Vendetta
Este capítulo es para llenar algunos blancos, un capítulo para entrar en la cabeza de Iker de un modo más directo. Así que decidí dejarlo ahora y bueno, voy a intentar dejar el siguiente lo más pronto posible. Pero mientras pueden ir a pasear con Iker por Londres.
Por cierto, van a notar que tiene más frases en francés pero las traducciones van abajo, aunque para que no les quepan dudas lo que piensa constantemente significa: Soy un espía. Lo digo ahora así no tienen que bajar para mirar a ver qué significa, además porque es una frase que Iker va a repetir un par de veces ¿ok?
Capítulo XXII: Vendetta
Ahogando un bramido, extendió el brazo en su totalidad enterrándose de lleno en su blanco. Del otro lado unos ojos muy abiertos por la sorpresa lo escrutaron con rabia por un instante, para luego velarse en una apagada expresión de desazón. Acto seguido, su contrincante se desvaneció hasta golpear el piso como un peso muerto. Iker se acuclilló a su lado al verlo que intentaba decir algo entre los gorgojos de sangre que brotaban de sus labios.
—Yo no... no lo hice. —Y tras esas palabras casi soltadas en un único suspiro, sus ojos se quedaron fijos en el cielo nocturno. Iker bufó, poniéndose de pie para mirar a los presentes con gesto de triunfo.
—Uno menos —musitó en tanto que desenterraba su espada del pecho de aquel individuo.
Lord Antoni se mordió el labio, volviendo el rostro en otra dirección incapaz de atestiguar la muerte de su propio compañero. Un padrino deplorable, pensó Iker, mientras le indicaba al médico que verificara lo que ya todos sabían. El hombre de cabello cano caminó lentamente entre las cinco personas que aún permanecían de pie en aquel lugar apartado de los ojos de Dios, y tras soltar un suspiro dramático los observó.
—Murió —corroboró, llevándose un pañuelo blanco a la boca en lo que Iker pensaba un gesto teatralmente innecesario.
Sonrió hacia el padrino y se reverenció de forma chapucera, importándole poco o nada estar irrespetando al difunto. Lord Antoni lo atravesó con la mirada y él pudo notar el odio oculto tras esos ojos aguados por el alcohol.
—¡No ha sido una lucha justa! —exclamó el hombre con la voz temblorosa. Iker lo miró con una ceja enarcada.
—¿Acaso exigirá una satisfacción por su amigo? —instó burlón, mientras Stephen le ayudaba a limpiar la sangre de la hoja de su espada. Aguardó la respuesta del caballero, pero éste se limitó a bufar audiblemente antes de comenzar a levantar las pertenencias del difunto.
—Ha sido un combate perfecto, milord. —Dio un suave cabezazo en agradecimiento a su ayuda de cámara, a tiempo que tomaba su chaleco y su casaca para terminar de arreglarse.
Los duelos siempre lograban acalorarlo un poco, pero no se podía decir que Edward Thompson fuese un verdadero desafío. Había que admitir con solemnidad que el hombre tenía varias copas encima, estaba abatido por la perdida de dinero en el juego y para colmo era de esas personas a las que el tiempo no les tuvo compasión. A decir verdad, Iker le había hecho un favor al quitarle la vida.
—Fue bastante simple —admitió con un dejo de humildad. El hombre tan sólo lo había rozado una sola vez con la punta de su florín y él no podía decir que ese ataque hubiese estado cerca de matarlo.
—¿Además de Thompson quién quedaba en la lista?
Iker se quedó en un silencio analizador, observando por el rabillo del ojo que en el horizonte el sol comenzaba a enseñar sus primeros rayos.
—Sólo faltan dos ratas más.
—¿Y la rata mayor?
