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¿Quién Diría?

Hola! A pedido de los que estaban pidiendo (?) xDD Les dejo un nuevo cap. espero sea de su agrado. 

Capítulo VI: ¿Quién Diría?

—Aún no comprendo cómo milord permitió esto.

Ailim sacudió una mano con desinterés, mientras le indicaba a Stephen que removiera los postigos de la vieja ventana. El hombre rezongó pero cumplió con su tarea, aún cuando parecía más que dispuesto a abandonar en cuanto se lo ofrecieran.

Ella se colocó las manos en las caderas mientras inspeccionaba la nueva habitación con ojo crítico. Por supuesto, hallar ese lugar iluminado sería como pedirle al rey que la acompañara a pasear por Hyde Park, pero Ailim se mantenía optimista al respecto. Los cuartos del servicio de la casa de Iker parecían estar abandonados desde los tiempos de las conquistas romanas. Había tanta tierra, humedad y oscuridad que por un instante ella pensó que había hallado la mazmorra.

—Es acogedor —murmuró tratando de ver el lado positivo.

—Estoy seguro que las ratas estarán de acuerdo con usted. —Ailim intentó ocultar el desagrado que le produjo oír esas palabras. Odiaba las ratas—. ¿Por qué no escoge algún cuarto del segundo piso? Su señoría mando a cerrar estos en cuanto se hizo dueño de la casa…

Bueno, quizás no era el mejor lugar para dormir, pero estaban convenientemente lejos de Iker; justo detrás de la cocina, un lugar al que su señoría jamás intentaría entrar. Por eso era perfecto para ella.

—A mí me agrada y como nueva ama de llaves, debo procurar poner en condiciones cada esquina de esta casa.

Stephen rodó los ojos y en ese instante Ailim oyó el clic de la ventana cediendo bajo la fuerza con que la sometía el hombre. La habitación se bañó por la dulce luz del sol de la tarde y ella suspiró al notar que iluminada, era incluso más horrorosa.

                                                                ***

Tras observar el fuego chisporrotear por una hora completa, Ari comenzó a sentir los primeros indicios de aburrimiento. Su tía había desaparecido con el hombre barrigón hacía largo rato y ellas no habían vuelto a hablar sobre el asunto de las habitaciones. A ella le gustaba el cuarto que el conde había escogido, pero no entendía porqué su tía se había puesto tan molesta. Nunca antes le había gritado, no al menos sin que ella hubiese roto algo previamente. Por eso Ari sentía ganas de pedirle disculpas, había hecho algo mal, algo que había molestado a su tía y no sabía qué. Se puso de pie dispuesta a solucionar ese lío sin perder más tiempo; echaba de menos a su mamá y no quería tener que dormir sola esa noche, por lo que era primordial hacer las pases con su tía.

—¿A dónde va, señorita? —Ari se detuvo a medio andar, para sonreírle a Cleo con inocencia. Su nana bordaba tranquilamente, ajena a su pesar y a cualquier otra cosa que no implicara hilos y aguja.

—Voy a… —No se le ocurría una mentira rápida, sabía que Cleo no la dejaría buscar a Ailim, pues la mujer seguía a rajatablas las órdenes de su tía—.Voy a buscar un libro… creo que vi una biblioteca abajo.

—Recuerde lo que el conde le dijo. —Ella asintió seriamente, el conde le daba miedo por lo que sabía que debía hacerle caso.

Alcanzó la escalera en tiempo record, moviéndose con facilidad por los pasillos. Cleo tenía miedo de que se extraviara, pero a Ari le gustaba la aventura y sabía que nada malo le ocurriría entre esas paredes. Siempre y cuando siguiera las escasas reglas del conde, no había ninguna clase de límites.  

Empujó puerta tras puerta, para encontrarse en distintos escenarios oscuros, e incluso llegó a descubrir uno de los saloncitos de té con todos los muebles cubiertos por sabanas blancas. Ella comenzaba a sospechar que al conde sólo le gustaban tres cuartos de su casa y el resto los mantenía con llave o abandonados. Era una pena, pues la mansión era inmensa, tenía altillo y una pequeña torre que la hacía parecer un viejo castillo. También algunos de los cuartos contaban con su propio balcón que daba a una de las mejores vistas: el jardín.

