━━━Capítulo Dieciocho | Dejun
Capítulo 18
Dejun
Park Sunghoon caminaba despacio, su expresión relajada mientras sostenía un libro de poesía en una mano y el brazo de su esposo, Hyunjoon, en la otra. El consorte, se apoyaba en su esposo, con una sonrisa dulce y serena en su rostro, como si toda la amargura del pasado se hubiera desvanecido.
—La naturaleza siempre ha sido una fuente inagotable de belleza y poesía —comentó Sunghoon, mientras leía en voz alta unos versos. Su voz era cálida, y por un momento parecía que todo estaba en paz entre ellos.
—Es cierto, Su Majestad. Me reconforta estar aquí, con usted… —Hyunjoon le respondió suavemente, apretando con ternura su brazo. Su mirada, sin embargo, se perdía en la distancia, ocultando la oscuridad que albergaba en su corazón.
Sunghoon, complacido con la respuesta, bajó el libro y se giró para mirarlo, rozando suavemente el vientre abultado de Hyunjoon con una mano.
—Nuestro futuro luce brillante, Hyunjoon. Este hijo… será tan amado como los otros cuatro —su tono era amoroso, casi paternal, y sus ojos brillaban con un amor genuino.
Hyunjoon forzó una sonrisa, sus dedos temblando apenas sobre la tela de su hanbok.
El hijo que llevaba en su vientre sería la última conexión que compartiría con Sunghoon antes de que la justicia, fría y letal, cayera sobre él.
La venganza era una calma antes de la tormenta.
—Su Majestad… ¿verdaderamente me ha perdonado? —preguntó Hyunjoon con un tono que simulaba una mezcla de dolor y esperanza.
Cada palabra calculada para mantener al emperador en el camino que él mismo había elegido, sin retorno.
—No hay nada que perdonar, Hyunjoon. Todo esto… ha sido una prueba para ambos. Pero estoy seguro de que lo hemos superado —Sunghoon respondió, atrayéndolo más cerca y besando suavemente su frente.
En ese momento, las puertas del jardín se abrieron bruscamente, y una figura femenina apareció. Areum, se acercó a ellos con una altanería palpable, su vientre ya prominente.
—Su Majestad, he estado buscándolo por todo el palacio —Areum ignoró la presencia de Hyunjoon, su mirada fija únicamente en el emperador.
Hyunjoon, al ver a la mujer que había invadido su vida y su matrimonio, sintió como su pecho se apretaba, pero no de celos. Era un odio profundo, enmascarado por la tristeza que ahora exhibía ante Sunghoon.
Con una habilidad calculada, sus ojos se llenaron de lágrimas, y un sollozo contenido escapó de sus labios.
—Su Majestad… ¿Por qué ella está aquí? Yo… Yo creí que éramos felices de nuevo, pero… no puedo soportar verla —preguntó con voz quebrada, retrocediendo un paso mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
Sunghoon, alarmado por la repentina explosión de emociones de Hyunjoon, se giró hacia él y lo abrazó con fuerza.
—Hyunjoon, no llores. Por favor, no llores —murmuró, intentando consolarlo, su voz llena de preocupación.
Areum, que se había mantenido al margen con una mirada irritada, dio un paso adelante, su expresión desafiante.
—Su Majestad, no debería… —comenzó, pero Sunghoon la interrumpió con un gesto firme.
—¡Silencio, Areum! —El tono del emperador era autoritario, su paciencia desvaneciéndose. Al ver el dolor en los ojos de Hyunjoon, su resolución se endureció—. Retírate de inmediato. No es lugar ni momento para esto.
Areum abrió la boca, incrédula, pero al encontrarse con la fría mirada de Sunghoon, apretó los labios y se retiró con un bufido, lanzando una última mirada de odio a Hyunjoon antes de desaparecer tras las puertas.
Hyunjoon, sollozando aún más fuerte, se dejó caer en los brazos de Sunghoon.
—Gracias, Su Majestad… Gracias por protegerme —susurró, apoyando la cabeza en su pecho, sintiendo cómo el latido del corazón de Sunghoon resonaba en sus oídos.
Pronto ese latido se debilitaría, desvaneciéndose con cada día que pasaba, hasta que su amor, su perdón y su vida fueran arrebatados como él le arrebató a Hyunjoon su felicidad.
Sunghoon besó su cabello, susurrándole palabras tranquilizadoras, sin saber que cada una de esas dulces palabras eran la antesala de su propia destrucción.
—Siempre te protegeré, Hyunjoon. Siempre.
—Lo sé, Sunghoon… Lo sé… —murmuró Hyunjoon con voz temblorosa.
En la cámara privada del emperador, una atmósfera tensa reinaba mientras Sunghoon, vestido con su elegante hanbok imperial, observaba a sus hijos, quienes estaban sentados frente a él.
