capítulo 7
¿Qué es lo que acaba de pasar?.
Siento que la cara me arde, el nudo de anticipación que se formó en mi vientre tampoco ayuda mucho. Pongo la palma de mi mano a la altura de mi pecho como si eso hiciera que ralentizara su marcha furiosa.
No se cuanto tiempo pasa hasta que camino hacia la cama —con piernas temblorosas— para sentarme en la orilla, tratando de contener el huracán de emociones que me golpean y las ganas infernales de volver el estómago.
No puedo creer que esto me este pasando a mi. No. Lo. Puedo. Creer.
—¡¿Por qué?! ¿Por qué universo? ¿Es que a caso esto puede empeorar?.
Y como si hubiera sido un reto y no una pregunta las ganas que vaciar el contenido de mi estómago se vuelven más grandes, tanto que tengo que ponerme una mano en la boca para para evitar hacer un desastre aquí, mientras me levanto mirando para todos lados desesperada.
El baño.
No, no, no.
Lo pienso unos segundos buscando otra opción, pero no conozco la el lugar y tampoco voy andar husmeando por ahí. Sin más remedio corro hacia el baño por donde desapareció mi jefe hace unos minutos.
Ahora si puedo darme por despedida.
Al abrir la puerta lo primero veo es el vapor que lo inunda todo, no tengo mucho tiempo de reparar la espaciosa estancia ya que mas pronto que tarde localizó el retrete en el que no me toma más que unos pocos segundos levantar la tapa y caer de rodillas, dejando que las arcadas se hagan presentes. Esto en verdad no puede ser mas vergonzoso, un par de arcadas mas y mi estómago coopera vaciando su contenido.
Universo era un jodida pregunta, no un maldito reto. Digo para mis adentros.
Entonces el agua de la regadera deja de caer detrás de la puerta corrediza que divide el baño y, sin poder evitarlo la arcada que me invade en este momento me impide voltear cuando la puerta corrediza de abre.
Dios mío que vergüenza.
—Pero que carajos… —la voz de Alexander se interrumpe —cuando creo —se da cuenta que estoy de rodillas sobre su inodoro.
Quiero reír para mis adentros por llamarlo por su nombre de pila en mente, pero ya que mas da.
Puedo escuchar las gotas de agua caer al suelo detrás de mi y por instinto cierro la tapa del inodoro para votar y sentarme sobre ella: error.
El cuerpo grande e imponente de Alexander se encuentra frente a mi destilando agua.
Me quería morir de la vergüenza.
El cabello mojado cae en su frente de manera que parece sacado de uno de esos comerciales que promocionan ropa interior, solo que sin la ropa interior.
Me limpio la boca con el dorso de la mano y llegados a este punto solo me hace falta que un rayo me parta en dos para tener un final digno. El hombre enfrente de mi me observa con el ceño fruncido y yo trato de enfocar mi vista en cualquier lado menos en él.
Supongo que se da cuenta, porque estira una mano por un lado de mi antes de tomar una toalla y envolverla alrededor de sus caderas con toda la calma del mundo, como si lo hiciera al propósito.
Una sensación extraña se instala en mi vientre cuando el se agacha a mi altura.
—¿Se encuentra bien? —pregunta, quitando un mechón revende de mi cara para colocarlo detrás de mi oreja.
Parpadeo varias veces cuando mi corazón hace un baile extraño en mi pecho. Esto es tan vergonzoso y humillante que siento que la cara me arde con la sensación abrumadora que me provoca el hombre frente a mi. Quiero gritarle que salga del maldito baño y me deje sola de una buena vez para así dejar de sentirme humillada… Miserable.
Y al mismo tiempo quero decirle que me abrace y me diga que todo va a estar bien, que él va a estar ahí para mí. Pero en lugar de eso sólo asiento con la cabeza en señal afirmativa no confiando demasiado en mi voz.