Asintió con una leve sonrisa, pero sabía que para él aún debía pensar las cosas con más detenimiento. No había sido tan difícil encontrar a los tres primeros, al igual que Thompson todos eran propensos a malgastar su dinero en apuestas y mujeres. Sólo era cuestión de cargarse de paciencia y aguardar porque ellos se presentaran en las fauces del lobo. Tras un juego de cartas en el que ellos dudosamente comenzaban a salir beneficiados, Iker los guiaba a su propia muerte haciéndoles perder cada penique al punto que un duelo era su última vía de escape. Todos terminaban exigiendo una satisfacción, todos lo acusaban de tramposo y no tenían reparos en arrojarle un guante a la cara para tratar de salvar, el poco orgullo que les quedaba. Para él sólo eran jueguitos, hombres que nunca sabían como usar correctamente la espada, que ni siquiera sabían plantar correctamente los pies para un enfrentamiento. Normalmente en menos de dos movimientos, Iker los tenía rogándole por piedad. Pero cualquiera que decidiera batirse con él debía saber que salir con vida, no era siquiera una posibilidad remota.
***
Ocho años atrás.
«Je suis un espion.» [1]
No es que a esa altura de su vida no disfrutara de su país natal, pero siendo honesto consigo mismo, iba a admitir que había cosas de Londres que él prefería no ver. Pasó saliva con algo de dificultad y el cantinero lo observó con gesto extrañado, parecía un tanto impaciente por tener que esperar por él.
—¿Qué tomas, chico?
Iker inspeccionó vagamente a su alrededor, varios hombres se caían de sus asientos presas de la ingesta indiscriminada de alcohol. Él no tenía ningún deseo cercano de transitar esas penurias, sabía que beber no lo pondría más feliz. En realidad cada persona de ese bar, parecía caer en un estado de miseria con sólo atravesar la puerta de entrada.
«Je suis un espion.» Se repitió para sus adentros, sabiendo que al menos esa mentira calmaría su mente y le permitiría creer que estaba allí de forma momentánea, que pronto podría coger un barco hacia Francia y no volver a pronunciar una palabra en nombre de los ingleses.
—No... nada —murmuró, volviendo a poner su atención en esa esquina apartada del bar.
A sus espaldas oyó el bufido molesto del cantinero, pero lo ignoró con mucho aplomo. Le importaba un cuerno lo que ese idiota pensara, no era requisito consumir algo para permanecer allí ¿verdad? Pero tenía que admitir que perder el conocimiento, en ese momento, le hubiese sentado mucho mejor que seguir viendo aquella alejada escena. Suspiró poniéndose de pie y a paso sopesado se dirigió hacia allí, listo para borrar de un pincelazo un nuevo capítulo traumático de su vida. «Je suis un espion.»
—No te preocupes, todo saldrá bien... —El murmullo llegó hasta sus oídos, conforme las distancias comenzaban a cerrarse. El hombre le acarició fugazmente la mejilla a la joven que mantenía sentada sobre su regazo, a lo cual ella respondió con una sonrisa algo triste. Iker frunció el ceño y aunque sus instintos le gritaban que detuviese su marcha, se girara y saliera de allí, no supo oír esa nota de alerta. A decir verdad, la curiosidad era una puta que cobraba caro por un servicio indeseado.
—No quiero molestarte más, ya has hecho mucho por nosotras —decía ella completamente ajena a su cercanía. En realidad ninguno de los implicados en esa charla había reparado en él, Iker estaba cada vez más cerca de creerse efectivamente un espía.
—Haría lo que fuese necesario, lo sabes. —Pero hasta ese punto resistió la tentación de hacer oír su voz. Soltó una carcajada incapaz de contenerse y al instante captó la atención de la particular pareja.
—¿No es esto dulce? —inquirió irónico, mientras veía como los rasgos del hombre se desdibujaban al reconocerlo. La puta que tenía sobre las piernas se puso de pie abruptamente y tras ofrecerle una mirada asustada, se despidió de su amante murmurándole algo al oído. Iker lo miró aguardando una palabra, pero él no parecía listo para ese enfrentamiento—. ¿Qué? ¿No vas a decir nada? Al menos convénceme de que lo vi fue producto de mi sugestionada imaginación.
—¿Qué demonios haces aquí? ¿Acaso ya terminó tu tortura en el extranjero?
Con un sólo encogimiento de hombros, pasó de responder ese insulto. Si bien hacía una semana que había arribado a Londres, mantener el secreto de su estadía hasta esa noche había sido relativamente sencillo. No iba explicar las razones de su regreso y menos a un ser tan deplorable como el que tenía enfrente.
