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━━━Capítulo Once | Una familia Rota

Capítulo 11
Una Familia Rota

El príncipe Sungjo se revolvió en su cama, agitado por una pesadilla espantosa. Su frente tenía gotas de sudor, y respiraba agitado. De repente, abrió los ojos y dejó escapar un grito, haciendo eco en las paredes de su habitación.

—¡Madre! ¡Madre!—gritó, con lágrimas en los ojos mientras se sentaba en su cama temblando de miedo.

Su gemelo, el príncipe Sunho, se despertó sobresaltado por el grito de Sungjo.

—¿Qué sucede, Sungjo? ¿Por qué gritas?

—Sueño... sueño...—balbuceó Sungjo, apenas capaz de articular sus palabras entre sollozos—. Madre... madre se está ahogando...

Sunho se sentó junto a su hermano, preocupado, y pasó su mano por la espalda de su gemelo.

—Sungjo, tranquilo. Solo ha sido una pesadilla. Mamá está bien, no te preocupes.

Pero Sungjo no podía calmarse. Sus manos temblaban mientras se aferraba a las sábanas, todavía atormentado por las imágenes de su sueño.

—Pero... pero fue tan real. Lo vi... luchando en el agua...

Sunho suspiró y abrazó a su hermano.

—Lo sé, Sungjo. Pero mamá está a salvo. Estamos a salvo. Fue solo un sueño. Recuerda que él es uno de los mejores guerreros de la nación. Iré por Miyaki para que prepare té como el que hace mamá, para que así te calmes. ¿Te parece?

Sungjo asintió con la cabeza, aún temblando. Sunho se levantó de la cama y salió de la habitación en busca de Miyaki, para ir a buscar el té del Consorte Real, para calmar los miedos de su hermano pequeño. Mientras tanto, Sungjo se aferró a la certeza de que su madre estaba a salvo, tratando de calmarse mientras esperaba el regreso de Sunho.

Dos Días Después—

El atardecer apenas había empezado minutos atrás, cuando un soldado de la entrada del palacio entró corriendo al salón del trono, donde el emperador Park se encontraba discutiendo algunos asuntos con unos cuantos eruditos. En sus manos lleva una carta importante, enviada por el gobernador del pequeño pueblo al que había ido el consorte.

El guardia se arrodilla ante el eunuco del emperador, y le entrega el papel con gesto preocupado.

—Emperador Park, una carta urgente del gobernador de Jogui—dijo el hombre.

Sunghoon le hace un gesto a su eunuco para que tome el papel, y lea el contenido. Choi lo hace de forma rápida y solemne, pero sus manos tiemblan y empieza a dudar y de reojo mira al emperador.

—Eunuco Choi, lea la carta—ordenó Park ya harto de esperar.

—Su Majestad, es con gran pesar que informo que el campamento del consorte real ha sido masacrado por un grupo desconocido. Todos han perecido, siendo desmembrados, y... y no se ha encontrado ninguna cabeza para identificar los cuerpos. Lamento la perdida de su esposo, y espero que el alma de este encuentre descanso.

El eunuco se queda en silencio, con la mirada fija en el pergamino, mientras Sunghoon observa con incredulidad, sus ojos reflejaban un profundo dolor y negación, mientras mira al eunuco para que le de el papel, al tomarlo lee el contenido varias veces y niega tirando el papel a un lado.

—¡No puede ser cierto!—exclamó Sunghoon, incapaz de aceptar la cruel realidad. No era posible, y se repetía eso en su mente.

Los consejeros reales intercambiaron miradas preocupadas observando el estado de negación del emperador. Uno de ellos toma el papel y lee el contenido.

—Lo siento, Su Majestad, pero los informes son claros. El consorte real ha sido asesinado en un pueblo remoto—informó uno de los concejales con voz temblorosa.

Sunghoon se aferró a la esperanza, desesperado por encontrar alguna fisura en la tragedia. No podía ser cierto, era una cruel broma. Algo falso.

—¡Deben estar equivocados! Deben haber cometido un error—insistió, su voz temblando de emoción contenida, mientras se levantaba de su trono, y negaba—. Hyunjoon jamás caería ante un ataque, él es un estratega de primera, es imposible. ¡Es imposible!

