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Una noche

¡Hola! Sé que me demoré, pero la semana estuvo bastante ocupada y estoy muy cerca de mis exámenes, así que no tuve el tiempo para esto. En fin, nuevo cap. Creo que todos están comenzando a ver a Iker como es, recuerden, no es un personaje para que amen. Es más, creo que él sería más feliz si logra todo lo contrario xDDD

Capítulo X: Una noche

Pudo haber pasado horas mirando aquel punto en el piso, el anillo continuaba allí inerte esperando porque ella hiciera el primer movimiento. Las lágrimas ahora sólo formaban caminos secos y salados en sus mejillas. Debía verse tan terrible como se sentía.

Suspiró, todos los sucesos de ese día parecían haber sido orquestados por las manos del mismísimo demonio. Aunque tampoco debía ponerse tan extremista; sí, estaba casada, pero al menos Ivanush estaba en la casa, era libre y ahora su pequeña familia volvía a unirse. ¿Volvería a unirse en verdad? ¿Qué tan cierto podía ser aquella afirmación? Al fin y al cabo, ahora ella formaba parte de un nuevo clan. Ivanush y Ari siempre serían parte de su vida, por supuesto, ¿pero qué había de Iker? En teoría él también lo sería y fue como si ese pensamiento, activara otro mucho más tenebroso: «¡Oh mi Dios, soy una condesa!»

Se llevó una mano al estómago tratando de aplacar las repentinas nauseas. Y como si una acción desencadenara otra, comenzó a ser consciente de su atuendo, su aspecto, su todo en general. Definitivamente no lucía como una condesa, más bien parecía una criada rechazada hasta por el todo poderoso. «Hiu», su cabello se sentía pajoso y sin duda alguna uno creería que formaba parte de una escobeta.

—Esto necesitará plegarias —susurró en tanto que intentaba, inútilmente, componer su precaria imagen.

¿En qué rayos pensaba Iker al casarse con ella? Ailim no tenía dote, no tenía nombre, ni siquiera tenía buen aspecto. No en ese momento, al menos.

Bueno, de algo estaba segura y era que no conseguiría respuestas permaneciendo en ese sitio. No quedaba más que ir hasta él y preguntarle, tenía que calmarse y enfrentar a su insensible esposo, tenía que conseguir aplacar sus deseos de gritarle, tenía que... porque le gustara o no, ahora ella le pertenecía. Hizo una mueca desdeñosa.

Eso sería complicado. De sólo pensar en la forma en que la había tratado, la sangre le hervía en las venas. Pero debía contenerse para no estallar en cólera, ya había descargado su ira, ahora necesitaba ser racional, necesitaba recomponer las cosas. No perdonar a esos traidores, pero al menos escuchar sus razones. Por mera diplomacia, dado que al parecer no podía escapar del embrollo en el que estaba metida. Lo mejor era actuar con la propiedad que una vez su padre intentó inculcarle, ella era una dama y al parecer Iker era su caballero. «Acéptalo» 

Se dirigió a la trampilla para bajar, pero algo más allá de su percepción la detuvo. Observó el piso de soslayo una vez más, allí donde el anillo seguía esperándola. No iba ponérselo, pero le daba mala espina dejarlo tirado como si fuese su culpa ese matrimonio falso. Lo tomó, y rápidamente lo colocó en su corpiño, pensando que de esa forma al menos se salvaba de la tentación de pasarlo por su dedo y comprobar si al menos el idiota de Iker, había acertado en el tamaño.

Casi sin que pudiera notarlo, se encontró buscando a su esposo por la casa. El lugar parecía haber conseguido retomar ese tono lúgubre de la semana anterior, o quizás sólo luchaba por estar en concordancia con su humor. Sea lo que fuese, las sombras del segundo piso no ocultaban a Iker por ninguna parte. Supuso que lo más lógico sería buscarlo en sus habitaciones y así lo hizo. Llamó una sola vez, sorprendiéndose cuando la puerta se abrió de sopetón.

—Ah... buenas noches, señora. —Ailim intentó no hacer una mueca frente a esa palabra: "Señora", si hasta hace unas horas ella era señorita y muy en su interior seguía sintiéndose de ese modo—. Su señoría no se encuentra en la habitación en este momento —informó Stephen, incluso antes de que ella pusiera en palabras su duda.

—Oh... bien. —No tenía sentido sentirse desanimada, no es como si Iker fuese a esperarla toda la noche. ¿Pero dónde podría estar? Ella sabía que la noche había caído hacía varias horas, lo que significaba que la cena ya era noticia vieja y él como de costumbre ya habría huido.

—Dijo que si usted lo necesitaba, lo buscase en el rosedal. —Ella frunció el ceño, confundida. ¿El rosedal? ¿Tenían rosedal?—. En la parte posterior de la casa—ofreció el ayuda de cámara, seguramente leyendo en su rostro la pregunta.