—Eso no te tiene que importar, Jonathan, lo que debería preocuparte es en lo que te atrapé haciendo. —Rió mientras se dejaba caer en un taburete junto a su "padre". Su interlocutor se limitó a fulminarlo con la mirada—. Esto sin duda es noticia, me pregunto qué tanto sabe Rosalie de tus jueguitos con las putitas londinenses.
—No me hables de sea forma —masculló con la rabia apenas contenida—.Escúchame, mocoso, ni creas que puedes intimidarme.
—¿Intimidarte? —repitió con sorna—. ¡No qué va! A la sangre de mi sangre, ¿qué clase de monstruo me consideras?
Lo miró fijamente borrando cualquier rastro de gracia de su voz, Iker nunca había sentido ninguna clase de respeto por su padre. Hasta ese día se contentaba sabiendo que nunca depositaba ni un solo pensamiento en él o en su familia para el caso. Pero no podía negar que siempre había estado latente en su pecho esas ganas inhumanas de causarle algo de dolor. Al menos devolverle el golpe de alguna manera, había perdido tanto por su culpa que él no veía incorrectos esa clase de impulsos.
—No te entrometas en esto, va más allá de tu pequeña vendetta para con el mundo.
—No tiene nada que ver con el mundo, mi vendetta está pura y exclusivamente dedicada a ti. —Jonathan le sonrió en ese momento, pero el gesto pareció más bien un macabro reflejo de una sonrisa.
—Eres un impertinente cachorrito —le dijo en tanto que tomaba su jarrón de cerveza y lo empinaba hasta vaciarlo por completo.
—Puede que si, pero al menos tengo más honor que tú... miserable rata embustera. —Los ojos negros de su padre lo atravesaron con la intimidante advertencia de que había sobrepasado su límite. Pero a Iker esto no le importó y le sostuvo la mirada con total entrega.
—Mide tus palabras, chico, no estoy de humor para soportarte.
—La historia de mi vida —replicó él con un dejo burlón. Su padre presionó las manos en puños y apartó la vista en una arbitraria dirección.
—¿Por qué no vas a cantar tus penas a una iglesia? Me tienes harto con tu continúo lloriqueo de niñita... —Jonathan tiró unas monedas sobre la mesa y se puso de pie juntando su casaca en el acto, Iker lo imitó para luego salir tras él. Las calles lo recibieron con un golpe de aire frío, pero no se inmutó por ello sino que continuó avanzando hasta que sus pasos se confundieron con los de su progenitor.
—¿Qué le prometías? ¿Una boda? ¿Sacarla de la miserable vida de cortesana? ¿Volverla tu amante particular? —continuó atosigándolo con preguntas pero el hombre se mantuvo firme, avanzando libremente por la apretada callejuela como si fuera completamente inmune a sus palabras—. Apuesto a que piensa que le bajarás una estrella, es lo dulce de las putas... todas tienen ese sueño infantil. Pero a decir verdad ésta es un poco ingenua al ver en ti a un príncipe de brillante armadura... no lo entiendo. Si tu único logro en la vida fue ser una completa basura con todos los que te rodean. —Se silenció un segundo, soltando un leve suspiro—. Una puta estúpida y un malnacido consagrado. ¡Qué pareja más encantadora! Oh, l'amour...
—¡Suficiente! —El repentino movimiento del marqués lo tomó por sorpresa. Jonathan lo asió por la solapa del chaleco impactándolo fuertemente contra la pared más cercana. Iker perdió el aliento, cuando él le arremetió un puñetazo en el estómago. Su padre volvió a empujarlo contra la roca irregular, logrando que las puntas se le incrustaran en la espalda—. Vuelves a hablarme de esa forma y no respondo de mis actos.
—Suéltame hijo de puta —masculló con los dientes apretados con fuerza—. Lo único que te vale a ti es atacar a traición. ¡Vous bâtard lâche rat![2]
—Por supuesto, hijo mío. ¿Aún no aprendes que el que juega limpio jamás logra nada?
—No me vengas a querer impartir lecciones de vida, tú condenado viejo rastrero, manipulador... —Iker se vio obligado a callar, al recibir sin ningún tipo de aviso un duro golpe en su mandíbula. Sus ojos se enzarzaron en un enfrentamiento mudo, Jonathan masculló una maldición antes de soltarlo y alejarse deliberadamente unos pasos. Él se llevó una mano al rostro, allí donde la sangre le brotaba de modo incesante—. Vas a pagármelas, te juro que Rosalie conocerá cada uno de tus engaños.
