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━━━Capítulo Quince |El mensaje oculto

Capítulo 15
El mensaje Oculto

En uno de los patios interiores, Hyunjoon se encontraba sentado en un banco de piedra, sus manos descansando suavemente sobre su abultado vientre. A sus pies, Sungjo, su hijo de seis años, sollozaba desconsolado.

—Mamá, ¿por qué veo cosas que otros no pueden ver? —preguntó Sungjo, sus ojos llenos de lágrimas y miedo.

Hyunjoon le acarició el cabello con ternura, tratando de encontrar las palabras correctas para consolar a su hijo. Él mismo había luchado con esas visiones toda su vida, una herencia de su familia materna que a menudo lo había llevado al borde de la locura.

—Sungjo, lo que ves es un don, aunque a veces puede parecer una maldición —respondió Hyunjoon, su voz suave y tranquilizadora—. Las visiones que tienes nos muestran posibles futuros, pero no siempre son definitivas.

—Pero, appa, vi a Taesan hyung morir —gimió el niño, abrazando a su padre con fuerza—. ¿Y si pasa de verdad?

Hyunjoon sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las visiones podían ser terribles y devastadoras. Él mismo había visto la muerte y la destrucción en sus sueños, visiones que lo habían dejado aterrorizado y sin esperanza. Pero ahora, como progenitor, debía ser la roca en la que su hijo pudiera apoyarse.

—Sungjo, escucha —dijo Hyunjoon, levantando la barbilla del niño para que sus miradas se encontraran—. Las visiones son advertencias, pero no siempre se cumplen. Debemos ser fuertes y valientes. Protegeremos a Taesan y a todos en nuestra familia. No estás solo en esto.

Sungjo asintió, aunque el miedo seguía presente en sus ojos.

—¿Tú también tienes visiones, mamá? —preguntó con un hilo de voz.

Hyunjoon asintió lentamente.

—Sí, hijo mío. Y algunas de mis visiones han sido muy oscuras. Pero siempre he encontrado la manera de seguir adelante. Tenemos que ser fuertes por aquellos a quienes amamos.

Sungjo se aferró a su padre, buscando consuelo en su presencia. Hyunjoon, sintiendo la carga de su responsabilidad, lo abrazó con fuerza, sus pensamientos centrados en mantener a salvo a su familia.

—Prometo que estaremos bien —dijo Hyunjoon, más para sí mismo que para su hijo—. Prometo que no dejaré que nada malo le pase a Taesan, ni a Sunho, a Migyung o a tí.

El doncel se levantó y tomó la mano de su hijo.

—Vamos a ver a Taesan hyung a Sunho hyung —dijo, esbozando una sonrisa que contagio al doncel—. Le diremos cuánto los queremos y que siempre estaremos a su lado.

Hyunjoon asintió, su miedo comenzando a disiparse mientras caminaban juntos hacia el interior del palacio.

Lee Areum, avanzaba lentamente, con una mano descansando sobre su vientre prominente de seis meses. Los sirvientes se inclinaban en reverencia, pero nadie osaba cruzar miradas con ella. Areum ocultaba un secreto peligroso, uno que podía cambiar el destino del reino.

Areum entró en una sala apartada, sus pasos amortiguados por las alfombras lujosas. Allí, ya estaba esperando el ministro Kim Jinho, un hombre de mediana edad con un semblante rígido y ojos calculadores. Jinho se inclinó brevemente al verla entrar, cerrando la puerta tras de sí.

—Ministro Kim, agradezco su presencia. Como sabe, nuestras circunstancias son delicadas y debemos actuar con precisión —dijo la fémina sonriendo.

—Claro, mi señora. Los movimientos deben ser calculados para no levantar sospechas. ¿Ha pensado en cómo proceder? —inquirió el hombre mirándola fijamente.

Areum se acercó a una mesa baja, tomando asiento con una gracia ensayada. Sus ojos oscuros se encontraron con los del ministro, llenos de una determinación helada.

—Kim Hyunjoon y su hijo, el príncipe Taesan, son obstáculos que debemos remover. Hyunjoon está embarazado de cinco meses; su estado lo hace vulnerable. Necesito que usted organice un "accidente" —exclamó—. Nada como la inutilidad de la última vez donde el maldito quedó vivo.

—Mis más sinceras disculpas por eso —dijo el hombre haciendo una reverencia—. ¿Qué tipo de accidente, mi señora? ¿Debo encargarme de ambos al mismo tiempo?

Areum asintió lentamente, sus labios curvándose en una sonrisa cruel.

—Exactamente. Debe parecer un infortunio, una tragedia inevitable. El príncipe heredero siempre está cerca de su padre. Un incendio en sus aposentos durante la noche sería convincente. Nadie sospecharía de nosotros.

—Entendido. Sin embargo, necesitamos asegurarnos de que todos los detalles sean perfectos. Un error y todo podría desmoronarse —explicó el hombre—. Nos podrían atrapar.

—Confío en su habilidad, ministro. Asegúrese de que este plan se lleve a cabo sin contratiempos. Mi posición y la seguridad de mi hijo dependen de ello.