—Bien, de... acuerdo —murmuró aún un tanto obnubilada. Entonces Iker sí la estaba esperando, ¿cuántas horas llevaría en el rosedal? ¿Estaría aún allí?

Al salir hacia el jardín trasero, intentó no dejar caer su mandíbula al piso. Todo se veía irreal iluminado por la luna, era imposible que alguien como su "esposo" tuviese un gusto tan exquisito. Pero Ailim sabía que todo el trabajo del jardín, era propio merito de Iker. Pues a decir verdad, a Chico le gustaba presumir de los talentos de su señoría y él no había escatimado palabras al alabar el jardín de Iker.  

«Su señoría trajo esto de Italia» «mi señor mando a pedir estas flores de Rusia...» «el año pasado el señor y yo cultivamos las fresas». No pudo evitar sonreír al recordar la animada voz de Chico cuando hablaba de Iker. Sacudió la cabeza, no estaba allí para ser una más de las admiradoras de su talento. Sí, el jardín era precioso, pero él seguía desagradándole.

Y allí estaba, recostado sobre la graba en toda su gloria, las piernas extendidas en su completa longitud, los brazos detrás de su cabeza para admirar de mejor forma el cielo estrellado. Claro, sólo Iker podría estar tan relajado en un momento como ese. Y para colmo, el muy condenado estaba manchando de verde una hermosa camisa blanca. ¿Entraría entre sus deberes de esposa limpiar su ropa?

Sacudió la cabeza una vez más, acercándose lentamente hacia él. Iker mantenía los ojos cerrados, pero ella casi podía jurar que no estaba durmiendo. Lo observó un segundo entero, esperando, pero él no hizo amago de reconocer su presencia. Ailim bajó la vista por su cuerpo con sutileza; la camisa a pesar de ser holgada parecía marcarle a la perfección los músculos del abdomen y del pecho, las calzas le abrazaban los muslos con una cualidad qua casi podría definirse como indecente y sus piernas parecían disfrutar al máximo de esa intimidad. Iker no tenía un gramo de grasa, no le sorprendía, puesto que era un hombre inquieto y ella estaba segura que nunca se volcaría a la vida sedentaria de tantos lores. Eso era un punto a su favor, al menos no tendría un esposo desprovisto de salud.

Siguió estudiándolo con la mirada, sus botas estaban bastante sucias algo que cualquier caballero encontraría denigrante. Un conde debía brillar todo el tiempo, no lucir como un pordiosero. Y a pesar de que las telas que utilizaba Iker provenían de los lugares más exóticos, él no reparaba en esos detalles de etiqueta. Subió la vista abruptamente, al captar hacia donde se estaba dirigiendo. Terreno peligroso, se dijo a sí misma, suspirando al darse cuenta que él no podía verla sonrojándose mientras lo admiraba. Y entonces unos ojos verdes la enfrentaron.

—¡Despertaste...! —chilló sorprendida, notando como Iker no apartaba los ojos de su rostro que posiblemente estaría por entrar en combustión.

—Me cuesta un poco dormir con público —murmuró, en tanto que se incorporaba hasta descansar su peso sobre los codos.

—Yo... no quería molestar. —¿Por qué estaba tan avergonzada, cuando su plan inicial era patearlo hasta que él le prestara atención? Bueno, a decir verdad, encontrarlo tan pacifico la hizo olvidar por completo con qué propósito estaba allí.

—¿Y bien? —Sí, excelente pregunta. ¿Ahora qué?

Ailim suspiró y se puso de rodillas para poder verlo mejor. No le gustaba que él tuviese una imagen tan nítida de su poco arreglado aspecto. Antes de saltarle con otra docena de reproches, se lo pensó con mayor tranquilidad y entonces recordó que traía algo suyo que debía regresarle. No se sentía bien cargando ese anillo que Iker debería reservar para una verdadera esposa. Metió la mano dentro de su corpiño, era bueno que no lo hubiese puesto demasiado abajo o esa sería una situación embarazosa. Al extraer el anillo alzó la vista con la intención de devolvérselo, pero entonces se encontró con la expresión de Iker que casi la hizo reír.  

—¿Qué? —instó confundida, al notar que él continuaba con la vista fija en su mano. Sacudió la cabeza y la enfrentó.

—No, nada... sólo recuérdame que te obsequie un ridículo.

Ailim se encogió de hombros, pues en ocasiones le costaba seguir alguna de sus reacciones.

—Ten. —Finalmente Iker pareció descubrir que le estaba entregando el anillo y negó empujando su mano hacia atrás.

—Es tuyo.

