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Si tú no existieras

Vamos con uno nuevo, les parece? Este capítulo lo voy a dedicar a una joven que va a cumplir años pronto y espero que tenga un muy lindo día, desde acá le mando un saludo grande y buenos deseos, por supuesto. Tanto Iker como Ailim y yo esperamos que te guste el cap, Mirella ;)

Hay mucho de todo en este capítulo, lean con atención jaja 

Capítulo XX: Si tú no existieras

—Teniendo en cuenta lo complicado que me es dormir, ¿no tienes algo mejor que hacer que pararte a mirarme? —Sonrió de forma burlona, mientras respondía a su pregunta con una alegre negación. Iker golpeó un poco la almohada y volvió a hundir el rostro en ella, haciendo de cuenta que su presencia no lo perturbaba—. ¿Y bien? —inquirió pasado unos minutos en los que ninguno habló. Ailim aguardó a que la mirara, no le agradaba dialogar con su nuca—. ¿Y bien? —suspiró volviendo el rostro en su dirección.

—Los niños ya eligieron —informó a su esposo, quien no mostraba ningún interés próximo por salir de la cama.

—Pues que se diviertan. —Dicho eso cerró los ojos, dando a entender que hasta allí llegaba su atención. Ailim presionó el colchón con una de sus rodillas, pero él no se inmutó con el movimiento, por lo que continuó sacudiendo la cama incesantemente hasta que Iker soltó un bramido molesto—. ¡Por el amor del cielo, Ailim! ¡Quiero dormir!

Las ocasiones que ese hombre alzaba la voz, siempre parecían rondar al lecho. Ella puso los ojos en blanco y le aprisionó la cabeza contra almohada juguetonamente, haciendo que él se revolviera hasta que ambos quedaron sentados frente a frente.

—Son las cinco de la tarde —espetó, dejándole claro que no saldría de esa habitación hasta que se dignara a abandonar la cama. Iker presionó los dientes hasta el punto de casi pulverizarlos y finalmente, como todo un niño, alzó las mantas, la rodeó con un brazo a ella y con un jalón la recostó a su lado.

—Dormir —musitó junto a su oído, sin sacarle su pesada mano de encima.

—¿Iker? —Él no le respondió. Ailim le pellizcó el brazo con el que la sometía y volvió a intentarlo—. ¿Iker? —Pero no obtuvo más que silencio por parte de su esposo, entonces introdujo una mano por debajo de las mantas y lo pinchó con el dedo en las costillas—. ¡¿Iker?! —exclamó con todas sus fuerzas y él brincó literalmente fuera de la cama, aterrizando en sus dos pies al instante.

—Quiero el divorcio —susurró conforme se dirigía al aseo, mascullando improperios por lo bajo. Ailim soltó una carcajada y se levantó con tranquilidad, a sabiendas que ya contaba con su compañía para esa noche.

—Estate listo, hoy iremos al teatro —le dijo, poniéndole a su retirada un toque humorístico.

***

"—Ea, os ayudaré. Pero decidme en verdad ¿estáis o no estáis loco? ¿No será que estáis fingiendo?

—¡No! Os lo juro. ¡Estoy diciendo la verdad!

—Nunca he de fiarme de un loco hasta no verle los sesos. Pero os traeré papel, tinta y una luz.

—Bufón, os he de recompensar con largueza. De prisa, os lo ruego.

—Ya parto, señor. Al punto, señor.

Muy pronto voy a volver

y como don Vicio en un entremés

¡Muy presto os he de complacer!

con ira en escena con ira y puñal de madera

al diablo infernal; le ha de gritar:

"Comeos las uñas, oh, vos, mi papá," cual infante loco,

con esto, el diablo se despide ya. [1]"

Ailim soltó una leve risilla, mientras veía como Feste se retiraba de la escena. Jamás se cansaría de esa obra, sin importar cuánto estuvieran quejándose sus acompañantes.

—Tengo sed —musitó Ari, golpeando su asiento con la punta de los zapatos. Ailim trató de no inmutarse por su comentario y continuó sumergida en la presentación que se desarrollaba en el escenario.

