CAPÍTULO 12: EL QUE NO TIENE ESPADA NO DEBERÍA IR A LA GUERRA
Desperté temprano, me dolía el cuello y los hombros, la silla había sido muy incómoda. "Te mereces eso y más por resbalosa", me castigué mentalmente.
— ¿Bella?— Mike me miraba fingiendo sonreír.
—Mike. Creí que… Mike…— me puse a llorar como una tonta.
—Calma, tranquila, ya estoy bien. Deben ser esas pastillas—
—Ya deja de tomar esa porquería— le increpé.
—Como tú digas amor. Bella, no me dejes por favor— me rogó.
Solo le sonreí. ¿Ahora que iba a hacer? ¿Dejarlo y cargar con su muerte si le pasaba algo? ¿O seguir casada con semejante malagua? ¿Y Edward?
Traté de no pensar en mis problemas emocionales durante todo el día, me dediqué a leerle un libro a Mike. El médico dijo que debía quedarse hasta el día siguiente para más estudios. Esme fue muy comprensiva cuando le llamé para avisarle, como jefa claro, porque el tono de su voz cambió al decirle que pasaría el día asistiendo a mi esposo.
Rosalie vino a visitar a Mike por la tarde, a decir verdad con tanta actividad en mi vida, trabajo, esposo, amante, etc. Había dejado olvidada a mi amiga.
—Hola Mike, ¿Qué te pasó?— preguntó mi rubia amiga entrando a la habitación. Le hice señas para que no hablara fuerte, ya que Mike no estaba ya en la habitación personal de la mañana. Por alguna extraña razón, mi todavía "esposo" pidió un lugar más barato en el hospital. Mike podía ser tan "ahorrador" que rayaba en la avaricia.
—Rosalie, gracias por venir— le contestó Mike haciéndose el moribundo. Hace pocos minutos estaba hablando de viajar por el mundo para mejorar su salud. Y no entendía con qué si siempre estaba escatimando el dinero.
Conversamos un poco, era extraño oír jadear a Mike como si fuera a morirse de un momento a otro. Patético, quería darle lástima a mi amiga. Cuando al fin se quedó dormida Rosalie y yo bajamos a la cafetería para poder charlar a gusto.
— ¿Qué le pasó Bella? ¿Sufre del corazón o qué?— me preguntó.
—Tuvimos una conversación… difícil. Le pedí el divorcio y pues creo que la impresión le ocasionó el paro— le dije con pocas ganas de ahondar el tema.
— ¿Qué? ¿Se van a divorciar? Vaya— dijo moviendo la cabeza positivamente.
— ¿Tan terrible te parece?— pregunté.
—Todo lo contrario, has tardado demasiado. Nunca entendí porque seguías con el papanatas de Mike, me vas a disculpar pero yo cuando digo una cosa digo otra… jajaja ya me parezco a Alice. Bueno yo no te decía nada de frente, siempre te insinuaba pero no sé, si no me entendías, o te hacías la mártir. Bella, entiéndelo de una vez… abre tu mente. El amor es cariño y pasión. Es romance y sexo. Cuerpo y alma. ¿Capicci?— parecía tan franca como siempre.
—Sip. Entiendo tu punto— respondí mirando al piso para camuflar mis mejillas ardidas.
—Además no eres la virgen María para vivir una vida santa y sin pecado. Pronto cumplirás 25 y sigues virgen, a ese paso vas a hacer milagros… Santa Bella, patrona de los impotentes…— empezó a divagar
— ¡No soy virgen!— le dije en un arranque de callarla. Me miró como si le fueran a salírsele los ojos. Comprendí que fue un error, ahora tenía que confesar.
— ¡Que mala amiga eres! ¿Cómo has podido hacerlo sin contarme? ¿Quién fue? ¿Quién?... Bella habla sino voy a tener malos pensamientos y voy a recordar las palabras proféticas de Emmett…
—Edward…— apenas pude decirle. Ya sólo faltaba que lo supiera ella y Alice. Estaba segura que Emmett lo sabía. Esme le habría contado de seguro a su esposo. Maldición debía tatuarme la palabra "infiel" en la frente.
Rose abrió la boca pero no dijo nada. Volvió a intentar decir algo pero otra vez no dijo ni pio. Al tercer intento por fin logró hablar.
—Lo sabía. No quería creerle a Emmett pero en el fondo siempre lo supe. Bella… por eso fue que Mike…— preguntó con cautela.
—No. Mike sufrió el ataque cuando le propuse el divorcio, ni siquiera mencioné a Edward… ¿Imaginas que pasaría si se entera? Me siento mal Rose. Soy una mala mujer— dije porque los remordimientos me llegaron otra vez.