Ari estaba que no cabía en sí misma, necesitaba entrar en aquella selva e incluso investigarlo todo bajo la luz de la luna. Tal vez le pidiera permiso al conde para hacerlo esa noche, él aún no había hablado de reglas para el jardín por lo que esperaba que no le pusiera pegas al asunto.

Una nueva puerta, un nuevo callejón sin salida: su tía tampoco estaba allí, pero esa habitación curiosamente tenía descorridas las cortinas. Ari se internó en el lugar, curiosa, descubriendo que se trataba del estudio. Esperaba que nadie la encontrara allí metiendo las narices, pero estaba tan aburrida que incluso la promesa de una reprimenda se le hacía tentadora. Allí no había mucho que ver, algunos libros, un mapa antiquísimo colgado en la pared y lo que parecía ser la vitrina de licores. Esta última al parecer no cumplía bien con su cometido, pues estaba completamente vacía. Ari abrió las portezuelas de vidrio y se quedó maravillada con lo que encontró en el interior.

—Wau… —susurró, mientras tomaba entre sus dedos una pequeña figurilla de madera.

El conde tenía tallas de animalitos en su vitrina, una colección que ella nunca antes había visto. Había un tigre, un león, una comadreja, un tejón, un águila, un mono e incluso una serpiente. La que llamó su atención por sobre todas, era la pequeña tortuga con patas planas. Ella retiró cada uno de los animalitos y los colocó en el piso alfombrado, formando grupos de cinco. En total tenía quince animales.

—¿Qué haces? —Ari se irguió por completo, alarmada por la voz que la llamaba desde el umbral—. ¿Acaso te volviste loca? —Su tía ingresó en el estudio apresuradamente y fue directo hacia las figurillas—. Esto no te pertenece, no puedes tocar las cosas del conde sin su permiso.

Ari vio como su tía regresaba a la vitrina a todos los animalitos. Y antes de que ella pudiera notarlo, se escondió la tortuga entre los pliegues de su vestido para luego adquirir una postura que rezumaba inocencia.

—Tan sólo estaba mirándolos.

Ailim se volteó para obsequiarle una reprobadora mirada y Ari se encogió en sí misma, al notar que su gesto no había surtido ningún efecto en el enfado de su tía. Presionó los ojos con fuerza en un intento por contener las lágrimas y entonces se dio la vuelta saliendo del estudio a la carrera. Una vez más la había molestado sin razón aparente, pero al menos se había quedado con la tortuga. Esa noche no estaría sola.

                                                                 ***

Ailim vio el dolor reflejado en los ojos de la pequeña y no atinó a hacer otra cosa que salir detrás de ella.

—¡Ari, aguarda! —Pero en su urgencia por alcanzarla, no notó la mano que la atrapó desde las sombras. Aturdida, ¿y por qué no? asustada también intentó liberarse, pero claramente aquella persona la superaba en fuerza y tenacidad.

—Déjala. —Ailim no supo si suspirar aliviada o echarse a la carrera como su sobrina, ese hombre definitivamente despertaba una lucha antagónica en su interior.  

—Suéltame —pidió en voz queda, notando tardíamente que una vez más estaba tuteándolo. Su abuela le tiraría de las orejas si estuviese allí con ella, sólo a Ailim se le ocurría hablarle en esos términos a su patrón—. Milord… —añadió un segundo después, pero el daño ya estaba hecho.

—¿Ya te instalaste?

Lo observó con los ojos en finas líneas sin saber muy bien qué decir. Iker volvería loco a un adivino, pues era imposible predecir qué rumbo elegiría en las conversaciones o cómo iba a decidir tratarla en cada una de ellas. 

—Yo… emm… sí. —Él enarcó una ceja como sopesando su respuesta y tras asentir quedamente, se dignó a liberar su brazo.

Ailim ya se había olvidado por qué la sostenía o que aún la sostuviera, siquiera. La mano de Iker parecía diseñada para ocupar aquel lugar, por extraño que sonase. A decir verdad ese sector por un segundo se sintió desnudo y expuesto al no estar en contacto con su piel. Se miró el brazo y sacudió la cabeza desechando ese pensamiento, sería el cansancio o el hambre, pero definitivamente cada minuto que pasaba allí su mente parecía perder un poco de su brillo.

