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capítulo 28


He pasado las últimas semanas de mi vida como una completa y absoluta tortura, ha sido una completa agonía. Lenta, dolorosa y asfixiante agonía.

Desde que llegue a casa de Alexander me he limitado a deambular de vez en cuando por la casa, cuando los pensamientos en mi cabeza son demasiado apabullantes como para quedarme en la habitación, no puedo comer, apenas y pruebo bocado —por no decir que no como nada—, no puedo dormir las pesadillas cada vez son más recurrentes y el medicamento controlado no me esta ayudando en nada.

Las sesiones con Renee pasaron de ser una vez por semana a tres veces por semana y es que no estamos avanzando nada, desde que Daniel me ataco, la doctora Wilson dice que estoy en fase de negación y auto rechazo por lo que me a dado consulta abierta cada que lo necesita ya que mis antecedentes clínicos no son los más alentadores.

Sin contar de John y Sonia me ven con cara de preocupación, cada que alguno de ellos entra a la habitación, tengo exactamente un mes que no salgo de aquí y es que, no me siento preparada y si soy sincera conmigo misma no se si en algún momento lo estaré, apenas y puedo soportar ir al consultorio de la doctora Wilson. Sin embargo pese a que he tenido unos días de mierda trato de trabajar desde aquí lo más que puedo.

No me siento para nada bien, pero prometí a mi psiquiatra empezar a integrarme a mi rutina diaria, es por eso que, pese a las pocas ganas que tengo estoy tomando una ducha para ir a la oficina con la esperanza de que eso ayude a mermar un poco las abrumadoras sensaciones que se mantienen conmigo todo el tiempo.

Los golpes en mi cuerpo dejaron de doler con el pasar de los días, los moretones ahora son casi inexistentes, pero las marcas en mi alma siguen ahí, tan frescas que siento como si me quemara de adentro hacia fuera.

Siento que en cualquier momento me vomitare encima.

En lo que Alexander concierne, al parecer su viaje se extenderá un par de semanas más lo cual agradezco en demasía, el alivio que sentí cuando me lo dijo fue enfermizo. Le ha llamado todos los días pata preguntar como estoy, sus mensajes contaste a todas horas del día no hacen mas que llenarme el corazón de una sensación cálida, extraña y apabullante y al mismo tiempo tan abrumadora que me hace tener sentimientos encontrados.

No se que haré en el momento en el que vuelva, no tengo ni una jodida idea de como voy a sobrellevar esto la sola idea de decirle lo que en realidad pasa me aterra de una manera antinatural y por otro lado me digo una y otra vez que esto no tiene porque saberlo, la policía se encargará de todo. Nuestra relación es bastante reciente y no se han definido muchas cosas, en realidad aún tenemos un contrato y solo quedamos en dejar que las cosas fluyeron para ver si funcionarían en resumen todo sigue siendo un contrato, así que no tiene porque importarme como lo hace, solo que si lo hace porque tengo sentimientos bastante fuertes hacia él.

Pero él te va a rechazar cuando se entere que le mentiste. La vocecilla insidiosa de mi cabeza me tortura cada vez más.

Desde que salí del hospital no he hecho un carajo por mi aspecto y como hacerlo si no soporto si quiera verme al espejo, pero esta vez doy un pequeño paso —como lo recomendó Renee— parándome frente al espejo cuando salgo del baño para cepillar mi cabello enmarañado.

Y es que la falta de atención a mi cuerpo me esta pasando factura, la mala alimentación a hecho que mi cuerpo se vea extremadamente delgado, la palidez de mi piel casi amarilla no pasa desapercibida y soy bastante consiente de que las ojeras pronunciadas que tiene un color purpura me hacen ver de la mierda y eso último tal vez sea porque así me siento: de la mierda.

Aun con todo y eso me quedo parada frente al gran espejo del vestidor de Alexander, ahora que soy más consiente de que tengo demasiado sin verme realmente a detalle, ni siquiera recuerdo cuando fue la última vez que de verdad mi vi, siempre me limitaba a ver como me quedaba el labial como se veía mejor el cabello: suelto o recogido. Tenía tanto tiempo que no observaba mi verdadero yo que la persona que me recibe atraves del espejo apenas puedo reconocerla, se siente como si estuviera viendo a una completa extraña y al mismo tiempo la siento tan familiar, hace tantos años que ni la veía —desde que mis padres murieron junto a mi bebé —sólo se que ahora luce más vacía, mas sin vida.

Llevo el cabello suelto, con una blusa blanca de manga larga de botones fajada en una falta de tubo color rosa pastel dos dedos más debajo de las rodillas. Mis ojos han perdido brillo y el cansancio notorio es el resultado de las pocas horas de sueño que he tenido últimamente.

Así pues luego de pasar cerca de cuarenta y cinco minutos contemplado el espejo, tomó mi bolso antes de salir a la habitación y le digo a John que me lleve a la oficina ya que Alexander dio la orden de que el me llevaría a donde necesitará ir para evitar otro incidente como el de la última vez.

