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━━━Capítulo Diecinueve| El Sueño de Sangre y Traición

Capítulo 19
El Sueño de Sangre y Traición

El frío de la madrugada envolvía la recámara imperial cuando Kim Hyunjoon comenzó a removerse en el lecho. Sudor perlas brotaban de su frente, y su respiración se volvía agitada, como si un espectro del pasado tirara de él hacia un tiempo que preferiría olvidar. En su sueño, revivía una escena grabada a fuego en su memoria, un episodio de dolor y redención.

Estaba en el Salón del Trono. Las imponentes columnas parecían extenderse hacia el infinito, como testigos mudos de la carnicería. La gran batalla entre padre e hijo se desarrollaba bajo la sombría cúpula, y Kim Hyunjoon, joven e indefenso, observaba desde las sombras, con el corazón desgarrado y la mente afilada por el odio.

Al centro del salón, el príncipe Park Sunghoon, con apenas dieciséis años, empuñaba su espada con valentía frente a su padre, el tirano emperador Park Sungkiu. Aquel hombre, que había arrasado aldeas y pisoteado la dignidad de todos en Joseon, no parecía tener límites para su crueldad. Sus ojos brillaban de odio al enfrentar al hijo que ahora lo desafiaba.

—Sunghoon... ¿realmente crees que tienes lo necesario para arrebatarme el trono? —bufó Sungkiu, aferrando su espada ensangrentada.

—Tu reinado es una maldición para este reino —respondió Sunghoon, su voz llena de firmeza, aunque en sus ojos aún había una leve sombra de duda. Dio un paso al frente, apuntando su espada directo al pecho de su padre—. Hoy, padre, tu era termina.

El choque de sus espadas resonó en todo el salón. Los gritos de la batalla en el exterior parecían lejanos, opacados por el intenso enfrentamiento en el salón del trono. Cada golpe era más brutal que el anterior, cada paso llevaba al príncipe más cerca de su objetivo. Pero entonces, cuando tuvo la oportunidad de asestar el golpe final, sus manos temblaron y su mirada vaciló.

Sungkiu aprovechó ese momento, sonrió de manera despiadada y, en un movimiento rápido y violento, derribó a su propio hijo. El príncipe cayó al suelo, incapaz de moverse, paralizado tanto por el dolor físico como por el peso de sus dudas.

Pero Kim Hyunjoon, desde la sombra, ya no podía quedarse inmóvil. La escena reavivó la ira que Sungkiu había sembrado en él cuando asesinó a sus padres y cuando lo mantuvo cautivo y torturado, tratando de doblegar su espíritu. Sin dudarlo, Hyunjoon corrió hacia la espada caída de Sunghoon, y su grito desgarrador rompió el silencio del salón.

—¡Tirano! —rugió mientras se lanzaba con todo su ser contra el emperador, sus movimientos tan precisos como mortales. Golpe tras golpe, Hyunjoon fue acorralando a Sungkiu, sus ojos brillando con la misma intensidad que su deseo de justicia.

La pelea fue feroz. Sungkiu, sorprendido por la ferocidad de Hyunjoon, intentaba defenderse, pero la destreza del doncel lo superaba. Hyunjoon giraba, fintaba y lanzaba ataques sin piedad, cada movimiento impulsado por los años de odio acumulado. Finalmente, en un acto de total resolución, asestó el golpe definitivo. La espada se deslizó con precisión, cortando el cuello de Sungkiu y terminando con su vida en un instante.

El salón quedó en silencio, roto solo por la respiración pesada de Hyunjoon. Él soltó la espada, y sus piernas temblaron al ver el cuerpo inerte del tirano en el suelo, su cabeza rodando unos pasos más allá. Al voltear, encontró la mirada atónita de Sunghoon, quien aún parecía atrapado en el remolino de sus propias dudas.