—Puede ducharse… si quiere —susurra, acariciando mi cabello, mientras yo me permito cerrar los ojos y absorber las sensaciones arrolladoras que me embarga —. Yo iré a cambiarme y a buscar algo para la resaca.
—Gracias —musito, débilmente haciendo que se detenga en el marco de la puerta —. Lamento todo esto señor, no sabe lo avergonzada que estoy en este momento. Lo siento mucho.
Puedo notar como todos los músculos de su espalda llena de tinta se tensan en respuesta. Hace un pobre asentimiento de cabeza antes de echarse andar fuera del cuarto de baño cerrando la puerta detrás de él dejándome sola.
Me quedo aquí sentada unos minutos mas tratando de procesar todo lo que acaba de pasar y cuando, estoy segura que no volverá y que mi estómago a quedado vacío, bajo la palanca del retrete antes de deshacerme de la —poca —ropa que llevo puesta.
Una vez frente a la regadera le abro la llave del agua caliente y esta sale impactado con mi cuerpo dándole un efecto relajante a mi sistema, tanto que siento como cada músculo de mi cuerpo se relaja.
Este baño es maravilloso, si yo tuviera un baño así de impresionante no quisiera salir de el nunca. Paso tanto tiempo bajo el agua que mis dedos de las manos y los pies se arrugan viéndose graciosos.
Y es solo hasta entonces que el hedor alcohol que emanaba mi cuerpo se va, después de tallar tanto tiempo mi cuerpo por fin logré que el olor se fuera.
Al salir de cuarto de baño luego de una eternidad envuelta en una toalla blanca, justo a tiempo para ver entrar al hombre que me a dado asilo en el momento más vergonzoso de mi vida
Su caminar se detienen cuando me ve para a unos centímetros de la cama y aquí esta otra vez esta sensación extraña en mi vientre cuando empieza el recorrido en mis piernas desnudas —abriendo la boca ligeramente en el proceso —hasta llegar a mis ojos.
—¿Mejor? —se moja los labios con la punta de la lengua —. Le traje unas pastillas para el dolor de cabeza y un suero para que se hidrate
No contestó, ¿Cómo podría?. Solo observo lo impresionante que se ve con ropa informal ya que estoy acostumbrada a verlo siempre con trajes de oficina. Lleva una ramera blanca —como la que traía —y un pantalón de chándal color gris con cuadros negros, como si pensara pasar todo el domingo en casa descansando. El cabello despeinado le da un aire jovial y hace que sus facciones hoscas y duras se vean perfectas.
Pese a solo lucir eso no deja de tener ese porte arrogante tan característico de él y esa soberbia que emana por cada poro de su piel. Con todo y eso luce maravilloso y sexy como El infierno.
Como ve que no contesto alza una de sus pobladas cejas antes de empezar a caminar y dejar la bolsa de plástico que trae en la mano, sobre la mesita de noche.
La sonrisa socarrona que me dedica cuando se da cuenta de mi mirada curiosa me hace sonrojarme. Esta vez cuando emprende la caminata lo hace en mi dirección, mi corazón se salta un latido antes de reanudar su marcha a una velocidad alarmante, el pulso golpea con fuerza detrás de mis orejas y un nudo de pura anticipación se instala en mi estómago.
Da un paso en mi dirección y luego otro al tiempo que yo empiezo a retroceder haciendo su sonrisa más seductora… Más peligrosa.
Suelto un grito estrangulado de la impresión cuando mi espalda choca con la pared. Alexander sigue acercándose hasta que coloca una de sus piernas en medió de las mías haciendo que la poca distancia que había entre nosotros desaparezca por completo.
Trago duro.
Sus manos estas ubicadas una a cada lado de mi cabeza y yo solo puedo pensar en las extrañas sensaciones que siento en este momento y parpadear tratando de mantener mis emociones a raya. Mi respiración se vuelve dificultosa al sentirlo tan cerca estando prácticamente desnuda, por acto reflejo agachó la cabeza al no poder seguir sosteniendo su mirada.