— ¡Claro que no! Ya quítate esas tonterías de la cabeza. Soportaste bastante al deficiente de tu marido. "El que no tiene espada, no debería ir a la guerra". Yo no lo habría aguantado ni un día— parecía molesta, menos mal que estábamos en la parte más lejana de la cafetería, no me gustaría que me alabe por ser infiel delante de más gente.
—Pero no quiero ser la causa de su muerte. Tal vez cuando se sienta mejor podríamos volver a hablar de separación…
— ¿Si? ¿Y mientras tanto qué? ¿Seguirás encontrándote a escondidas con Edward? ¿Crees que es justo para los dos?— me recriminó. Claro que no era justo para nadie. No lo planeé, sólo sucedió. Ay no, creo que yo lo busqué de todas formas. Eso me hacía sentir peor.
—No… Edward y yo deberíamos distanciarnos un tiempo…
—A mi me parece muy mala idea. Si de todas formas vas a dejar a Mike para que continuar con esto. No sé, pero me parece muy extraño eso de un ataque justamente cuando le plantees el divorcio. Si no fuera Mike, pensaría que lo planeó.
—Mike no sería capaz Rose. Él es tan…
—Apático, aburrido, soso, desabrido, insípido…— atacó la rubia con todo su arsenal. Nunca le había simpatizado Mike de todas formas.
— ¡Ya! Todavía no me recupero de verlo muriéndose. Si no fuera por Edward…
— ¿Edward? Ay no me digas que el amante salvó al marido… a Emmett le va a hacer…— la miré muy seria y enseguida cerro la boca.
—Por cierto Rose ¿En qué hotel te alojas? No me has llamado para nada desde el funeral de Charlotte— pregunté para cambiar de tema, ya no quería que siguiera cuestionándome.
—Pues… no estoy en un hotel, conseguí un apartamento muy barato…— dijo algo abochornada.
— ¿En dónde?
—En el centro, cerca de los estudios de la Fox30— sonrió un poco.
— ¿En serio y cuanto pagas de renta?— quería acorralarla.
—Mmm… en realidad es muy barato, casi no me cuesta…
— ¿Por qué? Esa zona es muy exclusiva, los apartamentos allí deben estar dos o tres veces lo que yo pago…
—Ya… no pago nada ¿Contenta? Estoy alojada con un amigo— me lanzó una mirada de falso desprecio.
—Creí que yo era la única amiga que tenías en Jacksonville— casi sonreí.
— ¡Vivo con Emmett! ¿Satisfecha? Yo también me guardo mis secretitos porque mi mejor amiga no me cuenta los suyos— vociferó.
— ¿Vives con Emmett? ¿Así de rápido?— pregunté sonriendo. Al menos hablar de sus secretos me hacía olvidar los míos.
—Pues sí. Eso nos hace algo así como cuñadas lejanas o lo que sea ya que nos tiramos a dos hermanos. Y no me vengas a tratar de darme un sermón porque eres la menos indicada— solté una carcajada ante su confesión, no me esperaba menos de Rose, ella siempre había sido muy decidida.
—No te voy a dar un sermón, si eres feliz, está bien por mí. Solo ten cuidado, no me gustaría que sufrieras.
—Para nada Bella, Emmett es genial, me hace reír, me consiente. Somos el uno para el otro. Y ni que decir en lo íntimo, tiene la más larga que haya visto en mi vida y nunca se cansa…
— Ya entendí, es igual a ti. Con eso me basta— dije algo ruborizada, ¿Quién quería entrar en detalles de su vida íntima?
.
Me despedí de Rosalie pensando en sus palabras. Regresé a la habitación de Mike para ver si ya había despertado.
—Bella, no quiero que pases la noche aquí. Por favor, ve a casa— me rogó. Me dolía todavía el cuello, así que decidí hacerle caso y tomar un buen baño porque me sentía sucia, de todas las formas posibles.
Apenas salí del ascensor de mi edificio me encontré cara a cara con mi pecado. Edward estaba en la puerta de su departamento con los brazos cruzados esperándome.
—Necesitamos hablar— me dijo serio. ¿Hablar de qué? ¿De cómo dejarme viuda?
—Hoy no por favor— dije caminado a mi apartamento.
—Tiene que ser ahora — me tomó de una mano y entramos no al suyo sino a mi departamento. No podía evitar sentir deseos por mi conserje pero mi culpa era más fuerte.
—Bella, no es tu culpa, lo que pasó no es un castigo divino o lo que estés imaginándote— dijo muy serio. ¿Acaso leía mi mente? O tal vez mi rostro decía lo mal que me sentía.
