CAPITULO 7: LA PRIMERA VEZ
—No quiero que nadie te toque, no soporto verlo, me hierve la sangre. Y cada día es una tortura pensando que duermes con alguien, que te hace suya… esto me está matando Bella— quedé con la mandíbula en el suelo, no podía creer lo que oía, Edward estaba celoso. Oh Dios, me quiere.
—Nadie me toca… ni siquiera tú…— murmuré, entonces sin previo aviso me besó con furia, con necesidad, me apretó con todo su cuerpo contra la pared, sentí sus músculos firmes, su olor, introdujo su lengua en mi boca y buscó la mía que lo recibió ansiosa.
Esto era la gloria, sus ávidas manos empezaron a recorrerme y no se detuvo en mi cintura, llegó hasta el final de mi vestido, acarició mis nalgas y siguió adelante, introdujo sus dedos buscando mis bragas. Me apretaba cada vez más, podía sentir algo tibio y duro sobre mi estómago, rozándome, moviéndose. Dejó de besarme para lamer mi cuello, me dio un par de mordiscos que me hicieron gemir. Nunca había sentido esta sensación, ni en mis mejores sueños húmedos.
—Edward…— casi grité de placer al sentir uno de sus dedos traviesos llegando a mi centro. —Edward… aquí no— dije entrecortadamente. Estaba necesitada pero no como para hacerlo en plena discoteca.
Se detuvo, me besó con menos fuerza. Tomó mi mano, la besó, me miró tan intensamente que creí no poder resistir el hechizo de sus ojos. Empezamos a caminar entre la gente, Edward me llevaba de la mano y yo me dejaba guiar a dónde él quisera. ¿Qué habré hecho en mi vida pasada para merecer esto? La lotería me parecía un premio de consuelo al lado del hombre.
Salimos de la disco y fuimos directamente al estacionamiento. Volvió a atraparme antes de entrar al automóvil, me besó y acarició tan tiernanmente.
Me abrió la puerta del auto cómo todo un caballero. Como pude me subí, estaba embriagada de pasión. Mientras manejaba tomó mi mano sobre la palanca de cambios, llegamos muy rápido al edificio. Estacionó el auto y otra vez me besó. No necesitábamos más palabras, ambos estábamos entregados, sin decirnos nada, sabíamos que necesitábamos el uno del otro, era inevitable el desenlace.
Llegamos tropezando a la puerta de su departamento, no dejábamos de tocarnos en todo el camino. De un tirón cerró la puerta volvió a sujetarme con fuerza, besándome y restregando su cuerpo contra el mío. En mis 24 años había sentido algo tan intenso, me recorría una extraña sensación que nacía en mi ingle y se esparcía por todo mi cuerpo. Fuimos retrocediendo, tirando todo a nuestro paso. Miró en todas direcciones y me tomó de la cintura, me levantó unos centímetros y rodeé sus caderas con mis piernas. Empezó a caminar a grandes zancadas, cruzó el salón y me llevó a una habitación a oscuras, sentí que me depositaba en una superficie blanda, mientras mis ojos se acostumbraban a aquella oscuridad él seguía besándome, tocando, me levantó un poco para bajar el cierre de mi vestido, lo hizo con tanta fuerza que escuché la tela romperse. No me quedé atrás y desabroché los botones de su camisa, para luego introducir mis manos y deleitarme con aquellos músculos firmes que había sentido antes y con los cuales había fantaseado varias veces. Ardía por dentro, no podía esperar más, bajé mis manos hasta el borde de la tela de su pantalón, él detuvo mi mano invasora.
— ¿Impaciente?— me dijo tomando el lóbulo de mi oreja y mordiéndolo levemente. No tenía idea de lo impaciente que estaba, esperé toda mi vida por este momento, hoy iban a hacerse realidad mis fantasías más locas, hoy iba a conocer la máxima expresión de la pasión.