—Perfecto… ¿qué hay de cenar? —Era una pregunta justa después de todo ella era su ama de llaves, pero no había tenido ni un segundo para conocer al personal. Sólo había visto a Stephen y del resto del mundo aún no podía hacer apreciación.

Decidido, el primer lugar a donde iría sería la cocina.

—No lo sé, pero hablaré con la cocinera.

Iker soltó lo que pudo ser una risilla rápida, haciendo que ella se desconcentrara al punto de intentar imaginar una risa más prolongada y sentida en él. Era estúpido pensarlo y por ello mismo volvió a regañarse internamente.  

—Buena suerte con eso, cuando la encuentres dile que llevo esperando mi almuerzo desde… —Sacó el reloj del interior de su chaleco para observarlo con desinterés. Ailim aguardó paciente, pues al parecer la cocinera no cumplía bien sus horarios—. Siempre…

Ella se demoró sus buenos segundo en procesar sus palabras, ¿siempre? ¿Cómo que siempre? No podía ser cierto…

—No tienes cocinera —murmuró derrotada. Aunque quizá un observador imparcial pensaría que lo estaba preguntando, ella en ningún momento dudó de la respuesta.

—Me temo que no. —Iker dejó caer una pesada mano sobre su hombro y ella se quedó atrapada en la intensidad de su mirada—. Pero estoy seguro de que podrás apañártelas. —Le palmeó aquel lugar como si se tratara de un camarada que no veía hacía años, haciéndola sentir tonta por desear su contacto un segundo más—. La niña y yo cenaremos en el comedor a las ocho en punto. Procura estar lista.

Aún intentando pasar oxigeno a su cerebro, Ailim se encontró de pie en ese pasillo observando la espalda de Iker perderse escaleras arriba. La niña y él cenarían a las ocho.

—Oh mierda… mierda, mierda, mierda. —Recogió su falda y salió corriendo hacia la cocina, ¿quién podría preparar una cena decente en hora y media? Peor aún, ¿quién podría enseñarle a cocinar en ese tiempo?

                                                                 ***

Para hacer pan necesitaba algo de harina, agua, huevos y… ¿sal? Demonios, ¿por qué nunca había puesto atención en la cocina? Una dama no debe preocuparse por esas cosas, decía su hermana, una dama siempre puede contratar a alguien que lleve adelante tareas manuales.

Bien, ella no era una dama entonces, ¿cuál era su excusa?

Soltó un bramido en voz alta, después de todo no había nadie en aquella enorme cocina como para reprenderla por sus malos modales. Literalmente no había nadie en ninguna parte de la casa, estúpidamente Ailim había desperdiciado un cuarto de su preciado tiempo buscando gente. Fue inútil, Stephen no tenía idea de cómo untar manteca a una tostada, mucho menos como preparar una. El chico sin nombre, a quien ella le adjudicó el papel de lacayo o mozo de una cuadra particularmente vacía; decía que en esa casa sólo comían los que tuviesen el deseo de luchar con las ratas. Nunca antes habían visto a alguien utilizar la cocina y a decir verdad ninguno de los dos se había aventurado en tal empresa.

Eso la había dejado completamente desanimada, el personal de Iker se limitaba a dos personas que sabe Dios cómo podían estar tan gordos, sin alimentos. Ella no tenía intenciones de rebuscar en la despensa, sabía que eso sería igual que poner su cordura a prueba. Estaba claro que Iker le había dado ese recado, porque sabía que allí nadie podría cocinar algo. No había suministros, no había manos auxiliares y definitivamente no había voluntad para luchar por un trozo de queso.

—¿Qué voy a hacer? —Se dejó caer en un taburete lleno de polvo y observó una vez más las estufas sin fuego y sin comida.