—¡Abres la boca y te aseguro que no te quedaran ánimos para volver a hablar! —Retrocedió frente al súbito cambio en el tono de su voz—. Escúchame bien, niño, no te entrometas en mis asuntos pues no me importará que seas hijo mío... te quitaré de mi camino.
—Si quieres silenciarme, toma tu espada y hazlo. —Jonathan alzó ambas cejas contrariado por ese pedido, pero su estupor duró los segundos que le tomó procesar aquello.
—No me batiré con un inepto como tú —espetó con una sonrisa divertida en el rostro. Como si la sola idea de entrechocar espadas con él, fuese una ridícula pantomima.
—¿Acaso temes perder? —lo increpó, adquiriendo una postura firme y decidida.
—¿Contigo? ¡Qué va!
Pero Iker no estaba de bromas y se lo hizo saber al no mostrarse vacilante ni por un instante. Nunca habría imaginado tal cosa, a pesar del odio natural hacia su padre, tener un duelo con él no entraba ni siquiera en sus posibilidades más remotas. Pero en ese instante lo comprendió, la única forma de cobrarse cada uno de sus atropellos era esa, sólo así lograría sacarse ese rencor que parecía no querer abandonarlo.
—No juego, maldito idiota. Te reto a un duelo. —Los ojos negros de su padre perdieron el brillo de la diversión y lo escrutaron en profundidad.
—Yo te enseñé a levantar una espada, ¿crees que existe siquiera un mínima posibilidad de que ganes?
Encogió un hombro con desinterés, Iker era muy consciente de lo buen espadachín que era su padre, pero en esos años él también había aprendido algunos trucos.
—Tan sólo tienes quince años, no eres oponente para mí. —El simple hecho de que ni siquiera supiese su edad, debía ser razón suficiente para quererlo muerto.
—Eso lo veremos. —Jonathan volvió a sonreír de esa manera tan exasperante, e Iker tuvo que contenerse para no hacer algo imprudente allí mismo. Algo como iniciar una pelea en ese preciso lugar; si iba a enfrentarse a él lo haría como Dios manda, con padrinos y en un sitio apartado de la sociedad, donde nadie más que un médico pudiese atestiguar su bien merecido deceso.
—Correcto, ¿quieres batirte conmigo? Lo haremos, pero no tendré consideración alguna... mis duelos, hijo, sólo terminan cuando alguien muere.
Aunque la decisión ya estaba tomada dentro de su cabeza, no pudo evitar del todo que le corriera un estremecimiento por la espina. Jonathan no tendría piedad y él no podía echarse para atrás, ya no. La muerte era un factor del cual ninguno de los dos podría escapar y para enfrentarlo realmente, debía aceptar que las posibilidades de vencer no estaban completamente a su favor. Después de todo él sólo tenía dieciséis años y Jonathan llevaba casi sus treinta y cinco batiéndose con medio mundo.
—Je ne crains pas, mon père[3] —musitó, restándole importancia a todas esas señales que le advertían de su error. Jonathan hizo una mueca desdeñosa, aunque Iker no supo saber si por el hecho de que lo retara usando el francés o porque lo llamara padre, después de tantos años de rechazarlo como tal—. Pon lugar y fecha.
—En una semana, en la mañana me regreso a Bath... pero estaré devuelta en Londres en una semana. Así tendrás tiempo de mandarme tu disculpa por escrito.
—Te estaré esperando, no irás a acobardarte ¿verdad?
Su padre soltó una fugaz risilla, posando una pesada mano sobre su hombro.
—No eres un mal muchacho, es una pena que no vayas a convertirte en hombre —reflexionó con su irritante tono de voz pausado. Iker lo fulminó con la mirada, antes de que su padre le diera la espalda y se despidiera con un casual movimiento de su mano.
