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Capitulo 7


Estaba rodeado.

Dondequiera que miraba, Tempest veía otra sonrisa llena de dientes asomándose entre las sombras, acercándose desde todas las direcciones. El pequeño Pokémon zorro temblaba donde estaba parado, agachándose mientras buscaba desesperadamente un hueco en el círculo de siluetas. Su corazón latía con fuerza, estaba atrapado. Una manada de houndoom lo había acorralado mientras buscaba algo que pudiera comer.

"¡Miren a este pedacito! Seguro que ni vale la pena nuestro tiempo" se burló uno.

Los Pokémon de tipo siniestro se rieron maniáticamente, acercándose cada vez más al aterrorizado Tempest. Él empezó a llorar de miedo, acurrucándose donde estaba, girando la cabeza de un lado al otro, asegurándose de que ninguno estuviera a punto de atacarlo. Algunos lo provocaban, mostrando sus garras, chasqueando los dientes o soltando pequeñas llamaradas. Cada vez que Tempest se estremecía, ellos reían más fuerte, con los ojos fijos en su presa.

"¡Este enano es tan chico que ni siquiera nos llenaría a dos, mucho menos a toda la manada!" gritó otro, entre risas.

El aire se llenaba de calor y la tensión crecía mientras los houndoom se acercaban. Sus dientes y cuernos brillaban bajo la luz tenue, sus cuerpos cubiertos por sombras pesadillescas. Tempest sentía una presión enorme mientras los cazadores lo seguían acosando con sus burlas.

"¡El pobre boludito tiembla como una hoja! ¡Deberíamos sacarlo de su miseria de una vez!" dijo uno, mientras el grupo estallaba en carcajadas de nuevo.

Un houndoom más grande que el resto dio un paso al frente. Sus cuernos eran más largos y curvados hacia atrás, y llevaba un colgante de calavera distinto al de los demás, más detallado y aterrador. El hedor tóxico de sus alientos llegaba a Tempest mientras el líder de la manada se acercaba, con una sonrisa cruel. Levantó una garra, listo para atacar.

Tempest vio su oportunidad. Con un grito desesperado, saltó hacia adelante, se deslizó entre las patas del houndoom y corrió hacia un hueco en el círculo. Empujó sus patas con todas sus fuerzas.

"¡Eh, te distrajiste, pelotudo! ¡El mocoso se está escapando!" gritó otro.

El círculo estalló en caos. Las risas se convirtieron en gruñidos cuando los houndoom rompieron filas para perseguirlo. Aunque Tempest logró escapar, no salió ileso. Uno de los houndoom reaccionó rápido, lanzándole una brasa ardiente.

La bola de fuego lo golpeó en la cara, arrancándole un grito de dolor. El veneno se clavó en su piel como agujas. Las lágrimas corrían por su ojo no quemado, pero no podía detenerse. Su vida dependía de ello.

Corrió como si su alma dependiera de cada paso. Los árboles muertos y los troncos pasaban como un borrón mientras saltaba por encima de raíces y piedras. Su corazón latía tan rápido que dolía, pero no tanto como la quemadura en su rostro.

Detrás de él, los pasos pesados de los houndoom retumbaban, llenándolo de pánico. El olor a muerte se hacía más fuerte, estaban cerca, quizás más rápido que él. Tenía que despistarlos.

Tempest dobló alrededor de un tronco seco y se lanzó al arbusto más denso que encontró. Aunque marchito y sin hojas, las ramas eran lo bastante espesas como para ocultarlo. Escarbando en el suelo, encontró una roca grande y la lanzó hacia un matorral seco cercano. El ruido distrajo a la manada, haciéndoles pensar que había corrido en esa dirección.

Mientras los houndoom se alejaban, Tempest salió corriendo en la dirección opuesta, buscando desesperadamente un lugar donde esconderse. Spotteó una cueva y, sin pensarlo, corrió hacia su interior.

El aire húmedo de la cueva podía ayudar a disimular su olor. A medida que avanzaba, la atmósfera se volvía más pesada. Tempest siguió corriendo hasta que sus patas no pudieron más. Se desplomó en el suelo frío de piedra, jadeando.