El sigue el movimiento y veo el momento exacto en el que se lame los labios. Su mano toma mi barbilla obligándome a verlo directo a los ojos.
—Si tu fueras mi mujer —dice, y su voz suena más ronca y profunda de lo que he oído jamás —. ¡Carajo!. Si tu fueras mi mujer Emma… Las cosas que te haría.
Un jadeo entrecortado se me escapa al tiempo que siento mi respiración atascarse en mi garganta.
—¿Qué clase de cosas? —tartamudeo, en un susurro casi inaudible pero lo suficientemente alto para que el los escuche.
Una sonrisa triunfante tira de la comisura de sus labios y sus ojos se oscurecen varios tonos, las ganas de estampar mi puño en su preciosa cara cobran vida porque el sabe exactamente lo que me provoca.
Me muerdo el labio inferior aguantado las ganas que tengo de juntar las piernas. No responde mi pregunta en su lugar utiliza su lugar para liberar mi labio y esta vez solo le toma un par de segundos dejarse de rodeos y unir sus mudillos labios con los míos en un beso voraz, desesperado… ¿anhelante?.
Sus manos bajan por los costados de mi cuerpo para anclarse a mi cintura yo, en respuesta no pierdo tiempo para envolver mis manos alrededor de su cuello dejando que mis manos se enreden en las hebras negras de su cabello. Alexander gruñe en aprobación cuando la toalla —esa que mantenía mi cuerpo cubierto —cae al suelo.
¿Pudor? ¿Inhibiciones? Por supuesto que justo ahora ni las conozco, ni me importan.
El cuerpo de Alexander se pega más al mío de modo que mis pezones duros y erguidos rosen el suyo, la sensación electrizante que eso me provoca hace que busque con desesperación su lengua a la cual el me da acceso gustoso.
Doy gracias al cielo que tuviera cepillos de dientes nuevos en el gabinete del baño ya que no preocuparme por mi aliento nauseabundo es un alivio en este momento.
El gruñido posesivo que suelta Alexander al apartar sus labios de los míos y observar mi cuerpo desnudo entre sus brazos. Su cabeza se entierra en el hueco que de mi cuello antes de aspirar.
—Hueles a mi —murmura, mas para si mismo que para mi—. Me gusta —prieta sus manos en mis caderas.
Sus labios empiezan a trazar una línea de besos primero ansiosos; luego dulces, suaves, gentiles de mi mandíbula a mi clavícula.
De pronto no soy más que un montón de suspiros rotos, un manojo de sensaciones placenteras que me aterran y a la misma vez quiero mas de ellas. Mucho más.
Un gemido particularmente ruidoso se me escapa cuando la palma de su mano grande y áspera envuelve mi pecho apretándolo en el proceso.
Los toques en la puerta hacen que la burbuja lujuriosa en donde nos encontrábamos se rompa. Alexander murmura una maldición por lo bajo antes de aparecer lo suficiente de mi para decir —;
—¡¿Qué?!—ruge, irritado hasta la mierda.
Soy incapaz de moverme y me reprimo por el poco auto control que tengo sobre mi misma, por la manera en la que unos cuantos besos bastaron para hacer un desastre en mi entre pierna. No quiero ni pensar que hubiera pasado si no nos interrumpen.
—Señor tiene una llamada de Londres —la voz de la mujer de la mujer del otro lado de la puerta suena apenada y mortificada a partes iguales —. Dicen que es importante —insiste.
Él hombre enfrente de mi se toma su tiempo besándome una vez más lento. Suave. Pausado. Antes de abrir los ojos y mirarme con la cara llena de disculpa antes de gritar un: ya voy.
Aun con todo y eso no se aparta de mi, se toma un par de segundos para evaluarme con detenimiento y de pronto soy muy consiente de lo desnuda que estoy y el impulso de taparme es casi insoportable casi.
