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Prólogo

Bueno, hola. Después de mucho pensar y discutir conmigo misma, y tras recibir varios pedidos de que subiera esta historia, me decidí a empezar a subirla. La cosa es así, esta historia es vieja al igual que Pide un deseo, tienen más o menos seis años. O sea que las escribí hace tiempo y por eso me rehusaba un poco a subirla. Pero es un poco injusto a la vez no responder las dudas que quedaron sobre Iker en la historia anterior, así que sin más vueltas... para todos aquellos que querían saber la historia de Iker y Ailim, esto es para ustedes. Espero la disfruten, algo de mi antigua yo un poquito editado para no herir sensibilidades xDD 

Esta primera parte actúa de prólogo. 

Inglaterra 1748.

Lee ese una vez mas. —Él levantó uno de los libros y ella sacudió la cabeza arrugando la nariz—. No, el otro.

—¿Este? —Estaba claro que solo se burlaba de ella, señalando siempre el libro equivocado. La niña de largo cabello negro, se dejó caer en el piso refunfuñando por lo bajo, él soltó una carcajada y finalmente tomó el libro que ella pedía—. De los hermosos el retoño ansiamos, para que su rosal no muera nunca, pues cuando el tiempo su esplendor marchite, guardará su memoria su heredero…” —cortó la lectura abruptamente, justo cuando ella cerraba los ojos y se dejaba atrapar por las palabras—. No me gusta Shakespeare —se quejó el niño, ganándose una mirada furibunda por parte de la pequeña.

A mí sí —sentenció con firmeza—. Ahora toma ese libro y continúa.

—No quiero.

Por favor, Iker… —Ella hizo un puchero y en un segundo logró que sus ojos se abnegaran en lágrimas. Él la observó con cierto grado de escepticismo, pero terminó por dejarse ganar. Después de todo Ailim no podía hacerlo sola, tan solo podía disfrutar de algo de lectura cuando él lo hacía para ella.

—“Pero tú, que tus propios ojos amas, para nutrir la luz, tu esencia quemas…”

—¿Iker? —Ambos se volvieron para observar a la persona que subía la pequeña colina, él se puso de pie tomando rápidamente los libros entre sus pequeñas manos—. ¿Iker, cariño dónde estás?

—Tengo que irme —se excusó a toda prisa, y ella sonrió con tristeza un tanto renuente a dejar ir a su único amigo—. Pero puedes buscarme luego de la cena.

No lo sé, creo que a tu padre lo incomodo.

Iker se encogió de hombros, restándole importancia a ese detalle.

—A mí no me incómodas. —El niño se acercó, hasta plantarle un corto beso en la mejilla—. Te esperaré en la biblioteca.

—¿Iker con quién hablas?

Él bajó la vista al piso y adquirió una postura firme ante la persona que los interrumpía.

—Con mi amiga —musitó, recibiendo una sonrisa por parte de Ailim. La recién llegada arqueó un ceja y buscó a la amiga con la mirada.

—Pero aquí no hay nadie —sentenció luego de escrutar rápidamente el llano—. Es mejor que entremos ya, está haciendo frío.

Rosalie tomó a su hijo de la mano y lo instó a seguirla al interior de la casa. Aun así no pudo evitar notar como Iker se volvía, para dirigirle un saludo al vacío.

—No hagas esas cosas delante de tu padre —le advirtió en un murmullo, logrando que el pequeño apartara la mirada con enfado.

Rosalie se acuclilló hasta alcanzar su altura y lo observó por largo rato. ¿Qué le ocurría a su hijo? ¿Por qué no lograba entenderlo? En un principio había pensado que era una reacción a la muerte de su abuela. Iker no estaba acostumbrado a ellos, por lo que era normal que se apartara e hiciera su luto. Pero luego de un año, la actitud de su hijo continuaba empeorando. Hablaba solo, jugaba con alguien que nadie más que él veía y se resistía a dejar la casa. Ella había intentado sacarlo de paseo, de modo que no estuviese todo el tiempo guardado en esa vieja biblioteca. Pero lo único que había conseguido fue que le gritara las peores obscenidades y una rabieta que duró por días.

Rosalie le acarició el cabello y él se apartó de su tacto como si este le quemara.

—¿Qué voy a hacer contigo?—murmuró en voz queda, pero como ya era costumbre no oyó respuesta de Iker.