—Tengo hambre. —En esa ocasión la vocecilla pertenecía a Gaby.

—Tengo sed y hambre. —Demás está decir que el demandante mayoritario era su esposo. Ella sabía que Iker detestaba a Shakespeare, pero en cuanto supo que representarían Noche de Reyes no pudo contenerse, además él se lo debía.

—Shh... —Los silenció mirándolos con reprobación, eran las únicas tres personas que no estaban disfrutando de tan estupendo número.

—Una vez aprendí una canción de un italiano... —dijo Iker a sus espaldas haciendo caso omiso de su pedido. Afortunadamente estaban en un palco privado pues de estar entre la multitud, ellos habrían sido corridos a los diez minutos de iniciada la obra.

—¿Cómo era? —preguntó en un susurro Ari, mientras en el escenario Sebastián le juraba lealtad a la hermosa Olivia. Ailim puso todo de sí para ignorar los murmullos, pero estaba a un segundo de despotricar; su escena favorita y ellos hablando de cualquier tontería.

Era de esas tardes donde no hay mucho que hacer...—Ailim frunció el ceño, incapaz de refrenar su curiosidad al notar que Iker entonaba sus palabras como si de una canción se tratase—. Fue en aquella calle que la divisé. —Sí, sin duda alguna su esposo estaba cantando—. Con su piel tan blanca y un sutil vaivén, me invitó a mirarla y yo me enamoré.

Ari soltó una risita por lo bajo y ella no pudo evitar sonreír al escuchar la letra de su canción.

—Ojos avellanas, labios sin carmín.

Voz de puritana y sonrisa de marfil.

Esa que es como un ángel, me tiene sin dormir.

Y una de estas noches la voy a conseguir.

Por solo diez ducados[2], obtienes su amor.

Por solo diez ducados, retozas en su colchón.

Un beso apasionado, una fugaz caricia.

Mi mujer soñada es toda una delicia...

Y por diez ducados, te muestra el cielo sin muchas prisas.

—¡¡Iker!! —Se volteó para fulminarlo con la mirada. ¿Cómo se le ocurría cantarles eso a los niños?

—¿Qué son ducados? —instó Ari con toda su inocencia de niña. Su esposo sonrió divertido por su hazaña y ella sacudió la cabeza, guardándose las ganas de arremeterle un golpe por la cabeza.

—Es dinero —respondió Gaby, casi con impaciencia. Ailim soltó un suspiró derrotada, estaba acompañada por una parva de pendencieros.

—¿Y por qué la muchacha quiere dinero?

—Porque es una pu... —Ailim estiró una mano llegando a taparle la boca justo a tiempo, Iker a su lado se desternillaba de risa. Eran imposibles.

Le apuntó a Gaby que ni se le ocurriera soltar esa palabra frente de la niña y luego salió del palco con los nervios a flor de piel. Necesitaba refrescarse y respirar algo de aire puro, sino terminaría tirando del palco a su esposo. Caminó por los amplios pasillos del teatro a paso sopesado, notando que en todo el trayecto al tocador de damas sólo se cruzó con un criado y agradeció no tener que estar forzando una sonrisa para un posible conocido. Las personas en ese momento se encontraban bien entretenidas con la obra, y ella hundida en su mal humor estaba huyendo para no cometer Ikercidio; allí podía comenzar a decirle adiós al final de la representación. Iker realmente se las pagaría.

—A mi edad ya había resignado la posibilidad de que la vida siguiera dándome sorpresas. —Ailim contuvo el aliento al oír esa voz y con el corazón detenido en una mano, se volvió lentamente sobre su hombro. No podía ser posible, sus ojos no daban crédito de su desgracia—. Mi señora —saludó él con una rápida reverencia, Ailim dio un paso hacia atrás por puro instinto.

—Lord Ethon —correspondió con tono vacilante, pues a pesar de que cada célula de su cuerpo la instaba a echarse a correr, ella no iba a mostrarle que le temía. Reginal sonrió lacónicamente, mientras con su mirada repasaba su cuerpo de esa forma que le ponía los vellos de punta.