No importaba en que dirección mirase, el lugar parecía ser el escenario perfecto para la subsistencia de animalitos rastreros. Allí no sólo había ratones, también había cucarachas, arañas y cosas que Ailim nunca antes había visto, pero que no deseaba volver a ver. ¿Quién podía vivir en condiciones tan deplorables? ¿Acaso Iker nunca visitaba el piso inferior de su casa? Ella sabía que las habitaciones del conde estaban bastante limpias, al igual que la de Stephen y la de Ari. Descontando el estudio y el comedor, el resto del lugar parecía abandonado a la bonanza de las ratas. Y esos animales no eran específicamente ordenados.

Suspiró, esa noche comerían a una inquilina aunque ella misma tuviese que cazarla. Era un buen plan inicial, la mejor forma de deshacerse de los roedores sería volviéndolos parte del menú. Casi rió por su ocurrencia, pero la carcajada se desvaneció ni bien cobró forma en su mente. Odiaba las ratas.

—¿Mi lady necesita algo?

Ella respingó en su asiento, ¿quién se atrevía a dejar que una dama entrara en esa cocina? Ailim se acaloró tan sólo con la idea de que otra mujer viese aquel espectáculo. Pero además de ella y el lacayo sin nombre, no había nadie más. El muchacho de ojos color negro como el carbón, la observaba expectante, Ailim le devolvió el escrutinio sin inmutarse.

—¿Qué? —preguntó, después de un momento en que ninguno hablaba.

—Le preguntaba si necesitaba algo, Stephen me dijo que usted quiere hacer la cena… —El muchacho hizo una pausa, como si esa posibilidad le quedara un poco grande a alguien como ella—. Yo iré al mercado ahora, quizás pueda traerle algo.

Ambos pasearon la vista por la deplorable cocina, decir algo era un triste eufemismo, allí se necesitaba todo, incluido una cocinera competente.

—¿Qué come su señoría normalmente? —El joven se encogió de hombros y se llevó una mano a la nuca como tratando de recuperar un viejo recuerdo.

—Bueno… él nunca come aquí. —«No me sorprende»—. Siempre nos trae algo del club que frecuenta… y si queremos comer mejor tan sólo lo acompañamos.

—Entiendo. —A decir verdad no entendía absolutamente nada, pero decírselo al muchacho no iba a ayudarla con la cena que no existía ni siquiera en su mente—. Necesitaré muchas cosas. —El joven le sonrió, al parecer el hecho de que ella no se acobardara pareció ser un punto a su favor—. Primero que nada, harina… —No sabría qué hacer con ella, pero eso no iba impedir que se metiera hasta los codos en un saco. Siempre había querido hacer eso—. Huevos… leche, sal, algunos cacharros… —«Una cocinera» Ah no, eso no podía pedirlo, ella era la cocinera para bien o para mal—. ¿Sabes leer?

El muchacho se irguió por completo ante la pregunta.

—Por supuesto, milord necesita que nosotros estemos mínimamente instruidos. —Por eso el señor contrataba dos empleados, ¿no podría instruir uno o dos más?

—Excelente, te haré una lista entonces. —Ailim se apresuró a buscar papel y un trozo de carbonilla, sabía escribir con pluma pero no estaba para tomarse el tiempo de hallar la tinta en ese caserón.

Confeccionó una lista con lo que esperaba fuesen cosas para una cocina, lo indispensable, lo que todo el mundo debía tener. No era tan estúpida como para nunca antes haber visto una cocina, sabía como debía lucir una bien abastecida, lo único que le faltaba era descubrir cómo hacer que las cosas funcionaran allí dentro. El lacayo inspeccionó la lista y le dedicó una alegre sonrisa.

—Lo traeré todo —aseguró mientras se ponía una gorra gastada y se disponía a realizar el encargo.

—Aguarda —le dijo Ailim deteniéndolo bajo el umbral, él la observó con interés—. ¿Cómo te llamas?

Él rió sacudiendo la cabeza y sin responder su pregunta se perdió en las penumbras. Ailim frunció el ceño, el chico podía ser amable, pero como el resto de las personas en esa casa, estaba loco.

—Mi lady, ¿Chico ya se fue?

Ella se volteó para encarar la otra puerta de la cocina, Stephen ingresaba con unos maderos para los fogones de la estufa. Eso era lo positivo de tener un hombre fornido a su disposición.