—No lo quiero —espetó con firmeza, pero intentando no sonar grosera. Él masculló una palabrota y Ailim abrió los ojos como plato, segura que eso no lo había oído nunca antes. Ni siquiera sabía que tal combinación era posible—. Tómalo por favor —insistió tras recuperarse de su muestra verbal.

—No, Ailim, es tuyo... no me importa lo que hagas con él. Si no lo quieres, lánzalo al río o véndelo.

Ella bufó frente a su actitud infantil.

¿Acaso la creía tan desalmada? Podía notar que el anillo era antiguo y de muy buena calidad aunque de diseño sencillo; una banda de oro que acunaba en el centro una pequeña rosa plateada, algo que le daba un toque delicado. Ella no se hacía una idea de dónde podría haberlo conseguido él, pero estaba claro que lo tenía hacía un tiempo.

—Es una herencia, ¿verdad? —Iker la observó con los ojos en finas líneas y con eso, Ailim supo que había dado en el clavo. Al notar que él no iba a aceptarlo, lo volvió a meter dentro de su corpiño, planeando dejarlo en sus habitaciones en cuanto tuviera la oportunidad—. Bien, dijiste que me explicarías... explícame.

Iker sonrió sombríamente y se tiró hacia atrás, recuperando la pose que había tenido previamente. Ailim, un poco más cauta, se sentó a su lado y comenzó a tironear impacientemente de los hilos de su vestido, aguardando porque él sintiera ánimos de hablar. Por un instante, el silencio de la noche se le antojó mucho más divertido que sus constantes peleas, llegó a creer que si amordazaba a Iker ese matrimonio podría tener futuro. Rió con su propia ocurrencia y al instante sintió su mirada firme sobre su perfil.

—Me alegro que te lo tomes con humor.

Frunció el ceño ante sus palabras, lo que menos quería en ese momento era reír. Bajó la vista para obsequiarle una reprobadora mirada, a lo cual Iker se limitó a encogerse de hombros con inocencia.

—Ni por un segundo pienses que estoy feliz con esto, Iker, si aún estás con vida es porque todavía no te encontré dormido.

Él soltó una sonora carcajada y ella no supo qué pensar de esa reacción. Porque por un segundo su corazón dio un brinco al oírlo reír con tanta naturalidad, pero el sentimiento se apagó en un parpadeo pues él se estaba burlando de ella, sólo eso lo divertía.

—Bueno, cielo, si alguna vez me encuentras dormido eres más que bienvenida a acabar con mi miseria. —A pesar de que su comentario había pretendido ser como de costumbre: burlón, Ailim notó que una pizca de verdadero dolor se escondía tras sus palabras. ¿Qué clase de miseria podría sufrir él?

Clavó la vista en sus ojos, pero Iker estaba viendo más allá de ella, quizás a la luna, quizás el infinito. No supo discernirlo. ¿En qué pensaba? ¿Cuándo se había vuelto un hombre tan sombrío? ¿Cuándo había decidido ocultarse detrás de esa máscara de cinismo? ¿Dónde se escondía aquel Iker que ella había conocido antaño? Sin darse cuenta extendió una mano, para apartarle algunos cabellos que le caían en la frente y en esa ocasión, obtuvo su atención al instante. Iker alzó una ceja curioso por su movimiento y Ailim se paralizó con la mano aún rozando su sedoso cabello azabache. Finalmente la retiró tan rápido como pudo, pero ya era tarde, muy estúpidamente se había dejado llevar por un impulso y él sin duda encontraría esto como otro motivo de burla.

—Reginal amenazó a Ivanush con llevarse a Ari si no aceptaba ayudarlo. —Lo miró, estupefacta, no sin antes reparar que él había pasado de comentar algo sobre su inapropiada caricia. No sabía si sentirse aliviada o asustada por eso—. Le había dado hasta el amanecer para decidirse, también fue por más cuando mandó a redactar un artículo con el que pretendía exponerte como lo que realmente eres.

—¿Qué? —El aire se le atoró en los pulmones.

—Tu hermana iba aceptar, no quería que nada malo les ocurriera a ustedes...

—Oh, Ivanush... —susurró, pensando en lo que había estado pasando y de lo que ella era completamente ignorante—. Debió pedir mi ayuda.

—¿Para qué? ¿Para que tú pudieras tomar su lugar? —No supo cómo responder a eso, pues a decir verdad la única opción que podría ofrecerle a Reginal era ser ella la que lo ayudara—. Comprendo que estés molesta, pero esta era la solución que dejaba a todos libres de ser sirviente de Reginal.  

—¿Y qué hay de ti?

Iker lució verdaderamente confundido con su pregunta.

—¿De mí?

—Sí, lo que hiciste... —Ella no tenía palabras para explicar el sacrificio que había hecho Iker, pues un matrimonio como el suyo carecía de ventajas.