—A veces pienso que Pembroke se llevó la mejor parte de este trato.

Intentó no inmutarse frente a la mención de su esposo, pero no podía evitar del todo sentir repulsión. De alguna forma sabía que las cosas funcionarían mejor con Iker, si en su vida nunca se hubiese aparecido ese asqueroso viejo. Reginal dio un paso en su dirección y la observó fijamente, capturando una de sus manos casi como si se tratara de un acto casual. Ailim intentó retirarse, pero él le presionó los dedos sin darle posibilidad. Se inclinó y le besó el dorso, mientras ella se quedaba literalmente helada.

—Comprendo la razón que lo llevó a gastar tanto dinero, un hombre jamás dudaría en pagar una fortuna por una mujer como tú. Estoy seguro que sabes como devolverle esa cortesía.

—Disculpe, milord... —dijo incapaz de controlar su respiración que, repentinamente, parecía estar en su punto máximo de impotencia.

—No tiene porque ponerse así, condesa, su esposo a dejado claro las condiciones... yo jamás la irrespetaría. —Y volviendo a besar su mano con premeditada lentitud, la liberó—. Aunque me duele pensar que ese niño estúpido, te tenga entre sus brazos por las noches. Pembroke no es hombre suficiente para ti... —Miró por sobre su hombro en un sutil ademan—. Pero yo lo soy, si alguna vez te aburres de ese crío... sabes donde vivo.

—Primero muerta.

Reginal soltó una breve carcajada.

—No te recuerdo tan renuente antes, es más casi podría decir que lo disfrutaste tanto como yo. —Se encogió de hombros con desinterés—. Pero eso no importa, carne joven e inocente sobra en este mundo.

—Estoy lista —murmuró una voz vacilante a sus espaldas. Ailim respingó al ver como una muchachita salía del tocador y entrelazaba un brazo al de Reginal de forma por demás dócil.

—Ya te habías demorado —le dijo él en tono de reproche. Ailim no lograba sacarle los ojos de encima a la jovencita, no podía tener más de dieciséis años. Pasó saliva con asco y rabia. La muchacha le dirigió una sonrisa lastimera y ella pudo reconocer en sus ojos el vacío reflejo del dolor y la suplica silenciosa—. Milady ha sido un placer. —Él se reverenció nuevamente y jaló de la niña con impaciencia, ella se volvió una ultima vez para obsequiarle ese desesperado pedido de ayuda con la mirada, logrando que su corazón se contrajera en su pecho.

Ailim comenzó a correr hacia su palco, sin saber a ciencia cierta cómo hacía para ordenarle a sus pies moverse. Tan sólo quería regresar a la tranquilidad de su casa, donde no debía confrontarse a los temores de su pasado, donde podía aislarse en su alcoba lejos de todo mal. El recuerdo de esa muchacha centellaba constantemente frente a sus ojos, como un tormento del cual no podía escapar. Pero lo haría, pues ella no estaba en condiciones de hacer nada al respecto. No podía enfrentar a Reginal, no podía siquiera estar delante de él sin paralizarse. ¿Cómo ser de ayuda de esa forma? No, se dijo una y otra vez, no arriesgaría su paz, no caería en esa provocación.

Al ingresar en su palco, ignoró a todos los presentes y se dejó caer pesadamente en su butaca. Con sus larga vistas, comenzó a buscar entre los asistentes con una sola idea retozando en su mente. Y lo halló casi al primer intento, del otro lado justamente enfrentado a ellos, estaba él. Reginal le dirigió en ese instante una fugaz sonrisa y Ailim fue incapaz de apartar la vista de ellos dos. El hombre comenzó a juguetear con el cabello rubio de la muchacha y de buenas a primeras, introdujo una de sus manos por el bajo de la falda. La niña giró el rostro como tratando de huir mentalmente de ese sitio y él la obligó a enfrentarlo, para morderle los labios con innecesaria fuerza. Ella gimió en protesta, pero los sonidos eran acallados por el ruido de la obra, la escena prácticamente quedaba oculta para todos los presentes. Pues nadie ponía su atención en los palcos, Reginal estaba montando ese numerito para ella, para asquearla, para demostrarle que nunca recibiría su castigo. Ailim casi salta de su asiento al ver como él obligaba a la chica a tocarlo y cuando ésta se negó, Reginal la abofeteó sin reparo alguno.

