capítulo 14
Un nudo de impotencia se a instalado en mi garganta y, de pronto me encuentro aquí de pie en medio de la sala de Alexander más mortificada que nunca por todo lo que esta sucediendo.
Estas jodida Emma, jodidamente jodida, extremadamente jodida. Me reprimo interior mente.
Indignación, impotencia, rabia... Todo se arremolina en mi interior y me hace difícil concentrarme en nada, cuando todo el peso de lo sucedido y de lo que acabo de aceptar se asienta en mis huesos. Cuando en mi cabeza, la claridad de la situación me abruma.
Se que los problemas no se solucionan de esta manera, que de todas las ideas que puede haber tenido alguna vez, esta no es la más brillante y sobretodo se que estoy siento una completa perra por escudarme —esconderme— detrás de un falso compromiso.
—¿Estas bien? te vez pálida —la voz de Alexander me saca de mi ensimismamiento.
Lo sigo a la cocina por donde a desaparecido hace un par se segundos, dejando el teléfono en la mesita de noche en el proceso.
—Sí —mi voz suena ligeramente inestable y temblorosa.
Sus ojos verdes me observan con intensidad, como decidiendo si seguir insistiendo o dejar pasar mi muy pobre mentira.
—Siéntate, vamos a comer algo —dice, dejando ir el tema y señalando la mesa.
Tomo asiento sin protestar, que haya aceptado no quiere decir que esté todo dicho. Minutos después dos platos con huevo y tiras de tocino crujientes son colocados en la meda, pero en este momento lo que menos tengo es hambre, no con el nudo que me atenaza las entrañas.
—Espero que sea de tu agrado, no he surtido la alacena y no hay mucha variedad—dice, al tiempo que se encoge de hombros en un gesto que se me antoja despreocupado y apenado a partes iguales.
Ver Alexander en esta faceta tan humana me resulta fascinantemente peligro para mi estabilidad emocional.
—Esta bien, Alexander —suspiro —. ¿Cómo vamos a llevar esta situación? —pregunto, yendo directo al grano y los ojos de el hombre frente a mi se oscurecen varios tonos.
Se hace un silencio sepulcral por unos minutos, que para mi parece una eternidad haciendo cosas bastante malas para mis nerviosismo.
—¿Te parece bien si lo hablamos después de comer? quiero enseñarte un lugar —suena, relajado.
—No iré a ningún lado con solo tu camisa puesta o en vestido de noche —señaló, mientras picoteo el la comida con el tenedor.
Su mirada recae en mis pechos y me siento bastante traicionada al sentir como estos se yergue bajo su mirada.
Me muerdo el interior de la mejilla y aunque se, que esto no será mas que una tortura donde no haré más que darle vueltas
—A mi me gusta verte con mis camisas —pronuncia, con tono socarrón y yo siento como el calor empieza a subir por mis mejillas —. Pero tienes razón, jamás saldrías con a ningún jodido lado solo llevando eso puesto —dice, eso último con tanta seriedad que un escalofrío me recorre la espina dorsal.
Trago duro.
Y tengo que apretar los muslos antes la punzada que su voz dominante y posesiva envían a mi vientre, trato de no lucir intimidada por no llevar más que unas bragas y una camisa en cima, pero claro que fracaso enormemente porque segundos después una carcajada ronca sale de su garganta, para después clavar sus ojos en mi.
—Le sacaría los ojos a cualquiera que se atreviera a verte así —dice, y suena tan serio que un nudo de anticipación se instala en mi vientre y me empiezo a preguntar que mierda esta mal conmigo.
Mi corazón se salta un latido para reanudar su marcha a una velocidad antinatural y de pronto siento mucho calor, de hecho temo que estoy sudando pese a que está el clima frío.
—Estoy bromeando, tranquila —dice, pero a diferencia de su declaración anterior y por alguna extraña razón esta no suena sincera en lo mas mínimo —. John, nos traerá ropa mas tarde.
Muevo la cabeza en un gesto afirmativo y le regalo una sonrisa irritada, lo que hace que su sonrisa se ensanche tanto que puedo ver todos sus dientes perfectamente alienados. No sé cómo haré para sobrevivir a esto.
Y es que es será una completa tortura este contrato de compromiso.
Concéntrate Emma, tienes que tener la cabeza fría.
No decimos nada más mientras come —porque yo solo me dedico a picotear la comida—. Se siente bien alejarse del mundo, más en un lugar como este que se encuentra en medio de la nada, Alexander bien podría ser un asesino serial y yo bien podría estar muerta o siendo comida por él.