**

El transcurso de la casa al trabajo es en completo silencio, las miradas que John me dedica atraves del espejo con ganas de decirme algo no cesan ni por un segundo y eso solo hace que un nudo de pura ansiedad se instale en mi garganta, sin embargo me limitó a guardar silencio y él tampoco se atreve a decir nada.

Todo el camino trato a toda costa de evitar sus miradas, tratando de perder el tiempo en el teléfono, viendo por la ventada o leyendo unos documentos de la oficina que para ser sincera no me puedo concentrar en lo mas mínimo.

No debiste haber salido de la cama, aún no estas bien. La voz en mi cabeza me reprime.

—No puedo vivir encerrada por siempre —susurro, solo para mi.

Nos toma alrededor de treinta minutos —por el trafico —llegar a las oficinas del corporativo, John se estaciona en el estacionamiento subterráneo del edificio y yo me tomo unos segundos para tomar aire.

—¿Señorita? —comienza, John pero parece estar tratando de encontrar las palabras adecuadas antes de continuar y deja ir un suspiro cargado de pesadez antes de decir —: Se con seguridad que usted no es una mala persona, se que no tengo derecho de meterme en si vida pero estoy sumamente preocupado por usted ¿el joven Williams sabe de su estado? — el terror de inmediato me atenaza las entrañas ante su cuestionamiento pero trato con todas mis fuerzas de lucir serena.

Sin embargo no me pasa desapercibido el tono fraternal con el que me habla y eso me calienta el pecho. Se que tiene razón, que debo hablar con Alexander pero aun no le siento lista para hablarle con él, el hecho de que pueda sentir asco hacia mi.Y. Sin embargo no lo culparía yo misma siento repulsión por mi misma.

—No está al tanto y créeme John que o mejor es que no se entere, así que te pido discreción en todo esto… Por favor—murmuró, con toda la tranquilidad que puedo imprimir en este momento en mi voz.

John suspira con genuino pesar, al tiempo que cruzamos miradas atreves del retrovisor del auto, se que no esta feliz con mi respuesta y se en demasía que sólo se preocupa por mi.

John termina por asentir luego de un par de segundos para después bajarse abrirme la puerta, apenas soy capaz de mantenerme en pie por lo agotada que me siento tanto mental como físicamente, pero pese a me esfuerzo por no hacerlo notar.

Puedo con esto. Puede salir antes de esta oscuridad, podre hacerlo ahora. Pienso.

Y con ese pensamiento bajo del auto, apenas he dado un par de pasos en el pavimento de la entrada cuando todo me empieza a dar vueltas y doy un traspié tambaleante.

—Señorita Smith, tal vez lo mejor será que regrese a casa —la mano de John evita que me caiga al suelo y me toma un poco de tiempo poder enfocar John debido al mareo.

—S-sí estoy bien —trato de sonar despreocupada, pero hay una expresión en los ojos del chófer de Alexander que me hace saber que no me cree.

La expresión que me sostiene del brazo refleja preocupación y me siento terrible moralmente por hacer que se preocupe por mi. Me ayuda a sentarme en el auto para minutos después recuperar el control de mi cuerpo y en entonces cuando le hago saber a John que estoy mejor y esta vez lo asiente serio.

Acto seguido me echo andar en dirección al interior del edificio. Todo esta exactamente igual que la última vez y al mismo tiempo se siente extraño estar en este lugar luego de un par de semanas. Me siento extraña, fuera de lugar.

En todo el trayecto en el ascensor no puedo evitar repetirme una y otra vez que esta no es una buena idea, que debí de haberme quedado en casa. Pero me niego a volver  aislarme como hace tanto tiempo, me niego hacer débil una vez más.

Las puertas de metal se abren y toma todo de mi caminar por el pasillo, donde hago una mueca al ver a la rubia y sexy secretaria de Alexander tecleando frente a su ordenador y quien levanta la cabeza cuando escucha el repiqueteo de mis tacones.

—Buenos días señorita Smith —saluda, al tiempo que se pone de pie —. El señor Williams no me dijo que vendría.

Detengo mi andar para girarme a encararla con la mandíbula apretada.

—Trabajo aquí, no entiendo porque tendría que avisarte mi prometido que vendría —digo, alzando ligeramente el mentón.

Sin dejarla decir algo más continuo con mi camino hacia mi oficina, pero justo al doblar en el pasillo maldigo mi mala suerte al encontrarme a Jack quien en cuanto me ve despliega una sonrisa comemierda caminando en mi dirección.

—Pero mira nada más quien se digno aparecer—dice, con ironía —. Ya veo que ser la zorra en turno del jefe te da bastantes privilegios.

—No estoy de humor para tus comentarios mal intencionados, pero si tienes algún problema puedes hablarle directamente con Alexander o presentar tu queja en recursos humanos —hablo, con tanta calma que yo misma me sorprendo —. Así que si no tienes algo que decir que no sea mierda, me retiro que yo si tengo cosas que hacer.

Lo dejo con la palabra en boca mientras aprieto el paso hacia mi oficina con el corazón golpeando con fuerza. El día trascurre sin mas contratiempos mientras trato de sacar un poco de las montañas de trabajo que tengo atrasado pese haber estado trabajando desde casa.