                                                                ***

La casa estaba en silencio, mientras el pequeño conde corría por los amplios pasillos en dirección a la biblioteca. Había logrado esconder una vela de su criada, por lo que iba con mucho cuidado de que ésta no se apagara y lo dejara en penumbras a medio camino. Con los dedos fríos empujó la enorme puerta de roble, adentrándose en la cavernosa soledad de la biblioteca.

—Ailim… —susurró cuidadoso de no alzar la voz en demasía. Oyó una risilla baja que provenía de la división intermedia. Iker subió las escaleras rozando las paredes con los dedos e imaginando que podía pintar allí con ellos—. Ailim…—La risa se escuchó esta vez detrás de él, por lo que se volvió con un brinco para alumbrar ese sector. Pero no logró encontrarla—. Oh que pena que no estés aquí, tenía pensado leer un poco de Shakespeare… pero pensándolo mejor, ya estoy cansado…

Comenzó a dirigirse hacia la salida, cuando las cortinas se agitaron y la silueta de su amiga se hizo visible.

—¡Espera!

—Con que allí estabas…

Ailim danzó hasta alcanzarlo y se detuvo delante de él para obsequiarle una amplia sonrisa.

Lee para mí. —Iker sacudió la cabeza y caminó lentamente hasta la ventana. —. ¿Qué ocurre?—preguntó ella confundida por su actitud—. ¿Han vuelto a molestarte?—Asintió intentando mantenerse imperturbable, aunque muy en su interior, cada palabra de su padre dolía más conforme pasaban las horas—. No debes hacerles caso, Iker

—¿Yo tengo algo mal, Ailim?—Su voz en un leve susurro, reflejaba lo incómodo que lo ponía toda aquella situación.

No, claro que no. —La niña a pesar de no tener más de siete años, hablaba con convicción y aplomo, algo que no se esperaría en alguien tan joven—. Ellos no nos entienden, por eso tenemos que permanecer juntos.

Iker sonrió con algo de pesar cuando ella entrelazó sus manos para brindarle apoyo.

—Tú eres mi única amiga.

—Lo sé.

—Entonces prométeme que no me dejarás solo como grand–mère[1], no dejes que ellos me lleven.

En los ojos de la niña destelló una pequeña lágrima, que marcó un único sendero hasta su boca.

Sin importar qué, yo siempre te encontraré.

—¿Cómo? Si me voy de aquí, no podrás seguirme —replicó él molesto con la simple idea.

Mira —le dijo ella tomando el talismán que colgaba de su muñeca; en ese momento brillaba en un profundo azul oscuro—. Siempre que estamos cerca, brilla de esa forma. Tú eres el único que logra ponerlo de ese modo, por eso te encontré. —Iker tomó la piedrita azul entre sus pequeños dedos y la examinó con detenimiento—. Tú me haces olvidar el dolor… nunca podría dejarte.

—Yo cuidaré de ti. —El niño le dio un abrazo mostrándose como todo un caballero y ella rió un poco avergonzada. Ailim observó sus manos entrelazadas y deseó en su interior poder quedarse allí para siempre.

Tengo que irme… —susurró recibiendo una apenada mirada por parte de su amigo.

—Lo sé, pero verás que pronto encontraré la forma de salvarte. —Ambos soñaban con ese momento, pero también sabían cuán distante e imposible éste era. Ailim cerró los ojos haciendo que su amigo la imitara y cuando Iker volvió a abrirlos, ella ya no estaba.

                    *………………………………………..*………………………………………….*

 

—¡Esto debe acabar ahora! ¿Comprendes? ¡Ahora!

Jonathan Warenne suspiró para sus adentros y observó el rígido porte de su padre, preguntándose internamente por qué diablos lo mantenía en su casa.  

—¿Qué ocurrió? —instó con su usual desinterés, alternando la mirada de las hojas que sostenía y su progenitor.

Richard Warenne tenía una particularidad y era que todo parecía irritarlo. Él no era como su padre y por esa razón se sentía bastante feliz consigo mismo.

—Estoy hablando de tu hijo, por supuesto.

Iker, reflexionó con pesar. Pues estaba seguro que nadie más que su pequeño conde, lograba despertar la ira de Richard.  

—¿Qué hizo? —preguntó a sabiendas que el niño muy probablemente había roto alguna ventana o hecho alguna de sus diabluras en la cocina.