El silencio era absoluto. Los houndoom no parecían haberlo seguido. Por ahora, estaba a salvo.

El ardor en su rostro seguía punzándolo como vidrios rotos incrustados en su piel. Quería rendirse, desaparecer por un rato. Estaba cansado, hambriento, con un dolor insoportable, traumatizado y solo. Deseaba estar con su familia otra vez. A veces, pensaba que habría sido mejor no haber sobrevivido a ese ataque.

Mientras lloraba en silencio, algo extraño le llamó la atención. Estaba muy adentro de la cueva, donde la luz no podía llegar, pero aún así podía ver claramente. La cueva continuaba más adelante, y parecía que la luz provenía de una vuelta en el camino. Tomó nota mental de por dónde había venido y, con cautela, decidió explorar esa luz misteriosa.

Al doblar la esquina de la cueva, Tempest juraría que había escuchado un ruido. Mientras seguía avanzando, lo oyó de nuevo, mucho más fuerte esta vez. Era un suave chisporroteo eléctrico, acompañado ocasionalmente por un fuerte "pop".

La cueva a su alrededor se iluminaba más y más, y Tempest pudo ver claramente la razón. Frente a él, sobresaliendo de la pared, había una piedra enorme, brillante y pulsante. Cambiaba entre tonos verdes y amarillos mientras chisporroteaba, y el aire a su alrededor era increíblemente pesado e intenso.

"¿Qué carajo es esta cosa…?" murmuró.

Cada fibra de su ser le gritaba que dejara la piedra en paz. No sabía qué era ni por qué lo hacía sentir como si estuviera ahogándose mientras se acercaba poco a poco. Podría estar haciendo algo más importante, como ocuparse de su ojo o dormir un rato para recuperar energía.

Pero había una vocecita molesta, una sola, que lo empujaba a extender lentamente su pata marrón, cortando la densa atmósfera eléctrica mientras el pequeño Eevee intentaba tocar la gema. Más cerca, más cerca, más cerca…

...

El Jolteon se incorporó de golpe en la cama con un jadeo, su pelaje chispeando con electricidad estática mientras despertaba empapado en sudor frío. Era ese maldito sueño otra vez, el que no podía evitar, por más que lo intentara. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces lo había revivido. Si bien ya no lo tenía tan seguido, seguía apareciendo de vez en cuando para cagarle la noche.

Respirando hondo, Tempest miró alrededor de la habitación, encontrándose bastante desorientado con el lugar. Por una vez no estaba acostado en un montón de hojas, sino en una cama de verdad, con colchón y todo, algo que no recordaba haber usado en muchísimo tiempo. Podía sentir su peso hundiéndose en la superficie acolchonada, como si intentara tragárselo mientras yacía ahí, con las mantas todas revueltas por su episodio.

Poco a poco recordó dónde estaba: su nueva guarida en Moonshine. Los recuerdos del día anterior le volvieron de a poco. Después de inspeccionar el interior del edificio robusto, hecho de piedra y madera, solo había comido unas bayas y se había desplomado en su nueva cama, decidiendo probar qué tan suave era el colchón.

A su derecha había una mesita de noche, sobre la cual descansaba su bolso. En el suelo, apoyada contra la mesita, estaba su guitarra, su madera oscura y pulida casi camuflándose con la penumbra de la habitación. Las velas servían como principal fuente de iluminación en la guarida, ya que no había electricidad. No tenía idea de cuánto tiempo había dormido, pero le sorprendía que la vela aún estuviera encendida.

Tempest colgó las patas al costado de la cama y se empujó hacia adelante, aterrizando con cuidado sobre sus patas, asegurándose de mantener el equilibrio. Probablemente no podría volver a dormir, así que no tenía sentido intentarlo. El sueño le había dejado un gusto amargo en la boca, de todos modos.

Decidió salir a caminar para despejarse, ya teniendo un destino en mente. Se colgó el bolso al hombro y se aseguró de atar bien su guitarra a la espalda, rebotando un par de veces para comprobar que todo estuviera en su lugar. Si algo le llegara a pasar a alguna de sus preciadas pertenencias, Arceus lo ayudara.

