━━━Capítulo Dieciséis| El reflejo del lago
Capítulo 16
El reflejo del lago
Hyunjoon caminaba lentamente hacía el lago, sus pasos eran pesados, como si cada uno le arrancara un pedazo de alma. El viento suave de la mañana acariciaba su rostro, pero no lograba apaciguar la tormenta que rugía en su interior. Al llegar al borde del lago, se inclinó y miró su reflejo en las aguas tranquilas.
Allí estaba, un hombre que alguna vez había sido fuerte, valiente, temido. Pero ahora, ¿qué quedaba de él? Su mirada se posó en su rostro pálido, en los ojos que habían perdido su brillo, en el cuerpo que, a pesar de estar en su quinto mes de embarazo, no mostraba el vigor de antaño. Hyunjoon se sintió distante de sí mismo, como si ese reflejo fuera de un extraño.
Sus pensamientos se nublaron al recordar a Areum, la concubina que Sunghoon había tomado hace ocho meses. Ella, con su figura esbelta y su embarazo de seis meses, irradiaba la vitalidad que él ya no poseía. ¿Cómo había permitido que lo opacara? Hyunjoon apretó los puños, sintiendo una ira silenciosa que comenzaba a hervir en su pecho.
—¿Qué me ha pasado? —se preguntó, su voz un susurro apenas audible—. Fui yo quien le dio este reino… Fui yo quien manchó sus manos con la sangre del antiguo emperador… Y ahora, ¿qué soy?
Las imágenes de aquel fatídico día, nueve años atrás, lo asaltaron sin piedad. Recordó cómo, con la fría determinación que lo caracterizaba, había tomado la espada y segado la vida del anterior emperador. Lo hizo por Sunghoon, por un hombre que no amaba, pero que había jurado destruirse a sí mismo si Hyunjoon no aceptaba estar a su lado.
Sunghoon, el hombre que ahora prefería a otra.
Una rabia ciega lo consumió de repente. Con un grito desgarrador, se levantó y comenzó a destrozar todo a su alrededor. Piedras, ramas, cualquier cosa que estuviera a su alcance fue arrojada al lago o hecha pedazos. Sus manos temblaban, su respiración era errática, y por un momento, Hyunjoon no fue más que una bestia herida.
Se detuvo al borde del lago, jadeando, sintiendo las lágrimas quemando sus mejillas. Su reflejo estaba distorsionado por las ondas que había provocado en el agua, pero aun así podía ver la furia en sus ojos. Entonces, en un arranque de desesperación, se volvió hacia el palacio, decidido.
Al entrar en su habitación, su mirada se clavó en un espejo enmarcado en oro. Lo arrancó de la pared con una fuerza sobrehumana, estrellándolo contra el suelo, donde se rompió en mil pedazos. Sin dudarlo, tomó un fragmento afilado, su respiración aún agitada, y lo levantó ante su rostro.
No le importó apretar el fragmento en su mano, hiriéndola y haciendo que su mano se llenara de sangre.
Con manos temblorosas, comenzó a cortar su cabello. Cada mechón que caía al suelo era una parte de él que abandonaba, un sacrificio a los dioses que habían permitido que su vida se convirtiera en esta pesadilla. Los recuerdos de aquella noche cuando empezó a dar su plan ante el ejército, cuando despertó luego de ser rescatado del calabozo lo inundaron, dándole la fuerza que necesitaba.
Finalmente, dejó caer el trozo de espejo ensangrentado y caminó hacia el baúl de madera tallada que guardaba en su dormitorio. Lo abrió lentamente, revelando la espada que había usado para entregar el reino a Sunghoon. Sus dedos rozaron el metal frío, y una ola de emociones lo azotó, dejándolo sin aliento.
En ese momento, la puerta de su habitación se abrió de golpe, y Miyaki, su doncella, entró apresuradamente. Al ver el estado en que se encontraba Hyunjoon, su cabello desordenado y cortado de forma desigual, la sangre en sus manos y la espada en su regazo, un grito de horror escapó de sus labios.
—¡Majestad! —exclamó Miyaki, llevándose una mano a la boca, sus ojos abiertos de par en par por el pánico—. ¿Qué ha hecho?