Seguí en mi exploración, tomé con cuidado el botón de su pantalón y lo desabroché. Nuestras cabezas estaban juntas, estábamos arrodillados el uno frente al otro en su portentosa cama, su respiración agitada me daba en el rostro, mientras yo descendía lentamente y casi contando cada pequeño trozo de la bragueta, mi otra mano rozó algo tibio debajo de la tela, en ese momento me sentí húmeda de nuevo. Literalmente se me hacía agua la boca.
Terminé mi labor, estaba a punto de deslizar su pantalón, él desabrochó mi brasiere, no pude evitar cubrirme los pechos. No era la primera vez que alguien me veía desnuda, Mike lo había hecho, incluso me había tocado en una oportunidad pero jamás de esta forma.
A pesar de todo lo que estaba sintiendo me dio algo de vergüenza verme expuesta, él entendió y una a una tomó mis manos, buscó mi boca y empezó con suaves besos que no eran pasionales, estaba siendo tan tierno.
Empujó suavemente hasta acostarme en la cama, sus manos iban por mis brazos hasta llegar a mis hombros, me miró a los ojos cuando tocó mis senos, me arqueé un poco al sentir su tibio contacto, bajó por mi cintura y terminó de quitarme el vestido. Me observó unos segundos y sentí arder mis mejillas ¿Sería lo suficientemente hermosa para él? Me preguntaba, pareció leer mis pensamientos.
—Eres perfecta— susurró. Sonreí de satisfacción, cerré los ojos por un momento, quería archivar este recuerdo para siempre.
Sentí su cuerpo sobre mí, rayos ¿Este hombre sería mago? No supe en que momento se quitó el pantalón pero podía rozar sus piernas desnudas. Mi ardor volvió, mis bragas debían estar empapadas.
Casi grité cuando atrapó mi pecho izquierdo con su boca, me iba a matar de placer. No pude hacer más que aferrarme a sus hombros mientras sentía su lengua en uno y otro pezón. Bajó por mi vientre, lamía y mordía suavemente, mis gemidos salían sin poder contenerlos, más fuertes de lo que deberían.
Dejé de respirar cuando sentí sus manos en mi tanga, la deslizó por mis piernas. Acarició mis tobillos, subió por mis rodillas, sus manos parecían terciopelo y sus dedos se movían delicadamente.
Cuando pensé que ya no podía estar más excitada, abrió mis piernas y literalmente grité, busqué sus ojos, me miraba con una sonrisa torcida y con los ojos llenos de pasión, agachó la cabeza y me quedé sin aire al sentir su lengua abriendo mis pliegues, hurgando, buscando algo, hasta que lo encontró. Un pequeño botón que por primera vez era tocado por otras manos que no fueran las mías, tan sensitivo para ser tan diminuto.
No sé cuanto tiempo se dedicó a excitarlo, yo vagaba en los mares del placer, había perdido toda noción del tiempo, sólo podía sentir su boca y su lengua caliente. Pronto empezó a adentrarse en mi cavidad, me retorcí de gozo, nada de lo que había leído e incluso visto se comparaba a sentirlo. Estuvo haciendo ese delicioso movimiento un poco más y regresó a mí, me besó desesperadamente, su lengua danzaba con la mía, mis piernas habían quedado entreabiertas y entonces lo sentí. Ni siquiera supe en que momento se había quitado los bóxers, solo sé que algo duro, caliente y húmero rozó mis partes sensibles, solté un sonoro gemido, me apreté más a él. Llevé mis manos a su espalda. Pude sentir todo su peso sobre mí en el momento que sus manos fueron a mis nalgas, las cuales apretaba de forma tan excitante.
Por un momento su cuerpo se desconectó del mío, lo miré desesperada, me había quedado vacía. Edward estaba apoyado en la cama con una de sus y con la otra sujetaba su impresionante miembro.
— ¿Estás lista?— me susurró. Quería gritarle que sí, que era lo que más deseaba, que moría por sentirlo. Apenas asentí con la cabeza, volvió a recargarse un poco y entonces la cabeza de su pene rozó mi clítoris, solté otro gemido más fuerte que fue de lejos superado por un gruñido de Edward. Eso hizo que me calentara aún más y envolviera mis piernas alrededor de sus caderas. Invitándolo a entrar, necesitaba que se apodere de mí. Podía sentir como se ubicaba en mi entrada, listo para atacar.