—¡Basta! —exclamó Ailim repentinamente, y en lo que su voz se alzaba en el aire como un trueno, las luces de los candelabros parpadearon y en un abrir y cerrar de ojos doblaron su tamaño hasta alcanzar alturas descomunales.

Ella abrió los ojos como platos, al notar como la gente en la parte baja se comenzaba a alterar por el repentino avivar de las llamas. Las mujeres soltaban gritos, los hombres intentaban calmarlas, mientras algunos niños rompían en llanto. Las llamas se consumieron de la misma forma que habían crecido y el pánico se apoderó de las personas. Todos se pusieron de pie para buscar la salida entre las penumbras. Algunos pedían a gritos algo de compostura, pero nadie parecía querer oír razones. El estar atrapados en un lugar oscuro, hacía que todos actuaran con desesperación.

—¡Iker! —La voz llorosa de su sobrina la sacó abruptamente de su letanía. Ailim se volteó para notar que sus acompañantes estaban de pie, mirando a todos lados tan confundidos como las personas de abajo.

—Tranquila —susurró su esposo a la pequeña, mientras la levantaba en brazos y le ofrecía una extrañada mirada a ella. Ailim se mordió el labio, Iker sabía que ella lo había hecho. No estaba segura de cómo, pero sabía que el momento en que las llamas crecieron para luego apagarse, había sido su culpa.

—Iker, yo...

—No aquí —la silenció él jalándola de la mano—. Nos vamos, la gente ya está comenzando a exasperarse. —Y así era, al salir a los pasillos el tumulto exaltado prácticamente los arrastra contra de su voluntad—. ¿Gabriel?

—Aquí —respondió el niño, asiéndose de la manga del conde para poder avanzar.

Iker en ningún momento la liberó y entre empellones e insultos, logró abrirse paso entre la concurrida audiencia enardecida. Ailim miró una sola vez hacia atrás y a pesar de no encontrarlo en ese mar de rostros, supo que Reginal había ganado en esa ocasión. Él la había sacado de sus cávales, al punto de hacerla usar su magia en un lugar abarrotado de personas. Se sintió estúpida y molesta consigo misma por dejarse manipular de ese modo, pero logró controlarse a fuerza de necesidad. De nada valía ponerse en evidencia... nuevamente.

***

Luego de verificar que su sobrina se encontraba profundamente dormida, Ailim decidió que era momento de dejar descansar a su mente. En todo el camino a la casa, Iker no le había dirigido la palabra y ella no podía hacerse una idea de qué esperar de su esposo. Sabía que estaba molesto, después de todo ella estaba molesta también, había sido una tonta y en cierta forma, estaba dispuesta a aceptar la reprimenda con estoicismo. Entró a su habitación con la intención de dejarse desfallecer en la cama, había sido un día demasiado largo y lleno de frustraciones. Pero por esa noche se dijo que no pensaría en nada, sólo buscaría algo de paz y en la mañana afrontaría las repercusiones por sus actos.

—Bien, ya es hora. —El repentino retumbar de su voz casi la hace soltar un chillido.

Ailim aguzó la vista, logrando distinguir la silueta de su esposo a un lado de la enorme ventana de su balcón. Ni en sus pensamientos más irracionales, se hubiese esperado encontrarlo dentro de su cuarto aguardándola. Desde un principio Iker había parecido adoptar un silencioso pacto, aunque ella no se lo hubiese pedido, su esposo respetaba los límites que de alguna forma se habían marcado. Él no entraba nunca en sus dominios, no al menos que ella se lo permitiese. Entonces este cambio, ¿qué podía significar? ¿Estaba tan molesto como para no dejarla escapar a la seguridad de su habitación?

—Iker...