Lo único que perturba el silencio que se a instalado es nuestras respiraciones y nuestros pasos al terminar de comer y volver a la sala de estar.
Tomo mi teléfono justo cundo el timbre de la puerta suena.
De inmediato siento como toda la sangre se agrupa en mis pies, con el solo hecho de imaginar que la persona que toca la puerta pueda ser Daniel. Me quedo inmóvil por unos minutos mientras el timbre sigue sonando.
Estoy demasiado paranoica, necesito calmarme o antes de terminar el día tendré un aneurisma. Inhalo y exhalo con lentitud un par de veces antes de caminar unos cuantos pasos con dirección hacia la puerta.
—Ni se te ocurra ir abrir la puerta así —la voz ronca y profunda de Alexander se escucha a mi espalda y una amenaza silenciosa flota en el aire —. Ve a tomar tus pastillas. Yo me encargo.
Un escalofrío me recorre cuando una de sus manos me envuelve la cintura de manera posesiva, antes de que me deje ir. Camino hacia la cocina donde encuentro el medicamento —que seguro que él trajo—, y tomo un vaso con agua.
El sonido de la puerta abriéndose llega a mis oídos seguida de una conversación un tanto casual antes de que la puerta vuelva a cerrarse. Me meto una pastilla a la boca antes de tomar agua para ayudar a bajarla.
Camino de regreso hacia la sala donde Alexander se encuentra solo, con un par de bolsas en las manos que coloca en el sofá.
—Ya trajeron la ropa —dice, en tono distante y su gesto no es el mismo que el del desayuno.
—¿Pasa algo? —no puedo evitar preguntar.
—No. Deberías de ir a cambiarte, saldremos en unos minutos —anuncia, extendiendo una par de bolsas que todo murmurando un débil gracias, antes de dirigirme hacia las escaleras.
No tardo demasiado en cambiarme ya que solo llevo puesta una ramera que me va grande y bragas, que es sustituida por unos vaqueros negros y una camisa básica de manga larga color vino, me coloco la chaqueta del mismo color que los vaqueros y unos converse.
Apenas he pisado un par de escalones cuando lo veo. Ahí, parado tan imponente como siempre, tan intimidante. Me detengo un momento para apreciar lo ancho de sus hombros y lo estrecho de sus caderas.
Suspiro.
—¿Lista?—pregunta, sin voltear a verme.
Siento como el calor empieza a subir por mi pecho al sentirme atrapada viéndolo.
—Sí.
Voltea darme una antes de echarse andar con dirección a la parte trasera de la casa, haciendo una seña con la cabeza para que lo siga y así lo hago. Se detiene en una puerta bastante diferente a las demás debo decir, esta tiene una cerradura digital y es de un material diferente a las que se encuentran en la casa.
De pronto un nudo me atenaza las entrañas cuando empieza a digital la contraseña y escucho como se van abriendo uno a uno los cerrojos.
Un jadeo se me escapa cuando él termina de abrir la puerta, dándome una vista perfecta de lo que se encuentra dentro de la habitación.
Los vellos de la se me erizan, pánico, ansiedad, horror todo se arremolina en mi interior al ver la habitación llena de armas. No es que yo sea una experta en estas cosas pero las hay de todos los tamaños, formas, colores.
Todas están en vitrinas pegadas a las paredes, solo en medio se encuentran dos armas grandes y largas.
Me va a matar. No, no seas negativas me digo interiormente, y justo en este momento agradezco el haberme tomado el medicamento que me receto la doctora Wilson, si no ya estuviera volviéndome loca.
¿Pero porque alguien como Alexander tendría tantas armas?.
—¿Me vas a matar?— no puedo evitar preguntar, sin aliento.
Alexandre me da una mirada severa antes de introducirse en la habitación.
—Me has descubierto. Todo esto fue un plan para traerte aquí y matarte—dice, glacial y puedo sentir como toda la sangre se fuga de mi rostro.
Una carcajada sonora se le escapa y yo estoy demasiado ocupada tratando de coordinar mi cerebro con mi cuerpo para ponerle atención.
—Es una broma —informa, una vez recuperado de la risa—. Vamos a ir a tirar a campo abierto.
—Algunas vez te han dicho que tus bromas son una mierda —siseo, dándole una mirada venenosa —. Que bueno que eres empresario y no comediante. ¿Esto no es ilegal —pregunto, ansiosa.
Alexander me mira divertido y media sonrisa se asoma en las comisuras de sus labios.
—Tengo permisos para todas las armas que aquí vez —dice, con aire arrogante—. Solo las colecciono y cuando tengo mucho estrés voy al campo de tiro. Y mis bromas son las mejores.
