Capítulo 10
Una vez llegamos a Mondstadt, Barbatos y Diluc se dirigieron a la Academia de los Caballeros de Favonius junto a la niña que habíamos encontrado en la cueva, mientras yo seguí a Amber, que llevaba a Paimon entre sus brazos, hacia la catedral para ver a una tal Bárbara, que se encargaría de cuidar a nuestras dos amigas.
Una vez en la catedral, las monjas del lugar avisaron a Bárbara de la llegada de dos chicas inconscientes, al poco tiempo vi salir a la tal Bárbara, era una chica rubia de ojos azules con un aura muy pura. Parecía tener una edad similar a la de Amelia, tal vez un poco menos, rondando los 20 años, diría yo. Llevaba una visión hydro en su cintura. Tal vez ella utilice sus poderes hydro con fines curativos, por eso puede ayudarnos... Asumí, pensando para mí.
La muchacha se acercó a nosotros y al ver a Amelia mostró un gesto de preocupación. Ella puso sus manos sobre la cabeza de Amelia y pude ver unas notas musicales hechas con elemento hydro rodear la cabeza de Amelia. Automáticamente la chica sonrió.
- Estará bien -. Miró a Paimon con un gesto de preocupación. – Ambas necesitan reposo... no creo que Amelia tarde demasiado en despertar, pero Paimon parece haber recibido un golpe muy duro en la cabeza. Le haré algunos tratamientos y os informaré de cómo se encuentra. Esta noche la tendrán que pasar aquí las dos, así que podéis volver a casa sin problemas. Yo me ocuparé de ellas. -. Ella nos sonrió con dulzura.
Llevamos a Amelia y Paimon a una sala que tenía varias camas, allí había varios enfermos con algunas monjas que patrullaban haciéndose cargo de ellos. Dejamos a cada una en una cama y Bárbara nos invitó amablemente a salir del lugar. De nuevo en la capilla, me senté en uno de los bancos del lugar mientras Amber me observaba.
- No se preocupe, señor Zhongli. Esas chicas han salido de cosas mucho peores. Estarán bien -. Amber intentó calmarme y yo le dediqué una pequeña sonrisa
- Lo sé. Solo me siento algo culpable. Pero saber que podría haber sido peor y no lo ha sido, me alegra. Al menos llegamos a tiempo -. Suspiré. La muchacha me puso una mano en el hombro
- Debería ir a casa y descansar -. Me aconsejó la muchacha – Yo voy a volver a la Academia, necesito reponer fuerzas -. Negué con la cabeza
- Voy a quedarme aquí, por si acaso sucede algo -. La muchacha me miró preocupada, pero le indiqué que marchase, al cabo de un rato, acabó por hacerlo.
Las horas pasaron y yo me quedé en aquel banco, mirando la gran puerta por la que anteriormente habíamos entrado con Amelia y Paimon, con la esperanza de ver salir a alguna de ellas o de obtener noticias. Estar aquí mantiene mi conciencia un poco más tranquila, no soportaría que le sucediera algo y no enterarme de nuevo... No comí en todo el día, no tenía apenas mora para comprar comida, pero es que tampoco sentía hambre, así que simplemente permanecí ahí, hasta que se hizo de noche. Ya de madrugada, sentí que el cansancio me invadía. Sentía que los ojos se me cerraban cada vez más sin siquiera poder evitarlo. Finalmente, sin darme cuenta, me quedé dormido.
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Mientras tanto, en la habitación de los enfermos...
Abrí los ojos lentamente, estaba muy confusa. No sabía qué estaba pasando. Sentí un olor familiar en la habitación en la que me encontraba. ¿Bárbara? Pero... ¿dónde estoy? Me incorporé poco a poco, sintiendo un pequeño dolor en mis cosquillas. Mierda, aún estoy dolorida. Recordé entonces la misión, Flora, los magos. Dios mío, los escuché decir que Flora estaba de su parte. No sé si eran imaginaciones mías, pero lo dudo. Aún estaba despierta. Me invadió la ansiedad, de nuevo. Me giré y vi a Paimon, tumbada en una cama junto a mí. Parece que a ella le dieron más fuerte que a mí...espero que despierte pronto. Mi pobre hadita. Mientras la incertidumbre me consumía, vi a Bárbara acercarse a mí.
- Amelia, por fin has despertado -. Ella me hizo una sonrisa y yo se la devolví – Me dijeron que habías ido sola a una misión peligrosa. Amber y un hombre alto y muy elegante os trajeron hasta aquí, al parecer ellos se encargaron de todo, así que no te preocupes por nada -. La tierna sacerdotisa me tranquilizó.
Bárbara era archiconocida en Mondstadt. No había una sola persona que no supiera de ella, por su bondad, ternura y talento para la curación. Era también la hermana menor de Jean y una de las encargadas de la catedral de la ciudad. No la conocía de mucho, pero al igual que con todo el mundo, era muy amable conmigo y cuando eres una forastera, siempre es de agradecer la amabilidad.
- Gracias, Bárbara. Te pido perdón por los problemas que hayamos podido causarte -. Ella negó con la cabeza - ¿Crees que Paimon tardará mucho en despertar? -. La muchacha suspiró y asintió con la cabeza.