—Su Majestad, la carta es acertada, y son muchas partes desmembradas, por lo que indica el gobernador. No podrían encontrar todas las partes del Consorte Real. Él murió.

—¡No permitiré que estos monstruos se salgan con la suya!—rugió Sunghoon, su corazón desgarrado por la ira y el sufrimiento—. ¡Iré yo mismo a buscar los restos de Hyunjoon!

Pero los consejeros reales, conscientes del peligro que representaba para la estabilidad del reino que su emperador se aventurara solo en busca de venganza, intentaron persuadirlo.

—Su Majestad, comprendemos su dolor, pero su seguridad es primordial. Deje que los soldados se encarguen de esta tarea—suplicó uno de ellos.

Sin embargo, Sunghoon estaba decidido.

—¡No permitiré que nadie más toque el cuerpo de Hyunjoon! ¡Partiré ahora mismo!—declaró con determinación.

Los consejeros intercambiaron miradas preocupadas, conscientes de que no podían persuadir al emperador en su estado de negación y desesperación.

—Entendemos su deseo de ir a Jogui, pero es demasiado peligroso.

—¡Es mi deber honrar a mi consorte real Hyunjoon y traer justicia a su asesinato!

—Pero Su Majestad, en Jogui hay rebeldes y viajar allí solo sería una locura—dijo el eunuco Choi—. Si el consorte murió allá, ¿cree usted que no aprovecharán la oportunidad para matarlo?

—No me importa el peligro. Hyunjoon merece ser llevado a casa y recibir un funeral digno—si no había sido buen esposo, por lo menos le daría el funeral que Hyunjoon debía tener.

—Respetamos su dolor, Su Majestad, pero debemos pensar en la estabilidad del reino. ¿Qué pasaría si algo le sucediera?—preguntó el concejal Park—. Si abandona el palacio, los príncipes estarán indefensos. ¿Cree que el abandono de los príncipes le gustaría al difunto consorte?

Su sufrimiento se multiplicó al darse cuenta de la responsabilidad que ahora recaía sobre sus hombros: cuidar de sus hijos.

Con Taesan, sentía un peso adicional. Sabía que el príncipe heredero llevaba consigo el peso del resentimiento hacia él por haber descuidado a su madre en favor de su concubina Areum. Sunghoon se encontraba en una encrucijada emocional.

Los gemelos, Sungjo y Sunho, de seis años, y la pequeña princesa Migyung, de casi dos años, necesitaban su cuidado y protección más que nunca. Eran pequeños y dependían mucho aún del consorte.

—No iré, pero envíen a los mejores guardias para traer los restos de mi esposo—ordenó—. Den la noticia al imperio, habrá dos meses de duelo.

El eunuco Choi asintió y salió para dictar la orden del emperador. Sunghoon se levantó y se fue a su habitación, tambaleante, conmocionado.

Areum, la ambiciosa concubina, se vio inundada de felicidad y alegría al recibir la noticia del éxito de su maquiavélico plan. El deshacerse del doncel. Luego de que su doncella le diera la noticia de que el consorte había muerto.

Con una sonrisa maliciosa bailando en sus labios, contempló con satisfacción el fruto de sus maquinaciones mientras la noticia del asesinato del Consorte Real Hyunjoon se extendía por el imperio.

Para Areum, este evento marcó un paso crucial en su búsqueda de poder y estatus en la corte. Con el Consorte Real fuera del camino, se abrían nuevas oportunidades para ella, y su corazón latía con anticipación ante la posibilidad de convertirse en la nueva consorte.

En los pasillos del palacio, susurros de intriga y conspiración se extendían como una sombra, pero Areum estaba imperturbable. Había planeado meticulosamente cada movimiento, tejido cada hilo de engaño y manipulación para alcanzar su meta final. Y ahora, con la noticia del éxito de su estratagema, se sentía invencible.

Se imaginaba a sí misma en el trono, rodeada de lujos y privilegios, su influencia extendiéndose sobre la corte como una sombra oscura. La ambición ardía en su pecho, alimentada por la certeza de que nada ni nadie podría detenerla en su ascenso al poder.

Mientras el pueblo se sumía en la conmoción y el luto por la muerte del Consorte Real, Areum celebraba en privado su victoria. Pero su sonrisa ocultaba un oscuro secreto: el precio que estaba dispuesta a pagar por su ambición era más alto de lo que cualquiera pudiera imaginar. Y aunque su corazón se regocijaba en la felicidad momentánea, sabía que el juego apenas comenzaba y que los verdaderos desafíos aún estaban por venir.