Teniendo en cuenta que él era un conde y que podría haber conseguido un gran arreglo al momento de cerrar el trato nupcial. Todo el mundo sabía que un matrimonio por interés, al menos conllevaba una ganancia para los novios. Iker podría haberse casado con una rica heredera que estuviese a la caza de un título y él habría ganado mayor posición, mayor estatus o lo que fuere. Siempre y cuando él no estuviese enamorado de alguien, dicho sea el caso, también acababa de matar esa posibilidad.

—¿No pensaste en las consecuencias?

—Honestamente, no. ¿Por qué no me ilustras?

Ella puso los ojos en blanco, porque él sabía muy bien de lo que le hablaba y aun así se sintió incapaz de no poner aquello de manifiesto.

—Pudiste tener una unión que te beneficiara a ti, a tus tierras e incluso a tu familia. Pero preferiste casarte con una extrajera que no tiene un penique... ¿ahora entiendes?

Él se golpeó la frente con la palma de la mano, y le obsequió una de las más creíbles y juguetonas, mirada de confusión. En otra ocasión ella habría reído por su actuación tan acertada.

—¡Qué tonto he sido! —Se incorporó abruptamente y le tomó una mano con exageración—. ¿Por qué no me dijiste que eras pobre? —le recriminó, luciendo un rostro de completa desazón. Ailim se sacudió de su amarre y le dio un golpe en la cabeza.

—Eres un idiota —masculló tratando de resistir la tentación de reírse. Iker guiñó un ojo, sonriéndole divertido por su hazaña.

—Ailim, sopesé los pros y contras, antes de hacerlo. De necesitar una dama rica para que me mantuviera, te aseguro que no habría sido tan despistado... me habría casado con ella y a ti te habría tenido de amante. —Ella respingó en su lugar, al oír esa confesión.

Pero entonces algo más la hizo recapitular, una amante. «Oh diablos» Miró a Iker de soslayo, por primera vez mirándolo como el hombre que realmente era. «Oh diablos». Estaba bien perdida, era su esposa, eso significaba que... no, ella no podría. ¿Acaso él esperaba que...? «Maldición, Ailim, ¿en que te has metido?»

—¿Qué piensas? —Apartó la mirada avergonzada, al menos si Iker fuese un hombre viejo no se tendría que preocupar por estas cosas. Pero él tenía que ser joven, fuerte y viril. «¿Te estás divirtiendo con esto, Señor?»—. ¿Ailim...?  

—Yo... —balbuceó, tratando de despertar a su cerebro—. Has cometido un gran error.

—¿Y eso por qué?

Ailim se giró para tenerlo frente a frente, él por primera vez mostraba estar interesado en lo que ella fuese a decirle. Justo cuando más deseaba que estuviese mirando a cualquier punto, Iker decidía regalarle su completa atención.

—Iker, esto... —Hizo un movimiento con su mano, apuntándose a cada y uno respectivamente—. No va a funcionar... yo... no podría... y tú...—Él enarcó una ceja, seguramente intentando seguir la línea de su argumento—. Nosotros...

Nunca se había sentido tan avergonzada como en ese momento, ¿quién diría que tendría que discutir con Iker sobre su vida sexual? O mejor dicho, sobre la falta de ella. Si se lo hubiesen dicho un mes atrás, se habría echado a reír como una posesa.

—A ver si entiendo. —Finalmente él salió en su rescate y Ailim soltó un suspiro sonoro, robándole una sonrisa en el proceso—. Te preocupa lo que ocurrirá entre las sabanas... —Bueno, al demonio la sutileza, asintió—. No tienes deseos de compartir la cama conmigo. —Él no se lo preguntaba, pero aun así, ella sintió que debía dejárselo en claro.

—Así es.

—Hmm... —Llevó una mano a su barbilla, en gesto pensativo—. Entonces no dormiremos juntos.

—¿En serio? —Eso había sido demasiado fácil, él ni siquiera le había preguntado la razón, simplemente lo había aceptado. No pudo más que mostrarse sorprendida.

—Bueno el matrimonio éste no es real, no esperaba una noche de bodas ni nada por el estilo. Se que tú no me quieres y yo tampoco a ti, es comprensible. —Dicho de ese modo, era más bien doloroso y triste.

Él no la quería.

—Bien —susurró, atontada por el hecho de que él la despreciara. Sabía que no estaban en los mejores términos últimamente, pero Iker ni siquiera había vacilado al momento de decirlo. Entonces una nueva duda golpeó su mente y antes de darse cuenta la estaba manifestando—. ¿Y nunca sentirás necesidad?

Iker la observó con un gesto que podría ser de sorpresa, pero luego simplemente rió.