—¿Por qué dudaste? —demandó Hyunjoon, sus palabras teñidas de dolor—. ¡Este hombre torturó a mi familia! ¡Intentó tomarme a la fuerza como su concubino! Y tú... tú dudaste...

Sunghoon, aún aturdido por la escena, bajó la cabeza en señal de arrepentimiento.

—Hyunjoon, lo siento... jamás debí permitir que te hiciera daño. No puedo cambiar lo que pasó, pero puedo hacer que lo que venga sea distinto —prometió, inclinándose para recoger la cabeza de su padre—. Pondré fin a esta guerra y comenzaré de nuevo... por nosotros.

Con esas palabras, Sunghoon salió del salón, dejando a Hyunjoon solo, con la cabeza llena de emociones encontradas y las manos aún temblorosas de ira y miedo.

Hyunjoon despertó con un sobresalto, el corazón latiendo desbocado. Miró a su alrededor, respirando entrecortadamente, tratando de distinguir entre sueño y realidad. El rostro del hombre que había amado y odiado al mismo tiempo se encontraba a su lado, pero el recuerdo de aquel Sunghoon del pasado lo asaltaba como una herida recién abierta.

Sunghoon, al sentir el movimiento, se despertó también, mirándolo con preocupación.

—Hyunjoon, amor... ¿qué sucede? —preguntó tocándole suavemente el rostro—. ¿Has tenido una pesadilla?

Hyunjoon se apartó de su toque, aún atrapado en la intensidad de aquel recuerdo.

—A veces olvido lo que te costó llegar aquí... lo que a ambos nos costó —exclamó con voz fría pero temblorosa.

Sunghoon lo miró en silencio, sin comprender del todo el peso de aquellas palabras. Intentó acercarse nuevamente, pero Hyunjoon se levantó de la cama, envolviéndose en una capa mientras su mirada se perdía en la ventana, viendo la tenue luz de la madrugada.

El emperador suspiró, sin saber cómo llegar a aquel corazón herido que ahora parecía alejarse aún más de él.

—Deberías consentir a Areum —dijo Hyunjoon sorprendiendo a Sunghoon—. Pronto dará a luz.

—Si tu lo dices —murmuró Sunghoon no tan seguro.

El comedor real estaba iluminado por la luz suave de la mañana, con los ventanales abiertos dejando entrar una brisa fresca. El emperador Park Sunghoon se encontraba en la cabecera de la mesa, mirando a su concubina Lee Areum, que estaba sentada a su lado. Su embarazo ya avanzado hacía que su figura se viera aún más frágil, pero su mirada era penetrante y llena de veneno oculto.

Hyunjoon se encontraba en el extremo opuesto de la mesa, rodeado por sus cuatro hijos. Taesan estaba sentado con las manos rígidas, mirando con evidente desdén a Areum. Sungjo y Sungo no se atrevían a mirar a su padre, el emperador, mientras que la pequeña princesa Migyung jugueteaba con su comida, ajena a la tensión palpable en la habitación.

Hyunjoon, a pesar de la profunda incomodidad que sentía, mantenía su compostura. Su rostro mostraba una serenidad que solo un consorte real podría poseer.

—¿No es cierto, Emperador? —dijo Areum, mirando con dulzura hacia Sunghoon mientras tomaba un bocado de su desayuno—. Los niños pequeños, tan tiernos, nunca entienden las dificultades de la vida. Como mi hijo. Sin embargo, espero que mi bebé sea tan fuerte como su padre.

Sunghoon sonrió amablemente, acariciando la mano de Areum, claramente preocupado por ella.

—Serás una madre excelente, Areum. Tu hijo tendrá la fuerza que necesita para gobernar un día.

Hyunjoon, observando a su esposo mimando a Areum, sintió una punzada en su pecho. El silencio en la mesa era ensordecedor, pero su respuesta, como consorte del emperador, debía ser medida. Miró a su hijo mayor, Taesan, quien parecía estar conteniendo su ira. A Hyunjoon le dolía ver cómo su primogénito no ocultaba su odio hacia Areum.