- Parece que tiene graves contusiones y sus pulsaciones son muy irregulares. Pero tranquila, dentro de unos días despertará. Estoy realizando unos tratamientos y su cuerpo está reaccionando correctamente -. Ella me tranquilizó – Por cierto – Dijo, de repente, cambiando el tema de conversación – Si deseas volver a la Academia para descansar, puedes. Pero debes tener mucho cuidado y no hacer ningún esfuerzo. Si sientes algún dolor más fuerte de lo habitual, vuelve a visitarme – Me advirtió – Además, el señor apuesto que te acompañaba se ha quedado todo el día en el banco esperando a que despertases y me da un poco de pena verle ahí durmiendo -. Los ojos se me quedaron como platos ante la sorpresa.
¿Está hablando de Zhongli? En ese momento recordé la noche anterior y casi quise que la tierra me tragara por completo. Todo me tiene que pasar a mí, de verdad... qué cruz. Me levanté poco a poco de la cama.
- Gracias, Bárbara. Mañana por la mañana vendré a ver cómo está Paimon, pero creo que voy a descansar esta noche en la Academia -. Le informé, la muchacha asintió
- Si sucede cualquier cosa, mandaré a alguien a avisarte. Reposa mucho y ten cuidado, Amelia -. Me despedí de la muchacha.
Salí de aquella sala para encontrar a Zhongli sentado en uno de los bancos de la catedral, la sensación que sentí al verle ahí dormido, solo porque se sentía preocupado por mí, era muy extraña. Sentía entre mucha ternura, vergüenza, por lo sucedido en la noche anterior y algo de pena porque estaba segura de que no había comido nada en todo el día. Me acerqué al Arconte Geo y le puse la mano en el hombro para comenzar a susurrarle amablemente.
- Zhongli...despierta. Vamos a dormir a un sitio mejor. Acabarás con dolor de cuello si te quedas aquí toda la noche -. Vi que sus ojos se abrían poco a poco. Me miró como si de una alucinación se tratase
- ¿Amelia? -. Me dijo, con una alegría muy notoria y se levantó de golpe para darme un abrazo - ¿Te encuentras bien? -.
- S-sí...-. Correspondí su abrazo – Pero no me aprietes tan fuerte, que todavía tengo muchos dolores por el cuerpo -. Le advertí. Automáticamente él me soltó, algo avergonzado y carraspeó.
- Perdona...-. Negué con la cabeza.
- Tranquilo. Vamos a la Academia, anda -.
En silencio, volvimos a la Academia, durante el camino notaba su mirada fija en mí todo el tiempo. Yo, por mi parte, intentaba no mirarle a la cara. No sabía qué decirle. No después de la que lié la noche anterior. Aún así, sabía que debía agradecerle que me hubiese salvado una vez más y toda su preocupación por mí.
A los pocos minutos, llegamos a la Academia y entramos en la habitación. El silencio entre nosotros no era tan tenso e incómodo como el de la noche anterior, cosa que agradecí, mi cuerpo y mi mente no estaban para tanto trote. Decidí finalmente romper el silencio, mientras ambos estábamos sentados en nuestras respectivas camas.
- Gracias por salvarme de nuevo, Zhongli. Lamento haberte causado tantos problemas, una vez más -. Le dije, algo arrepentida. Él me hizo una sonrisa.
- Amelia, tú nunca me causas problemas. Lo importante es que ahora estás bien y estás a salvo -. El Dios se levantó – Al fin y al cabo, te dije que te ayudaría, ¿no? -. Aquella indirecta me dejó un poco sorprendida y no supe qué más decirle, más allá de asentir levemente con mi cabeza, tímida.
Vi como él comenzaba a agarrar su ropa de dormir, así que yo decidí posicionarme detrás del biombo de la habitación y hacer lo mismo. Sin embargo, cuando fui a quitarme la camiseta, sentí aquel mismo pinchazo que al levantarme en la sala de la catedral, pero mucho más fuerte. Lo intenté de nuevo, pero fue en vano. No pude evitar soltar una exclamación de dolor.
- ¿¡Estás bien?! -. Escuché los pasos de él acercarse, pero sin atravesar el biombo
- Creo que todavía necesito reposo para que estos golpes dejen de doler... -. No sabía cómo le podía decir que necesitaba ayuda para algo como eso.
- Hm...-. Le sentí vacilar, dubitativo - ¿T-te ayudo? -. Finalmente me decidí a salir del biombo y tenderle mi camiseta. Él apartó la mirada de mi cuerpo, para no hacerme sentir incómoda y me ayudó a quitarme la parte de arriba con una delicadeza que me sorprendió gratamente. Le tendí mi camiseta de noche y me ayudó también a ponérmela. Para mi sorpresa, fue menos incómodo de lo que creía
- Gracias... -. Dije, completamente roja. Aunque al mirarle a la cara, me alegró saber que no era la única. Él negó con la cabeza
- Solo tenías que pedirlo si no podías hacerlo -. Yo asentí. Todo era un poco extraño. – Amelia... -. Zhongli vaciló, de nuevo. Se le veía perdido en sus pensamientos. Nunca saber cuál iba a ser su siguiente palabra era algo que me llenaba de ansiedad y me aceleraba el corazón al mismo tiempo – Sé que ahora debemos descansar, pero, creo que mañana deberíamos hablar sobre... lo que pasó ayer -. Tragué saliva, seguía sin esperarme que me dijera todo aquello. Este hombre es una maldita caja de sorpresas, creo que me va a estallar el corazón... Asentí.
- Me parece bien. Creo que mereces una disculpa -. Me acarició la mejilla y me sonrió.
- Tú no has hecho nada malo. Tranquila. Ahora, descansa...-. Él se apartó gentilmente, dejándome pasar hacia mi cama. Cuando me tumbé, sentí que me arropaba y no pude evitar sonreír. Definitivamente, una caja de sorpresas.
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