—Que considerada al pensar en mis necesidades, Ailim, pero llevo desde los quince años apañándomelas muy bien sin tu ayuda, creo que podre superarlo.

Ella frunció el ceño, no le había gustado lo que subyacía tras ese comentario.

—¿Prostitutas? —instó con un hilo de voz. Incluso la palabra se sentía como inapropiada al pronunciarla.

—Ellas prefieren llamarse, damas de compañía.

Soltó un bufido poco femenino al oír eso; si esas eran damas, ella era la reina de Inglaterra.

—Creo que el término "damas" les queda un poco grande. —Él se limitó a enarca una ceja desdeñoso—. Pero sabes qué, no me importa has lo que tengas que hacer... siempre y cuando no interfieras en mi vida.

—Por supuesto que haré lo que quiera, pero me temo que lo de interferir en tu vida estará un poco sujeto a nuestras apariciones en público. —Ella no lo comprendió enteramente, pues la idea de que Iker visitara prostitutas continuaba dándole vueltas en la mente.

—Creo que lo manejaremos adecuadamente —espetó tratando de no lucir afectada, él era libre de hacer lo que quisiera ella no lo poseía y no quería poseerlo.

—Perfecto. —Se puso de pie sacudiendo la graba de su ropa, luego le extendió una mano para ayudarla a incorporarse—. Me aseguraré de mantener mis asuntos en completa discreción.

¿Sus asuntos? Esas mujeres eran sus asuntos. Alim sintió como si estuviese tratando de pasar veneno por su garganta, porque repentinamente le fue difícil tragar.

—Entonces, no puedo más que prometerte lo mismo. —No había querido decir eso, pero en lo único que podía pensar era en devolverle los golpes enmascarados que él le estaba dirigiendo.

Iker quería tener asuntos, pues Ailim también podría tenerlos. Su esposo se quedó en silencio un segundo entero, quizás tratando de digerir sus palabras. Ailim aprovechó su desconcierto para retirarse, feliz de tener una de las pocas batallas ganadas. Pero fue el tiempo que le tomó evocar ese pensamiento, lo que se demoró en sentir como una mano la retenía del antebrazo.

—¿A dónde vas?

—Ya terminamos de hablar y la verdad me alegro que hayamos discutido esto, no habría podido dormir tranquila de no hacerlo. —Se volteó para sonreírle con inocencia, el rostro de Iker estaba carente de emociones, como de costumbre era imposible saber lo que pensaba.

—No terminamos nada —masculló jalándola para terminar de voltearla—. ¿Qué fue lo que dijiste antes?

—¿Antes? —Él le ofreció una cautica mirada y ella prefirió no ir por ese camino, siempre podría divertirse cabreándolo de otra forma—. Dije que sería tan discreta como tú...

Iker asintió lentamente sin quitarle los ojos de encima, Ailim comenzó a sentirse demasiado cerca de él. ¿En qué momento habían acortado tanto sus distancias? ¿Por qué continuaba sosteniéndola de ese modo?

—Lo serás —susurró inclinándose para dirigirle las últimas palabras al oído—. Porque tienes enteramente prohibido acercarte a otro hombre.

Ailim abrió los ojos como platos y se apartó de él para regalarle una cínica carcajada.

—¿Estás de juego?

—Yo no juego —respondió sin la necesidad de alzar la voz, pero consiguiendo ser tan contundente como si estuviese gritando su aseveración.

—¿O sea que tú puedes tener amantes y yo me quedo aquí tejiendo cojines?—Él estuvo de acuerdo con su retorica pregunta y Ailim sintió el inicio de una nueva discusión en ciernes—. ¿Sabes qué, Iker? ¡Puedes irte al infierno! Si yo no puedo tener amantes, pues olvida que te permitiré tenerlas.

Él sonrió abiertamente y fue entonces cuando Ailim supo que había, estúpidamente, caído en su trampa.

—Si no quieres que me acueste con otra mujer, tienes que saber que te estás ofreciendo a ser mi compañera. —«Estúpida», por supuesto que él la guiaría directo a eso de lo que ella esperaba huir. Pero Ailim aún guardaba una última mano en su juego.

—Te pido que seas justo, si quieres acostarte con alguien, debes permitirme la misma libertad. Sino ambos tendremos que tener las mismas limitaciones. —El rostro de su esposo perdió su diversión, Ailim lo había atrapado.

 Ningún hombre cuerdo, rechazaría la posibilidad de diez amantes por una sola mujer que ni siquiera lo deseaba. Iker avanzó hasta que ya no hubo más que un milímetro de separación entre sus cuerpos, Ailim contuvo la respiración. Él llevó una de sus manos hacia su mejilla y ella se mantuvo inmóvil, sin saber cómo reaccionar, sin saber porqué sus piernas no respondían a sus demandas.