Entonces sin previo aviso enterró todo su miembro de un solo tirón y sin más contemplaciones. Se quedó estático al instante, yo soporté el dolor sin chillar, porque sí que me había dolido.
— ¿Bella?— dijo sin moverse. Parecía preocupado. Oh no, sabía mi pequeño secreto, claro que se había dado cuenta, hasta yo sentí el tirón de algo desgarradose. No le contesté, entre la sorpresa y el dolor estaba muda.
— ¿Eras virgen? Pe… pero…—comenzó a balbucear.
— ¿Te lo puedo explicar luego?— le dije ya que el dolor iba menguando y una nueva sensación me envolvía, con su punta rozaba algo muy adentro que necesitaba más movimiento. Poco a poco se relajó y empecé a gozar de sus suaves embestidas pero necesitaba más, mucho más. Comencé a seguirle el movimiento aunque de manera contraria para que al llegar hasta el fondo de mí pudiera adentrarse más, si eso era posible.
—Más Edward, más por favor…— dije jadeante, su ritmo se hizo más rápido y más fuerte, no cabía en mí de gozo, estaba llena por completo, entraba y salía, subía y bajaba. Miré su rostro contraído de placer y empecé a sentir una extraña vibración dentro, me dejé llevar como si nada más importara, abandonando todo por completo, centrándome en sentir, su aliento, su cuerpo, sus caderas, su pene duro y firme que golpeaba mi interior frenéticamente. Entonces las palpitaciones se hicieron más fuertes, algo grande se acercaba lo podía sentir, en ambas partes, yo vibraba y Edward comenzó a temblar. Las embestidas se hicieron más fuertes y casi bestiales, lo escuché gritar y me dejé ir, algo explotó, haciéndome subir y subir, estremeciéndome, jamás creí que algo así pudiera existir, una sensación de poder supremo, de gloria, de éxtasis total.
Los calientes fluidos de Edward me llenaron por completo, podía sentir el líquido saliendo de nuestros cuerpos, mientras lentamente y aferrada a su espalda bajaba de mi propio cielo. Mis músculos estaban relajados y parecía que necesitaba dormir por varios días.
Me miró, todavía había un extraño placer en su rostro. Me dedicó una suave y deliciosa sonrisa a la cual correspondí. Todavía estaba dentro de mí y mientras se movía para salir sentí muchas cosquillas. Nos acomodamos un poco y mi cabeza quedó en su pecho, no sabía si debía empezar a hablar o seguir callada.
—Fue maravilloso— lo oí murmurar, no sabía si me lo decía a mí o a sí mismo, busqué sus ojos.
—Sí que lo fue— le dije sonriendo.
— ¿Me vas a explicar ahora?— me dijo besando mis cabellos.
— ¿Explicar qué?— le dije haciéndome la desentendida.
—Bella ¿Cómo es que eras virgen?— me preguntó tomando mi barbilla y haciendo que lo mirara.
—Pues porque nunca había tenido sexo— le dije como si fuera la cosa más natural del mundo.
—Sabes a qué me refiero— me dijo impaciente.
—No, no lo sé— sonreí.
—Bella… eres… casada, creí que…
—Creíste mal entonces— me burlé.
—Pero es que… no entiendo. ¿Tienes un matrimonio de apariencia?— me preguntó, sí que estaba confundido, su cara de duda me lo decía todo.
—Digamos que es un matrimonio complicado y extraño. Mike, él… no puede— le confesé.
— ¿Cómo que no puede? ¿Tiene alguna enfermedad?—siguió preguntando, era mejor contarle todo.
—Si. Tiene diabetes por eso es… impotente. No puede tener una erección, no me enteré hasta la noche de bodas.
— ¿Pero cuantos años llevan casados?
—Tres, casi cuatro— recién la culpa me estaba alcanzando.
—Debes amarlo mucho para permanecer a su lado a pesar de todo— dijo tristemente. Y entonces me pregunté por milésima vez ¿amaba a Mike?