Hyunjoon levantó la vista, su mirada perdida en un abismo de dolor y rabia.
—He recordado quién soy —respondió, su voz firme, aunque en su interior temblaba. Se levantó lentamente, dejando la espada colgada de su mano—. Es hora de que Sunghoon también lo recuerde.
Miró a la doncella y sonrió. Una sonrisa que hizo a la joven retroceder.
Su dulce consorte se había vuelto alguien diferente.
Hyunjoon avanzaba hacia la cabaña oculta en el bosque. Sus pasos eran lentos, pero la determinación en su rostro era inquebrantable. La cabaña de Lee Jungmi, la chamán, estaba oculta entre los árboles, y el viento susurraba historias de traición y desesperación.
Los tres soldados que acompañaban a Hyunjoon mantenían la vigilancia en silencio. La orden era clara: entrar sin ser vistos, obtener lo que necesitaban, y salir antes de que alguien se diera cuenta. Los ojos de Hyunjoon, cansados y oscuros, miraban con furia hacia el pequeño refugio de madera.
Al llegar a la puerta, Hyunjoon la empujó con brusquedad. La cabaña estaba oscura, llena de humo de incienso y extraños símbolos dibujados en las paredes. Lee Jungmi, una mujer mayor con arrugas profundas y una mirada desafiante, estaba en el centro, rodeada de velas y amuletos.
—Kim Hyunjoon, —la chamán dijo con voz temblorosa— debes irte. No necesito más desgracia con tu presencia.
—¡Cállate! —Hyunjoon gritó, su voz resonando en la cabaña—. Dijiste que mis hijos morirían, que mi familia estaba maldita. ¿Es esto tu forma de vengarte? ¿Creíste que me podrías asustar con tus mentiras?
Lee Jungmi intentó levantarse, pero Hyunjoon la empujó al suelo. La mujer miró con desesperación a Hyunjoon, su rostro reflejando una mezcla de miedo y arrepentimiento.
—¡Tú eres la tía de Areum, la concubina de Sunghoon! —Hyunjoon exclamó, el odio en su voz evidente—. ¡Todo lo que dijiste era una farsa para atormentarme!
—Lo siento, lo siento mucho —suplicó Jungmi, su voz quebrada—. No quise causarle daño, pero mi niña Areum me prometió muchas riquezas.
Hyunjoon no mostró piedad.
—¡Arrodíllate y pide perdón por lo que has hecho! —lrdenó.
Lee Jungmi, con lágrimas en los ojos, se arrodilló y comenzó a pedir perdón, su voz temblando mientras trataba de calmar la furia de Hyunjoon.
Pero este no tuvo piedad.
Señaló a los soldados, quienes, sin vacilar, comenzaron a golpear a la chamán. Los gritos de Jungmi llenaron la cabaña mientras Hyunjoon observaba con una expresión implacable, su mente en un torbellino de dolor y rabia.
—¿Creíste que podrías jugar con mi vida así? —Hyunjoon gritó mientras se acercaba a la mujer en el suelo—. ¿Internar destruirme emocionalmente? No lo permitiré.
Dejun levantó la cabeza y le dijo a Hyunjoon:
—Mi señor, ¿qué haremos con ella después de esto? —preguntó aún sujetando a la chamán.
—Yo me encargo —respondió sacando una daga.
Y dicho eso y con tal fuerza enterró la daga en el área submental de la mujer—área ubicada bajo la barbilla—provocando que la fémina empezará a sangrar con premura. Y que la daga de hermosos diamantes fuese manchada por sangre.
El Kim se levantó y le dijo a Dejun que soltara a la mujer que trataba de sacarse la daga sin éxito alguno. En cambio el doncel sacó la espada que llevaba en su cintura y se ubicó tras la chamán que no había notado la amenaza que representaba el doncel tras de ella.
—La muerte ha llegado a tí —empezó a tararear el menor con una voz tan dulce que estremecía el alma a más de uno—. Pero no te preocupes, pronto esa a la que sirves se encontrará contigo, porque Areum se metió con el doncel equivocado sin penar que soy un monstruo peor que ustedes.