La conversación fue interrumpida por un leve ruido en el pasillo. Ambos se quedaron en silencio, escuchando con atención hasta que el sonido desapareció.

—Debo ser cuidadoso. La guardia imperial está siempre alerta. Pero no se preocupe, mi señora. He manejado situaciones más complicadas.

Areum se levantó, acercándose al ministro con una expresión seria.

—Buena suerte, ministro. Que esta sea nuestra victoria silenciosa.

El ministro Kim Jinho asintió, saliendo de la habitación con una nueva misión. Areum se quedó sola, contemplando el vacío con una sensación de poder. Su ambición la había llevado lejos, y estaba dispuesta a sacrificar todo para asegurar su futuro y el de su hijo.

Lo que ella no sabía es que Xiao Dejun había escuchado todo. Él había sido quien provocó ese ruido. Y ahora que sabía todo no permitiría que le hicieran daño a Hyunjoon.

No a su amado doncel.

Kim Jihon salió del pabellón y saludo a algunos eunucos, antes de salir del palacio, sin saber, que encima del techo Dejun lo estaba siguiendo.

El ministro salió del palacio luego de despedirse de los guardias. Caminó rumbo a su hogar y a buscar a sus asistentes cuando jue jalado con fuerza hacia un callejón.

No supo qué pasó, hasta que sintió un fuerte dolor en su pecho, luego en su espalda y seguido en su garganta. Cayó al suelo de rodillas y alzó sus manos para colocarlas en su garganta, mientras trataba de detener el sangrado, en sí, ahogándose con la sangre que escapaba de su boca a borbotones. Miró frente a él viendo tres uniformes de los dragones de jade. Tres hombres enmascarados.

Una patada fue dada en su espalda enviándolo al suelo. Cayó boca abajo pero giró el rostro lo mejor que pudo y vio a Xiao Dejun sonriendo.

—Nunca debiste pensar en traicionar al consorte real Hyunjoon, ahora vete al infierno —dijo el chino bajando su espads con velocidad.

La cabeza de Kim Jihon rodó por el polvoriento suelo. Su cuerpo quedó ahí desangrándose.

—Tomen el cuerpo y entierren sus restos en el bosque, lo más alejado posible, si fallan y lo encuentran recuerden que su clan será quien será aniquilado —ordenó guardando su espada. Sus hombres asintieron, y Dejun volvió a entrar al palacio.

Iba un traidor, faltaba toda una organización, y esa estúpida mujer se había metido con lo mas preciado en la vida de Dejun. La maldita concubina Areum no sabía en la mierda que había entrado.

La luz tenue del atardecer se filtraba por las ventanas del palacio, bañando las paredes con un brillo dorado. Hyunjoon, con su figura esbelta y su vientre ya prominente de casi cinco meses, se detuvo frente a las puertas del estudio del emperador. Respiró hondo, sus manos temblorosas descansando sobre su abdomen. A pesar de los años y los hijos que había dado a Sunghoon, siempre sentía una mezcla de nervios y esperanza cada vez que lo enfrentaba.

—Quiero hablar con el emperador —dijo Hyunjoon en un tono bajo, casi susurrante, a los guardias que custodiaban la puerta.

Ellos intercambiaron una mirada antes de asentir y abrir la puerta para dejarlo pasar.

Sunghoon, sentado en su escritorio, levantó la mirada al ver a Hyunjoon entrar. Sus ojos se suavizaron momentáneamente antes de volver a su usual expresión de severidad.

—Hyunjoon —dijo Sunghoon, su voz resonante en la habitación—, ¿qué te trae aquí?

Hyunjoon se inclinó en una reverencia profunda, manteniéndose sumiso, como se esperaba de él. Luego levantó la cabeza, sus ojos reflejando una mezcla de vulnerabilidad y determinación.

—Su Majestad —empezó Hyunjoon con voz temblorosa—, necesito hablar con usted sobre un asunto de gran importancia.

Sunghoon asintió, indicando que continuara. Hyunjoon respiró hondo antes de hablar, sus manos aún descansando protectivamente sobre su vientre.

—Su Majestad, he sido su consorte durante muchos años y le he dado cuatro hijos. Ahora, estoy esperando nuestro quinto hijo. Sin embargo, siempre he sido solo un consorte real, sin un verdadero reconocimiento de mi posición.

Sunghoon frunció el ceño ligeramente, una mezcla de confusión y sorpresa asomándose en sus ojos.

—Hyunjoon, pensé que habías aceptado tu papel. ¿A qué te refieres?

Hyunjoon apretó sus manos, tratando de reunir el coraje necesario para expresar sus deseos.

—Majestad, lo que estoy pidiendo es que me convierta en emperador consorte, no solo un consorte real. Quiero ser reconocido por mi posición y por los sacrificios que he hecho por usted y nuestro reino.

El silencio llenó la habitación. Sunghoon se levantó lentamente, caminando hacia Hyunjoon. Su mirada era intensa, buscando en los ojos de su consorte alguna señal de debilidad o insinceridad.