—Aja.
Trato de recomponerme y me adentro al lugar junto con el sintiendo como mi corazón late con fuerza en mi caja torácica. Camina hacia detenerse justo en medio de la habitación y acaricia una de las armas que están sobre una mesa de madera.
—Este bebé es un CheyTac M-200 intervention, municiones 408. Esta preciosidad hace tiros de extrema precisión en largas distancias —explica, como si yo entendiera algo de lo que dice—. Se llama хамелеон.
Ensancha la sonrisa mostrando sus perfectos dientes mientras me sigue explicando —cosas que no entiendo —y observa maravillado el arma. Nunca me imagine que Alexander fuera el tipo de personas que le gustan las armas.
—¿Dónde aprendiste a usarlas?—pregunto, cortando su explicación.
—Larga historia —responde, y suena nostálgico.
Ruedo los ojos al cielo al tiempo que recorro la estancia observando con detenimiento todas y cada una de las armas que aquí se encuentran dentro de las vitrinas.
Es impresionante. Todo parece sacado de una película de acción.
—Toma una —indica, señalando las dos armas que se encuentran en medio de la habitación.
Son iguales las dos, solo que una tiene camuflaje normal: verde y café. Y la otra es camuflaje como para ¿nieve?.
Lo miro a los ojos escandalizada antes de mover la cabeza de un lado a otro de manera negativa.
—Por supuesto que no.
—Solo necesito cambiarles el martillo, siempre lo hago cuando me voy a la ciudad —ignora, mi comentario —Como sea, solo toma una.
—No.
Una carcajada ronca brota de los labios de Alexander y se ve tan joven riendo que, por un momento quiero que lo haga por siempre.
—No tengas miedo. Jamás dejaría que te pasara nada malo, solo iremos a campo abierto. Te aseguro que no te vas arrepentir—le quita una pieza al arma y luego le pone otra antes de extenderme que tiene camuflaje blanco.
Ignoro la voltereta que da mi pecho y en mi cabeza solo se repiten las palabras <<jamás dejaría que te pasara algo malo>>.
—No creo que esto sea una buena idea —lo digo porque es cierto —. Yo jamás en mi vida he agarrado un arma.
—Vamos, Emma—insiste —. Yo te voy a enseñar, te aseguro que no te arrepentirás. Es más, si aceptas te deberé un favor.
Muerdo mi labio inferior. Dudo.
Se que es insensato hacerlo, se que debo negarme, pero también se que no tengo otra opción solo así podré hablar sobre como manejaremos el tema del compromiso ante la gente.
—Anda no la pongas difícil, que así no te vez bonita —señala, como si fuera una falta muy grande no aceptar.
Cierro los ojos por un momento, aprieto los puños a mis costados y se me escapa un suspiro.
—De acuerdo vamos — accedo al cabo de unos minutos en silencio —. Tu ganas —tomo el arma que me extiende y casi caigo al suelo junto con ella al piso —. ¿Cuánto se supone que pesa esto?.
—Unas Treinta y un libras más o menos—se encoge de hombros y me hace un gesto desdeñoso con las manos restándole importancia, mientras llena una mochila de cargadores.
La sonrisa que se ve en los labios de Alexander es tan grande, que no puedo evitar sonreírle de vuelta porque es contagiosa, tanto que la odio.
Como puedo la acomodo para poder llevarla conmigo.
—Gracias. — Alexander suelta, eufórico —Vamos.
Salimos de la habitación y el se encarga de cerrar la puerta y asegurarse que este bien cerrada, antes de empezar a caminar para adentrarnos en el bosque. Nos toma alrededor de cuarenta minutos donde yo siento que desfallezco y tenemos que parar varias veces a descansar.
Pesa demasiado.
Alexander camina como si estuviera bastante acostumbrado hacer esto y eso que no solo lleva si arma, si no también la mochila con los cargadores y agua.
—Llegamos —anuncia.
Me detengo un momento a recuperar el aliento y el me quita el arma de la mano para acomodarlas, mientras me tomo un momento para apreciar la hermosa superficie plana llena de naturaleza. Cierro los ojos un momento para apreciar el sonido de los pajaritos, el sonido del viento.
Y tengo que reconocer que es bastante relajante rodearte de la naturaleza, que me permite tener un poco de esa paz que ha sido escasa últimamente en mi vida.
¡Feliz inicio de semana! Espero que esta semana sea mejor que la anterior y para no perder la costumbre otro capítulo de Alemma.
Estoy tratando de traerles un maratón pero no prometo nada. Pero las actualizaciones diarias siguen.
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