—Ailim —dijo él superponiéndose a su propia voz. Ella se detuvo aguardando porque continuara y su esposo supo leer en su vacilación el implícito mensaje—. Dime... ¿qué fue eso? —instó, sin moverse ni un centímetro de aquel lugar entre la luz de la luna y las sombras del cuarto.

—Yo...

—Porque en realidad no puedo entenderlo —masculló volviendo a hablar sobre sus palabras—. ¿Acaso perdiste el juicio? —En ese instante su voz tuvo el toque justo de recriminación, pero ella notó que de alguna forma él intentaba contenerse—. Había ciento de personas en ese lugar... —susurró sin perder ese tono consternado que parecía ser ya una marca personal en su esposo—. ¿Qué tal si el fuego crecía hasta quemar algo? ¿O si alcanzaba a alguna persona?

Entonces caminó en su dirección, hasta que Ailim pudo ver su rostro y la completa expresión que éste le obsequiaba.

—Lo sé... lo siento... —espetó, tratando inútilmente de controlar su vibrante voz. Iker agitó la cabeza y ella no pudo discernir lo que sus ojos le trasmitían. Comenzó a sentir una creciente frustración levarse en su pecho, no sabía porqué pero no soportaba que la mirara de esa manera—. Iker... no pude controlarlo, no quise hacerlo pero...

—Pero lo hiciste.

—¡Lo sé!—exclamó en un exabrupto—. Lo sé... nunca antes me había pasado algo así. —Lo miró fijamente, con la amenaza de las primeras lágrimas oscilando en sus ojos—. No quería hacerle daño a nadie, tan sólo... tan sólo quería que se detuviera.

Él frunció el ceño, luciendo confundido.

—¿De qué hablas?

—Estaba allí —admitió bajando la vista al piso, no podía mencionar a ese hombre sin sentir vergüenza de sí misma—. Y... —Pero las siguientes palabras se negaron a salir de sus labios. Iker soltó una maldición y antes de que Ailim pudiera procesarlo, se encontró hundiendo su rostro lacrimoso en el pecho fuerte de su esposo—. No quise ser tan imprudente.

—No importa —murmuró él por sobre su cabeza, Ailim se apretó con más fuerza contra su cuerpo—. Dime algo... —Iker se detuvo en medio de su propia frase, sacudiéndose con incomodidad—. ¿Te hizo algo? ¿Se atrevió a tocarte...?

Ella sentía lo tensa que su voz se había puesto al momento de expresar sus dudas. Ailim despegó el rostro de su pecho para mirarlo.

—No, sólo... —Su esposo presionó la mandíbula frente a su silencio—. Sólo intentó provocarme... —Él le enseñó una tenue sonrisa y con su pulgar limpió el camino que las lágrimas marcaban sobre sus mejillas—. Estaba con una muchacha, Iker... no podía tener más de dieciséis años y... —Las palabras se le atoraron en la garganta una vez más, incapacitándole hablar con fluidez. La simple idea de que esa joven estuviera pasando lo que ella hacía ocho años la paralizaba—. Se burlaba de mí, mostrándome que sin importar cuánto daño causase... él seguiría sin recibir un castigo.

—Shh... —la silenció él presionándola nuevamente contra su cuerpo—. No debes preocuparte más por él, no permitiré que se te acerque.

Ailim agitó la cabeza, no temía por ella, temía por todas las chicas que se veían arrastradas a esa casa del infierno.

—¡No, Iker! ¿Qué no lo ves? ¡Merece lo peor, merece morir! —Ella contuvo el aliento al notar lo que inconscientemente había confesado, aunque en sus deseos más profundos siempre había pensado en cobrarse por su propia mano. Sabía que eso no sería un acto correcto, estaba mal desear la muerte de alguien. Y no quería que su esposo la juzgara mal por ese hecho, hasta ese momento nunca antes había manifestado en voz alta su más profundo anhelo.