Conforme los días pasaban, Iker había cambiado de parecer más veces de lo que podía ser posible. No iba a mentirse a sí mismo, la idea de matar a Jonathan lo contrariaba, pues sin importar cuánto renegara de su herencia él era su padre. Sí, lo detestaba y en más de una ocasión deseó arrástralo con sus propias manos a la tumba, pero ¿matarlo en verdad? No es como si pudiera retractarse, si se negaba a enfrentarlo su padre sólo encontraría una nueva razón para burlarlo y ponerlo en ridículo. ¿Acaso él sería capaz de terminar con su vida? Pues sin importar sus continuas disputas, Jonathan no parecía la clase de persona que se volvía en contra de su propia familia. El problema radicaba en el hecho de que su padre, ni siquiera lo consideraba su hijo. Iker estaba casi seguro que a Jonathan el pulso no le temblaría al momento de mandarlo al infierno donde juraba, él había salido. ¿Entonces por qué pensaba tanto el asunto? El viejo no tendría consideraciones, lo más lógico sería que él tampoco las tuviese.
Inspiró profundamente antes de salir de la enorme tina, las comodidades de la casa familiar nunca podían compararse con la vida de pordiosero que él llevaba. En condiciones normales Iker no pondría un pie en ese lugar, pero teniendo en cuenta que durante el verano su familia se encontraba en Bath, no veía nada de malo en retirarse a la mansión para disfrutar de gustos que siempre le negaron. Había desperdiciado la semana entera visitando los alrededores de la casa, en un primer instante sin saber qué buscaba en realidad. Pero tuvo que reconocer que sin importar cuánto observara y rebuscara, allí no encontraría nada. Y sin duda alguna, no la encontraría a ella. Ese viaje al final de cuentas parecía haber sido un completo desperdicio, ¿cómo había sido tan iluso como para creer que ella seguiría esperándolo? Era un hecho que las cosas buenas de la vida, siempre estarían un paso delante de él. Y ella sin duda estaba en esa categoría, ella sin duda era la única que había estado dentro de esa categoría... su ángel.
—Oh, mon ange, où êtes-vous?[4]
—¿Milord? —La puerta de la habitación se abrió tenuemente, para dejarlo ver la cabellera morena del mayordomo cuyo nombre no recordaba.
—¿Hm?
—Tiene visitas. —Iker frunció el ceño confuso, ¿quién podría visitarlo a esas horas? De hecho, ¿quién podría visitarlo si nadie sabía que estaba allí?
—¿Quién es? No... —Lo detuvo antes de que le respondiera—. No me importa quien es, despáchalo.
—Me temo que no podrás deshacerte de mí tan fácilmente —prorrumpió una voz profunda, a espaldas de su mayordomo. Iker no tuvo que hacer mucho esfuerzo para reconocer aquel timbre tan particular, el mayordomo se inclinó en una cortés reverencia, antes de abrir la puerta para el recién llegado.
—William —saludó con un sutil asentimiento y aunque su rostro no evidenció cambio alguno, la sorpresa de ver a su hermano mayor allí lo dejó momentáneamente confundido.
—Iker, tenemos que hablar —espetó seriamente, mientras cerraba la puerta al ingresar en el cuarto. Él lo miró sin una pizca de curiosidad, pues de todas las personas que podían llegar a serle de utilidad, su hermano ni siquiera entraba en la lista. Era un idiota la mayor parte del tiempo, el típico hijo modelo que acataba órdenes sin pensar en el devenir. No odiaba a su hermano, simplemente lo detestaba por ser tan condenadamente perfecto en todo.
—Me has atrapado a mitad de mi baño... regresa más tarde. —Tiró la toalla que lo cubría a un lado, y lentamente comenzó a rebuscar un atuendo con el cual vestirse. William soltó un remilgado quejido desde la otra punta de la habitación y cuando Iker lo miró, éste le volvió el rostro con disgusto.
—No tengo tiempo para tus estupideces, vengo por algo importante...
—Bla, bla, bla... —Lo remedó hablando por encima de él—. ¿No te han dicho que tus discursitos de sensatez te hacen ver afeminado?—Su hermano puso los ojos en blanco, presionando la mandíbula fuertemente. Iker sonrió, le encantaba sacarlo de sus cávales. Normalmente William tenía una concentración envidiable y una disciplina férrea, virtudes propias de un buen caballero. Algo de lo que él carecía en demasía, por supuesto.