Habían tres príncipes varones, y la reina madre no estaba de su lado. Eso era una piedra en su camino.

Fue a su habitación, y empezó a redactar una carta con la información necesaria, para enviarla al grupo al que pertenecía.

Porque sí había podido destruir al doncel, ya nada se interpondría.

Park Sunghoon veía la pared frente a él aún conmocionado. ¿Cómo podía ser que el doncel al que había jurado proteger con su vida y amar por la eternidad ahora yaciera sin vida en un poblado pequeño y semi desolado?

El arrepentimiento se apoderó de él con fuerza abrumadora, como un vendaval que arrasa con todo a su paso. Recordó cada momento en que había descuidado su deber como esposo, cada palabra no dicha, cada gesto de indiferencia que había sembrado en el corazón de aquel que ahora descansaba en la fría oscuridad de la muerte.

¿Por qué lo había enviado a ese lugar en primer lugar?

¿Por qué solo con 25 guardias?

Se encontró solo en la inmensidad de su palacio, rodeado por la opulencia y el poder, pero más vacío que nunca antes. Lloró lágrimas amargas por la pérdida de su consorte, por el tiempo perdido que nunca podría recuperar, por las promesas rotas que pesaban como cadenas en su conciencia atormentada.

Ahora, en la oscuridad de la noche, el emperador Sunghoon enfrentaba la cruel realidad de su propia negligencia y egoísmo, lamentando profundamente no haber sido el esposo que su consorte merecía, y deseando con desesperación volver el tiempo atrás para corregir sus errores antes de que fuera demasiado tarde.

El dolor se mezclaba con la furia, creando una tormenta de emociones desbocadas.

En un acceso de ira ciega, lanzó objetos preciosos contra las paredes, rompiendo antiguas reliquias y obras de arte que adornaban su santuario privado. Cada estallido de rabia dejaba un rastro de destrucción a su paso, como un ciclón desatado en su propia morada. Sus puños golpearon con fuerza los delicados muebles, sus rugidos de cólera llenaron la opulenta habitación imperial.

Se sentía como la peor escoria.

El eco de su ira resonaba en los pasillos mientras la destrucción reflejaba el desgarro de su alma atribulada.

Entre sus cosas tiradas, se encontró el hanbok celeste que había mandado a crear para Hyunjoon, lo tomó y abrazó contra su pecho mientras lloraba.

Pero ya no tenía el aroma a flores frescas que siempre se podía sentir cuando estabas cerca del doncel. Ahora había otro aroma como de cítricos. El aroma de Areum.

Negó llorando y busco aquel olor floral, y al no encontrarlo apretó más la tela.

—Hyunjoon, mi amado doncel, te pido perdón por todas las veces que te fallé como esposo y como emperador. Lamento profundamente haber herido tu corazón y no haber sido el compañero que merecías—decía llorando y apretando la tela—. Hyunjoon, perdóname por no haber valorado cada momento a tu lado. Por no haber apreciado tu amor y sacrificio. Por favor, aunque estés lejos, permite que estas palabras lleguen a tu alma y puedas perdonarme desde donde quiera que estés. Prometo que cuidaré a nuestros hijos, lo prometo.

Pero solamente el silencio respondió.

Esa noche el emperador Park Sunghoon no durmió, solamente siguió llorando, y con ataques de ira continuos.

Cuando la mañana llegó, rastros de lágrimas estaban en sus mejillas, sus ojos estaban algo hinchados y rojos. No había comido ni bebido nada, y el cansancio casi lo vencía.

Estaba devastado.

Un golpe en la puerta se escuchó. Y luego la voz de la concubina Lee.

—Mi emperador, soy Areum, le traigo el desayuno—con solo escucharla Sunghoon apretó los puños. No quería ver a nadie, y mucho menos a ella.

—¡Lárgate!—gritó—. No te quiero ver.

—Mi emperador, cálmese, debería comer—decía la chica, pero el Park no estaba para escucharla. Él solo quería poder ver a Hyunjoon, y abrazarlo—. Emperador, si no me responde entraré.