—Mande a John a comprarle ropa, ya que la suya quedó inservible —hace una mueca antes de hacer una seña con la cabeza al sofá que se encuentra aún lado del ventanal—. Esta sobre el sofá.
Dicho eso vuelve a cerrar los ojos antes de por fin separarse de mi —como si fuera lo más difícil que ha hecho últimamente —y desaparecer por la puerta.
A mi me toma más que un par de segundos espabilarme y ser completamente consiente de lo que —pudo o no — haber pasado y en las consecuencias que esto atraerá.
¡Besaste a tu jefe! ¡Pero es que te has vuelto completamente loca! y lo peor de todo es que te gustó. Mi subconsciente me reprende, pero justo ahora no puedo hacer otra cosa que no sea absorber todas esas sensaciones que sentí hace unos momentos y que me hicieron dejar de estar entumecida.
Se que esta mal, que por ningún motivo bajo ningún concepto debí permitir que esto pasara. Y sobre todo no puedo creer que estuve punto de tener sexo después de tantos años. Casi quiero reír de lo cruel que puede ser el destino a veces.
No se exactamente cuanto tiempo llego aquí parada recargada contra la pared contra la que me acorralo Alexander, pero para cuando puedo moverme recojo la toalla del suelo antes de caminar al sofá para ponerme la ropa que trajeron para mi. Una vez vestida con unos vaqueros color azul y un cárdigan negro, camino hacia la cama para tomar las pastillas —que no merezco — para la resaca que me tomo con ayuda del suero.
Me siento en la orilla de la cama un momento tratado de procesar como voy a manejar las cosas que acaban de pasar en lo que espero a que Alexander vuelva y cuando veo que pasa demasiado tiempo salgo de la habitación emprendiendo el recorrido por la gran casa
Siempre pensé que a mi jefe era de los tipos que le iban más los apartamentos costosos en una zona muy buen ubicada, pero me equivoque, pese a que imagino que la casa debe estar en una zona residencial.
Camino por el espacioso pasillo que tiene una decoración un tanto egocéntrica que contrasta perfecto con su personalidad.
Empiezo a bajar las escaleras que se encuentran al final del pasillo y justo cuando estoy por llegar al último escalón lo veo, sigue llevando el pantalón de chándal y la ramera blanca pero ahora luce cansado con un aire rebelde que lo hace lucir maravilloso y jodidamente sexy. Le da un toque de chico malo de esos que podrían hacerte perder la cabeza si no tienes el suficiente cuidado.
El estómago me da un vuelco porque no sé qué es lo que sigue a continuación.
—Veo que a terminado de cambiarse —dice, cuando nota mi presencia.
Asiento con la cabeza incapaz de confiar en mi voz disfrutando de la fabulosa vista de ver a un Alexander Williams más relajado y no al hombre de negocios huraño y austero de siempre.
—¿Tiene hambre? Vamos almorzar —dice, lacónico y aunque suena amable puedo notar que algo le incomoda.
—La verdad es que no creo que pueda comer nada justo ahora —lo digo porque es cierto, no creo que mi estómago soporte comer algo, sin tener que correr al baño cada cinco minutos —.No quiero seguir causándole molestias… Yo lo siento mucho señor…
—Ya veo —me interrumpe —. John esta a su disposición para cuando usted quiera volver a su casa. Y por lo demás no se preocupe que no a pasado nada.
No se por que sus palabras me duelen, pero lo hacen y dejan una extraña sensación abrumadora en el proceso.
¿Que esperaba que pasara? Casi quiero reírme de lo ridículo de mis pensamientos y permitirme fantasear con esta imagen no tan inalcanzable y humana de mi jefe.
—Si no le molesta quisiera irme ya —mi voz suena tan firme que me sorprendo, debido al mar de emociones que estoy conteniendo en este momento.
Mi jefe me observa con un gesto glacial e inexpresivo durante varios segundos. Un suspiro tembloroso se me escapa cundo se gira dejándome aquí con unas ganas impresionantes de azotar la cabeza contra la pared mas cercana hasta perder la conciencia.