—Madre —dijo Taesan, su voz suave pero firme—, ¿por qué está ella aquí? No es justo que la concubina ocupe el lugar de honor.

Hyunjoon levantó la mirada, su calma habitual regresando rápidamente mientras hablaba con la sabiduría de un hombre que conocía bien su lugar en la corte.

—Taesan, recuerda que el lugar de una concubina está determinado por la voluntad del emperador —respondió, su voz serena, pero cargada de una autoridad que no podía ser ignorada—. Sin embargo, nuestra posición no cambia por ello. Somos una familia, y debemos mantener nuestra dignidad, no importa lo que suceda en los pasillos del palacio.

Taesan asintió, aunque sus ojos seguían ardiendo de rabia. Los gemelos, Sungjo y Sungo, apenas se atrevían a mirar a Sunghoon, pero sus miradas, cargadas de confusión, pasaban rápidamente entre el emperador y la figura que representaba Areum.

Areum, sin embargo, no pudo evitar lanzar una última provocación, una sonrisa venenosa dibujada en sus labios.

—Es un consuelo saber que el emperador confía tanto en mí —dijo con un tono que parecía ocultar más de lo que expresaba—. Aunque no dudo que el consorte real también se preocupe por mi bienestar. Al fin y al cabo, debo cuidar al heredero que llevo dentro. ¿No es así, Consorte Hyunjoon?

Hyunjoon contuvo su impulso de reaccionar ante esas palabras tan cargadas de veneno. En lugar de eso, sonrió de manera tranquila, pero con una mirada penetrante que hizo que Areum se sintiera incómoda.

—El bienestar de todos los hijos del emperador es mi preocupación, Areum —respondió con firmeza, manteniendo su postura como consorte real—. Y como madre de los suyos, mi deber es velar por la paz y el equilibrio en nuestra familia.

El silencio volvió a llenar la habitación, y Sunghoon, viendo que la tensión crecía, intentó aliviar el ambiente.

—Hyunjoon tiene razón —dijo, su voz suave, mirando a ambos—. Debemos recordar que todos los niños, sin importar su madre, son el futuro del reino. Juntos debemos criarles con amor y sabiduría.

Taesan, sin embargo, no parecía dispuesto a tragar tan fácilmente las palabras de su padre. Se levantó de la mesa con determinación, dando un paso hacia Areum, pero antes de que pudiera hablar, Hyunjoon lo detuvo con una mirada profunda y tranquila.

—Taesan —dijo con suavidad—, recuerda lo que te he enseñado. No reacciones prontamente, piensa y analiza antes de actuar.

Taesan vaciló, mirando a su madre antes de bajar la cabeza, respirando profundamente antes de regresar a su asiento. El ambiente seguía tenso, pero la determinación de Hyunjoon en sus palabras había logrado frenar el estallido de su hijo.

La calma regresó brevemente, pero todos sabían que eso era de forma breve.

El sol ya había caído sobre el palacio, dejando solo la tenue luz de las lámparas de aceite que parpadeaban en las grandes habitaciones de los aposentos del consorte real. Hyunjoon se encontraba sentado en el centro de su habitación, rodeado por la oscuridad, su respiración tranquila, pero con una mente inquieta. Su embarazo avanzaba, pero sus pensamientos no se dirigían hacia el futuro de su hijo, sino hacia el tormento y el sufrimiento que había vivido.

La puerta se abrió lentamente, y sin previo aviso, unas manos frías y suaves recorrieron su espalda, un contacto casi etéreo, como si alguien hubiera emergido de la misma oscuridad.

Hyunjoon no se sobresaltó; estaba acostumbrado a los visitantes nocturnos.

—¿De nuevo tú? —murmuró en la penumbra, su voz fría, casi como si estuviera hablando consigo mismo.

Las manos siguieron su recorrido, ahora bajando por su cuello, un toque familiar y a la vez extraño. La lengua húmeda se deslizó sobre su piel, dejando una sensación amarga que lo hizo sonreír con tristeza.