Era tan diferente a William, Iker parecía un lobo disfrazado de una tierna e indefensa oveja. Pero en realidad era sigiloso, silencioso y tan letal como el bendito animal, pero particularmente exasperante. Jonathan sabía que a Iker no le gustaba seguir las reglas y esa era la razón principal por la que se llevaba tantas reprimendas. Era un pequeño inteligente, pero demasiado introvertido. Aún no podía precisar si alguna vez lo había oído reír; no, Iker no reía, no gritaba, no lloraba… tan sólo ofrecía miradas desdeñosas. A saber de dónde diablos había cogido esas mañas el crío.

—¡Jonathan! —El grito de su padre lo abstrajo de sus recuerdos, al parecer le había estado hablando—.  Reginal dice que Iker entró en sus caballerizas la noche anterior…—Arqueó una ceja, bueno el niño podía ser una molestia, ¿pero un intruso?—. Armó un revuelo al abrir las portezuelas y dejó salir a todos los caballos.  

—¿Qué? —preguntó sin poder ocultar su sorpresa, esto era un poco más que romper una ventana.

—Así es. —Su padre pareció sutilmente conforme con su reacción, a lo que sólo pudo fruncir el ceño en respuesta—. Liberó a los caballos y ahora nadie sabe dónde rayos están, Reginal ha venido furioso hoy exigiendo que nosotros paguemos por los sementales que tu hijo dejó escapar.

Jonathan se puso de pie en exabrupto, plantando las manos en el escritorio de palisandro donde había estado trabajando un segundo atrás. ¡Ese maldito demonio! Lord Reginal tenía los caballos más caros de toda la región y definitivamente él no iba a pagarlos, daría al condenado niño a cambio antes de desembolsar cualquier suma por esos animales.

—¿Cómo sabe que fue Iker? Diremos que el niño estuvo toda la noche en la casa, no se arriesgaría a negar mi palabra —espetó resuelto. Después de todo Reginal no era más que un simple barón y él era un marqués, si se atrevía a acusarlo de algo él podía exigir una satisfacción. Sin duda alguna matar al barón le saldría mas barato que los condenados caballos.

—Me temo que tu palabra no servirá en esta ocasión. —Jonathan fulminó con la mirada a su padre, maldito insulso—. Tú hijo dejó su tarjeta de presentación…

—¿De qué demonios estás hablando?—inquirió molesto por el júbilo que decoraba el timbre de Richard, no le agradaba nada ese tono.

—Bueno… en primera, los lacayos lo vieron y en segunda… tuvo el descaro de escribir “Libertad a los oprimidos” en la puerta de los establos. —Él fue a responder pero su padre lo acalló con un ademan—. Y te repito, dejó su tarjeta de presentación. —Jonathan bufó, ¡qué niño más estúpido! Tomó la casaca del respaldo de su sillón y se la echó sobre los hombros con rabia—. ¿Qué vas a hacer?

—Un trato con Reginal —rezongó abiertamente, dirigiéndose a la salida con paso firme—. Busca a Iker, tendré que solucionar este problema ahora mismo.

—¿Me permites una sugerencia?

Jonathan se volvió para observar el complacido rostro de su padre. Era muy consciente del recelo que Iker despertaba en Richard, pero en ese momento el viejo parecía estar regodeándose en el error del niño. Él sabía que era por demás extraño y sólo causaba problemas, pero al fin y al cabo seguía siendo un crío.

—¿Qué?

—Envíalo a Francia, al château de los Berkeley.

Frunció ligeramente el ceño ante la sugerencia, había enviado a William allí hacía un año y no sentía que Iker estuviese listo aún. En realidad esperaba conseguirle un preceptor para que lo observara en la casa, de modo de poder desentenderse de sus tonterías sin tener que aguantar otro viaje a París. Pero debía admitir que el plan de llevarlo a Francia, calmaría considerablemente las aguas y quizás el niño aprendería algo de su hermano mayor. Después de todo Iker no se adaptaba a la familia, estaba acostumbrado al salvaje trato con el que lo crió su abuela y no parecía dispuesto a cambiar. A pesar que llevaba su sangre jamás lo sintió como un verdadero hijo, William en cambio era más proclive a seguir órdenes y tenía un porte de aristócrata lustro, algo que nadie podía negar. Incluso Zulima siendo un bebé no le causaba tantos dolores de cabezas, como su pequeño conde.

—Bien, prepara todo saldremos mañana.

—Lo tendré listo para salir esta misma tarde.

Jonathan enarcó una ceja suspicazmente, no sabía quién se beneficiaba más con este trato, ¿su padre o él? Prefirió no decir más y salió del estudio dispuesto a sacarse esa piedra del zapato de una vez por todas.    