Y con solo decir eso enterró la espada contra la espalda de la chamán, sin importar, romper órganos importantes en el proceso.
La mujer cayó muerta sobre —el ahora—, sucio suelo.
—Tiren el cuerpo al mar —dijo acomodando su hanbok y se dio la vuelta, Dejun lo escoltó de vuelta al palacio—. Dejun, quiero que vayas por la madre de Areum y llevala al calabazo oculto en la casa de mi familia.
—Sí mi consorte.
—Hyunjoon, solo Kim Hyunjoon —respondió sonriendo—. Ahora tengo que saldar cuentas con una mujer.
El sol se había ocultado tras los altos muros del palacio, y las sombras se alargaban por los pasillos del palacio real. La noche envolvía el vasto dormitorio de la concubina Areum en una penumbra inquietante. Hyunjoon, con una expresión de determinación en el rostro, cruzó el umbral de la habitación sin hacer un solo ruido. Sus pasos eran firmes y calculados, y la luz de las lámparas apenas iluminaba su figura. Su cabello, cortado de forma drástica, resaltaba su presencia imponente.
Areum, sentada en un diván de seda, levantó la vista con desdén al ver al intruso. Su actitud altiva y arrogante se hizo evidente al instante.
—¿Y tú quién te crees para entrar así en mi habitación? —dijo Areum, dejando que la burla se filtrara en su tono—. ¿Acaso el consorte real ha decidido adoptar un nuevo estilo? Parece que olvidaste lo que significa ser un doncel.
Hyunjoon se acercó lentamente, una sonrisa fría se dibujaba en su rostro. Sus ojos, afilados como cuchillas, se encontraron con los de Areum.
—La apariencia de un doncel no tiene importancia cuando se trata de mantener el respeto y el orden en este palacio —dijo Hyunjoon con una voz que transmitía una calma inquietante—. Y tú, Areum, deberías recordar tu lugar.
Areum se levantó, y su arrogancia no se desvaneció. Su rostro mostraba una mezcla de enojo y desafío mientras se enfrentaba al consorte.
—¿Qué vas a hacer, Hyunjoon? ¿Seguirás jugando a ser el consorte deshonrado? Sabes que Sunghoon está encantado con mi presencia. Te ha olvidado, como ha olvidado a tus hijos.
Hyunjoon contuvo una risa siniestra. Sin previo aviso, sacó un pequeño puñal que había escondido en su manga. La hoja cortó el aire antes de rasgar la piel de Areum. Un fino hilo de sangre emergió de la mejilla de la mujer, dibujando una línea roja en su piel pálida.
—Esta es solo la primera muestra de lo que puede suceder —dijo Hyunjoon, su voz cargada de una furia contenida—. Has planeado matar a mis hijos en secreto . Eso es algo que nunca perdonaré.
Areum retrocedió, tocando su mejilla con una expresión de horror. La habitación se llenó de un silencio tenso mientras Hyunjoon mantenía la sonrisa, su mirada llena de una frialdad inquietante.
—Esto es solo el comienzo. No pienses que voy a quedarme de brazos cruzados mientras tú sigues arruinando lo que es mío —dijo Hyunjoon, acariciando su vientre de cinco meses con una protección desesperada—. No olvides que en este palacio, mi palabra es ley.
Antes de salir, Hyunjoon lanzó una última mirada a Areum, que ahora estaba tambaleándose por la furia y el miedo.
—Recuerda esto bien —añadió Hyunjoon con una voz que vibraba con una amenaza latente—. No estoy dispuesto a tolerar más de tus juegos.
Areum gritó, su voz llena de odio y desesperación.
—¡Te odio, Hyunjoon! ¡Te odio con todo mi ser!
Hyunjoon se detuvo un momento en la puerta, su risa maniaca resonando en el pasillo mientras se alejaba. Su risa era la marca de su poder, una declaración clara de que su posición como consorte real no sería desafiada.
En el silencio que quedó tras la partida de Hyunjoon, Areum se quedó sola, su orgullo herido y su odio creciendo más fuerte, mientras el plan de venganza se cocía en su mente.
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