— ¿No? ¿Sabes lo mal que me siento? Mike casi se muere por mi culpa. No se merecía lo que le hice. Yo no puedo seguir con esto Edward— le di la espalda.
— ¿Entonces… vas a dejarme?— preguntó imperturbable.
—Es lo mejor…
— ¿Para quién? Lo dices ahora porque la culpa te está carcomiendo, pero no tienes la culpa de nada. Un ataque al corazón lo tiene cualquiera.
— ¡Fue porque le hablé del divorcio!— grité
—Fue por estas pastillas que está tomando— dijo mostrándome un frasco con grajeas verdes. –Aquí dice que está contraindicado para hipertensos. Son las pastillas que tu esposo toma. Sin prescripción médica— tome el frasco de sus manos y quedé asombrada.
—No lo puedo creer, creí que veía a un especialista… no Edward, no creo que Mike hiciera eso. Él es… muy precavido, estable… hasta predecible… no se pondría en riesgo, estoy segura— si de algo me podía jactar es de conocer a Mike. No mentía, no engañaba, no se aprovechaba… era como una tortuga, lento pero seguro.
—Yo creo que sí. No está demás que hables con su médico, si es que visita a alguno— dijo sin creerme.
—De cualquier modo, yo no creo ser capaz de cargar con la culpa si Mike se muere. Edward… Edward… —me desplomé en el sofá mientras ocultaba mi rostro.
—Sólo tranquilízate, creo que no es el mejor momento para tomar decisiones de ningún tipo. Espera que las cosas se calmen, yo estaré cerca, pendiente de lo que necesites. Te amo Bella— sentí sus fuertes brazos rodeándome. Era tranquilizador poder estar así, como si Edward pudiese protegerme de todos los problemas del mundo.
—Gracias— susurré.
—Bella… pasa la noche conmigo— dijo besando mi cuello.
—No… ya tengo suficiente con esta culpa… por favor…— le rogué.
—Está bien amor— empezó a besarme de una forma ilegal, sus manos vagaban por mis costados, su lengua buscaba la mía con avidez. Masajeó mis nalgas, mordió mi oreja y fue bajando lentamente por el escote de mi blusa. Luego se detuvo cuando estaba dejándome llevar. —Me iré a dormir. Dejaré abierta la puerta de mi departamento por si cambias de idea. ¡Te extrañaré!— me dio otro beso feroz y se marchó dejándome sola.
Maldito hombre guapo y sexy. Sabe el poder que tiene sobre mí y no se detiene. Pero yo soy más fuerte.
Me di una ducha caliente para relajarme, el cuello todavía me dolía. Me puse la bata y creo que por primera vez dije plegarias para no caer en tentación.
Leí hasta que me dolieron los ojos, conté 2420 ovejitas, hice tres viajes a la cocina por leche. Mire mi reloj, apenas era la 1:30 de la madrugada.
No podía dormir, por más leche, lectura o lo que hiciera no podía conciliar el sueño.
Tal vez si… ¡No! Todavía me pesaba la conciencia por el ataque cardiaco de Mike.
Caminé hasta mi puerta y lentamente la abrí, me quedé quieta. Asomé la cabeza fuera del departamento. Las luces estaban apagadas, no había luz bajo la puerta de Edward. Ya debería estar dormido. Sí, eso era. Cerré mi puerta.
La volvía a abrir cinco minutos después. ¿Pero si tan solo verificaba que la puerta de Edward esté cerrada? No es que quiera… solamente voy a ver si su puerta está abierta.
Caminé de puntillas, muy suavemente para que mis pasos no se oyeran. Me detuve frente a la dichosa puerta, lo imaginaba en su enorme cama, dormido, tal vez no use pijama. ¡No Bella! Saca esos pensamientos tan pervertidos de tu mente. "Eres una señora, eres una señora" me repetía. Tomé el pomo de la cerradura y lo giré. Efectivamente, estaba abierta.
Y si… ¿sólo echaba una miradita? Verlo dormir sería suficiente para mí. No soy una máquina de follar, hay sentimientos detrás de esta cara bonita. Nada más lo vería dormir y con eso podría volver a mi cama.
Empujé con cuidado, había una luz muy tenue que seguramente provenía de su habitación. Puse un pie dentro, tratando de acostumbrarme a la poca visibilidad, tampoco quería caerme en medio de la sala y hacer un ruido espantoso. Otro pie más y cerré la puerta tras de mí.
Era oficial, me había colado al depa de mi amante—conserje. Era una allanadora de moradas. Una perver voyeurista.