Park tomó su espada y se levantó para caminar hacia la puerta, que abrió bruscamente. Areum casi tira la bandeja con comida, al ver el estado del hombre.

—¡He dicho que te largues!—gritó alzando su espada para señalar a la mujer que retrocedió asustada.

—Emperador, sé que la muerte del consorte Hyunjoon, le ha afectado, pero no puede...

—No hables de él. No tienes derecho a llamarlo por su nombre—dijo enojado el hombre—. Vete, o juro que te mataré—sentenció y con eso cerró la puerta otra vez.

Areum quedó estática y temblando. No se esperaba esa reacción. ¿Por qué la había tratado así? El emperador ni siquiera amaba al doncel Hyunjoon.

Sunghoon usaba su sangbok con su sombrero sambe. Casi no había comido y ojeras notables se veían, enmarcándose en su pálida piel. No había permitido que nadie le diera la noticia a sus hijos sobre la muerte de Hyunjoon. Él como su padre debía hacerlo. Aún cuando le tomó dos días recoger la valentía necesaria para poder estar listo y hablarle a sus hijos.

Llegó al jardín ubicado en el pabellón del consorte real, donde también estaban las habitaciones de sus hijos. En el patio Taesan jugaba con los gemelos. La llegada del emperador con sus guardias, provocó que los infantes se detuvieran, y Taesan frunció el ceño cuando vio la vestimenta de su padre. ¿Quién había muerto?

—¿Qué pasa, emperador? ¿Quién ha muerto?—preguntó Taesan de forma directa, mirando a su padre con sus ojos del mismo color que los de Hyunjoon. Sunghoon tragó grueso, era como si la sombra de su esposo se reflejara en sus hijos.

Taesan con los ojos del doncel, Sungjo con el mismo color de cabello, y Sunho con esa forma de mirar completamente a la de Hyunjoon. Pero lo que más devastó a Sunghoon, fue ver a Migyung, la pequeña estaba en brazos de Miyaki la nain de su esposo. Ella era la copia casi perfecta del Kim.

—Mis hijos, hoy debo daros una noticia dolorosa—empezó a decir notando las miradas de expectativa de sus hijos, y escuchó el sollozo de Miyaki, que prefirió retirarse con la princesa, al saber la noticia que se daría—. Vuestra madre, el consorte real Hyunjoon, ha fallecido.

Un silencio abrumador inundó el jardín. Los gemelos se miraron y Sungjo empezó a negar rápidamente, Sunho en cambio se quedó estático. No sabía que pasaba. Taesan, con lágrimas en los ojos, apenas podía procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Qué has dicho, padre?—preguntó Taesan, con la voz entrecortada por la desesperación de que esas palabras fueran erróneas.

Sunghoon bajó la mirada, sintiendo el peso de su culpabilidad.

—Fue mi culpa—admitió con sinceridad—. Lo envié sin suficientes soldados, ignorando las amenazas de los asesinos que acechaban desde que ascendí al trono. Estaba distraído con mi concubina y no presté la atención necesaria para proteger a vuestra madre.

El dolor y la furia se mezclaron en el corazón del joven príncipe mientras las lágrimas surcaban su rostro. No solo había perdido a su madre, sino que también se enfrentaba a la cruel realidad de que su propio padre, el emperador, había enviado al Consorte Real sin la protección necesaria, expuesto a los peligros que acechaban alrededor de la familia imperial.

—¡Eres un incompetente! ¡Dejaste a mi madre a un lado por tus caprichos egoístas!—gritó el niño temblando violentamente, a su edad no sabía como controlar la furia, y menos el dolor, lo que si sabía era que no podía golpear a su padre por más que quisiera—. Te odio, padre, te odio por haberlo abandonado. ¡Por darle la espalda por culpa de esa inmunda concubina!—exclamó, con el corazón destrozado por la pérdida y la traición que había en su propia familia

Sunghoon bajó la cabeza en silencio, sintiendo el peso de las palabras de su hijo como un puñal en su alma. Sabía que no había excusa para su negligencia, solo el doloroso arrepentimiento por haber fallado a su familia en su deber más sagrado: protegerlos.

—Lo siento, Taesan. Lo siento mucho.

—¡A mí no me pidas perdón!—replicó—. ¡Pídeselo a mi madre y al bebé que crecía en su vientre!—y Sunghoon quedó perplejo.