La sala estaba decorada con seda bordada y con elaborados biombos que contaban las hazañas de antiguos emperadores, pero en ese momento, todo lo que se sentía era una pesada opresión.
Taesan, con solo nueve años, pero con un semblante de adulto, era el centro de esa tormenta silenciosa.
Sunghoon comenzó a hablar, con la voz más suave de lo que solía ser cuando se dirigía a sus hijos.
—He hablado con su madre, Hyunjoon, y hemos aclarado las cosas. Todo está bien ahora, no deben preocuparse.
Los ojos de Taesan se estrecharon, mostrando una ira contenida. A su lado, los mellizos Sungjo y Sunho intercambiaron miradas nerviosas. Sabían bien que algo no estaba bien.
La pequeña princesa Migyung, en brazos de una sirvienta al fondo de la habitación, estaba ajena a la situación, jugueteando con los hilos de su hanbok.
—¿De verdad, padre? —Taesan respondió con un tono que rayaba en la insolencia—. ¿De verdad crees que todo está bien solo porque lo dices?
El emperador frunció el ceño.
—Taesan, eres mi hijo mayor, y debes aprender a respetar lo que te digo.
—¿Respetar lo que dices? —Taesan se levantó de su asiento, su pequeño cuerpo temblando de rabia—. ¿Así como tú respetaste a mi madre cuando tomaste a esa... a esa mujer como concubina? ¡Has hecho que mi madre se sienta tan triste que apenas sonríe! ¡No te lo perdonaré!
Sunghoon se quedó en silencio, sorprendido por la intensidad de las palabras de su hijo. No esperaba una confrontación tan directa. Miró hacia los mellizos, buscando algún apoyo, pero Sungjo y Sunho estaban cabizbajos, sin atreverse a intervenir. Taesan siempre había sido protector con Hyunjoon, y su lealtad hacia su padre estaba erosionada por el sufrimiento de su otro progenitor.
—Taesan, no entiendes. Las cosas entre tu madre Hyunjoon y yo son complicadas. Pero él me ha perdonado. Me lo ha dicho.
—¡Mentira! —Taesan casi gritó—. Estás mintiendo. Sé que mamá solo finge estar bien para que no peleemos. Pero no lo está. No puedes engañarnos.
Sunghoon sintió una punzada de culpa atravesar su corazón. Sabía que Hyunjoon no estaba realmente bien. La noche pasada, cuando lo abrazó, sintió la frialdad en su cuerpo, la distancia en sus palabras, el vacío en sus ojos. Pero se había convencido de que el tiempo sanaría esas heridas.
Ahora, enfrentado a la furia de su hijo mayor, no podía evitar sentir la realidad de su error.
—Taesan —intentó Sunghoon suavizar la situación—, estoy haciendo todo lo posible para que las cosas mejoren. Tienes que confiar en mí.
Pero Taesan negó con la cabeza, sus ojos llenos de lágrimas no derramadas.
—No te creo. No puedo confiar en alguien que hace llorar a la persona que más quiero en el mundo.
La puerta se abrió silenciosamente, y Hyunjoon entró, con una mano descansando sobre su vientre. El aire en la habitación cambió al instante. Los ojos de los mellizos se iluminaron al ver a su madre, y hasta la pequeña Migyung balbuceó algo al notar su presencia.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Hyunjoon, con una voz calmada, pero todos sintieron la tensión que había en ella.
Sunghoon se levantó, y se acercó a Hyunjoon, intentando tomar su mano, pero este sutilmente la retiró, fingiendo que necesitaba ajustar su ropa.
—Solo hablaba con nuestros hijos, Hyunjoon. Les decía que ya hemos solucionado nuestras diferencias.
Hyunjoon asintió ligeramente, manteniendo una máscara de serenidad.
—Así es, niños. No hay nada de qué preocuparse.
Pero Taesan no podía más. Corrió hacia Hyunjoon y se aferró a su madre, sollozando finalmente.
—Por favor, mamá, dime que no es cierto. No finjas estar bien solo para que él se sienta mejor.
Hyunjoon miró a Sunghoon, y por un instante, los ojos de ambos se cruzaron. En esa mirada, Sunghoon vio todo el dolor que había causado, toda la distancia que había crecido entre ellos. Hyunjoon acarició el cabello de Taesan, consolándolo.
—Shh, mi pequeño. Estoy bien, y ustedes estarán bien también, —dijo Hyunjoon suavemente, aunque sabía que su hijo mayor podía ver más allá de sus palabras.
Sunghoon se sintió pequeño, derrotado. Había subestimado la capacidad de sus hijos para percibir la verdad. Y ahora, más que nunca, entendió que su camino para recuperar a Hyunjoon y la paz en su familia sería largo y difícil.
Mientras se despedían, Hyunjoon tomó a los mellizos de las manos y se dirigió hacia la salida, con Taesan todavía aferrado a su lado. Sunghoon se quedó atrás, observando cómo su familia se alejaba, sintiéndose más solo que nunca.
Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, el emperador se dejó caer en su asiento, sintiendo el peso de su corona más pesado que nunca. Sabía que había cometido un error irreparable. Y ahora, solo podía esperar, con el corazón pesado, que el tiempo le diera una oportunidad de enmendar su mal juicio.
Pero en el fondo, temía que tal oportunidad nunca llegara.
La cabaña se alzaba en silencio en medio del bosque, oculta bajo la sombra de los altos pinos. En su interior, Park Jongseong observaba a Haoran mientras éste se vestía.
Los meses de recuperación habían sido duros para ambos.
—¿Estás seguro de que puedes hacerlo? —preguntó Jongseong, su voz grave reflejando la preocupación que sentía. Sus dedos acariciaron suavemente la cicatriz en el costado de Haoran, como si con ese simple gesto pudiera protegerlo de todo mal.
—Debo hacerlo, Jongseong. Hyunjoon nos necesita ahora más que nunca —Haoran apretó los labios, su determinación era inquebrantable. Aunque sus movimientos aún eran lentos, la ferocidad de su espíritu no había mermado. Su mirada, oscura y afilada, brillaba con el mismo fuego que había encendido el corazón de Jongseong meses atrás.
El plan era arriesgado. Haoran debía infiltrarse en el palacio para reunir información sobre Lee Areum, la mujer que Haoran despreciaba con todas sus fuerzas, una perra traidora que había sembrado la discordia en la corte, ahora se erigía como una sombra sobre el futuro del imperio.
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El palacio, majestuoso y lleno de secretos, se alzaba ante ellos. Bajo la penumbra de la noche, Jongseong y Haoran ingresaron encubiertos, mezclándose entre los guardias y sirvientes. El bullicio de las intrigas palaciegas resonaba en los pasillos, pero ambos se movían con la agilidad de fantasmas.
Haoran se deslizó por los corredores, sus ojos atentos a cada detalle, cada susurro. La voz de Areum resonaba en su mente, un eco desagradable que le recordaba su traición. Debía ser cauteloso, pero su odio le daba la fuerza para seguir adelante. Con destreza, evitó las patrullas y llegó hasta el jardín interior, donde sabía que Areum acostumbraba a pasear.
Oculto entre las sombras, Haoran observó cómo la concubina paseaba tranquilamente, rodeada de sus sirvientas. La sonrisa en su rostro le revolvió el estómago.
"Algún día," pensó, "ella pagará por todo esto."
Sus ojos se desviaron brevemente cuando notó a un hombre acercarse por el pasillo contiguo.
Haoran giró la cabeza para evitar ser visto, pero un leve choque en el hombro lo hizo detenerse en seco. Al levantar la vista, sus ojos se encontraron con los de un joven de rostro familiar. Un escalofrío recorrió su espalda cuando reconoció esos rasgos.
—Perdón, no era mi intención —el hombre habló con suavidad, pero en su voz había un dejo de curiosidad.
—No es nada —respondió Haoran, sin apartar la vista. Había algo en ese rostro, algo en esos ojos que le resultaba extrañamente familiar.
—Xiao Dejun, un placer conocerte —el hombre extendió la mano con una sonrisa.
El corazón de Haoran dio un vuelco. Ese nombre… Lo había escuchado antes, en circunstancias muy diferentes.
Xiao Dejun, el hombre que había salvado a Hyunjoon de ahogarse meses atrás. Un aliado en la corte, un hombre de confianza.
Pero algo en su memoria no cuadraba.
Con una inclinación de cabeza, Haoran continuó su camino, pero su mente estaba en ebullición. Apenas unos minutos después, se reunió con Jongseong en un rincón oscuro, lejos de las miradas indiscretas.
—Jongseong, acabo de ver a alguien que no debería estar aquí. —dijo Haoran, susurrando con urgencia.
—¿Quién? —preguntó Jongseong, frunciendo el ceño.
—Xiao Dejun el hombre que salvó al consorte de morir abogado —respondió Haoran, observando la reacción del ministro.
El rostro de Jongseong palideció de inmediato. Sus ojos, normalmente impenetrables, se abrieron en una mezcla de sorpresa y horror.
—Eso… eso no es posible, Haoran. —La voz de Jongseong temblaba ligeramente, algo que Haoran rara vez había presenciado. Tomó aire profundamente, intentando mantener la calma mientras un torrente de recuerdos lo golpeaba.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Haoran, confuso ante la reacción de su amante.
Jongseong se quedó en silencio por un momento, sus manos temblando. Finalmente, alzó la mirada y respondió, con un tono que mezclaba el asombro con el miedo:
—Yo mismo quemé su cuerpo hace diez años… Xiao Dejun está muerto.
Actu!
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pareció el
capítulo?
Pido perdón
por no subirlo
ayer, me salió un
examen de último
minuto, y tuve
qué estudiar
arduamente.
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