                                                                 ***

  

Hiuu… ¿Qué es eso?—Iker sonrió frente a la expresión de horror de la niña y acercó a la criatura casi calva hasta su rostro—. ¡No! —exclamó Ailim brincando hacia atrás con poco decoro. Él bajó la mano y protegió a su nuevo amigo dentro de su chaleco.

—Lo encontré rondando el huerto…

Es una rata —sentenció ella convencida, él observó al animal y negó. Era pequeño sin orejas y calvo, muy calvo. Pero no era una rata, Iker había visto cientos de roedores y este no era uno que reconociera, pero le agradaba.

—Es bonito, ¿a qué no?—Ella arrugó la nariz disconforme y él volvió a reír, le agradaba encontrar algo que la intimidara. Ailim era tan altiva y bien portada que él dudaba que le temiera a cualquier cosa. Pero finalmente había encontrado su debilidad, las ratas—. Creo que lo conservaré.

—Iker esa no es mascota para un futuro conde.

Chasqueó la lengua frente a ese argumento, esas tonterías de lo que era bueno o malo para alguien con título, lo cansaban. No se sentía como un conde y estaba casi seguro que nunca llevaría ese epíteto con orgullo. Era un legado de su familia y él no deseaba nada de ellos, tan sólo que lo dejaran en paz. ¿Acaso era mucho pedir? No hablaba nunca por temor a decir algo incorrecto, no exigía nada y se aseguraba de ser no más que una sombra para ellos. Aun así siempre encontraban su comportamiento impropio, un conde no hace esto, un conde no hace lo otro… solo eso oía día tras día. Se preguntaba entonces, ¿un conde tenía permitido vivir? O tal vez eso también estaba vetado.

—¿Qué nombre le pondremos?

—¿Pondremos?—Ailim no parecía muy cómoda en esa sociedad.

—¡Si! — exclamó Iker con una nueva idea—. Será nuestro, de ambos… como un… un hijo… —Ella alzó las cejas hasta casi unirlas con la línea de su cabello—. Lo sé, lo sé… primero tenemos que casarnos—dijo él para no alarmarla, después de todo ella era un dama y él un caballero—. Pero no tengo anillos, así que…—Se silenció mientras pensaba, entonces alzó su dedo meñique y lo entrelazó con el de Ailim—, esto será nuestra unión—Ella lo miró perpleja—. Así juro serte fiel para siempre…—No estaba seguro como oficiar una ceremonia nupcial, pero esperaba que con eso fuese suficiente. Ailim continuó sin decir nada, él rodó los ojos—. Ahora te toca —espetó muy seguro de que ella, lo aceptaría sin importar qué.

Así juro serte fiel para siempre —repitió sus mismas palabras y luego sonrió.

¿Era su impresión o ella acaba de sonrojarse? Iker sacudió la cabeza apartando esos pensamientos y volvió a sacar al animal de su chaleco.

—Ahora, ¿qué nombre le ponemos?

Ella frunció los labios en uno de sus tantos gestos analizadores.

Mm… ¿Qué te parece Dublín?

Iker miró a la criatura que se asomaba temeroso por entre sus dedos.

—¡Dublín!—lo llamó y éste alzó la cabeza al instante—. Sí, creo que le agrada.

—¡Baja ahora mismo pequeño demonio!—Ambos niños brincaron en su lugar al oír la resonante voz del marqués. Iker observó a Ailim con los ojos como platos, sabiendo en su interior que Lord Reginal ya le había ido con el chisme al marqués—. ¡¡Iker!!

Es mejor que vayas…—susurró su amiga presionando los labios en finas líneas. Él imitó el gesto, por el simple hecho de evitar que comenzaran a temblarles.

—¡¡Iker, ahora!!

Se puso de pie y la ayudó a ella a incorporarse.

Con lentitud se acercó a las escaleras y descendió del altillo, deteniéndose a medio camino para inspirarse confianza. Demás sabía que mostrarse temeroso no lo ayudaría. Los hombres respetan a los hombres que saben respetarse, ese fue el único consejo que le dio su hermano y era el único al cual él le encontró utilidad. Su padre lo esperaba al final del tramo y junto a él se encontraba su abuelo; Iker le enseñó los dientes como toda una fiera. Odiaba a ese hombre infeliz y achacado, tanto que siempre que lo veía en los pisos superiores fantaseaba con empujarlo por las escaleras, pero aún no tenía la fuerza suficiente. Aunque no estaba dispuesto a abandonar la idea sin más.