—Esta es la cuestión, yo soy el que manda en esta casa... —Sus labios prácticamente rozaban los suyos conforme enunciaba las palabras y ella fijó la vista en sus ojos, atrapada por la intensidad con la que resaltaban en la oscuridad—. Tú o me tienes a mí en tu cama, o no tienes a nadie. —Por un segundo sintió como su cuerpo la traicionaba y tiraba de sí un milímetro más cerca—. ¿Entendido?—Ella pestañó confundida, sin poder asegurar qué le estaba preguntando—. Ailim... ¿entendido? —Movió la cabeza en un ligero asentimiento, rozando muy brevemente su boca en el proceso y entonces Iker dio un sorpresivo paso hacia atrás, dejándola con el regusto de algo perdido. Ella sacudió la cabeza, para verlo sonriéndole ahora a una distancia prudente—. Me alegro que hayamos tenido esta conversación.

—¿Qué...?

—Y que hayamos llegado a un acuerdo.

Pestañeó dos veces más tratando de aclarar sus ideas, pero no necesitó más que un segundo para darse cuenta de su error. ¿Cómo había sido tan tonta como para dejarse acorralar de ese modo?

—Iker, espera... —Pero él no le hizo caso, alzó su casaca del piso para luego echársela sobre los hombros.

—Creo que esto funcionará muy bien... —comentó ignorándola por completo—. Nos vemos en la mañana. —Así que él desaparecería nuevamente, pensó con un dejo de amargura difícil de aplacar.

Ailim volvió el rostro en dirección del suelo, sintiéndose tan estúpida como humillada, Iker tendría amantes por todo Londres y la volvería el hazmerreir en todos los salones de baile. Sintió que se acercaba una vez más a ella, pero prefirió mantener los ojos en el piso, incapaz de verlo correr a los brazos de una de sus tantas putas. Y ella incluso le había dado permiso, justo cuando finalmente comenzaba a creer que ellos... bah, pensar en esa posibilidad era una estupidez. Algo que sin duda iba a tener que sacar de su cabeza.

—¿Puedo besar a la novia? —Y para colmo tenía el descaro de burlarse de ella, depositándole un impersonal beso en la mejilla. El roce de sus labios contra su piel, fue como un golpe directo al estómago. Ailim pasó saliva con rigidez y cuando sintió que se apartaba, se volvió para ofrecerle una fulminante mirada. Pero Iker no se había apartado lo suficiente, no aún.

Su boca halló la suya en medio de la retirada y en vez de retroceder como se habría esperado, ella sólo atinó a seguirlo. Ailim pudo sentir el momento en que Iker reparaba en lo que ocurría, pues su respiración pareció detenerse por completo.  

Pero al recuperarse de la impresión inicial, él empujó hacia abajo en respuesta, probando sus labios por primera vez. Ailim posicionó las manos en su pecho para apartarlo, pero éstas decidieron mantenerse inertes, olvidándose por completo de su orgullo que él estaba empecinado en mancillar. Sintió como Iker succionaba su labio superior y cualquier intento de pensamiento rehuyó de su mente. Entonces afianzó sus manos sobre la tela de su camisa, aun cuando él en ningún momento hizo ademan de sostenerla, o estrecharla entre sus brazos. El único punto de contacto, se veía limitado a aquel pequeño roce en el que ambos parecían afanosos por robarle alguna verdad al otro, y en sus atontadas manos que parecían hipnotizadas por los latidos de su corazón. Por alguna extraña razón, había esperado que al probar un beso de Iker, éste se sintiera amargo o le supiera a traición. Pero contradiciendo todos los pronósticos, Iker sabía dulce, suave y provocativamente adictivo. Ailim sabía que debía terminar con ese absurdo, no tenía ninguna barrera, él no la estaba obligando a permanecer allí. Pero por estúpido que sonase, ella no quería ser la primera en romper el contacto.

En contra partida, hizo lo mismo que él y sintiéndose repentinamente osada, tomó su labio inferior entre sus dientes logrando que él soltara un suave gruñido. Iker se liberó con un tironcito, para corresponderle con suma delicadeza. Los roces de su lengua delinearon la parte superior de su demandante boca, sin atreverse a ahondar más en su inspección. Él se contentó jugando, retozando entre sus labios como si tuviese toda su vida para explorarla. Ailim quería abrazarlo, quería echarle los brazos al cuello y atraerlo hacia sí para poder saborearlo a gusto. Pero sabía que eso terminaría con la magia, que por un segundo habían logrado crear entre los dos. Sentía el corazón latiéndole en los oídos, la sangre bombeando hasta en el punto más recóndito de su cuerpo.

Y entonces... Iker dio un paso hacia atrás.