—¿Qué? —preguntó confusa, se lo estaba imaginando o Stephen se dirigió a ella como a una Lady.

—Digo, ¿qué si Chico ya se fue?

—Sí, acaba de marcharse… —Stephen resopló algo que ella no logró oír, pues en ese momento dejó caer los maderos para iniciar el arduo trabajo de encender los fuegos. Ella caminó hasta donde estaba y se detuvo a su lado—. Stephen. —Él no dio señas de haberla oído, pues seguía sumergido en su tarea utilizando su pedernal con ahínco y logrando sacar de él pequeñas chispas—. ¿Cómo se llama?

De súbito el hombre pareció recordarla, alzando la vista con lentitud enarcó una ceja, contrariado.

—Soy Stephen —murmuró como si estuviese hablándole a un idiota y peor  aun, a un idiota de muy bajo intelecto. Ailim bufó, conteniendo las ganas de golpearlo con un madero.

—¡Lo sé! Me refiero al… chico… —Se sentía un tanto incómoda refiriéndose a él de ese modo, pero así lo llamaban todos.

—Así se llama: Chico.

—Ese no es un nombre —replicó fulminando con la mirada al hombre, no iba a permitir que la tratara de estúpida dos veces en una misma conversación.

—Nadie sabe cómo se llama, lo encontramos limpiando botas hace unos dos años. Milord le grito: Chico ven aquí… —Hizo una pausa echando algo de yesca para avivar las llamas—. Necesitábamos que nos hiciera un recado y cuando nos dimos cuenta, allí estaba siempre que nos volteábamos.  

—¿Y nunca le preguntaron?

—Sí lo hicimos, pero él nos respondió que nunca nadie lo había llamado de otra forma. Sólo…Chico.

Ailim soltó un suspiro entre dientes, casa de locos, conde loco, empleados locos.  Extrañamente ella se sentía en perfecta concordancia con ellos, ¿por qué esto no la sorprendía?

Bueno, si iba a cambiar algo allí al menos comenzaría por ponerle un nombre a ese chico. Definitivamente el que tenía no le sentaría bien cuando cumpliera cincuenta.

                                                                 ***

Ailim se dejó caer pesadamente contra la mesada, tenía las manos sucias, el rostro acalorado, algunas quemaduras en los antebrazos y el cabello hecho un desastre. Pero la cena estaba servida. ¿Quién dijo que ella no sería capaz? Había logrado sacar adelante todo ese embrollo y la cena estaba en la mesa. En ese mismo momento tanto el señor como Ari comían plácidamente y ella… ella estaba hecha una piltrafa. Convertirse en cocinera en menos de una hora era hazaña que pocos podrían lograr, no que ella fuese una en ese momento, pero podría admitir felizmente que ya estaba un paso más cerca.

Mientras el chico hacía los mandados, Ailim se había puesto en la tarea de sacar brillo a esos pisos. En un principio pensó que sería más sencillo echar la cocina abajo y construir una nueva, pero tras el quinto balde de agua las cosas comenzaron a lucir mejor. Afortunadamente Cleo se había unido a su causa y la había auxiliado al momento de la limpieza, pero en lo que concernía a montar la cena la chica estaba en ascuas.

Ailim había improvisado algo con jamón, queso y algo similar a una tarta de verduras. No era un plato típico, pero todos sus ayudantes de cocina se lo comieron sin chistar. Ella no tuvo la fuerza para alimentarse, lo único que deseaba era caer rendida en su cama y despertar la siguiente semana. Claro, en una cama que aún no había acondicionado, una cama que se debatía en medio de un cuarto repleto de muebles sucios y raidos. Quizás cuando entrara en su habitación ni siquiera encontraría a la susodicha, pero no le importaba. Caería dormida en cualquier superficie plana e incluso hasta en una irregular.

Se desperezó lentamente, aún tenía que ordenar el caos que había armado tras la cena. Los cacharros estaban en remojo y gran parte del saco de harina yacía sobre el piso que tanto trabajo le había costado hacer brillar. Los restos parecían recordatorios de su batalla, pequeñas pruebas de que realmente debía convencer a Iker de contratar una cocinera competente. Se restregó el rostro con una mano blanca y arrastrando los pies, se dirigió a encarar la primera de sus muchas obligaciones. ¿Quién diría que esto de ser ama de llaves sería tan complicado?