—¿Q-Qué has dicho?—preguntó Sunghoon con un hilo de voz.

—Lo que escuchaste, mi madre estaba gestando—respondió seriamente—. Él quería decírtelo, pero ya no importa, ahora mi madre y hermano están muertos, ya no vale la pena ocultar el secreto.

El Park mayor se tambaleó al enterarse de la terrible noticia. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras el dolor y la ira se agitaban dentro de él.

Taesan se alejó rápidamente de ahí, necesitaba aire puro, y llorar solo la muerte de su madre. No mostraría debilidad, no ante un padre como Sunghoon. El emperador miró a los gemelos, observando sus reacciones.

Los gemelos tenían emociones diferentes, pero ambos siempre se apoyaban; pero él que se veía más afectado, era el gemelo menor.

Sungjo, devastado por la noticia, se derrumbó en lágrimas mientras Sunho lo abrazaba con ternura.

—Sungjo. Te prometo que juntos superaremos esto—decía el príncipe abrazando a su hermano que lloraba. Miró a su padre que los miraba estático, y luego volvió a mirar a su gemelo—. Lamento no creer en tu sueño.

Sungjo apartó bruscamente a su hermano, con los ojos llenos de dolor y decepción.

—¡No me digas que fue solo un sueño, Sunho! ¡Esto es real! Mamá se ha ido y nunca más volverá. Nunca más volverá a abrazarnos, a contarnos historias, ¡nunca más!—lloró el niño, y eso envío escalofríos a la espina dorsal del emperador.

Sungjo siempre había sido un niño callado.

Sunho, sintiendo el peso de las palabras de su hermano, bajó la mirada con tristeza.

—Lo siento, Sungjo. Tenías razón, y lamento no haberte creído—dijo el niño contrario—. Te creeré de ahora en adelante.

—¿De qué hablas, Sungjo? ¿Cómo que soñaste con la muerte de tu madre?—preguntó el emperador acercándose al niño pero Sunho se lo impidió.

—No hay nada de lo que deba enterarse, padre—habló Sunho tomando la mano de su hermano y llevándoselo de ahí.

Ellos no hablarían con ese mal padre.

Sunghoon se quedó solo en el jardín, con el rencor de sus hijos flotando en el ambiente, y solo. Estaba solo.

Un Emperador que había destrozado a su propia familia, no merecía amor.

Él era peor que Park Sungkiu.

El sol se ocultaba tras las imponentes murallas del palacio imperial, mientras el joven príncipe Taesan, con los ojos húmedos por las lágrimas, se recostaba en el jardín, sumido en la desolación por la reciente pérdida de su madre. Su mente estaba atormentada por la imagen de su madre sufriendo, y su corazón ardía de rabia hacia su padre, el emperador, por haber causado tanto dolor a su madre mientras él aún estaba vivo.

En medio de su angustia, un soldado vestido de negro y enmascarado emergió de entre las sombras. El príncipe Taesan levantó la vista, sorprendido por la presencia del extraño. De inmediato se levantó y se puso a la defensiva.

—¿Quién eres tú?—preguntó el príncipe con voz temblorosa, y sacando su pequeño puñal.

—Mi nombre no importa—respondió el soldado con solemnidad—. Solamente debe saber que he sido enviado para protegerte.

El príncipe frunció el ceño, confundido.

—¿Protegerme de qué?

—De todo lo que le amenace, incluso de aquellos que están dentro de estas paredes—dijo el soldado enigmáticamente.

El príncipe observó al soldado con cautela, y notó el logo del dragón en el bordado que había en sus ropas, en específico en la manga.

—¿Cómo puedo saber que puedo confiar en ti?—preguntó Taesan desconfiado.

—Porque soy parte de los dragones de jade, príncipe, este es un grupo seleccionado de los mejores soldados chinos. Su abuela materna Yan Lifei fue una oráculo china de gran renombre—reveló el soldado, quitándose la máscara y mostrando su rostro. Una señal clave de que podía confiar en él—. Nuestra organización servirá y daremos nuestras vidas para cuidar a los descendientes de la familia Yan.

Taesan quedó atónito al escuchar estas palabras. Una sensación de esperanza comenzó a brotar en su interior.

—¿Por qué la familia Yan es importante?