—Lleva a la señorita a su cada —la voz familiar me hace dar un salto de la impresión, volteando para ver de lleno la imagen de mi jefe y un hombre entrado en sus cuarenta que —supongo —es John.
John asiente en respuesta antes de hacerme un gesto con la cabeza para que lo siga y así lo hago. No sin antes agradecer por todas las atenciones recibidas y disculparme una vez mas por el estado tan vergonzoso en el que me encontraba.
**
El dolor de cabeza me esta matando. Suelto un juramento y prometo jamás en la vida permitirme tomar de esta manera.
—¡Donde carajos estabas! —grita, Miranda en cuanto pongo un pie dentro del apartamento —. No tienes una jodida idea de lo preocupada que estaba por ti.
Sus palabras me calientan el pecho y hacen que una punzada de culpabilidad me atraviese.
—No grites —me quejo —. Me duele la cabeza.
—Pues es lo mínimo que mereces —pone las manos en jaras —. Tengo toda la mañana tratando de localizarte. ¿Dónde estabas?.
Me mira con cara de desaprobación antes de dejar escapar un suspiro de alivio que aparece llegar a su sistema.
—Te prometo que te lo contare todo, pero por ¡el amor de dios! ahora no. Siento que la cabeza me va estallar —suplico, y ella ríe ante mi desgracia relajando su postura tirándose de espaldas al sofá.
—Un momento, no traes la ropa de ayer. No le me digas que tuviste una noche de sexo salvaje con algún extraño que conociste en el antro —bromea, y me encojo de hombros.
Miranda se sienta de golpe en el sofá y me da una Miranda inquisidora.
—Alto ahí Emma Smith —ordena, cuando paso por su lado.
No puedo evitar pensar en que estuve casi — casi — apunto de hacerlo con mi jefe.
—No seas una chismosa —la regaño.
—No soy una chismosa, solo me preocupo por mi hermana —dice, indignación y orgullosa de su declaración.
Ruedo los ojos al cielo de la ironía de que mi hermano menor me este cuestionando sobre mi vida sexual.
No tienes vida sexual. La vocecilla en mi cabeza se burla.
—Eso ni tu te lo crees —digo, retomando el camino a mi habitación.
—Me debes una plática Emma Smith —grita, justo antes de cerrar la puerta de mi habitación.
Ni siquiera me toma la delicadeza de quitarme la ropa que traigo puesta pata ponerme algo más cómodo, cuando me tiro boca abajo sobre la cama teniendo un efecto relajante de inmediato en mi y sin poner ninguna resistencia me dejo ir.
No se cuanto tiempo ha pasado pero se que es suficiente pues el sol se ha ocultado dándole paso a la oscuridad de la noche, el dolor de cabeza a disminuido considerablemente.
Una sonrisa boba tira de la comisura de mis labios al recordad el beso que tuve con Alexander cierro los ojos y con las yemas de mis dedos toco mis labios permitiéndome recordar todas las sensaciones — esas— que no creí que volvería a sentir.
—No se porque le pongo tanta importancia, fue solo un beso —me repito una vez mas.
Pero que beso. La vocecilla en mi cabeza me recuerda y trato de empujarla lejos.
De pronto la idea de indagar más sobre el no me parece tan mala idea, es por eso, que me pongo de pie para tomar mi portátil y encenderla en lo que busco mi teléfono que no encuentro por ningún lado.
Suelto una maldición con la sola idea de pensar en que pude haberlo olvidado en casa de mi jefe. Ya nada más eso falta.
Me pongo la portátil en las piernas y de inmediato tecleo en el buscador Alexander Williams y de inmediato empiezan aparecer información sobre sus negocios y como siendo aún tan joven a logrado tanto, también aparecen fotos de el saludando a otros empresarios.