Respirando profundamente, como preparándose para algo grande, Tempest dejó su nueva habitación, cerrando la puerta apenas un poquito detrás de él. Lo recibió el resto de su guarida sumido en la oscuridad, iluminada apenas por una vela al final del pasillo.

El lugar, la verdad, estaba bastante bien. Tenía una pequeña ventana al frente, junto a la puerta, con una vista decente. El salón principal era como una mezcla de varias habitaciones en una sola, divididas en mitades.

A la derecha, al entrar, había una especie de living, con un sillón de dos plazas bastante acogedor y un sillón individual a un costado, en ángulo. Había unas vitrinas y bibliotecas en las paredes, aunque estaban mayormente vacías, salvo por algunos libros generales.

A la izquierda estaba la cocina, con una isla en el medio que servía como mesa o barra, gracias a unos taburetes alineados de un lado. Había un horno de madera con una hornalla arriba y un par de barriles para almacenar agua, aunque estaban vacíos por ahora. También había un grifo incrustado en la pared, probablemente la forma más fácil de conseguir agua. Los armarios y alacenas tenían suficientes utensilios y platos de madera para una familia chica.

Al fondo del salón principal, un pasillo se extendía con varias puertas. Una llevaba a un depósito, ideal para guardar bayas o cosas de valor. Otra conducía a un baño, con una ducha que funcionaba y una bañera improvisada (otra especie de barril grande). La última era la habitación de Tempest, de donde acababa de salir.

Mirando por la ventana, pudo ver que aún era de madrugada, lo que significaba que había despertado extremadamente temprano. No había nadie caminando por ahí afuera, lo cual tenía sentido, ya que la mayoría de los Pokémon eran diurnos y no se levantarían por al menos un par de horas más. Mejor así, porque no quería molestar a nadie.

Con mucho cuidado, Tempest salió por la puerta y la cerró suavemente detrás de él, escaneando sus alrededores oscuros una vez más. La luz de la luna era suficiente para guiarlo, pero los detalles eran escasos.

Convenciéndose de que nadie más estaba despierto, lo que le permitió relajarse un poco, Tempest comenzó a dirigirse hacia la entrada de la aldea, que no estaba lejos de su guarida. Con un claro objetivo en mente, se adentró silenciosamente en el bosque, desapareciendo entre las sombras de la maleza.

...

Ella tampoco podía volver a dormir. Por más que lo intentara, simplemente no podía, al punto de rendirse y maldecir entre dientes. Normalmente era una "mon" madrugadora, pero despertarse antes del amanecer ya era demasiado, incluso para ella. Nadie debería estar despierto a esta hora, ni siquiera los tipos oscuro o fantasma, que ya deberían estar yendo a sus casas, sabiendo que el sol estaba por salir.

Soltando un suspiro resignado, se levantó de la cama, empujándose hacia adelante con sus patas hasta que logró bajarse. Una vez que tocó el suelo, se puso de pie y se estiró, alzando los brazos y arqueando la espalda, gruñendo al encontrar los puntos justos para aliviar su mal humor. Ya era lo suficientemente irritable por las mañanas como para sumar más bronca.

"Ugh… Ese Flareon podría hablar toda la noche, y seguro lo haría si no lo hubiese mandado a la mierda. Ahora seguro voy a andar hecha pelota todo el día."

La mona movió la cola con irritación mientras se acercaba al ventanal, intentando distraer su mente cansada pero despierta. Apoyó los codos en el alféizar de la ventana, dejando su cara apenas a centímetros del vidrio mientras observaba el paisaje nocturno de Moonshine. Apenas podía distinguir el contorno de los edificios, apenas visibles bajo la tenue luz de la luna. Era raro que la luna todavía brillara a esa hora, casi como si estuviera viendo la luna en pleno día. A veces pasaba.

En menos de una hora, sin embargo, la luz de la luna sería reemplazada por la del amanecer, y el astro se escondería detrás del horizonte mientras el sol estiraba sus perezosos rayos sobre la tierra una vez más.