—¿Señor? —instó con gallardía, quien no lo conociera le atribuiría más edad por esa actitud tan soberbia.

—Dejaste escapar a los caballos de sir Reginal… —La aseveración sonó a pregunta para Iker, por lo que no se inmutó al momento de negarlo. Eso no le hizo gracia a Jonathan—. ¿Cómo te atreves a negarlo? ¡Dejaste tu tarjeta de presentación!

Sabía que ese no había sido un movimiento inteligente por su parte, pero se había dejado llevar por el fervor del momento.

—Sí lo hice, pero no los dejé escapar… —Ambos caballeros lo miraron perplejos—. Los dejé en libertad… eso es diferente.

Richard bufó como si la aclaración le pareciera inútil, pero Iker pensó que valía la pena destacar ese punto. Dejarlos escapar podría considerarse un accidente y al momento de llevar acabo su acto, él era muy consciente de lo que hacía.

—¡Maldito atrevido!

Iker miró de soslayo al viejo que decía ser su abuelo. Él albergaba sus dudas al respecto, por lo que dejaba bien en claro que sólo eran dos desafortunados que vivían en la misma casa. En realidad, no sentía a ninguna de esas personas como familia, pues para formar parte de una se debía hacer por voluntad propia y él era algo así como un prisionero.

—Sólo estoy empezando, Lord Reginal hasta soñará conmigo…

—¡Basta, Iker! ¿Acaso no te das cuenta de lo que haces? Esos caballos cuestan dinero, son sementales por amor de Dios.

Sí, lo eran y al igual que él, unos prisioneros. Los caballos de Reginal no querían estar allí, a decir verdad nadie quería estar en esa pocilga de casa. Lo de los sementales era el primer golpe, su verdadero objetivo estaba puertas adentro y pronto iba a dar con él. Aun si en el proceso tuviera que tirar todo el maldito caserón abajo.

—Lord Reginal es una mala persona, sólo quiero ayudar —murmuró en tono bajo pero efectivamente contundente. Jonathan se encabritó, al parecer esa clase de tratos no se los permitía ni a su propio padre.

—Es suficiente, pensé que podía razonar contigo pero simplemente me hartaste.

Se dio la vuelta apartándose de él, Iker soltó un suspiro para sus adentros. Esa misma noche tenía planeado irrumpir en la casa de sir Reginal y rescatar a Ailim y a su hermana. Aún no tenía un plan concreto, pues había pensado que con lo de los caballos ganaría una distracción, pero los malditos mozos de la cuadra fueron rápidos y efectivos al detenerlo.

—Mueve tus pies.

Asintió al pedido de Jonathan en completo silencio y lo siguió por los pasillos de la mansión, hasta notar que su padre lo guiaba a la puerta principal.

—Milord… ¿acaso me obligará a disculparme? —inquirió curioso por la dirección que tomaban.  

Todos sabían que él no apreciaba los paseos, jamás salía de las inmediaciones de la mansión, pues de hacerlo Ailim no podría alcanzarlo. Jonathan no respondió y Richard se limitó a observarlo por sobre el hombro con gesto de triunfo. Iker frunció el ceño y al instante clavó los talones al piso, no sabía qué tenían en mente pero esa sonrisa no auguraba nada bueno. Su padre notó que se rezagaba y se volvió para escrutarlo con sus odiosos ojos negros.

—Camina —le espetó con voz autoritaria, Iker sacudió la cabeza en una vacilante negación.

Jonathan soltó un suspiro y asiéndolo por la chaqueta de ante, lo arrastró los metros que faltaban hasta la salida sin hacer ningún esfuerzo.

—¿A dónde vamos? —preguntó, tratando de no lucir alarmado por el silencio y la tosquedad de su padre—. ¿Padre?—Él no se volvió, no se inmutó, sólo continuó jalándolo como a una bolsa de abono. Iker golpeó su mano con los puños crispados, por supuesto sus golpes carecían de fuerza y estos no causaron la menor molestia en la enorme mano del marqués—. Suéltame —pidió aún manteniendo el brío.

—¡Ya calla! —lo reprendió Richard abriendo la puerta para dejarlos salir, entonces fue cuando notó el carruaje listo para partir. Iker se revolvió del amarre y corrió por los peldaños de mármol devuelta al interior de la casa—. ¡Atrápalo, Jonathan!

Su padre le dio alcance en menos de dos zancadas y en esa ocasión Iker no vaciló en morderlo con toda la fuerza que fue capaz de conjurar.