En todas y cada una de las fotos aparece perfecto. Inalcanzable. Soberbio. Con una sonrisa que para ser sincera no le compro en absoluto. No, después de haberlo visto sonreír verdad.
Estoy apunto de rendirme cuando entre todas las fotos donde sale estrechando la manos de hombres que parecen que tienen un palo metido en el culo o dando donaciones alguna institución de víctimas de agresión sexual junto a otro hombre que parece más un vikingo que un empresario aparece una foto vieja de Alexander con una mujer anunciando un compromiso.
El compromiso del año.
El empresario Alexander Williams uno de los solteros más codiciado y exitoso de Seattle se compromete con la modelo Ofelia Buen Rostro.
Busco más información al respecto pero no encuentro nada por ningún lado y en el perfil de la modelo es como si no conociera a mi jefe. Parece más como un invento de la prensa amarillista.
Es la única explicación que encuentro para que alguien en su sano juicio dejara ir a un hombre como lo es mi jefe.
He visto infinidad de mujeres desfilar por la vida de mi jefe pero jamás la vi a ella, estoy segura de que la recordaría si la hubiera visto.
Después de indagar un poco más decido dejar eso por la paz apagando la portátil, por un momento la idea de ir por algo de comer a la cocina es tentadora pero la descarto de inmediato cuando recuerdo que mirada anda por ahí deambulando como un animal que acecha a otro y francamente lo último que quiero es dar explicaciones de algo que no se ni siquiera como explicármelo a mi.
La sola idea de pensarlo me hace sentir enferma. Abrumada y ansiosa.
**
Paso la noche dando vueltas en la cama, qué para cuando miro el veo el reloj despertador que se encuentra encima de la mesita de noche junto a mi cama me doy cuenta que soy las cinco de la mañana.
Suelto un bufido ante de sentarme sobre la cama y mirar a la nada por un par de minutos.
Me encamino al baño donde tomo mi tiempo para darme una larga ducha con agua caliente antes de empezar el día. Me siento demasiado abrumada, no puedo recordar la mitad de las cosas que pasaron la madrugada del domingo. Eso de alguna manera me hacia sentir mal en varios sentidos y por alguna extraña razón me siento miserable y confundida hasta la mierda.
No quiero se débil, no quiero dejarme confundir por un beso, no puedo aferrarme algo que sucedió en el calor del momento porque llegué a la conclusión de que en cualquier otro escenario no hubieran pasado ni la mitad de las cosas que pasaron.
El camino a la oficina en el auto de servicio que pedí pasa tranquilo y sin contratiempos.
Llevo el cabello suelto en ondas y solo llevo un poco de máscara de pestañas y labial, hoy no me siento con el ánimo de arreglarme demasiado.
—Hemos llegado señorita —el chófer del auto de alquiler me indica sacándome se mi ensimismamiento.
Pago el servicio antes de bajar del auto y adentrarme al enorme edificio donde trabajo. Todo va buen hasta que en el pasillo que da a mi oficina me encuentro con Jack.
—Buenos días, Dulces Emma —dice, con una sonrisa radiante —. No sabes lo mucho que pensé en ti el fin de semana.
No me pasa desapercibido el deje lascivo en su voz.
—¿Enserio? —contesto con sarcasmo —. Yo ni recordaba que existías.
—Por favor Emma, no te vengas hacer la mojigata conmigo —se acerca peligrosamente a mi —. Si todos aquí saben que eres una zorra.
Reprimo el impulso de romperle la nariz por imbécil antes de pasar por su lado y entrar a mi oficina. Una vez dentro respiro hondo tratando de controlar el instinto asesino que crece en mi y no volver para apuñalar a Jack con una pluma.
El teléfono de mi escritorio suena sacándome del hilo violento que estaban tomando mis pensamientos.
—Corporativo Williams, departamento de publicidad habla Emma Smith.
—Señorita Smith, el señor Williams la necesita con urgencia en su oficina —la voz chillona de la nueva secretaria de presidencia llega a mis oídos.