                                                                 ***

La niña le dirigió una extrañada mirada, mientras fruncía el ceño frente a su plato. Iker intentó cortar un trozo de—¿jamón?—pero la pieza ofreció una dura resistencia y él prefirió dejarla a un lado. Encaró entonces la cosa blanca que parecía estar regurgitando pasto, no lucía para nada alentadora. Y eso que él había padecido de largas hambrunas, en esos tiempos se había prometido nunca hacerle cara fea a los alimentos. Pero Dios, estaba apunto de romper su palabra esto haría caer en pecado al mismísimo Jesucristo. No podía comer aquello, mirarlo ya había sido un suplicio, al metérselo en la boca cada parte de su cuerpo protestó en desacuerdo. Eso no era comida, Ailim intentaba envenenarlo u obligarlo a iniciar una cuarentena.

—¿Puedo saltarme la cena?

Él enarcó una ceja y soltando un suspiro se puso de pie para darle permiso a la niña.

—Podemos saltarnos la cena.

—Gracias, milord. —Iker intentó pasar por alto la enorme sonrisa aliviada de la criaturita, pero no pudo más que sentir empatía por ella.

—Sólo no se lo menciones a tu tía.

Ella asintió concienzudamente y él se tomó unos segundos para observarla con detenimiento.  Había cierto brillo de picardía en su mirada, sin duda alguna era pariente de Ailim. No era una niña común y corriente, estaba achispada pero eso no siempre era un buen rasgo en una damita. Aunque a él eso le daba completamente igual, no era ni por asomo tutor de la niña como para decirle que un hombre no apreciaría tanta inteligencia en una mujer.

—Mañana mandaré a buscar un buen desayuno.

—¿Con huevos y bacón?

—Sí, también té y tostadas. —La pequeña le expuso una amplia sonrisa asintiendo en conformidad, pero repentinamente su semblante se volvió serio.

—¿Eso no lastimaría los sentimientos de tía Ailim?

Iker suspiró.

—De los sentimientos de tu tía me encargo yo, ahora sube y vete a dormir.

Ella inclinó la cabeza en una corta reverencia, una que aún necesitaba ser pulida pero el gesto al menos fue correcto.

—Buenas noches, milord.

Una vez que estuvo solo, Iker comenzó a deambular sin rumbo por su casa por un largo rato. No tenía muchos ánimos de dar inicio a la guerra, pero claramente Ailim necesitaba buscarse otro oficio. Pensaba que enviándola a cocinar ella notaría las falencias de la estupidez que había propuesto. Él no necesitaba un ama de llaves y de necesitarla, ella sería la última persona a quien consideraría para el trabajo. Pero si estaba tan convencida de que podía pagarle por su estadía en su casa, ¿quién era él para no dejarla obrar a sus anchas? Si quería trabajar pues que trabajara, que se moliera los músculos limpiando cada esquina, así conocería el valor del arduo empleo.

Podía permitirle esa libertad, ya que ella se consideraba autosuficiente, pero no estaba dispuesto a sacrificar su estómago para dejarla contenta. Esto resultaría divertido, no acostumbraba a impartir órdenes, pero repentinamente la idea de tener ama de llaves comenzaba a mostrar su lado atrayente. Ingresó en la cocina, luego de buscar el lugar por media hora. ¿Quién diría que una casa como esa tendría tres lugares distintos para llevar acabo tan mundano labor? Jamás se había tomado el tiempo de recorrer todo aquel lugar. Ni siquiera había abierto varias de las habitaciones de los pisos superiores, no es como si tuviera con qué llenarlos de todos modos.

Al cruzar la puerta, notó el lugar bastante bien arreglado. El piso se veía, eso ya era un logro, pero también notó los cacharros colgados y brillosos, la mesada despejada y los pocos utensilios apilados en forma artística. Al menos Ailim se entregaba en cuerpo y alma al trabajo, no podía negar que tenía tenacidad.