—Por supuesto que lo merece. —Ailim lo miró sin poder creerse su respuesta, Iker le depositó un tibio beso en la frente—. Pero no lo harás tú, no dejaré que cargues con algo así en tu mente. Ailim... —La tomó por la barbilla para que no pudiera escapar de la firmeza de su escrutinio—. Promete que nunca intentarás nada en contra de Reginal.

—Pero...

—No, promételo —insistió sin darle pie a demandas. Ailim asintió lentamente—. Yo te juro que voy a encargarme del asunto, ni tú ni ninguna otra tendrá que padecer más sufrimiento. Pero necesito que confíes en mí en ese aspecto... ¿podrás?

Ella se limpió las lágrimas que enturbiaban su mirar y volvió a asentir con efusividad.

—Sí, lo haré. —Iker le sonrió antes de fundirla una vez más a su cuerpo, transmitiéndole ese calor tan propio y único de su esposo—. Gracias por no molestarte —musitó luego de un minuto completo, él se apartó lo suficiente para dirigirle una confundida mirada.

—¿Y por qué iba a molestarme? —preguntó con inocencia y ella sonrió casi por inercia.

—Sabes... aunque actúes casi siempre como un idiota, en momentos como este logras hasta convencerme de que no lo eres.

Su esposo echó la cabeza hacia atrás, para soltar una fuerte carcajada al aire.

—Ya... pero no lo andes difundiendo —le advirtió, con el brillo de la diversión retozando en sus ojos verdes. Ailim se limitó a asentir, antes de ponerse de puntillas y rozar tímidamente sus labios—. ¿Y eso?

—Una recompensa —explicó limpia y llanamente, él puso los ojos en blanco.

—A veces pienso que me estás entrenando como a una mascota.

—Bueno si aprendes bien, puede que termine tirándote un huesito.

Él gruñó como toda respuesta y la alzó por la cintura para luego hundir el rostro en su cuello y mordisquearle aquella parte tan sensible. Ailim soltó una carcajada, sosteniéndose de sus hombros e intentando escapar de las cosquillas que le causaban su jueguito. Iker finalmente la regresó al suelo y lentamente marcó un camino con su boca desde su cuello hasta su mentón, para terminar por encontrar sus labios en un profundo y demandante beso. Ailim dejó ir un suspiro, mientras entrelazaba sus brazos alrededor del cuello de su esposo y hacía de aquel contacto algo mucho más intenso. Iker comenzó a retroceder, sin liberarla de su firme amarre y de un momento a otro, se dejó caer en la cama agarrándola completamente por sorpresa

—¡Iker! —lo reprendió, mordiéndose el labio inferior al notar que se encontraba extendida completamente sobre su cuerpo. Él le sonrió con picardía.

—Es que tus besos me quitan el equilibrio.

Ella sacudió la cabeza, plantando las manos sobre su pecho en un intento por incorporarse y recuperar algo de su cordura. Pero él interpretó mal su movimiento y tomándola por la cintura, se giró para dejarla a ella de espaldas contra el colchón. Sin darle tiempo a procesar nada, se vio acorralada por sus besos que pedían con urgencia ser correspondidos. Y Ailim no halló la forma de negarle tan sutil cortesía, por un momento olvidó donde se encontraba, por un momento el mundo a su alrededor pasó a segundo plano y en lo único que pudo concentrase fue en sentir. Él invadió su boca con su lengua, obligándola a explorarlo del mismo modo. Ailim hundió su mano en su sedoso cabello, instándolo a no apartarse y a profundizar ese único punto de contacto.

Pero repentinamente un beso le pareció poco y sus manos fueron deslizándose por los hombros tensos de su esposo, en un intento de reconocer con su tacto la fuerza que se escondía más allá de su ropa. Iker murmuró algo al liberar sus labios humedecidos, se sentía tan bien poder degustar ese característico sabor suyo que ella no hizo caso de su pequeña vacilación y volvió a devorarle la boca sin reparos. En un acto de pura osadía, introdujo sus manos por debajo de su camisa y notó como su esposo apretaba el edredón hasta que sus nudillos se emblanquecían. Ailim quiso sonreír frente a ese gesto, él realmente estaba haciendo un gran esfuerzo por no responder a sus caricias.