Ailim se desestabilizó pues a pesar de que no se sostenía de su cuerpo, se había inclinado hacia él de manera de poder alcanzarlo con mayor facilidad. Los ojos de su esposo destellaban llenos de picardía al encontrarse con los suyos, le acarició el cabello bajando su mano hasta alcanzar la parte superior de su vestido y ella dio un respingo. Intentó apartarse, pero él ya había penetrado en su corpiño y el calor que irradiaba su tacto la ancló en aquel sitio, aguardando por su próximo movimiento. Iker en ningún momento dejó de mirarla. Fue entonces que sintió como la tomaba de la mano y antes de que pudiera protestar, se vio con el anillo de la discordia destellando en su mano izquierda.

Ella comenzó a quietárselo, pero él la detuvo presionándole con suavidad los dedos.

—Tienen que saber que eres mía.

Ailim lo aceptó a regañadientes, prefiriendo no discutir en ese punto.

—¿Cómo sabrán que eres mío? —instó en un susurro de voz.

Iker sonrió tenuemente y tras depositarle un beso en la frente, se apartó por completo de su lado.

—Todo a su tiempo, mon amour.

Y sin decir más, se dio la vuelta para abandonar el jardín con su usual paso desinteresado. Ailim se observó la mano y una vez más perdió la vista en el sendero que había marcado su esposo. ¿En qué había estado pensando?

Sin importar el beso compartido, sin importar lo que se dijeran o hicieran, Iker nunca le pertenecería realmente. Lo mejor sería despachar rápidamente esa idea tan absurda, dejarlo tener sus amantes y conformarse con ser la idiota que lo esperaba durante las noches en vela. Jamás podría ser la mujer que él deseaba en su lecho; ella lo sabía, Iker nunca la aceptaría y eso debía de tranquilizarla. Y aunque intentó convencer de eso, el retumbar en su pecho no hizo nada por menguar su creciente confusión.    

***

Mientras la luna luchaba por abrirse espacio entre la densa niebla nocturna, Iker espiaba su reloj para satisfacerse al confirmar que sólo había pasado una hora. A pesar de que no podía ver más allá de unos metros de distancia, estaba convencido que sería capaz de golpear esa estúpida boya que se movía inquieta en las aguas.

Lanzó una nueva roca con fuerza, pero como la vez anterior y la anterior y la anterior a la anterior a esa, no obtuvo la recompensa del sonido que anunciaba el acierto. Cansado de ese juego tonto y del olor nauseabundo del Támesis, decidió emprender la caminata. Siendo oficialmente las cuatro de la mañana; y dado que las noches invernales parecían querer extenderse más de lo necesario, él auguraba el asenso del sol para dentro de unas tres horas.

Perfecto, ¿qué haría hasta entonces? No podía ir a molestar a Rafe, incluso él tenía sus límites de tolerancia. Si Iker quería dormir en su casa, debía al menos tener el detalle de avisarle con algo de antelación o mínimamente presentarse a un horario respetable. La opción de visitar a Sofía también quedaba abolida, pues seguramente su amiga a esas horas estaría en la cúspide de su actividad nocturna. Él no podía sólo llegar y exigirle que dejara a medio hacer su trabajo, para que lo atendiera. Entonces eso lo dejaba como a un vagabundo, buscando refugio en las calles de Londres. Ir a su casa nunca era una posibilidad bienvenida, prefería ocupar ese punto arbitrario junto al río que intentar conciliar el sueño en su cama. Por extraño que sonase, ya se había acostumbrado a dormir cuando la oportunidad se presentaba. Podía pasar días enteros sin pegar un ojo y su cuerpo vagamente evidenciaría el cansancio. Pero que no lo luciera, no significaba que no lo sintiera.

—¿Señor? —Iker se volvió para encontrarse con la figura de un joven, seguramente menor que él, enfundado en un sobretodo negro carbón. No se sorprendió en absoluto con esta presencia, pues sabía que las noches de niebla eran bien utilizadas por los amantes aventureros—. ¿Tiene un minuto?

—Tengo una vida de ellos y están pasando muy lentamente. —El muchacho le sonrió de forma amable, antes de extenderle un trozo de papel mal cortado.

—¿Podría indicarme en que dirección queda esto?

Él leyó la letra rápidamente garabateada y entonces no le cupo dudas, ese chico tendría una noche mucho más beneficiosa que la de él.

—Si... —murmuró, señalándole con una mano el camino más directo.

Con tanta niebla, era de esperarse que alguien no perteneciente a Shoreditch se perdiera. A decir verdad ni siquiera era un buen lugar para estar caminando, pero si ese muchacho se arriesgaba a transitarlo era porque la recompensa sería alta. Lo que le hacía preguntarse, ¿por qué rayos estaba él deambulando por allí? Ni siquiera tenía una amante en ese sector de la ciudad.

