar la inyección.
—Este elixir mágico te hará sentir mucho mejor, princesa.
Cassie apenas dejó escapar un pequeño quejido antes de que el sedante comenzara a hacer efecto. Sus ojos se cerraron lentamente, y su cuerpo se relajó contra Caitlin.
—Caitlin... —murmuró con voz soñolienta—. ¿Puedes hacer magia también?
Caitlin miró a Charlie, quien asintió con una sonrisa.
—Claro que sí, cariño. Vamos a hacer un hechizo juntos.
Ambos hermanos se colocaron frente a la cama, moviendo las manos con teatralidad mientras recitaban al unísono:
—Bad dreams, bad dreams, go away... Good dreams, good dreams, here stay... Bad dreams, bad dreams, go away... Good dreams, good dreams, here stay... Bad dreams, bad dreams, go away... Good dreams, good dreams, here stay... Bad dreams, bad dreams, go away... Good dreams, good dreams, here stay... - Caitlin susurro las ultimas palabras viendo a Cassie.
Cassie sonrió débilmente antes de quedarse profundamente dormida, acurrucada contra Caitlin. Los dos hermanos compartieron una mirada de complicidad, y Charlie susurró:
—Es imposible no quererla, ¿verdad?
***
Era la una y media de la madrugada cuando Barry bajó las escaleras en busca de algo que lo ayudara a despejar la mente. Su mirada se desvió hacia la puerta de vidrio que daba al jardín, y notó que estaba abierta, dejando entrar una suave brisa nocturna.
Dejó la taza vacía que había llevado consigo sobre la mesa y salió al porche. No esperaba encontrar a nadie, pero ahí estaba Caitlin.
"¡Hola!"
"Hola" – respondió él.
"No quería asustarte," dijo ella con una sonrisa tenue, sentada en el sofá del porche. Su cabello caía en suaves ondas desordenadas, y su mirada parecía perdida en la calma del jardín iluminado por la luz de la luna.
"Hola," respondió Barry, su voz baja, pero con los ojos brilloso de felicidad por verla.
Ella levantó la vista, y al verlo, no necesitó decir nada más. Se puso de pie y corrió hacia él, lanzándose a sus brazos con una risa contenida. Sus piernas se enredaron en su cintura, y sus labios lo encontraron en un beso que llevaba días esperando. Un beso que hablaba de deseo y de alivio, de lo mucho que lo había extrañado.
Barry respondió con la misma intensidad, dejando que su mundo se redujera al calor de su cuerpo y la suavidad de su piel. Sus manos recorrieron la espalda de Caitlin, atrayéndola más hacia él como si no pudiera soportar la distancia, por mínima que fuera. El cansancio y las preocupaciones que lo habían seguido durante días desaparecieron en un instante, reemplazados por el latido acelerado de sus corazones.
Cuando el aire les faltó, se separaron con una risa ligera, sus frentes pegadas, sus miradas profundamente conectadas.
"¿No podías dormir?" susurró Caitlin, aún sin aliento.
Barry negó lentamente. "Estaba..."
"¿Trabajando?"
"Sí," confesó él, dejando escapar un suspiro pesado; mientras Caitlin dejo escapar una sonrisa. Luego, con una sonrisa traviesa, apartó con cuidado las cosas del mueble cercano, dejándolas caer al suelo. "Pero ahora voy a estar mucho más ocupado contigo..."
Ella soltó otra risa suave, esa risa que tanto le gustaba a Barry, antes de volver a besarlo.
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