—Eso yo no debería decírselo, pero le diré leves cosas, como que algunos de los miembros de la familia Yan pueden intervenir en el futuro, mejor dicho predecirlo. Ahora, vuelva a su dormitorio, manténgase cerca de sus hermanos y aléjese lo más posible de la concubina Lee Areum. ¿Comprende?—el niño asintió y el hombre volvió a ponerse su máscara, para darse la vuelta y desaparecer entre las sombras.

Predecir el futuro. Taesan se quedó pensativo, el futuro era impredecible, pero si la familia de su madre tenía ese don, entonces él o alguno de sus hermanos debía manifestarlo. Necesitaba respuestas.

Sabía que solo debía confiar en su abuela y en sus hermanos, en esos momentos se dio cuenta que era mejor buscar respuestas solo.

El reino seguía de luto por la perdida del consorte real. Cientos de flores se habían dejado en los muros del palacio durante los dos meses de luto. Muchos seguían sin creer la muerte del doncel, y otros se preguntaban ¿qué pasaría ahora que el doncel no estaba para evitar tantas cosas, como los impuestos o sacar a los enfermos de las calles?

El sonido de tambores distantes rompió el silencio en la tranquila capital. Los pueblerinos, con la respiración contenida, observaron con asombro cómo cuatro guardias robustos aparecían en el camino que unía la capital con otras provincias. Los hombres enmascarados cargaban un palanquín cubierto con telas negras, y adornado con ribetes dorados y jade.

Detrás de ellos, un ejército de más de cien soldados vestidos de negro y enmascarados marchaba en silencio, sus movimientos sincronizados como un reloj. El murmullo se extendió entre la multitud, confusión y asombro pintados en cada rostro.

El palanquín se detuvo frente a la entrada del palacio.

—¡Deténganse!—gritó uno de los soldados, apuntando con su espada hacia los enmascarados—. ¿Quienes son y qué hacen en este imperio?

Ninguno de los enmascarados habló, solo uno de los hombres se acercó, y entregó un rollo ante el guardia, que lo abrió y leyó el contenido.

Los tambores volvieron a sonar cuando las puertas se abrieron y la guardia enmascarada entró.

En la entrada del trono bajaron el palanquín, uno de los soldados se acercó y ayudó a salir a la persona que viajaba en este.

Sunghoon alzó la mirada del pergamino que leía, y miró las puertas del salón del trono cuando éstas se abrieron. Los concejales, ministros y eunucos también miraron. Areum que estaba presente también miró a la puerta.

Los presentes palidecieron, y muchos jadeos de sorpresa salieron de los labios de los presentes cuando una figura se asomó en la entrada.

Los pasos suaves resonaron en el silencio que se había formado. Su hanfu negro y dorado creaba un suave susurro al pasar sobre el suelo.

La figura portaba un abanico el cual movía suavemente en su mano, como una extensión de su propio ser.

El murmullo inicial se convirtió en un susurro frenético. Algunos se quedaron boquiabiertos, otros se cubrieron la boca en shock, incapaces de creer lo que veían ante sus ojos.

Los ojos de Sunghoon se abrieron con asombro. Y más cuando en medio del salón el recién llegado hizo una reverencia, su hanfu negro ondeando con gracia alrededor de él.

—Emperador, ¿por qué luce como si hubiera visto un fantasma?—preguntó con voz serena—. Creí que celebrarían que resolví el problema en Jogui.

Sunghoon se levantó y bajó los escalones para acercarse rápido al doncel ante él, no se contuvo y tocó el rostro de este, antes de abrazarlo con fuerza.

Pero Hyunjoon no le devolvió el abrazo.

—C-Creí que habías muerto—susurró Park en el oído del Kim apretando su agarre.

—Aquellos que desean mi muerte, deberán seguir esperándola—exclamó en voz alta, y sus ojos fueron a los de Areum que tembló al ver la sonrisa del doncel—. ¿Podría soltarme, emperador?—el mayor asintió y lo soltó.

Hyunjoon, avanzó con gracia hacía el trono del emperador. Sus ropajes de seda fluían tras él, anunciando su presencia con cada paso. Los cortesanos se inclinaron en reverencia ante su llegada, pero él apenas les dedicó una mirada mientras ascendía al trono.