Tras desearle buena suerte al chico, se giró para tomar el camino hacia Kensington, esperaría en el jardín de Rafe hasta que éste decidiera abrirle los ojos a un nuevo día y quizá de paso, podría intentar poner algo de compostura a ese sitio. Rafe simplemente no sabía que los jardines debían ser atendidos con regularidad, para ser honestos Rafe ni siquiera sabía que era poseedor de un jardín, mucho menos sabría cómo cuidarlo.  

—¿Señor? —Diablos, esta si que era una velada con mucha acción. Iker ya comenzaba a preguntarse si esto era una especie de señal. ¿Debía regresar a su casa y llevarse a Ailim a la cama para cumplir con su deber de esposo en su noche de bodas? Por muy tentador que eso sonase, ella le había pedido distancia en ese aspecto y podría soportarlo. Al menos fingiría llevarle la corriente por algún tiempo.

—¿Si? —dijo volviéndose para sonreírle a la ironía. Pero entonces su sonrisa se esfumó, cuando el brillo de una navaja rompió en la densa oscuridad nocturna—. ¿Qué mier...? —Su duda terminó por transformarse en una exclamación, al sentir como su brazo sufría las consecuencias del primer ataque.

Iker retrocedió, cubriéndose con la mano el antebrazo que rápidamente comenzaba a teñírsele de sangre.

—¡El dinero!—le exigió el hombre, blandiendo su arma en forma amenazante.

Iker necesitó ese segundo para recuperarse de la sorpresiva escena, para luego fruncir el ceño y echarle una envenenada mirada a su asaltante. Atacar por la espalda era una cobardía y algo que él detestaba era a los cobardes. Se abalanzó sobre el ladrón, tomándolo por la muñeca de modo que no pudiera seguir cortándolo. El hombre, contrariado por su reacción, intentó patearlo pero Iker ya se había esperado eso. Se movió a un lado y cogiéndolo por la vieja levita, lo arrojó contra la pared de un fumadero de opio.  

El extraño se tropezó con sus propios pies, dándole a Iker la oportunidad de arremeter contra su abdomen. Cuando estuvo dispuesto a lanzar el siguiente golpe, el hombre se incorporó de su postura semi acuclillada y blandió una vez más su navaja. Iker sintió como ésta abría la parte inferior de su casaca, pero afortunadamente no llegó a tocar su piel. Le pateó la mano que aún mantenía extendida, logrando que el arma saliera despedida en el aire. El hombre se echó de panza para levantarla, dejándole a Iker la puerta abierta para patearle en el piso. Y por supuesto que no desperdicio la oportunidad. Le propinó una patada en el estómago, a lo que el hombre respondió con un aullido que reverberó entre los precarios edificios. Una nueva patada, terminó por tenderlo en el suelo, como una marioneta y él ni se inmutó al ver a su rival caído, siguió pateándolo con asco, una y otra y otra vez.

Luego de saciarse a medias, Iker lo tomó de las ropas, para voltearlo y en ese instante notó que el hijo de perra había logrado conseguir la navaja. Lucharon por el arma entre puñetazos y maldiciones, y en algún momento indeterminado para él, el filo se posicionó peligrosamente sobre su garganta. Iker empujó hacia abajo, el hombre no estaba en la mejor posición y esto terminó por derrotarlo finalmente. Haciéndose de la navaja la empuñó como si de un trofeo de guerra se tratase, dejándola a un solo empujón de su mano para acabar con esa alimaña de una vez por todas.

—No... no, por favor... —lloriqueó su asaltante, mientras se debatía debajo de su amarre ya con pocas posibilidades de salir bien librado. Iker no hizo caso de su pedido, apretando sutilmente la navaja contra su pecho—. Por favor... no me mate... por favor...—Entonces reparó un instante en lo que veía reflejado en sus temerosos ojos acuosos: a él. Pero una versión que pensó haber dormido ya hacía mucho tiempo.

El hombre tenía el rostro indescifrable, los labios maltrechos por los golpes los ojos y las mejillas hinchadas, marcadas por las lágrimas y la sangre. ¿Él había hecho eso? Notó que aún tenía la navaja en la mano, oscilando peligrosamente a centímetros del pecho del ladrón. Sintió asco de sí mismo y con un movimiento brusco arrojó la navaja a un lado, para luego incorporarse y liberar al hombre de su peso. Ignoró las palabras que éste le dirigió, simplemente supo que debía huir de ese lugar y así lo hizo. No pudo volver la vista atrás y confirmar que una vez más, había perdido el control a tal punto que alguien le había rogado por su vida.

De nuevo.

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En la foto del multimedia pueden ver más o menos cómo es el lugar donde Iker está jugando a tirar piedras. Les dejo un saludo ^^

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