—Enseguida voy —contesto, de mala gana antes de colgar.
No la soporto. Pero la ansiedad ya se ha instalado en mi sistema de una manera alarmante.
Me va a despedir.
—Tranquila Emma, no hay que adelantarse a las cosas —me digo a mi misma.
Cuando llego al escritorio de su nueva secretaria no me molesto en mirarla siquiera, paso de largo en dirección a las enormes puertas dobles.
—Pase —ordena, una voz gruesa del otro lado.
Inhalo y exhalo un par de veces antes de armarme de valor y encaminarme hacia dentro de la espaciosa oficina.
El hombre que me recibe dentro me mira directo a los ojos con una expresión intensa y al mismo tiempo indescifrable, que hace que el nerviosismo crezca en mi interior.
Me hace una seña con la mano para que me acerque — o me siente — no lo sé, el pulso golpea con fuerza detrás de mis orejas y un nudo de ansiedad se a instaló en mi sistema. Así pues, y haciendo acopio de toda la valentía que puedo reunir en este momento logro alzar el mentón.
—Buenos días señor Williams, ¿me mando. Llamar?.
Recarga si espalda en la silla detrás de su escritorio mirándome con curiosidad, como si yo fuera la criatura mas extraña que ha visto nunca.
—Necesito que confirme su asistencia al evento de empresarios que se llevará acabo en Nueva York —dice, resuelto.
—¿Yo? —parpadeo, sorprendida.
—Es que acaso esta sorda —espeta, aburrido sin despegar su mirada intensa de la mía —. Mi secretaria le hará llegar los por menores.
La ansiedad y el nerviosismo son uno sólo corriendo en mi torrente sanguíneo, sólo por el simple hecho de que siento que esta tratando de encontrar algo en mi mirada que le de la respuesta a lo que sea que le este pasando por la cabeza.
Se pone una mano en la barbilla y suelta un suspiro para después pronunciar —:
— Si que es despistada señorita Smith, ayer olvido su teléfono en mi casa — dice, poniendo el aparato sobre el escritorio —. Creo que estoy destinado a encontrarlo —ironiza.
Me acerco dudosa al escritorio para estirar mi mano torpe y temblorosa pero antes de que pueda tomar el teléfono sus dedos se envuelven en al rededor de mi muñeca y yo me tenso en respuesta.
La mirada de Alexander se llena de un brillo completamente desconocido para mi y no puedo evitar preguntarme que demonios esta mal con este hombre.
— Puedo hacerle una pregunta —. Inquiere, mientras me suelta de su agarre.
—¿Qué? —es lo único que logro formular.
—¿Por que una mujer como tu necesitaría internarse en un sanatorio mental?—. Suelta sin más, el aliento me falta y la ansiedad a empezado a crepitar en mi interior.
La espaciosa estancia se sume en un silencio tan denso que es capaz de cortarse con un cuchillo, no puedo hablar, no puedo pensar con claridad, el corazón me late tan rápido que creo que en cualquier momento de se va a salir del pecho.
Por el simple hecho que no se de donde diablos él saco eso que con tanto ahínco me he esforzado por ocultar de todas las personas que me rodean.
Toda la sangre se agolpa en mis pies, con el pasar de los segundos haciendo que sus palabras se asienten en mis huesos haciendo que no sea capaz de hacer otra cosa mas que respirar.
Y tratar de disipar la sorpresa que me genera la situación, el hombre frente a mi me observa a la espera de una respuesta y yo siento que el suelo se mueve bajo mis pies.
Este capítulo de Alemma me tiene con las emociones encontradas. Espero que lo disfruten y que sepan que me encanta leer sus comentarios, me dan vida y muchísima motivación para seguir escribiendo.
Nos leemos mañana.
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Oh antes de que se me olvide la modelo en la que me inspiró en Emma es ella (aja, se que es actriz no modelo)
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