Lentamente fue liberando los botones, hasta que frente a sus ojos se reveló la pálida y algo lastimada musculatura de su pecho. Iker la observó enarcando una ceja con arrogancia y ella se pasó la lengua por los labios que sin saber cómo, se encontraban completamente secos. Se acercó con sutileza hasta su pecho y le plantó un beso justo sobre esa extraña cicatriz en forma de cruz, él contuvo el aliento en lo que ella comenzaba a investigarlo con sus labios. Ailim lo empujó un poco para que ambos quedaran sentados en la cama y en ningún momento dejó de acariciar cada parte que rozaba con su boca. Iker por primera vez soltó el edredón y con deliberada lentitud, llevó sus manos hacia su espalda para comenzar a desabotonar la larga hilera de botones forrados en satén que cerraban su vestido. Ailim reposó la cabeza sobre su hombro, permitiéndole que le quitara aquella prenda que por extraño que sonase, ella ahora sentía como una barrera entre los dos.

En cuanto se encontró vestida con tan sólo su camisola, un pequeño estremecimiento la recorrió desde la espalda hasta la punta de los pies. Pero cualquier duda quedó en el olvido, cuando su esposo la guió lentamente hacia atrás para tumbarse encima de su cuerpo y obsequiarle una dulce mirada.

—¿Estás segura? —le preguntó en un instante con el deseo escrito en sus ojos. Él no quería que se detuvieran, ¿y ella? Lo observó fijamente, para luego dejar ir un leve suspiro y jalarlo hacia su boca a modo de dejar implícita su respuesta. Pero Iker se detuvo pasado un segundo—. Ailim... habrá un momento en que no podré detenerme, así que por favor dime si es lo que realmente deseas.

—Te deseo a ti —musitó sintiendo como el calor subía hacia sus mejillas. Él sonrió de medio lado, antes de plantarle un beso en la punta de la nariz—. No te tengo miedo, Iker... confío en ti. —Su esposo la tomó entre sus brazos, para robarle hasta el más sutil pensamiento con sus labios.

—Gracias.

Ella soltó una leve risilla.

—Sólo son mis deberes de esposa —le dijo en tono burlón, a modo de encontrar un punto en el que no se sintiera tan insegura de lo que estaba aceptando hacer.

—No lo digo por eso —respondió él trazando con su lengua un camino hasta el hueco de su clavícula, Ailim contuvo un gemido frente a esa caricia tan íntima.

—¿Entonces? —preguntó con la voz abrumada por las distintas sensaciones que comenzaban a embargar todos sus sentidos.

—Por confiar en mí —admitió en un susurro velado, pero Ailim fue incapaz de responderle con palabras, pues en ese momento pensó que sus acciones hablarían por ella.

Le estaba confiando uno de sus temores más profundos, nunca se había sentido dueña de su cuerpo, al punto en que ni siquiera era capaz de mirarse a un espejo por mucho tiempo sin sentirse ajena. Ailim sabía que el temor siempre la hacía retroceder. Pero en ese momento estaba dispuesta a dejar que alguien más la ayudara con sus miedos, Iker le enseñaría a confiar en él y ella esa noche estaba más que dispuesta a aprender. Sabía que sin él eso le sería imposible, no había nadie más, sólo Iker sería capaz de darle las fuerzas para superarse. Y en ese instante se sintió más que agradecida de tenerlo como esposo, aunque a su lado las cosas siempre parecieran más difíciles, sabía que lejos de él simplemente serían imposibles.


1 Escena del segundo acto, de la obra "Noches de Reyes" de Shakespeare.

2 Los ducados era un tipo de moneda que se utilizaba en Italia. La canción de Iker habla de una prostituta italiana (aclaro, por si esto no se entendió).

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Bueno ya me dirán si les gustó el cap. Recuerdo que cuando escribí esto, estaba medio enferma y con fiebre, lo cual puede explicar aquel intento de poesía durante la canción de Iker xDD Todos los derechos reservados jajaja

Saludos, gente, un gusto tenerlos por allá ^^

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