No. Lo quería mucho. Había compartido muchas cosas con él, pero éramos más como dos hermanos o hasta dos amigos que una pareja. Le agradecía mucho que me permitiera estudiar. Pero no era amor de pareja, no era pasión ni deseo. A Mike sólo lo quería como a un buen amigo. Y ese matrimonio era más falso que billete de 5 dólares. Entonces no podía permitir que siguiera adelante, no cuando había encontrado a alguien que sí quería.
Todo este tiempo de negación, de imponer mi conciencia, no habían hecho sino incrementar lo que sentía por Edward. Era obvio que lo deseaba, desde la primera vez que lo vi mi cuerpo se estremeció, reaccionó sólo con él ya que nunca antes había sentido esto. Pero ahora sabía que no solamente era deseo, pasión o lujuria, lo que me unía al hombre que yacía a mi lado era algo más grande, más fuerte. Tal vez… era… amor.
—Entiendo tu silencio, no tienes que darme explicaciones. Yo no pude resistirme más a ti, llegué a mi límite. Ahora seré lo que quieras que sea. Tu amigo, tu amante, tu conserje…— dijo con tristeza. ¿Él creía que no lo quería, que sólo lo había usado? —Pero siempre serás mía, sé que soy egoísta y celoso, no puedo evitarlo. Tal vez ames a tu esposo pero no puedes negar que eres mía— me besó con necesidad y me coloqué sobre él.
De inmediato sentí que su miembro volvía a endurecerse y otra vez tuve necesidad de él. Me moví un poco, estaba muy mojada, tenía nuestros líquidos mezclados entre las piernas, así que fue fácil hacer que entrara en mí. Sintiéndome dueña de la situación empecé a moverme de arriba abajo, eso me excitaba más, sobre todo cuando decía que era suya, si, le pertenecía ahora a Edward.
— ¿Y tu? ¿Serás mío también?— le pregunté acercándome para besarlo.
—Solo tuyo, siempre— me dijo mientras nos giraba y quedé debajo, lo dejé moverse un rato, entraba y salí con fuerza, entonces usando la poca fuerza que me quedaba nos hice girar, quería montarlo, moverme encima como había visto en algunas películas. Mis cabellos caían por mis hombros y espalda, mis pechos saltaban, nuestras manos estaban apretadas en un fuerte agarre. Subía y bajaba ayudándome por mis piernas, lo sentía todo dentro, completamente mío. Me incliné un poco hacia adelante para hacer que mi clítoris rozara su portentoso miembro, era un gozo estar así, de pronto nuestras manos se soltaron y puse las mías al lado de su cabeza mientras me impulsaba y saltaba frenéticamente. Cada vez que caía sobre él, escapaba un grito lleno de placer de mis labios. Sus manos en mi trasero y me ayudaba a subir, lo escuchaba gruñir, gemir, repetía mi nombre entrecortadamente. Otra vez sentí vibrar dentro pero con más intensidad que la anterior, mi cuerpo temblaba y sentí calor, fuego, explosión, algo me recorrió desde la cabeza a la punta del pie, un estremecimiento tal que me llevó a la cima del mundo mientras Edward debajo de mí se retorcía también.
—Edward…— dije cuando sentí que las fuerzas me abandonaban, había subido con rapidez y al regresar mi cuerpo parecía de trapo. Lo miré, él también se veía cansado. Me tomó de los hombros, me ayudó a derrumbarme en su pecho. Me abrazó mientras besaba mi frente, sus manos recorrían mi espalda acariciando con suavidad. Pronto sentí que el sueño llegaba, no duraría mucho despierta. Edward me acomodó a su lado, tomó una sábana y nos cubrió. No dejó de abrazarme mientras seguía dándome suaves besos.
— ¿Qué vamos a hacer ahora?— dijo muy despacio, parecía como si hablara consigo mismo.
—Sólo ámame— susurré casi dormida.
—Lo hago desde que te vi y nunca dejaré de hacerlo. Te amo Bella, no tienes idea de cuanto te amo— fue lo último que escuché antes de dejar que el sueño me envolviera, era la noche más feliz de mi vida.
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