Salgo a comer con Penny y le pone al tanto de las novedades que han pasado en el tiempo que estuve fuera no sin antes reclamarle por no haber respondido sus llamadas y mensajes. Nos despedimos cuando la hora de la comida termina y prometo no volver a desaparecer así antes de volver a mi oficina.

Son cerca de las siete de la tarde cuando el particular sonido del teléfono me saca distraer de el informe de la campaña que estoy redactando, ni siquiera me tomo la molestia de mirar quien es solo deslizó el dedo sobre la pantalla y me lo llevo a la oreja al tiempo que tecleo en el ordenador.

—Hola bonita ¿Cómo estuvo tu día? —la voz de Alexander me inunda los oídos y una sensación cálida me embarga de inmediato.

—Hola a ti también, a estado tranquila ¿y tu como estas? ¿cuándo vuelves? —pregunto, porque de verdad me interesa saberlo.

—¿Tanto me echas de menos? —dice, en tono socarrón y estoy casi segura que tiene una sonrisa pintada en el rostro.

—Tal vez— contestó, y me encojo de hombros pese a que se que no puede verme.

—De hecho, señorita Smith me gustaría saber si esta usted disponible para cenar esta noche —dice, al tiempo que me paralizo y una sensación desgarradora me invade.

Y justo cuando estoy apunto de replicar algo la puerta de mi oficina se abre dándole paso al hombre que me a tenido mortificada desde el día que se fue, el alimento me falta y me atragantó con la ansiedad que ha empezado a crepitar en mi interior.

Sigo con el teléfono pegado a la oreja al tiempo que parpadeo un par de veces sólo para confirmar que no estoy alucinando por las pocas horas de sueño que he tenido últimamente.

Lo veo detenidamente y luce jodidamente como un modelo que acaba de salir de una sensación de fotos de revista, con ese traje gris de tres piezas que le queda a la perfección con la camisa blanca y la corbata la dejo olvida —sabrá Dios donde—, la sonrisa que me regala sólo lo hace lucir más atractivo, varonil… Sexy.

—¿Tanto te sorprendí que te deje sin aliento?— bromea, y sacudo la cabeza despabilándome.

Salgo del hechizo absorbente que es Alexander al tiempo que siento como toda la sangre se agolpa en mis pies mientras me incorporó en un intento de ocultar —de manera fatal — la impresión y el terror de que el se encuentre aquí.

—No te lo tengas tan creído, es solo que no esperaba verte aquí, te esperaba hasta dentro de una semana y ahora estas aquí —inquiero, tratando de sonar casual al tiempo que embozo una sonrisa.

Alexander me observa unos cuantos segundos que parecen una verdadera tortura, hasta que por fin dice—:

—También te eche de menos, Emma —murmura, con fingida indignación y yo no puedo hacer otra cosa que sonreír como estúpida.

Y es que este es el problema, su cercanía me hace tanto bien que tengo miedo de perderlo, de no volver a tenerlo jamás por culpa de Daniel por eso una vez más confirmo que no decirle nada es la mejor opción.

Alexander da un par de pasos en mi dirección hasta quedar frente a mi al tiempo que sus brazos rodean mi cintura, mi cuerpo por acto reflejo se tensa un poco y él parece no darse cuenta ya que une sus labios a los míos para luego susurrar —:

—En serio no tienes una idea de cuanto te eche de menos— su tono es dulce y amable.

No me da tiempo de contestar ya que vuelve a unir sus labios a los míos en un beso lento, profundo, suave lleno de una sensación extraña y de pronto la pesadilla que viví hace unas semanas atrás se empieza a recapitular en mi mente una y otra vez.

—Bonita, mírame —ordena, suavemente y es entonces cuando me doy cuenta que deje de besarlo y solo me quede para como estatua con los ojos cerrados con fuerza.

Sus manos acunan mi rostros con delicadeza al tiempo que abro los ojos despacio y la imagen que me recibe es tan cálida como abrumadora.

—Es… Es solo que te eche muchísimo de menos, me hiciste mucho falta —digo, con un hilo de voz y porque es cierto me hizo mucha falta.

Su sonrisa se ensancha dejándome ver sus perfectos dientes blancos, algo salvaje y desconocido atraviesa su mirada, entonces en un impulso de ahuyentar lejos las imágenes  que han empezado a golpear mi mente.

—No —se aparta para mirarme de pies a cabeza —. Aun no.

—¿Qué? ¿Por qué no? —pregunta. Confundida.

Alexander vuelve acercarse a mi y rodear mi cintura para susurrar en mi oído —:

—Me refiero a que te voy a llevar a casa, para hacerte saber que te eche de menos como un jodido loco —trago duro —. Y seguro como El infierno que voy adorar tu cuerpo tanto tiempo que todos van a saber que eres mía. Te deseo como un maldito demente.

Maldita sea, maldita sea, maldita sea. Esto no me puede estar pasando a mi.

Aquí otro poquito de Alemma, que lo disfruten mucho.
Nos estamos acercando a la recta final y cuando el libro acabe les daré una noticia que me muero por contarles, tal vez algunas ya lo saben o lo intuyen.
Las tecueme.

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