—¡Condenación! —exclamó el marqués y sin que el niño se lo esperara, una fuerte bofetada lo hizo aterrizar contra el piso pulcramente encerado.

—¡Jonathan!

Él reconoció ese grito al instante, levantó la vista del suelo y la dirigió a la mujer que bajaba las escaleras a gran velocidad. Su madre se acuclilló a su lado y lo alzó del piso, para mirarle el rostro que comenzaba a ponerse rojo por el golpe y la frustración del engaño.

—Regresa arriba, Rosalie. —La marquesa ignoró el pedido de su esposo, concentrando su atención en el pequeño—. ¡Ahora! —Jonathan sacudió a la mujer instándola a soltarlo y aunque Iker corrió a los brazos de su madre inmediatamente, por alguna razón no llegó a ellos.

—¡Madre! —gritó como pocas veces se lo podía oír. Rosalie lo observó apesadumbrada pero sin mover un músculo en su dirección y entonces Iker lo supo, ella no haría nada para detener eso—. No puedes dejarlos… —masculló con los dientes apretados.

—Es lo que te ganas por taimado, niño, te irás a Francia y regresarás cuando aprendas a comportarte como un hombre de tu clase.

Él se volvió para ofrecerle una avinagrada mirada al viejo. Si antes lo odiaba en ese momento su ira estaba a punto de ebullición.

—Yo no voy —aseveró, cruzándose de brazos tozudamente. Richard le sonrió con sorna y Jonathan despidió a Rosalie con un ademan, para luego regresar a su lado.

—Escúchame, Iker, esto es por tu bien ¿entiendes? —Su padre lo miró a los ojos y lo único que pudo ver allí fue rechazo.

—No puedo irme, no quiero irme. ¿Qué ocurrirá con Ailim?

Richard soltó un bufido a sus espaldas.

—Tal vez en Francia también aprendas a relacionarte con personas reales.

Él se volvió para enfrentarlo con gesto implacable.

—¡Ella es real!

—Alucinas y tus locuras comienzan a afectar a esta familia.

Sintió esas palabras como un golpe en el estómago, pero hizo acopio del poco orgullo que había forjado a su edad y sin reparos escupió el suelo que pisaba su abuelo. Ofendido por esa muestra irrespetuosa, Richard alzó una mano para abofetearlo de revés. Iker cerró los ojos con aplomo, pero el golpe jamás llegó.

—No te permito que le levantes la mano a mi hijo. —Cuando desplegó los parpados con lentitud, notó que Jonathan había detenido el ataque de su abuelo a centímetros de su rostro. Richard se removió incómodo y de un jalón se liberó mascullando unas maldiciones—. Vamos.

Su padre lo empujó por la espalda y él reaccionó entonces, se escabulló entre las piernas del marqués y éste asestó algunos manotazos al aire nuevamente. Iker sonrió corriendo al interior, eufórico, pero entonces su cuerpo chocó con algo tan duro como el granito. Confundido observó ese nuevo obstáculo y muy a su pesar notó que ya no tenía escapatoria.

—¡Suéltame, gorila!

—¡Milord!

En brazos del mayordomo Iker se sacudió inútilmente, a la distancia pudo distinguir la silueta de su madre y para su desgracia no pudo encontrar ni una pizca de dolor en su mirada. Como si al deshacerse de él, también ella estuviera liberándose de una molesta carga.

El pequeño conde apretó los labios, para no gritar, para no llorar, para de alguna forma no mostrarle cuánto lo lastimaban. No les daría el placer de verlo caer y así mientras su cuerpo era llevado a las rastras hasta el carruaje, él perdió la vista en la fachada de esa enorme mansión. Donde encontró felicidad y a la vez, la peor de las amarguras. En ese momento vio como desde el altillo, la mirada azul de una niña de siete años lo escrutaba tras un velo de lágrimas. Iker concentró sus ojos en ella y en nadie más, Ailim extendió una mano en su dirección y él hizo lo propio. Aun así las distancias en vez de acortarse, sólo acrecentaron su brecha y él supo que ese era el fin. Acababa de romper su promesa, no la había ayudado y ahora ambos sufrirían por su falta de tenacidad.

Ailim dobló su meñique a modo de recordarle su unión y él sonrió con pesar, entonces la puerta del carruaje se cerró y los ojos azul cielo, se apagaron en su oscuro interior.

[1] Abuela en francés

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Para empezar un poco de la historia antes de que todo empezara incluso entre Abi y Will, espero les haya gustado. Y veo si les dejo el primer cap ahora o mañana ^^

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