De repente, algo interrumpió su mirada perdida: algo se movía a lo lejos. Desde su guarida tenía una vista perfecta de toda la calle hasta el campo de batalla, y allá, en la distancia, sobre el camino principal que conectaba la entrada con la plaza central, vio a alguien caminando tranquilamente.

"¿Quién mierda, a esta hora del orto, se le ocurre salir de su casa?"

Frunciendo el ceño, se acercó más al vidrio, presionando su cara contra él y entrecerrando los ojos para intentar ver mejor. La figura era inconfundible: cubierta de picos y de un color claro, aunque difícil de distinguir con la poca luz. Pero lo que sí era obvio era que se trataba de un eevee o algo de su línea evolutiva, gracias a la silueta de sus orejas. Y había un solo eevee con picos como esos.

"¿Es… es el jolteon del que me habló Ash? ¿Qué carajo está haciendo despierto?"

El día anterior, Ash había llegado a su casa, desbordante de cosas para contar. Algunas sonaban tan ridículas que ni siquiera sabía si creerlas. Que había salido al bosque y encontró a Vanessa después de un ataque, que la había llevado a casa y preparado comida de verdad, y lo que más había contado con entusiasmo: un retador que apareció de la nada.

De repente, un Pokémon apareció del bosque, un eléctrico encima. Parecía inofensivo, y el alcalde actuó como si lo conociera de toda la vida, súper amigote sin razón aparente. Entonces, el jolteon tocó una canción con su guitarra, emocionando a toda la multitud como si estuvieran en un maldito musical.

Después, Ash vio el ojo del jolteon, y ahí cambió todo. Uno de sus ojos era rojo, como el de ese famoso clan eléctrico del desierto. Nada tenía sentido. A pesar de las dudas, Ash no podía sacudirse la sensación de inquietud, y ella solo tuvo que seguirle el juego para tranquilizarlo.

Sin embargo, ver a ese mismo jolteon caminando a esas horas antes del amanecer era raro. Quizás Ash tenía razón después de todo.

Como iban a almorzar juntos más tarde ese día, se dijo que lo mencionaría entonces. Mientras tanto, salió de su cuarto arrastrando las patas y la cola, dirigiéndose a la cocina. Muchas guaridas en Moonshine tenían diseños similares, aunque no había dos exactamente iguales.

Intentó levantar el brazo para abrir uno de los armarios, pero ni siquiera tenía la energía para levantarlo por completo. Apenas lo alzó a la mitad antes de que cayera pesadamente a su lado.

"¡Ugh! No puedo dormir, y sin embargo, estoy tan cansada que ni mi cuerpo está despierto. El sueño es una porquería."

Optó por la solución fácil. Cerrando los ojos, se concentró y dirigió la poca energía que tenía hacia su mente, imaginando una escena frente a ella. Visualizó el armario abriéndose solo, y de la repisa más alta, un pocillo de café bajando suavemente y aterrizando sobre el mostrador frente a ella.

Como por arte de magia, la puerta de madera se abrió, y el sonido de la cerámica rozando la madera llenó el aire. El pocillo que había imaginado bajó flotando, aterrizando con un leve "clac".

Moviendo su cola bifurcada y rosada con satisfacción, el brillo del rubí en su frente desapareció mientras rompía su concentración. Extendió la pata hacia adelante y tomó el pocillo, ahora a su alcance. Siempre lo dejaba en el mismo lugar para facilitarse las cosas, ya que era un regalo especial de su compañero.

No era nada impresionante, pero tenía un valor sentimental. Estaba hecho a medida y pintado con un gran corazón en el centro, dentro del cual se leía "ARIA" en grandes letras violetas. Su compañero también tenía uno a juego con su propio nombre. Era un regalo de pareja.

Era un poco cursi, pero cada vez que lo veía, le sacaba una sonrisa genuina. Era tonto, igual que él. Era la razón por la que sus días no eran aburridos ni monótonos, el motivo por el cual había aprendido a salir de su vida tranquila y disfrutar de un par de carcajadas.