—No quiero discutir contigo —admitió de forma repentina, cargando la atmósfera de una pesada animosidad.
Iker odiaba que las personas se pusieran en plan de víctimas, era más fácil molestar cuando le respondían pero William siempre daba un paso al costado. Eso le quitaba la diversión al enfrentamiento, al menos en un día podría desquitarse con su padre. De algo estaba seguro y era que Jonathan, nunca se evadiría en esa cuestión.
—Pues habla de una vez antes de que cometa un suicidio mental, verte ya es castigo suficiente... ponerte atención sin duda una tortura —sostuvo con tono altivo, mientras tomaba unas calzas cualquiera y se embutía en ellas.
—Iker...—Pero tras esa única palabra, su mirada se desvió hacia la ventana y un suspiro lastimero brotó de sus labios.
—¿Qué? —lo increpó, notando que no parecía muy dispuesto a continuar. La negra mirada de su hermano regresó abruptamente a sus ojos, se parecía tanto a su padre que por un instante creyó estar viéndolo a él en lugar de a Will.
—Jonathan está muerto. —Y el silencio pareció crear su propio abismo en esa habitación.
Iker intentó ver alguna clase de señal que le dijera que su hermano mentía. Pero el semblante deslucido e incluso entristecido de William, no daba sitio al engaño. Él decía la verdad, Jonathan estaba efectivamente muerto y el muy condenado le había quitado el privilegio de hacerlo el mismo.
—¿Cómo? —musitó, concentrando su atención en una vieja pintura que decoraba la pared. Por extraño que sonase, mirar a su hermano repentinamente le sentaba como todo un suplicio.
—Hace dos noches, partió de la casa para venir a verte... me dijo que estabas en Londres y que tenían programado un encuentro. —Su voz vibraba tenuemente, conforme buscaba la manera de contar la historia. En cierta forma comprendía que su hermano estuviese dolido, Jonathan y él se llevaban bastante bien. Incluso uno llegaría a pensar que la animosidad del marqués, sólo parecía despertarse en su presencia. No es como si Iker hubiese hecho algo para ganarse su desdén, pues a decir verdad Jonathan lo rechazó incluso antes de que él aprendiese a importunarlo con sus palabras. El porqué de esta reacción, era un misterio que nunca respondería. Y ahora que su padre era menos que alimento para los buitres, la duda prevalecería eternamente—. Decidió hacer el viaje solo, pues no quería que una comitiva lo retrasara. Yo salí un día después, tenía asuntos que tratar...
—¿Solo? —susurró más para él que para su interlocutor, ya que no tenía sentido que un marqués hiciera un viaje tan largo sin escoltas. Era bastante peligroso y un acto completamente temerario. Algo no cuadraba en esa imagen, pero por el momento pateó esas dudas y se propuso escuchar el resto.
—Estaba muy cercano a Londres, cuando aparentemente lo atacaron salteadores de caminos.
—¿Le robaron?
William presionó los ojos en finas líneas, pensando en aquella pregunta.
—Sólo le faltaba su anillo con el escudo de la familia.
—¿Sólo eso? —Su hermano asintió tenuemente, Iker se llevó una mano al mentón en gesto analizador—. Jonathan tuvo que haber presentado batalla...
—Tenía varias heridas, creo que intentó defenderse pero al parecer fueron más de un atacante.
—Era un excelente espadachín.
—Ni el mejor de todos podría vencer tras estar montando por días y en medio de la noche. —Esas palabas hicieron ruido en su mente, los atacantes de Jonathan sabían que él estaría exhausto tras ese viaje. Lo habían esperado en la entrada a Londres, para poder asegurarse la victoria. Pero la pregunta principal quedaba rondando, ¿quién lo habría hecho? ¿Con qué propósito? Estaba claro que no querían robarle, tan sólo deseaban matarlo. Y se habían tomado el trabajo de planear y esperar el momento indicado—. Iker... —El llamado de su hermano lo obligó a poner en cause sus pensamientos, dejaría toda esas especulaciones para más tarde—. Él tenía esto en su bolsillo. —Le extendió un papel arrugado y manchado con sangre, Iker vaciló sólo un segundo antes de tomarlo. Sus ojos se deslizaron por las dos primeras líneas y sin poder evitarlo lo aprisionó entre sus dedos haciéndolo un bollo—. ¿Por qué le exigiste tal locura? —lo increpó Will de buenas a primeras, él lo miró con rabia.