—Pero nada de resistencia —murmuró, mientras pasaba sigilosamente a su lado.

Ella estaba sentada en un taburete con la cabeza echada hacia atrás, dejando expuesta la tersa piel sonrosada de su cuello. Iker reprimió el impulso de extender una mano y rozar aquella tentadora suavidad femenina. Quizás era la única parte atrayente en esa mujer, pues en una inspección más minuciosa observó que llevaba pequeños trozos de comida en su tocado y su vestido tenía tantas o más manchas que su pequeño rostro.

—Un día de trabajo y así terminaste. —Ella por supuesto no respondió, pues seguía tan dormida que el mundo podría ponerse a brincar y Ailim no lo notaría.

Iker suspiró y se apiadó de aquella mujercita exasperante. Sabía que dormir sentada sería contraproducente para su espalda y si quería seguir explotándola, ella debía ser capaz de moverse por la mañana. Su cuerpo se sentía tibio y demasiado liviano en sus brazos, al parecer esa niña no se alimentaba bien. Pero considerando su habilidad en la cocina, eso no debería de sorprenderlo mucho. No tenía idea cuál era el cuarto que había escogido ella, por lo que la cargó en brazos todo el camino hasta el suyo. Él no tenía planeado dormir esa noche y de hacerlo, simplemente no se atrevería a intentar conciliar el sueño en aquella cama.

La depositó lentamente en el colchón, mientras ella le murmuraba algo que sonó como un “gracias”. Pero Iker no pudo estar seguro, pues en un momento el aliento de Ailim golpeó su cuello y en ese instante todo pensamiento racional rehuyó de su mente. Estaba siendo tan básico, respondiendo de un modo tan natural a ella, que se sorprendió y fastidió al mismo tiempo.

—Dios, chiquilla… —La tomó por la barbilla y con su mano libre le apartó algunos mechones de cabello transpirado—. ¿Incluso dormida vas a torturarme?

Aguardó estúpidamente una respuesta, pero ella se limitó a suspirar disfrutando de la superficie mullida de las almohadas. Parecía un gatito ronroneando bajo la caricia de su amo. Iker sonrió con aspereza, mientras un recuerdo fugaz rozaba su mente: “no me conformo con mediocres”. Por supuesto que no lo haría y él era lo suficientemente mediocre, como para pensar en conformarse con una mujer sin moral.

Su mano se cerró en un puño y de ese modo rompió cualquier contacto con ella. «No lo sufras, no te quejes, solo entiéndelo». Nunca antes había tenido tantas dificultades en seguir las palabras de Maquiavelo. Claramente el escritor no planeó esa frase para aplicarla a la fijación de un hombre por una mujer. Pues era simplemente imposible no sufrirlas o no quejarse por ellas, pero era incluso aún más improbable llegar a entenderlas en una sola vida.

Y allí estaba filosofando a un lado de la durmiente Ailim, rió para sus adentros y tras observarla un segundo más, se puso de pie para abandonar la habitación. Pero en el último paso vaciló y regresó sobre el camino andado, para situarse a un lado del lecho. «Entiéndelo… entiéndelo, entiéndelo» se lo repitió tanto como le fue posible, pero su mente se negaba a hacerle caso. Mediocre o no, ella nunca lo sabría.

Se inclinó los centímetros que lo separaban de sus labios ligeramente humedecidos, y conteniendo el aire, rozó su boca con el más sutil de los besos. De un modo casi instintivo Ailim intentó responderle y él se apartó ni bien notó lo que estaba haciendo. ¡Era un remedo de hombre!, no podía estar haciéndole eso a una joven que dormía. ¿Dónde demonios había quedado su poca decencia? Y no se trataba de cualquier chica, era Ailim, su amiga. 

Ella lo mataría si lo supiera… pero a decir verdad, Iker necesitaba de alguna forma limpiar la huella de Reginal. Con ese pensamiento retozando en su mente se sintió mejor respecto a su acto de delincuencia, pues parecía un mísero ladrón robando besos en la oscuridad. Quién sabe, quizás y terminaba haciendo oficio de aquel pequeño atrevimiento. 

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Gracias por pasar, ya me dirán qué les pareció si tienen ganas :D     

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