—¡Fuera todos, menos el emperador y la concubina Lee!—ordenó con voz firme una vez que tomaba asiento en el trono, y se cruzaba de piernas y apoyaba su mejilla en el dorso de su mano. Los concejales, eunucos, y demás presentes , se apresuraron a obedecer, dejando el salón en un silencio tenso. Solo quedaron el doncel, Sunghoon, y Areum, quien observaba la escena con cautela desde su lugar, aún no podía creer que el doncel estuviera con vida.

El emperador miró a Hyunjoon con sorpresa aún por la mirada fría del doncel, pero no protestó. Sabía que era inútil enfrentarse a la voluntad de su consorte; además seguía en shock, no podía creer que estuviera ahí.

Pero el doncel lo estaba, y el aroma a flores silvestres que dejó en la ropa del emperador lo confirmaba.

La mirada penetrante de Hyunjoon recorrió a su esposo y a la concubina.

—He venido a hablar de asuntos que no pueden ser discutidos en presencia de extraños—declaró con solemnidad—. Sobre mí intento de asesinato después puedes conocer los detalles, de todas formas no podrías hacer nada para vengarme, porque ya me encargué—Sunghoon asintió con resignación, mientras que Areum apretaba los puños con nerviosismo.

—Entiendo—respondió el emperador.

—Concubina Areum, parece que te has vuelto demasiado cómoda en mi ausencia—dijo con frialdad Hyunjoon fijando sus ojos en la Lee.

Areum bajó la mirada, sintiéndose repentinamente expuesta ante la intensidad del doncel.

—Consorte, no pretendía...

—No me interesa lo que pretendas—la interrumpió Hyunjoon con dureza—. Tu presencia en el palacio es un insulto a mi posición como consorte real.

El emperador intervino, tratando de calmar la situación.

—Hyunjoon, por favor, seamos razonables. Areum ha sido una compañera leal...

—Una compañera leal que ha cruzado los límites establecidos—lo interrumpió el doncel, su voz helada como el hielo—. Estoy dispuesto a ignorar muchas cosas, Sunghoon, pero esto no será una de ellas. Ella se atrevió a menospreciarme ante mis hijos, y peor aún, quitarme mi título como madre de estos.

Areum tragó saliva, sintiendo el peso de las palabras del consorte sobre ella.

—Perdón, sí desea algo yo podría...—Hyunjoon se levantó del trono, su figura imponente llenando la sala.

—Lo que deseo es que entiendas tu lugar—declaró con firmeza—. A partir de hoy, tus privilegios serán reducidos y estarás bajo mi supervisión directa. No permitiré que mi posición sea socavada por tus intrigas—la mujer miró a Sunghoon—. Y no mires a mi esposo, él no te salvara está vez, porque si lo hace, todos sabrán algo que él no desea. ¿Verdad, esposo? ¿O empiezo a hablar sobre tu espada rota?

—Hazle caso a Hyunjoon, Areum—dijo Sunghoon sin mirar a la mujer, y mirando fijamente los ojos del doncel.

Areum asintió en silencio, comprendiendo la gravedad de la situación. Mientras tanto, el emperador observaba la escena con resignación, consciente de que las decisiones de Hyunjoon no admitirían objeciones.

—Otra cosa falta discutir, emperador Park—comenzó el doncel  con una voz firme pero tranquila, mientras abría su abanico y ocultaba su sonrisa—, he decidido que aceptaré la presencia de Areum en este palacio, y permitiré que use el titulo de concubina real, pero bajo una condición.

El emperador frunció el ceño, intrigado pero también cauteloso ante lo que estaba por venir. Notaba el brillo peligroso en los ojos de Hyunjoon.

—Si deseas que Areum permanezca a tu lado, y no sea enviada al palacio de invierno con el hijo que espera, deberás aceptar mi petición—continuó el consorte—. Yo también quiero tener mi propia elección de compañía. Así que tendré un concubino.

Y Sunghoon quedó perplejo, mientras Areum abría la boca sorprendida. Ambos estaban completamente asombrados por las palabras del doncel que sonreía arrogante, y colocaba una mano sobre su vientre, donde su bebé crecía.

Actu.
Era en la mañana,
pero lo releí,
y le añadí cosas.

¿Qué les pareció
el capítulo?

¿Qué canción
se les viene a
la mente cuando
leen está historia?

A mí Unholy de Sam
Smith y Kim Petras

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