—¿Acaso no te dijeron que está mal leer correspondencia ajena?
William sacudió la cabeza y se cruzó de brazos en pose arrogante.
—No estaba lacrada, pensé que era un papel sin importancia. Pero entonces cuando lo leí... —Su voz se tornó repentinamente acusadora—. Estás completamente loco.
—Tú no sabes que...
—¡Batirte en duelo con tu padre! ¿Has perdido la razón?—lo interrumpió Will con el rechazo escrito en sus ojos negros.
—No necesito porque darte explicaciones, es mi decisión. —Apartó la mirada sin ánimos de seguir con esa conversación—. Márchate, William, no deseo hablar contigo.
—¿Y si no cumplo tus deseos qué pasa? ¿Me desafiarás a mi también?—Iker maldijo internamente y miró a su hermano como nunca antes lo había hecho. Por primera vez le pidió silenciosamente que no siguiera con esa provocación. Podía no soportarlo, pero de todos William era el que más le agradaba, aun así si él seguía por esa vía Iker no tendría reparos en enfrentarlo—. De acuerdo, hermano, me voy... pero quiero que regreses esta noche conmigo a Bath.
—No.
—Iker es tu padre —murmuró tratando de flanquear su contundente negativa—. Al menos preséntale tus respetos el día de su muerte.
—Él nunca mostró ninguna clase de respeto hacia mí, ¿por qué yo debería?
William no respondió a eso y se limitó a observarlo con un claro gesto de derrota.
—Bien, si así lo deseas no puedo forzarte. —Dicho eso se dio la vuelta para dejarlo allí con la mente rebozando con ciento de preguntas—. Una cosa más. —Iker le dirigió una mirada ausente—. Me he prometido, la boda será a fines de año... me gustaría que para entonces reconsideres tu aversión a presentarte en la finca.
Él sonrió sin poder evitarlo.
—No te prometo nada, pero no tengas reparos en empezar sin mí. —William asintió de manera casi resignada, metiendo sus manos en los bolsillos y dándose un toque por demás melancólico—. Merci... —Soltó sin siquiera detenerse a pensar en lo que decía, pero era el problema con su hermano a veces lograba despertar su amabilidad—. Por invitarme, gracias, Will.
Entonces una pequeña sonrisa satisfecha se dibujó en sus labios y él repentinamente se vio respondiéndole el gesto con completa desenvoltura. No era algo sarcástico, sino un detalle surgido de un verdadero sentimiento de concordancia.
—Adiós, Iker —musitó su hermano, cerrando la puerta detrás de sí para permitirle un momento con sus pensamientos.
Y fue un segundo entero para que uno hiciera eco en cada centímetro de su cabeza, Jonathan estaba muerto. Alguien lo había asesinado, alguien le había robado la posibilidad de desentenderse de una vez por todas de su pasado. Nunca podría saber ahora qué había hecho mal, jamás obtendría respuestas o la satisfacción de cobrarse su deuda. No quedaba otra alternativa, si quería saciar sus ansias de vencer los fantasmas de su pasado. Tenía que averiguar quién había matado sus posibilidades de enfrentar a su padre, tenía que encontrar a sus asesinos y claro que... eliminarlos. Entonces finalmente se demostraría a sí mismo que era mejor que ese idiota. Iker vencería allí donde él había caído, estaba decidido de una manera u otra, él obtendría su venganza. Y sin duda que para lograr eso, tendría que interpretar el mejor de sus papeles.
—Je suis un espion.
1 Soy un espía.
2 Bastardo rata cobarde
3 No te tengo miedo, padre.
4 Oh, mi ángel, ¿dónde estás?
_______________________________
De este capítulo pueden sacar algunas conclusiones sobre "el plan" de Iker, así como también pueden ver cómo funciona su mente con respecto al tema del asesinato. Cuando lo piensen, recuerden que es un hombre del 1700 y que matar, si bien no era bien visto, la muerte era algo mucho más aceptado como parte de la vida.
Saludos ^_^
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