Aria solía ser una laburadora empedernida. Si no estaba trabajando, estaba estudiando o investigando. Si no, pasaba el tiempo tomando algo caliente, leyendo o escribiendo sola. No le gustaba molestar a nadie ni sentía una necesidad intensa de hacer amigos, aunque de vez en cuando le dolía la soledad.

Antes, solo tenía a su mentor, quien tampoco era muy conversador, dejándola la mayor parte del tiempo por su cuenta. Pero cuando Ash apareció en su vida, trayendo a Vanessa con él, todo cambió. Al principio, odiaba sus visitas: venían, causaban quilombo, y le pedían jugar, frustrándola con sus interrupciones. Pero un día algo cambió.

Empezó a disfrutar de su compañía, a sonreír y reír más seguido. Y poco a poco, el flareon logró abrir su corazón.

Sonriendo mientras su mente vagaba, Aria levantó sin pensar una pava de la parte superior de la cocina y la llevó hasta la canilla para llenarla con agua. No necesitaba pensar en lo que hacía; preparaba bebidas calientes tan seguido que ya lo hacía en piloto automático. Era una experta en el arte del té, aunque muchas veces lo tomaba para mantenerse despierta.

Colocó suavemente la pava negra de vuelta en la hornalla, encendiendo el fuego con uno de los botones, que hacía chispear una pequeña llama con un mecanismo de pedernal y metal. Era un sistema práctico, aunque en los inviernos se gastaba una cantidad absurda de leña.

Aria abrió uno de los cajones de la cocina, revelando una cantidad casi ridícula de tés. La mayoría tenían una infusión de chesto, aunque algunos eran más frutales o estaban reservados para visitas. Incluso tenía dos mezclas especiales, exclusivas para Ash y Vanessa, ya que sus gustos eran muy diferentes al de ella.

El favorito de Ash era una mezcla de tamato y razz berries, que ella conseguía gracias a un amigo comerciante que vivía en el norte, donde esas bayas eran populares. Por otro lado, Vanessa prefería un punch dulce de pecha y mago berries, que, aunque le daba un poco de vergüenza admitirlo, también era uno de los favoritos de Aria. Siempre había tenido un diente dulce, aunque no le gustaba alardearlo.

Sin embargo, el té preferido de Aria, su absoluta debilidad, era uno de alta calidad: una infusión de watmel y chesto que se producía localmente en Moonshine, en una pequeña cafetería familiar. Vendían muchas de sus mezclas más populares, así que Aria siempre se aseguraba de tener un buen stock de su favorito. Era dulce, pero no empalagoso, con un toque amargo al final. Amargo, pero lo justo, de esos sabores que te hacen querer otro sorbo.

Gracias a la infusión de chesto, también era ideal para mantenerse despierta en noches de trabajo largas, o en días como este, en los que su horario de sueño estaba completamente arruinado y necesitaba un empujón para arrancar el día.

Sacó una bolsita de ese té watmel del cajón y lo cerró suavemente, justo a tiempo. Como si hubiera calculado todo al milímetro, el silbido de la pava empezó a sonar en el mismo instante en que cerró el cajón. Estaba tan agotada que había perdido la noción del tiempo mientras pensaba.

Con cuidado, levantó la pava de la hornalla y vertió el agua hirviendo en su taza. Con un "plop", dejó caer la bolsita de té, dejándola reposar unos minutos. El aroma familiar de las bayas watmel llenó el ambiente, ya empezando a calmar los nervios cansados de Aria. Todavía estaba demasiado caliente para tomarlo, pero el olor era una de las mejores partes, así que no le molestaba esperar un rato a que se enfriara.

Mientras esperaba, miraba su taza, observando cómo el color del agua se hacía más oscuro con cada segundo, mientras el sabor del té se mezclaba lentamente. Aria pudo ver su reflejo en la superficie ondulante del líquido: la cara distorsionada de una espeon con ojeras le devolvía la mirada, sus ojos celestes apagados y cansados. Este iba a ser un día largo.



Continuará...

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