—Te lo dije… —susurró el visitante con una voz grave y fantasmal—, la venganza no tiene fin.

En ese momento, el aire se llenó de un humo denso y medicinal, una fragancia que lo envolvió como una neblina espesa. Hyunjoon cerró los ojos y sonrió, saboreando la sensación del poder que comenzaba a tomar forma a su alrededor.

El olor de las hierbas medicinales le había sido familiar desde su infancia, cuando su madre lo había utilizado para calmar los nervios de su cuerpo y mente. Ahora, sin embargo, ese mismo aroma lo reconfortaba de una manera oscura, malévola. Era su venganza la que estaba tomando forma.

De repente, una visión nítida se presentó ante él. No era un sueño, ni una fantasía, sino una imagen clara como el cristal. Vio a Park Sunghoon, su esposo, su emperador, en el palacio, cubriéndose la boca con la mano mientras tosía violentamente. Al principio, la tos era leve, casi imperceptible, pero luego su cuerpo se sacudió con fuerza, y una mancha roja apareció en la tela blanca de su manga.

Hyunjoon inhaló profundamente, sintiendo cómo el latido de su corazón se aceleraba. Sonrió macabramente mientras el humo medicinal lo envolvía.

—Todo está ocurriendo… lo que siempre vi… lo que siempre supe.

—Lo que yo te dije que pasaría, lo que te susurré en sueños, y negaste —volvió a decir la voz.

En la oscuridad, los ecos de las visiones del pasado retumbaban en su mente, imágenes y recuerdos dolorosos de sus años de sufrimiento, de la humillación, de las traiciones de aquellos que se suponía debían amarlo y protegerlo.

Hyunjoon había sido un doncel, una pieza de cambio en el tablero de poder del reino.

Sunghoon, el emperador, lo había tomado como esposo, pero el amor jamás había sido parte de ese trato.

Lo había dejado sufrir, lo había ignorado, y sus hijos, aunque eran su mayor tesoro, no podían llenar el vacío de su dolor.

Sunghoon... La imagen de su rostro al toser sangre se repetía una y otra vez, como un eco de justicia divina. Todo lo que Hyunjoon había vivido en silencio, las noches solitarias, las humillaciones, los golpes disfrazados de cuidados, los sueños truncos, estaban ahora cobrando una terrible revancha.

El aire a su alrededor se volvía más denso, como si el mismo palacio estuviera reaccionando a la fuerza de su voluntad. Hyunjoon había sido débil, había sido humillado, pero no ahora. Ahora, el poder que había acumulado a lo largo de los años, el sufrimiento que había aprendido a soportar, lo había transformado. Era una sombra que esperaba, acechando la caída de su esposo. Un consorte real que había esperado pacientemente su momento.

Una risa, casi inaudible, escapó de sus labios, pero al mismo tiempo, una punzada de dolor atravesó su pecho. El bebé en su vientre se movió, pero Hyunjoon lo sintió diferente, como si el pequeño también estuviera reclamando justicia.

—Cuando todo esto termine… no habrá lugar en el reino para el perdón.

El silencio volvió a caer sobre la habitación, y en la penumbra, Hyunjoon se levantó. Caminó lentamente hacia la ventana, donde la luna llena iluminaba el jardín del palacio. En sus ojos, una mezcla de tristeza y venganza brillaba con intensidad.

La caída de Sunghoon ya había comenzado.

—Lo que viene será mucho peor que lo que has hecho… —dijo suavemente al aire, como si le hablara a su marido, sabiendo que él no escucharía esas palabras hasta que fuera demasiado tarde.

La luz de la luna bañó su rostro, y por un momento, parecía que la oscuridad misma se había apoderado de su alma. Mientras aquellas manos aún acariciaban su cuerpo.

Actu al fin!

¿Qué les
pareció el capítulo?

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importante.

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