—¿Por qué ahora, Hyunjoon? —preguntó Sunghoon, su voz baja pero firme—. ¿Por qué este pedido justo cuando he tomado una concubina que también está embarazada?

Hyunjoon bajó la mirada, el dolor evidente en su rostro.

—Porque, Majestad, a pesar de todo, sigo siendo su consorte y el padre de sus hijos. No quiero ser relegado a un segundo plano. Quiero ser reconocido y respetado por lo que soy y por lo que he hecho por usted.

Sunghoon se detuvo frente a Hyunjoon, levantando su barbilla con suavidad para obligarlo a mirarlo a los ojos.

—¿De verdad crees que esto cambiará algo entre nosotros, Hyunjoon?

Las lágrimas amenazaron con brotar de los ojos de Hyunjoon, pero las contuvo con esfuerzo.

—No lo sé, Su Majestad. Pero al menos me dará la dignidad y el respeto que merezco.

Sunghoon suspiró, dejando caer su mano y dándose la vuelta, mirando por la ventana hacia los jardines del palacio.

—Es un pedido difícil, Hyunjoon. Pero lo consideraré.

Hyunjoon asintió, sintiendo un pequeño rayo de esperanza.

—Gracias, Su Majestad.

Mientras salía del estudio, Hyunjoon se permitió una pequeña sonrisa. Era solo el comienzo, pero había dado el primer paso hacia el reconocimiento y la dignidad que tanto anhelaba.

En una cabaña solitaria en las montañas, el aire fresco de la mañana se mezclaba con el aroma de madera y hierbas curativas. La luz del sol filtraba sus rayos a través de las rendijas de las ventanas, iluminando el pequeño interior con una luz cálida y dorada. Park Jongseong, el ministro de defensa del reino de Joseon, estaba sentado al lado de una mesa, su expresión preocupada mientras observaba a Haoran, su amante, en la cama cercana.

Haoran, aún convaleciente de la herida que casi le costó la vida meses atrás, se encontraba más débil que de costumbre. A pesar de laación que había logrado, su rostro seguía pálido y sus movimientos lentos. Jongseong se acarr un tazón de sopa, que colocó cuidadosamente en la mesita de noche.

—Haoran —dijo Jongseong con voz suave—, necesitas descansar más. Tu cuerpo todavía está sanando.

Haoran lo miró con una mezcla de cariño y frustración. Sus ojos, normalmente firmes y decididos, estaban nublados por la preocupación.

—No puedo seguir así, Jongseong —dijo Haoran, esforzándose por sentarse. Su voz era débil pero decidida—. Debemos regresar al palacio. La situación se está volviendo crítica.

Jongseong frunció el ceño, su expresión se endureció. Se acercó a la cama y tomó la mano de Haoran, apretándola con fuerza.

—No puedes ir de nuevo al palacio. Apenas has comenzado a recuperarte. Si te encuentras en peligro allí, no solo te perderé, sino que perderé todo lo que hemos trabajado para proteger.

Haoran lo miró con intensidad, sus ojos ardían con determinación.

—¿Y qué pasa con Hyunjoon? —preguntó con firmeza—. El consorte está en grave peligro. Lee Areum está intentando usurpar su posición y hacer todo lo posible para asegurar su lugar junto al emperador. Si no regresamos, Hyunjoon caerá y con él, la estabilidad del reino.

Jongseong se quedó en silencio, el conflicto interno era evidente en su rostro. Sabía que Haoran tenía razón, pero el miedo de perderlo nublaba su juicio.

—No puedo permitir que te pongas en peligro otra vez. La última vez casi mueres, y no quiero que eso vuelva a suceder.

Haoran lo miró con una mezcla de desdén y preocupación. El odio hacia Lee Areum era evidente en su mirada.

—Lee Areum es una traidora, una perra que no merece el lugar que busca. No solo está poniendo en peligro a Hyunjoon, sino que también está socavando la estabilidad de todo el reino. No puedo quedarme aquí mientras ella juega con el destino de nuestra gente.

Jongseong suspiró, su expresión era una mezcla de resignación y desesperación. Sabía que no podía cambiar la determinación de Haoran, pero el dolor en su corazón era evidente.

—Si decides ir, no puedo detenerte —dijo con tristeza—. Pero necesito que prometas que te cuidarás y que volverás a mí sano y salvo.

Haoran asintió, su expresión se suavizó mientras tomaba la mano de Jongseong con más fuerza.

—Lo prometo. Haré todo lo posible para asegurarme de que volvamos juntos. Pero debemos actuar ahora, antes de que sea demasiado tarde.

Jongseong se levantó y, con un gesto decidido, comenzó a preparar sus cosas para el viaje de regreso. Aunque su corazón estaba pesado con la preocupación, sabía que no podía detener a Haoran. La situación en el palacio de Joseon era demasiado grave como para ignorarla.

Ambos sabían que su regreso al palacio marcaría el inicio de una lucha desesperada por la estabilidad del reino y la protección de aquellos que amaban.

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