Sin previo aviso sentí un calor en mi cintura y mi espalda. Unos brazos me envolvieron y todo se empezó a girar. Cerré los ojos por un momento, al volverlos a abrir tenía un hermoso rostro sobre mí. No solo el rostro, era todo su pecaminoso cuerpo. Y yo estaba… ¿sobre el piso? Se sentía muy suave para ser el suelo.
—Te esperaba— lo escuché decir y atacó mis labios, mientras buscaba desanudar mi bata. No sé cuanto tardé en reaccionar, pero empecé a besarlo con igual necesidad, también quería esto.
Al diablo los demás, las culpas, los reproches mentales y todas las voces que me gritan "infiel", por esta noche no iba a pensar en otra cosa que no fuera él.
Pronto sentí sus manos directamente sobre mi piel, subieron por mi cintura hasta llegar a mis pechos que al momento se endurecieron y yo solté la primera muestra de humedad entre mis piernas, un sonoro gemido se me escapó.
Cuando me giré para quedar encima de él me di cuenta que estábamos sobre una suave alfombra que antes no había visto.
—Bella… —gemía Edward con el torso desnudo. Era una maldita suertuda y me iba a gozar mi premio. No importa lo culpable que me sienta después.
Lentamente fui bajando por su pecho, lamiendo cada centímetro de su suave y nívea piel. Cuando llegué a su ombligo, tomé entre mis dedos el borde de su pijama y lo fui bajando. De inmediato sentí su mirada en mí, podía adivinar sus ojos llenos de deseo. No me detuvo ni me alentó, simplemente me dejó hacer lo que quisiera.
Liberé su poderoso miembro y recordé las palabras de Rose "El que no tiene espada, no debería ir a la guerra", sonreí, entonces la espada de Edward debería ser más grande que la de los Jedis.
Suavemente llevé mi boca a la punta de su chorreante arma, era la primera vez que hacía algo así, me daba miedo no saber cómo continuar. Pero bien decían que hay cosas que no se necesitan aprender, simplemente dejarse llevar. Después de unos besos tímidos, decidí ser más audaz y meterme toda su suave cabecita dentro de mi boca, sentí que Edward se removía debajo de mí. Una de mis manos estaba en la base y con la otra acariciaba sus testículos. No era tan sucio como siempre me pareció en televisión. Era sumamente agradable, incluso el olor que emanaba era excitante.
Cada vez que lo introducía en mi boca trataba de que entrara un poco más, quería saber si podía con todo.
—Bella… amor no voy a resistir si sigues así— escuché a Edward muy excitado, tan sólo un poco más pero no podía hablar con la boca llena, es de mala educación.
Entonces me armé de valor y lo metí hasta que casi llega a mi garganta. Era muy grande para que entrara todo. Me concentré en succionar y hurgar con la punta de mi lengua. Edward gemía y se tensaba. Yo estaba feliz, disfrutando de mi nuevo juguete. Sentí sus brazos que le jalaban, a regañadientes dejé mi labor. Edward me puso sobre su pecho y me besó con ferocidad, parece que no lo había hecho tan mal para ser mi primera vez.
—Si seguías con eso ibas a matarme— dijo respirando con dificultad.
—Edward… te necesito— le dije porque estaba tan caliente y desesperaba.
—Lo que usted diga señora— dijo ahogando una carcajada, se colocó sobre mí y después de comprobar lo mojada que estaba me separó las piernas para llenarme por completo. Me desconecté del mundo y me puse en automático, mi cuerpo se dejaba llevar, moviéndose de una forma que nunca creí posible, me abrazaba a su espalda mientras él empujaba adentro y afuera. Muy profundo, muy fuerte. Llegaba a tocar algo en mí que me hacía delirar. Había momentos en los que gritaba, chillaba, lo arañaba. La sensación se fue haciendo más y más fuerte, hasta el punto de la desesperación, era fuego acumulado que subía como la espuma, como un volcán en erupción.
—Más rápido…— pedí pero mi voz sonó como el chillido de una gata, una gatita en celo. Ya no me importaba, seguí pidiendo más y más hasta que mi garganta se secó.
Sentí todo su poder, embestía con fuerza y velocidad, como si el mundo se fuese a acabar…no soporté mucho tiempo ese ritmo y fui lanzada lejos de allí, escuché que Edward gritaba también convulsionándose y con eso volví a sentir otra descarga de mi interior. La electricidad me recorrió entera.
Terminé agotada, apenas podía moverme, ya no me dolía el cuello, ni siquiera sentía mi cuerpo.
—Te amo Bella— escuché decir a mi lado.
—Yo también te amo… Edward— los ojos se me cerraban pero pude sentir que besaba mis manos y me levantaba de la alfombra.
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